12 de febrero de 2008

Nikolái Gumiliov















Kronshtadt, 1886-Petrogrado, 1921. Poeta ruso. En 1912 fundó la escuela acmeísta, en reacción contra el simbolismo. Sus mejores poesías se encuentran en El carcaj (1916) y La columna de fuego (1921).






La palabra




En aquel tiempo, cuando Dios giraba
su rostro sobre el mundo nuevo, entonces,
detenían el sol con la palabra
y con ella se arrasaban torreones.

El águila no osaba alzar las alas
y los astros se anclaban a la luna,
si la palabra alguna vez volaba
como una llama roja en las alturas.

Y el número se usaba en lo mundano,
como un buey que trabaja uncido al yugo;
pues los matices del significado,
los transmiten los números fecundos.

El patriarca canoso, en tiempo antiguo,
que del bien y del mal sacó riqueza,
con su vara, por miedo a los sonidos,
el número trazó sobre la arena.

Pero olvidamos que, de lo terreno,
tan sólo en la palabra hay salvación,
y que en algún lugar del Evangelio
está escrito que la palabra es Dios.

Le impusimos los límites estrechos
que nos dictaba la naturaleza;
y como abejas de un panal desierto,
así se pudren las palabras muertas.



...



El tranvía extraviado




Para mí aquel barrio era desconocido,
de repente oí unos graznidos de grajo,
notas de un laúd, un lejano rugido:
volaba un tranvía por la calle abajo.

Por algún misterio sucedió que luego
me encontraba montado en aquel tranvía;
dejaba a su paso una estela de fuego
que brillaba incluso a plena luz del día.

Alado ,corría, negra tempestad,
volaba extraviado a través del abismo
del tiempo... «Atención, conductor, por piedad,
detén el vagón, detenlo ahora mismo».

Tarde: hemos pasado hasta la última almena,
todo un palmeral se perdió a nuestro lado,
y a través del Neva, del Nilo y del Sena
por tres puentes nuestras ruedas han chirriado.

Surgió en la ventana, por sólo un momento,
mirando hacia dentro con un gesto huraño
un viejo mendigo —si no me lo invento—
aquel que murió en Beirut el pasado año.

¿En dónde me encuentro? Afligido, angustiado,
el corazón dice latiendo a raudales:
«Ves la estación donde se vende al contado
el billete a las Indias Espirituales».

Un cartel... en una escritura sangrienta
se lee: «verduras»; pero sé de cierto:
aquí no se trata de nabos en venta,
aquí se comercian cabezas de muerto.

En camisa roja, con su cara de ubre,
también mi cabeza rebana el verdugo
y en una gran caja pringosa la cubre
con otras cabezas rezumando jugo.

El gris de la hierba... Una casa, mirad,
con sus tres ventanas: en el callejón,
tras el seto—: «para, conductor, por piedad,
para ahora mismo, detén el vagón.»

Aquí tú, María, has cantado y vivido,
aquí para mi bordaste una cubierta;
tu cuerpo y tu voz, ¿hacia dónde se han ido ?
¿acaso es posible que ahora estés muerta?

En tu cuarto estabas en plena agonía,
y, mientras, con una empolvada peluca,
fui a la emperatriz a rendir pleitesía
y ya no volví a mirarte en vida nunca.

Nuestra libertad es la luz emanada
—hoy lo sé— en lejanas regiones etéreas.
Hombres y animales están a la entrada
del jardín de fieras que son los planetas.

Pero siento un aire, familiar, ligero:
desde la otra orilla, una embestida cruel:
la mano de cobre del jinete fiero
y las arboladas patas del corcel.

Para la ortodoxia, fortaleza y guía,
San Isác se esculpe sobre el cielo: allí
haré rogativas en pro de María
y dirán la misa de réquiem por mí.

Pero el corazón está desconsolado,
cuesta respirar y la vida es dolor:
María, jamás me hubiera imaginado
que pueda existir tanta pena y amor.

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