30 de junio de 2013

Theodore Roethke



























Dolor



He conocido la inexorable tristeza de los lápices,
Impecables en sus cajas, el dolor de la libreta y del pisapapeles,
Toda la aflicción de los sobres acolchados y de la goma,
La desolación en inmaculados lugares públicos,
La solitaria sala de espera, el lavabo, el conmutador,
El inalterable pathos de la palangana y la jarra,
El ritual del multígrafo, el sujetapapeles, la coma,
Los interminables duplicados de vidas y objetos.
Y he visto el polvo de los muros de las instituciones,
Más fino que la harina, vivo, más peligroso que la sílice,
Tamizado, casi invisible, a través de largas tardes de tedio,
Cubriendo de una fina película uñas y cejas delicadas,
Glaseando el pálido cabello, las grises y corrientes caras duplicadas.



 Traducción Jorge Ordaz




25 de junio de 2013

Malcolm Lowry

























El éxito es como un terrible desastre
Peor que tu casa ardiendo, los ruidos
del derribo
Cuando las vigas caen cada vez más deprisa
Mientras tú sigues allí, testigo desesperado
de tu condenación.
La fama como un borracho consume la casa
del alma
Revelando que sólo has trabajado para eso—
¡Ah!, si yo no hubiese sufrido su traidor beso
Y hubiese permanecido en la oscuridad
para siempre, hundido y fracasado.







Tras la publicación de Bajo el volcán



21 de junio de 2013

Ismael González Castañer

 















COMER DE UNA MANERA EMBRIONARIA



La placenta de la niña resultó blanca: Puedes botarla, dijo el obstetra, ya no sirve para nada; todas las placentas de este mundo, rojas, sirven para química, dile que te diga el laboratorista: Es verdad, la roja es básica para antiforforas.
Pero, como en "El retrato oval" (el pintor no sabía que trasponía al cuadro la sangre de la modelo amada, muriendo ésta pronto dio - para "acabar" - la última pincelada), tu hija la dejó blanca: no cumplimos el plan.
Por eso es que la niña hoy, no quiere nada: comía de una forma embrionaria. Saciada precozmente en su pre- natalidad, no quiere carne, y le teme, por demás, a los pellejos. Tiene ahora nueve años y mira con mirar de lontananza, agazapada (como quien esperara matar sin medida, volverse asesino, en la continuación de la película).
Con la placenta blanca, la mama se ha hecho una "jaba", con la que a menudo viaja, acompañada por la misma hija. Sin embargo, si la registras, no lleva nada: previsión de la mamá, que augura, cómo un día, íntegra, la niña se la comerá.







17 de junio de 2013

Marianne Moore





















LA ARGONAUTA


¿Para poderosos con esperanzas
definidas por mercenarios?
¿Para escritores atrapados por
la reputación a la hora del té
y las comodidades de la casa en las afueras?
No es para ellos para quien la argonauta
construye su fina cáscara de cristal.

Regalando su perecedero
souvenir de esperanza, por fuera
blanco opaco
y con la superficie interior
satinada como el mar, la vigilante
hacedora lo protege
noche y día; apenas

come hasta que los huevos maduran.
Enterrados ocho veces en sus ocho
brazos, pues ella es
en cierto modo un pulpo,
su carga protegida en el córneo buque de cristal,
está oculta pero no comprimida;
como Hércules, mordido

por un cangrejo fiel a la hidra,
obstaculizado en su empeño,
los huevos, intensamente vigilados,
al salir de la concha
la liberan al liberarse a sí mismos,
dejando sus cavidades como nido de avispa,
blanco sobre blanco, y pliegues

de chitón jónico dispuestos con precisión
como las líneas en la crin
de un caballo del Partenón,
en torno a las cuales los tentáculos
se han enroscado como si supieran
que el amor es la única fortaleza
lo bastante firme en la que confiar.





15 de junio de 2013

Robert Lowell






















EL NIHILISTA COMO HÉROE



“Una línea inspirada es todo lo que entregan
nuestros poetas, ¿mas qué francés ha escrito seis líneas aceptables,
una tras otra?” dijo Valéry. Para Satán ése fue un día feliz.
Uno anhela palabras colgadas de la carne del buey
vivo, pero la llama fría del papel de estaño lame el leño
metálico; el inmutable hermoso fuego de la niñez
traiciona las visiones monótonas.
Del cambio y por definición se alimenta la vida,
en cada temporada nos deshacemos de guerras,
mujeres y automóviles nuevos.
A veces, cuando enfermo o lleno de malestares,
miro verdear la llama contraída de este fósforo,
el tallo de maíz adquiere florescencias y verdes prolongaciones.
Un nihilista debe vivir el mundo como es 
mirando a lo imposible ascender al desecho.



Traducción Carlos Monsiváis




Entrevista a Kurt Vonnegut




Por Livia Manera
(Corriere della Sera - Nueva York, 2003)



Desde hace casi medio siglo Kurt Vonnegut cuenta el mundo con el desencanto de su "así va la vida", como repetía en su novela Matadero 5 . Medio siglo en el que la crítica trató de encontrar un nombre para la originalidad de este escritor que hace poco cumplió ochenta años. A veces lo llamaron visionario; otras, amable Casandra, auténtico desobediente y humanista. "Diga más bien que soy un socialista", dice durante la entrevista que me concedió en el escritorio de su representante en Nueva York. "He descubierto que un humanista es una persona que tiene un gran interés por los seres humanos. Mi perro es un humanista."
-¿Qué escribe hoy uno de los mayores autores norteamericanos, que ha unido su nombre a las protestas contra Vietnam y a la revolución cultural de los años 60 y que siempre está cerca del corazón de los más jóvenes?
-Nada. Estoy literalmente paralizado por el estado en que se encuentra mi país. La televisión no ha transmitido ni siquiera las protestas de los pacifistas. The New York Times se negó a publicar un discurso que pronuncié en un encuentro por la paz. Es como vivir bajo un ejército de ocupación que se ha apoderado de los medios de comunicación.
Y después arroja sobre la mesa un fascículo de pocas páginas fotocopiadas.
-Este es mi último libro. He debido publicarlo a mis expensas.
-¿De qué trata?
-Es una colección de comentarios que escribí para un diario de Chicago sobre el golpe de Estado de las últimas elecciones.
-Habla de la victoria de Bush.
-Hablo de cómo el poder ha terminado en manos de gente terrible, malvada, ignorante y privada de conciencia, que no tiene ningún respeto por el sistema norteamericano. En otros tiempos, sobre un argumento semejante podría haberse escrito una obra teatral que hubiera provocado una reacción. Pero no ahora que nuestro gobierno moral está representado por la televisión. Una televisión que nos dice siempre y únicamente que todo va bien. Debo mirar la BBC si quiero saber cuántos civiles hemos matado en Afganistán y en Irak. Sin embargo, debería ser noticia cómo hemos reducido a esos países y qué estúpido fue hacerlo.
-En efecto, muchos se han sorprendido por la falta de planes de los norteamericanos para la gestión posterior a la caída de Saddam.
-¿Sabe por qué? Porque esta gente del gobierno no tiene conciencia. Porque son las personas más inclinadas a decidir en el mundo y no les importa nada de lo que ocurrirá después, ni siquiera les importa lo que les ocurrirá a ellos mismos. Son psicópatas y patrones del planeta. ¿Sabe qué dicen del desastre que hicieron en Irak? "OK. Ha sucedido esto, pero no es nuestra culpa, es culpa de los iraquíes..."
Vonnegut estalla en una carcajada sarcástica y continúa.
-"No deberían haber disparado sobre nuestro muchachos..."
-¿Cree que habría sido muy distinto de haber ganado Al Gore?
-No, porque nuestros representantes en el Congreso están financiados por gente que tiene toneladas de dinero. Ciertamente, en el lugar de Bush y de los suyos hubiéramos podido tener a personas que respetaran el sistema norteamericano y representaran a los ciudadanos y no a las corporaciones. En cambio, todo es tan estúpido. La inteligencia en los Estados Unidos ya no cuenta para nada.
-Clinton era un hombre inteligente.
-Sí, pero ha hecho una cosa terrible.
-¿Cuál?
-Se ha aprovechado de aquella muchacha. Yo, con usted, por ejemplo, no me hago el imbécil.
Y ríe.
-No, pero como dicen ustedes los norteamericanos: se necesitan dos para bailar el tango. La muchacha habrá tenido su responsabilidad en el asunto.
-Naturalmente. Pero lo que ha hecho Clinton en favor de los republicanos es imperdonable. Una cosa terrible. Matar, en cambio, eso está bien. ¿Sabe qué quiere decir Shock and awe ? Quiere decir asesinar.
-Y usted, Vonnegut, ¿ha combatido en la Segunda Guerra Mundial? ¿Alguna vez mató a alguien en una guerra?
-No, porque era un tipo particular de soldado, no un cobarde, sino un scout . Nuestro deber era penetrar en las líneas enemigas sin hacernos notar, descubrir qué había detrás, volver y contarlo a la artillería. Me considero afortundo de no haber matado a nadie. Pero si hubiese sido necesario, lo habría hecho. Era un buen soldado.
-En Matadero 5 ha contado la locura del bombardeo de Dresde: ciento treinta y cinco mil muertos, dos veces las víctimas de Hiroshima. Usted estaba allí como prisionero de guerra. ¿Cómo fue capturado?
-Nuestro batallón fue arrollado por una división de alemanes en las Ardenas. Nos hicieron abandonar nuestro medio y entrar directamente en una pesadilla. No teníamos la más pálida idea del destino hacia el que nos encaminábamos. Habían capturado a nuestro comandante y éste había dado la orden de rendirse. Una orden ilegal: es como decir a un soldado que se suicide. Pero esto sucedió por lo menos cincuenta años antes de que usted naciese.
-Tan sólo trece. De todos modos le tomó veinticuatro años elaborar esa historia en Matadero 5.
-Más que para elaborarla para escribirla. Tenía una familia que mantener ( Vonnegut tiene siete hijos, de los cuales tres son adoptados, de una hermana muerta. N. R) , y me dije, ok, no he escrito nunca una novela de guerra. Entonces fui a encontrarme con el scout que en aquella época de la guerra era mi compañero -entre tanto se había convertido en procurador- y le dije: "Ayúdame a recordar lo que pasaba en aquel entonces". Entonces entró su mujer y dijo: "¡pero si eran dos niños!". Y esa fue la clave del libro. Todos éramos niños.
-¿Lo volvió a leer?
-Nunca. Ni siquiera pude tocar las galeras.
-Entonces le gustará saber que después de treinta y cuatro años es todavía una de las novelas más fuertes y más originales de la narrativa norteamericana, y no sólo de las novelas sobre la guerra. Es un libro que no ha envejecido.
-Me da mucho placer, por cierto, lo que me dice. Es la nave almirante de mi pequeña flota. Aunque el libro más cercano a mi corazón es Cuna de Gato .
-¿Por qué
-No lo sé. ¿Alguna vez se enamoró?
-¿Cree que si no hubiese combatido en la Segunda Guerra se habría convertido, de todos modos, en un escritor?
-Mi amigo Joe Heller, que escribió Catch 22 , decía que si no hubiese sido por la Segunda Guerra habría terminado en el rubro tintorería. En cuanto a mí, no lo sé. Por cierto, hay otras cosas que me han hecho escribir: los cambios tecnológicos que han destruido tantas culturas, por ejemplo. Soy un antropólogo de formación. Una de las razones por las cuales nosotros los norteamericanos somos odiados es porque hemos introducido en otros países nuevas tecnologías y planes económicos que han destruido el autorrespeto y la cultura de mucha gente.
-En Cuna de gato , en el 63, usted escribía que "los norteamericanos no logran imaginar qué significa ser distinto de ellos y sentirse orgulloso de esa circunstancia". Y que "la política exterior norteamericana debería aprender a reconocer el odio en vez de imaginar el amor". ¿El 11 de septiembre lo sorprendió?
-No. Me sorprendió más que nada el óptimo trabajo que hicieron los terroristas. ¡Vaya si estaban preparados! Naturalmente, son las mismas personas que inventaron los números, el cero y el álgebra, por lo cual no hay de qué asombrarse tanto.
-Usted ha dicho siempre que la literatura es por definición portadora de opiniones. ¿Cuál es la literatura que hoy importa?
-El problema es que no importa, y por eso no puedo escribir. En una época importaba, y muchísimo. Era el lugar en el cual durante la Gran Depresión se debatían los temas de la economía y de la política. Y en la posguerra nos interrogábamos sobre el tipo de país que hubiera podido llegar a ser los Estados Unidos. Después llegó la televisión y todo se terminó.
Enjuto y desgarbado, Kurt Vonnegut se levanta para volver a su casa. Pero justo antes de salir, en el último momento, se da vuelta: "Debe de ser por el álgebra que Bush los odia". Y una última carcajada retumba, batalladora, detrás de la puerta.






Traducción Hugo Beccacece
La Nación. Buenos Aires




13 de junio de 2013

Dolores Labarcena













Máscaras antigás para  gallinas
                                                                                     
                                                                                                                               A Rito Ramón Aroche

El oficial China Daily informó en su momento que, “unos médicos en la localidad de Yexuan, extrajeron 10 metros de pequeñas tuberías de plástico alojadas en el estómago de un hombre que al parecer mordía y devoraba estos objetos como remedio contra la ansiedad”. El hombre, que más tarde averigüé se apellidaba Cao, cada vez que se veía en apuros se zampaba aquellos canalillos de unos 30 centímetros, dieta particular que, según pensaba (y esto durante unos tres años), su organismo podía digerir sin problemas. Esta pasión por lo dúctil, no la adquirió Cao para presentarse a los récords Guinness. No, tuvo un origen al margen de lo excéntrico, digamos más bien sentimental, al fallecer sus padres.

Ary Weddle, profesor de un Instituto de Washington, prometió, poco después del 11 de septiembre de 2001, no afeitarse la barba hasta que capturaran, vivo o muerto, al señor Bin Laden. Diez años después, y con el cadáver del terrorista más buscado de los últimos tiempos servido en bandeja al cancerbero del infierno, o a los tiburones de esa parte del mar, por fin se la podó; medía 38 centímetros de largo. “Me horrorizó ver cómo aquel día miles de personas estaban siendo aplastadas”, dijo el profesor a los medios. “Y no quería olvidarlo. No iba a olvidarlo”, añadió. Poner término a este sacrificio, no es difícil imaginarlo, fue para muchos un alivio, y en particular para su mujer, quien se alegró de ver a su cónyuge más rejuvenecido y pimpante. “No resultaba sencillo -como luego explicó a las emisoras locales- esquiar, o jugar baloncesto”. Al ritual de la poda asistieron, cámara en mano, todos los vecinos del barrio.

Kurt Vonnegut, autor de El francotirador, Cuna de Gato, Dios le bendiga, Mr. Rosewater, entre otras novelas, fue uno de los norteamericanos que sobrevivió al bombardeo de Dresde. Y lo logró gracias a estar guarecido en un sótano destinado a empaquetar carne, llamado “Matadero Cinco”; lugar que le sirvió para titular una novela casi autobiográfica. Siendo prisionero de guerra, los nazis le dieron la tarea de apilar cadáveres para luego enterrarlos en fosas comunes. Pero según Vonnegut, "había demasiados cuerpos que enterrar, así que los nazis prefirieron enviar a unos tipos con lanzallamas”. Es obvio que su experiencia fue atroz; es por eso un áspero censor de la estupidez, la violencia y la deshumanización.  

Hilarante, combinando la realidad con la ciencia ficción, Vonnegut dota a sus personajes de lo que podría denominarse un despiste ancestral. Por haberlos, “haylos”. En El francotirador, por ejemplo, un adolescente acostumbrado a las armas de fuego como si fuesen tirapiedras, mata sin querer a un ama de casa el día de las madres. En Cuna de Gato aparecen todas las respuestas de la vida en una república bananera del Caribe, donde conviven un dictador demente, los herederos del Dr. Hoenikker, Premio Nobel e inventor de hielo-nueve (un cristal que causaría los mismos efectos que la bomba atómica), y hasta el Bokononismo, religión concebida por Bokonon, quien promueve la disolución de la identidad entre sus propios fanáticos y seguidores.  

Llegados a este punto, cabe interrogarnos: ¿qué diferencia hay entre Cao, el comedor de plástico, Ary Weddle, el de la barba como cola de caballo, Bin Laden, el terrorista, y los personajes “ficticios” de Vonnegut? Siempre ligado al catastrofismo y la caricatura, su humor, más allá de entretener, alerta.

¡Elegid! Con esta acción termina La muerte heroica de los cuatrocientos soldados de Pforzheim, memorable canto de Büchner; orgulloso de ser alemán. También Vonnegut hizo su canto en Matadero Cinco, pero al antihéroe. Y a otro (no pude rastrear el nombre) se le ocurrió en plena guerra, e igualmente por la patria, confeccionar máscaras antigás para gallinas, con el único fin de que pusieran huevos.

 

 

Iván Bunin





















EL CÁUCASO


Cuando llegué a Moscú me alojé furtivamente en una oscura casa de huéspedes situada en un callejón próximo al Arbat, y allí entre un encuentro con ella y el siguiente, llevé la tediosa existencia de un recluso. Durante esos días ella sólo vino a verme en tres ocasiones; siempre llegaba apresurada diciendo:
-Sólo puedo quedarme un minuto...

Estaba pálida, con la delicada palidez propia de las mujeres enamoradas e inquietas, y hablaba con voz entrecortada; nada más entrar, dejaba la sombrilla en  cualquier parte, se levantaba con premura el velo y me abrazaba, llenando mi alma de ternura y de pasión.
-Me parece -decía- que sospecha algo, que incluso sabe algo;; tal vez  haya leído alguna de sus cartas o haya encontrado la llave que abre mi escritorio...Le creo capaz de todo pues tiene un carácter cruel y orgulloso. Una vez me dijo sin ambages: "¡A la hora de defender mi honor, el honor de un oficial y de un marido, no me detendré en nada!". Ahora, por alguna razón, vigila literalmente cada uno de mis pasos, de modo que si queremos que nuestro plan salga bien debo extremar las precauciones...Accede a dejarme marchar, pues le he convencido de que moriré si no veo el sur y el mar, pero tenga usted paciencia, por el amor de Dios.

Nuestro plan era audaz: marcharnos en el mismo tren a la costa del Cáucaso y pasar allí, en algún lugar totalmente apartado, tres o cuatro semanas. Conocía la costa, había vivido durante algún tiempo cerca de Sochi, cuando era un joven solitario, y no había podido olvidar esos atardeceres otoñales entre negros cipreses, junto a las olas frías y grises...su rostro palideció cuando le dije:" Pronto estaré contigo en las junglas montañosas, junto al mar tropical...".Hasta el último momento no creímos que nuestros planes llegaran a realizarse: nos parecía demasiada felicidad.

En Moscú caía una lluvia fina y daba la impresión de que el verano se hubiera ido para no volver; todo tenía un aspecto sucio y sombrío, las calles estaban mojadas y se veían de un negro brillante por los paraguas abiertos de los transeúntes y las capotas echadas y temblorosas de los coches que pasaban presurosos. Cuando me dirigí a la estación la noche cerrada y siniestra; todo mi ser estaba paralizado por el frío y la inquietud. Atravesé corriendo la estación  y el andén, con el sombrero calado hasta las cejas y el rostro semioculto por el cuello del abrigo.

En el techo del pequeño compartimento de primera clase que había reservado con antelación la lluvia repicaba con fuerza. Me apresuré a correr la cortina de la ventanilla y, en cuanto el mozo se secó la mano mojada en su delantal blanco, cogió la propina y salió, cerré la puerta con llave. Luego entreabrí la cortina y me quedé inmóvil, sin apartar la vista de la abigarrada multitud, que iba de un lado para otro, junto al vagón, cargando con sus equipajes bajo la luz tenue de los faroles de la estación.  Habíamos acordado que yo llegaría lo antes posible y ella a última hora, para no coincidir con la pareja en el andén. Ya deberían haber llegado. Miraba con atención creciente, pero no los veía. Cuando sonó el segundo aviso a los viajeros, me estremecí de temor: ¿se había retrasado, o en el último momento su marido no la había dejado partir? Pero en ese preciso instante descubrí la alta figura del marido, con su gorra de oficial su estrecho capote y sus manos enfundadas en guantes de gamuza, con una de las cuales la cogía del brazo mientras avanzaba con rápidos pasos. Me aparté de la ventanilla y me dejé caer en una esquina del asiento. El vagón siguiente era de segunda clase.

Mentalmente le vi entrar a su lado con aire protector, mirar a su alrededor para cerciorarse de que el mozo había colocado bien las cosas, quitarse el guante y la gorra, besarla y hacer sobre ella la señal de la cruz...El tercer aviso me ensordeció, el primer movimiento del tren me llenó de estupor...La locomotora balanceándose y oscilando, fue ganando velocidad, hasta que, ya a toda máquina, alcanzó un ritmo regular...con mano helada entregué un billete de diez rublos al revisor que la trajo a mi compartimiento y trasladó su equipaje...

Cuando entró ni siquiera me besó, sólo me dedicó una sonrisa triste; luego se sentó en el asiento y se quitó el sombrero desprendiéndolo de sus cabellos...-No he podido comer nada -dijo-. Creí que no sería capaz de interpretar este terrible papel hasta el final. Tengo una sed horrible. Dame un vaso de agua mineral -añadió, tuteándome por primera vez-. Estoy segura de que me seguirá. Le he dado dos direcciones, Guelendzhik y Gagri. Seguro que aparece en Guelendzhik dentro de tres o cuatro días...Pero dejémoslo, es mejor morir que sufrir de esta manera...

Por la mañana, cuando salí al soleado pasillo, había un ambiente sofocante; de los lavabos llegaba un olor a jabón y a agua de colonia mezclado con los diversos tufos que desprende un tren atestado de gente por la mañana temprano. Más allá de las ventanillas caldeadas y manchadas de polvo se extendía la plana y abrasada estepa, se divisaban anchos y polvorientos caminos y carros tirados por bueyes, pasaban como fogonazos las casetas del ferrocarril con los discos amarillos de los girasoles y las purpúreas malvas en los jardines delanteros... Más adelante se sucedía una extensión interminable de llanuras yermas, con túmulos y sepulcros, un sol seco e insoportable y un cielo semejante a una nube de polvo; después aparecieron en el horizonte las estribaciones de las primeras montañas...
Ella le envió una postal desde Guelendzhik y otra desde Gagri, en las que decía que todavía no sabía dónde iba a quedarse.

Luego seguimos la línea de la costa en dirección al sur.Encontramos un enclave silvestre, cubierto de campos de plátanos, arbustos floridos, caobas, magnolios y granados, en medio de los cuales destacaban palmeras con forma de abanico y cipreses negros...

Me despertaba temprano y, mientras ella dormía, antes de té, que tomábamos a las siete, paseaba por las colinas y los espesos bosques. El ardiente sol, que calentaba ya con fuerza, derramaba una luz impoluta y alegre. En los bosques, una niebla fragante, luminosa y azulada se disolvía, disipándose; más allá de las distantes cumbres frondosas y resplandecía la eterna grandeza de las  montañas nevadas...

Al regresar pasaba por el mercado de nuestra aldea, sofocante, impregnado del olor del estiércol quemado en las chimeneas: el lugar hervía de actividad, estaba lleno de gente, caballos y asnos; cada mañana se reunía allí una multitud de montañesas de distintas tribus: las circasianas avanzaban con pasos suaves, ataviadas con vestidos negros que llegaban hasta los pies, zapatillas rojas y con la cabeza envuelta en cualquier tipo de trapo negro; alguna vez, de entre esos ropajes fúnebres, se escapaba una fulgurante mirada de ave.

Luego nos dirigíamos a la orilla, siempre completamente desierta, nos bañábamos y yacíamos al sol hasta la hora del almuerzo. Después de comer -todos los días tomábamos pescado a la parrilla, vino blanco, nueces y fruta-, en la tórrida penumbra de nuestra cabaña, bajo la techumbre de tejas, cálidas y ardientes franjas de luz se filtraban a través de las torcidas rendijas de los postigos.

Cuando el calor se atemperaba y abríamos la ventana, vislumbrábamos entre los cipreses que crecían en la pendiente una porción de mar, de color violeta, tan pacífico y regular que parecía como si su serenidad y su belleza no fueran a tener fin.

Al atardecer solían amontonarse sobre el mar unas nubes maravillosas; desprendían un resplandor tan fastuoso que a veces ella se tumbaba en la otomana, se cubría el rostro con un pañuelo de gasa y se echaba a llorar: dentro de dos o tres semanas y estaríamos de nuevo en Moscú.

Las noches eran tibias e impenetrables; Las luciérnagas flotaban, titilaban y resplandecían en la negra tiniebla con su luz de topacio; las ranas arbóreas croaban con timbre de campanilla de cristal. Cuando el ojo se acostumbraba a la oscuridad, aparecían en las alturas las estrellas y las cumbres  de las montañas, y sobre la aldea se recortaban árboles en los que no habíamos reparado de día. Y durante toda la noche, procedente de la taberna, se oía el rumor sordo de un tambor y un lamento gutural, melancólico, desesperadamente feliz, en lo que parecía ser una misma canción interminable.

No lejos de nosotros, en un barranco próximo a la orilla que se extendía desde el bosque hasta el mar, corría presuroso, sobre un lecho de piedra, un arroyuelo de aguas transparentes. ¡Cuán maravillosamente reverberaba y se astillaba su brillo en esa hora misteriosa en que, más allá de las montañas y los bosques, como una criatura mágica, la tardía luna escrutaba con detenimiento el mundo!

A veces, por la noche, llegaban desde las montañas  nubes amenazantes y estallaba una terrible tormenta; en la ruidosa y sepulcral oscuridad de los bosques se abrían a cada momento mágicos abismos verdes y en las alturas celestes retumbaban los estampidos primordiales de los truenos. Entonces los aguiluchos se despertaban en los bosques y plañían, rugía la pantera de las nieves y los chacales aullaban...en una ocasión una manada al completo se acercó hasta nuestra ventana iluminada -en noches como ésas siempre se aproximaban a las viviendas- y nosotros la abrimos y contemplamos a los chacales desde lo alto, mientras ellos soportaban el brillante aguacero y aullaban para que les dejásemos entrar...Al verlos, ella lloró de felicidad.


Su marido la buscó en Guelendzhik, en Gagri y en Sochi. Al día siguiente de su llegada a esta  última localidad, se bañó por la mañana en el mar, luego se afeitó, se mudó de ropa, se puso una guerrera blanca como la nieve, almorzó en su hotel, en la terraza del restaurante, bebió una botella de champán, tomó café y chartreuse, y se fumó sin prisa un cigarrillo. Cuando regresó a su habitación, se tumbó en el sofá y se disparó en las sienes con dos revólveres.


7 de junio de 2013

Elías Canetti






















La desconfianza en la posteridad 
(Fragmento)



1965

La inspiración platónica en Cervantes es interesante sólo cuando, sin proponérselo, se transforma en una fuerza negativa. Si las ideas se transforman en un delirio, entonces se despojan de la costra, del tufo rancio y de su falsedad —que una larga tradición literaria les imprimió. La grandeza de Don Quijote no es sino su naturalidad: la idea y el ideal como un delirio que se siente y se palpa con todas sus consecuencias. Si bajo esas circunstancias parece una obra ridícula o no, poco importa: eso no es lo decisivo. A mí me parece profundamente serio.

La moral en Cervantes no es sino su desesperado intento de entenderse con las circunstancias mortificantes de su vida —adaptarse a las convenciones oficiales de los poderosos de su tiempo. Cervantes procura siempre el triunfo de la virtud, su conducta es la conducta de un cristiano. Por fortuna, la sustancia, la angustia de su vida verdadera es tan grande que ninguna actitud conformista pudo ahogarla.

Siento una gran ternura por Cervantes: él sabe más que la opinión común y corriente de su época cuya hipocresía quizá no entiende, pero nos la deja entender sin dificultad. Le admiro su extensión en el espacio: el destino que en tantas ocasiones le mostró su rostro adverso, le dio espacios en lugar de disminuírselos. Me gusta que se le haya reconocido tarde y que, a pesar de este retraso o por él mismo, él no haya perdido la esperanza. A pesar de todas las falsificaciones de la vida que Cervantes se permite en sus historias "ejemplares", ama la vida tal como es.

Aquí radica, creo yo, el único criterio de la creación épica: conocer el aspecto más aterrador de la vida y, a pesar de todos los pesares, amarla apasionadamente; amarla sin desesperarse, porque ese amor es inviolable en la desesperación. No está encadenado a una fe, pues nace de la pluralidad de la vida, de sus cambios insospechados, sorpresivos, milagrosos e imprevisibles. Para quien acosa a la vida y no puede dejarla, la vida se le convierte más tarde en cientos de criaturas nuevas, extrañas y asombrosas. Y para quien sigue acosando incansable a esas cien criaturas, la vida se las convierte en otras mil nuevas e irrepetibles.

La gente importante y superior en las novelas de Cervantes no es menos importante que la gente de Shakespeare. Sin embargo, es delicioso disfrutar en Cervantes a los jóvenes de las "altas esferas" cuando se escapan, por lo menos un par de años, a los "bajos fondos". El joven noble que por amor se transforma en un gitano (sólo que su amada no es, por desgracia, gitana); o el joven que elige la libertad y, después de tres años, regresa sin que sus padres sospechen siquiera dónde estuvo realmente. Si ellos lo llegaran a saber, ¡qué mentiras no les contaría para irse otra vez! El amor de Cervantes por la vida de la gente "baja": conoce a esa gente tan bien sólo porque desea ser reconocido. A la gente "alta" la describe tan insoportablemente alta, sólo porque debe adular a quienes pueden ser sus mecenas. Pero hay algo más que adulación: a Cervantes le gustaría ser uno más de esa gente. ¿Debe uno considerar como una fortuna que le haya ido tan mal en la vida?

En realidad, nadie puede saberlo. La influencia de la calamidad en la imaginación es diferente en cada persona. Sin conocer bien a una persona, nadie puede saber si existieron muchas o pocas calamidades en su vida, si aumentaron o disminuyeron su imaginación.

La riqueza de Stendhal en sus libros de viajes. Sus afirmaciones apodícticas y sus juicios. Su pasión por características nacionales ficticias y por la gente famosa. Su gran pasión por las víctimas y las mujeres. Su ingenuidad: nunca se avergüenza de sus sentimientos. Su placer por los disfraces, por lo menos el del nombre. A uno le gusta porque lo dice todo. Nunca logra conciliar las cosas con su vanidad. Está lleno de recuerdos, pero no sucumbe frente a ellos. Sus recuerdos tienen la extraña capacidad de no cerrarse. Admira tantas cosas que siempre encuentra algo nuevo. Muchas veces se encuentra dichoso. Sin importar su naturaleza, no se siente culpable de la felicidad. No se gasta en las conversaciones, pues odia los conceptos. Su pensamiento está alerta, pero se mantiene dentro de sus sentimientos. No vive sin dioses, éstos provienen de las esferas más distintas, pero no se le ocurre reunirlos o emparentarlos. Las ciudades sólo le interesan si hay personas en ellas. Una buena historia no puede evadirse. Escribe mucho, pero nunca es superior a lo que escribe. La falta de religión le confiere su levedad.

Stendhal nunca fue mi Biblia, pero fue mi redentor entre los escritores. Nunca leí sus obras completas, ni se me transformó en una obsesión. Pero no leí nada de él sin sentirme claro y ligero. Nunca fue mi ley, pero fue mi libertad. Cuando estaba a punto de ahogarme, encontré en él mi libertad. Le debo más que a todos los que me influyeron. Sin Cervantes, sin Gogol, sin Dostoievsky, sin Büchner yo no sería nada: un espíritu sin fuego ni contornos. Pero he podido vivir porque existe Stendhal. Él es mi justificación y mi amor a la vida.