30 de julio de 2013

Eugenio Montale

















Fin de año, 1968




He contemplado desde la luna, o casi,
el modesto planeta que contiene
filosofía, teología, política,
pornografía, literatura, ciencias
exactas u ocultas. Adentro está también el hombre
y yo entre ellos. Y todo es muy extraño.

Dentro de pocas horas será noche y el año
terminará entre explosiones de espumantes
y petardos. Quizás de bombas o algo peor,
mas no aquí, donde estoy. Si uno muere
a nadie le interesa con tal que sea
desconocido y lejano.



Traducción de Horacio Armani





28 de julio de 2013

Marosa di Giorgio



















La vaca vino a hablar con mi padre. Él la recibió en su escritorio. La vaca hablaba con voz ronca, en nombre de sí, y de las otras vacas.
Recordó el día de hielo en que nacía, la madre que la bañaba y le dio la leche, el ciclamen que trajo en las sienes al nacer, como reflejo de su sino triste, del cuchillo.

Afuera están el jazmín del Paraguay, todo nevado de azul, azúcar y rocío, y las tortugas andando inmóviles bajo el plato, serias y despreocupadas.

La vaca hablaba con voz ronca, en su nombre y en el de las otras vacas. Papá le miró el áspero mantón y los redondos zapatos naturales.
Mamá y sus primas se asomaron a escuchar.
La vaca miró a papá con ojos color de agua.
Papá bajó los suyos, sin prometerle nada.






Reina María Rodríguez























CELINE Y LAS MUJERES


Soy el hijo de una zurcidora de puntillas antiguas
-decía Céline, reclamando un espacio -
y por eso conozco las delicadezas del infierno.
Soy uno de esos pocos hombres que sabe diferenciar
la batista de los encajes Velenciennes de los de Brujas...
Hasta cortarlos sé.
Con una tijera de mango rojo he cortado la sangre.
Y toda la ceremonia del amor no era más
que un coágulo.
Una mancha caliente.

Por eso, tengo a mi cargo, la puntilla del tiempo,
esa que pende de los finales
y los remates bien estirados.
Y no hay nada más relacionado con el estilo,
que un tejido de encaje en la sábana - eso lo apunta hacia ella -
cuando vuelve de esconder el supuesto cesto de la costura
de los ojos de él.

Hay una vela derritiéndose a mi lado,
una llama que no se volverá a encender.
Es la llama de mi madre, y con ella,
toda mi vida desciende.
Cuánto esperma regado por el plato, sobre el mantel,
entre la sábana de anoche.
Ese es su triunfo: caer, decaer.
Cada mancha en los brazos,
- pobre sabiduría de marcar
los espacios (la enormidad)
de esas zonas pegajosas,
embadurnadas de pasado y desconfianza.
Son cosas de los dos.
Mi madre, y él, tejían a propósito de una destrucción
seguida de otra, con ahínco.

Cansado de ser un gozador
(y ella, de ser una zurcidora)
se acuesta sobre su regazo.
Criatura de esperma que se va derritiendo
en sílabas primero - supongo que será el origen -
sin demostraciones, después.
Balbucea el remate, la cicatrización.
Ella es más hombre, él más mujer.
Ahí se han comprendido provocando un corte, un estilo.
La palabra que encuentra en el semen
de- rre- ti - do
dice "unificar".
Luego, "poseer".

Él la sigue mirando por el hueco sin rematar.
Ella oprime la mano que tiembla, pero no afloja
la puntada.
Saldrá una letra, un coágulo de nata
de insoportable olor
que también se agrietará.
Por más que pretendieran armar este tejido juntos, se zafa.
- Es la familia, Céline, la voz de trueno de mi padre
quien no me dejará torcer la palabra final
con ese hilo tan blando
que va quedando rezagado,
pero que sube al fin por la frágil esquina del paño,
y dice: "traición".

No me quejo, la veo bien, casi la toco,
a distancia.
Antes de que la vela y mi rostro
dentro del tuyo
se apaguen.





26 de julio de 2013

Gary Snyder






Aguacate





¡El Dharma es como un Aguacate!

Tiene partes increíblemente maduras,

Pero aún buenas.

Y otras verdes y duras

Sin mucho sabor,

Como para quienes gustan de los huevos bien cocidos.



Y la piel es delgada,

La semilla redonda y enorme

En el centro

Es tu propia Naturaleza Original—

Pura y tersa

Casi nadie la parte en dos

O trata de ver

Si crecerá.



Dura y resbalosa,

Parecería

Que debieras plantarla —entonces

Escapa de los

    dedos—

Se va.





(Turtle Island, 1974)



23 de julio de 2013

Ted Hughes



 
















 
Escuela de sordos



Los niños sordos eran ágiles monos, peces trémulos y
    súbitos.
Tenían caras alertas y simples
Como caras de animalitos, pequeños lémures
    nocturnos en la luz de la linterna.

Les faltaba una dimensión,
Les faltaba una sutil aura oscilante de sonido y
    respuestas al sonido.
Todo el cuerpo era ajeno
A la vibración del aire, vivían por los ojos.
La clara mirada simple, la plena atención instantánea.
Sus seres no estaban trenzados en una voz
Trenzada a su vez en una cara
Oyéndose a sí misma, su propio público y auditorio,
Aparición camuflada, aseveración en duda –
Sus seres se escondían, y sus caras asomaban del
    escondite.
Con lo que hablaban era una máquina,
Una manipulación de dedos, un tablero de control de
    gestos
Allá afuera en el espacio extraño
Apartado de ellos –

Sus caras sin usar eran simples lentes de vigilancia
Simples charcos de candorosa vigilancia

Sus cuerpos eran como sus manos
Más ágiles que cuerpos, como los martinetes de un
    piano,
Una viveza de marioneta, una simple acción mecánica
Una vaguedad de jeroglifo
Una estilizada escritura
Deletreando señales aproximadas

Mientras el ser atisbaba tras la cara del simple
    encubrimiento,
Una cara no meramente sorda, una cara en la
    oscuridad, una cara no apercibida,
Una cara que era simplemente la piel frontal del ser,
    encubierto y aparte.




22 de julio de 2013

León de Greiff
















Sonetetes

I

Seor Satán estaba sitibundo
—Noé a su vera y en las mismas—; nada
para beber, si no de avena helada
cuatro pintas: ¡brebaje tremebundo!

Metafísicos, Hamlet, Segismundo
—el tercero era Kant— parlaban; cada
cláusula suya ingente carcajada
suscitábale a Falstaff rubicundo.

Seor Satán trinaba, y a su vera
Noé en las mismas; ni una humilde copa
de montañero anís, ni un mero azumbre

del de Caná, que tan sabroso era...
En esas pasa, con ninguna ropa
Cleopatra y con ojos que echan lumbre.

II

En esas pasa Cleopatra, nuda,
rumbo al Nilo...; ¡Qué César ni qué Antonio!
¿Cleopatras a mí? —chilla el Demonio
—Seor Satán— Noé no se demuda.

Noé más que un Noé parece un Buda.
Noé más que un Noé parece un gonio
o el busto aquel del “vestíbulo ansonio”:
Cleopatra pasó, remacanuda;

Seor Satán se olvidó de su sicio,
dejó a Noé mesándose las longas
y amalayando dos o tres arreos.

Cleopatra pasó. ¡Lo que es el vicio!
Adiós Noé! muy buena te la pongas!
Me voy tras esta chata y sus meneos!

III

Seor Satán —hecho áspid— a la caza
de Cleopatra desnuda rumbo al Nilo,
—rumbo al delta, mejor—. Si pierdo el hilo
con volver a empezar tras trazo o traza.

Cleopatra, cetrina morenaza
de no breve nariz, de ardiente asilo
para el amor (en íntimo sigilo
o a toda luz en medio de la plaza)

Seor Satán siguió tras la cetrina
morenaza de órdago, venusta
sí: como Helena la de aquí fue Troya.

Cleopatra pasó, sonrió, ladina;
iba sin galas lista a entrar en justa:
Seor Satán tomo sus delta y joya...

IV

            Estrambote

Y, hecho un áspid, la fresa purpurina
de sus pezones saborea y gusta,
goloso asaz, y retornó a la hoya
de Cleopatra acezante, serpentina
muy más que el áspid. Él allí se incrusta
y Ella a su vencedor, cómplice, apoya.

           Moraleja

Seor Satán estaba sitibundo.
Sació su sed Cleopatra, le donando
su viña y su lagar —en dando y dando
y en recibiendo— (lo mejor del mundo
en concepto de Lelo Beremundo). 



21 de julio de 2013

W. H. Auden













 



Herman Melville


Al final casi, navegando, entró a una calma singular
y ancló en su casa y alcanzó a su esposa
y bogó en la ensenada de sus manos
y cada mañana cruzaba a la oficina
como si fuera otra isla su trabajo.
Existía el Bien: esto era su nueva ciencia
su terror tuvo que alejarse totalmente
para que se diera cuenta; mas fue lanzado por el viento
allende el Cabo de Hornos del éxito razonable
que aúlla: “Esta roca es el edén. Aquí naufraga”.
Pero que lo ensordeció con truenos y lo aturdió con relámpagos:
—el héroe lunático cazando, como a una joya,
al raro monstruo ambiguo que mutiló su sexo,
odio por odio hasta vaciarse en grito,
sobreviviente imposible arrebatado al delirio
—todo eso era falso y complicado; la verdad era simple.
Nada espectacular el Mal, y siempre humano,
comparte nuestra cama y come en nuestra mesa,
y nos presenta al Bien todos los días,
hasta en las estancias rodeadas de yerros;
tiene un nombre (como “Billy”) y es casi perfecto
aunque porta como un adorno su tartamudez:
y cada vez que se topan tiene que pasar lo mismo;
es el Mal el que es desvalido como un amante
y busca pleito hasta encontrarlo
y ambos son destruidos abiertamente ante nosotros.
Pues ahora se había despertado y ya sabía
que nadie se salva mientras no sea en sueños;
pero había algo más que había sido trastocado por la pesadilla
—incluso el castigo era humano y era una forma de amor:
la quejosa tormenta había sido la presencia de su padre
y había sido llevado siempre en el pecho de su padre.
Que con delicadeza lo había descendido ahora para abandonarlo.
Se puso de pie sobre el balcón angosto y escuchó
y todas las estrellas arriba cantaron como en su infancia
“Todo, todo es vanidad”, pero ya no era lo mismo;
porque ahora las palabras cayeron como el sosiego de las montañas
—Natanael fue tímido por ser su amor egoísta
—pero ahora gritó, transportado y vencido,
“La divinidad se ha roto como un pan. Nosotros somos los pedazos”.
Y se sentó en su escritorio y escribió una historia.