27 de septiembre de 2014
El manuscrito
de Petrarca
Inclinado
sobre el cristal de la vitrina,
igual
que me inclinaba sobre el fuego.
Hay
un libro abierto hace siglos:
en
cada renglón dos endecasílabos
seguidos
escritos
con pluma de oca.
Pensamientos
y suspiros
en
duros caracteres.
No
los inciertos signos
que
fabrica la naturaleza.
Vi a las Musas
Sobre
la colina
ciertamente
vi a las Musas
colgadas
entre las hojas.
Entonces
vi a las Musas
entre
las largas hojas de las encinas
comer
bellotas y bayas.
Vi
a las Musas sobre una encina
secular
donde graznaban.
Maravillado
mi corazón
preguntó
a mi corazón maravillado:
dije
a mi corazón la maravilla.
Visita a los
etruscos
No
quisieron rosas sobre las lápidas
sino
vísceras
y
alrededor juegos para adultos.
Resguardaron
su infierno
del
sol y del viento salado,
y
se encerraron como dentro de un gallinero.
En
la tumba de fosa,
estrecha
cámara de amor,
centellean
los ojos astutos,
el
cetro bermejo
y
los glúteos del hermafrodita.
Il manoscritto
di Petrarca
Piegato
sul vetro della teca
come
mi piegavo sul fuoco.
C´è
un libro aperto da secoli.
Ci
sono scritti con la penna d’oca
in
ogni riga due endecasillabi
di
seguito. Pensieri e sospiri
in
caratteri duri,
non
gli incerti segni
che
fabbrica la natura.
Vidi le Muse
Sulla
collina
io
certo vidi le Muse
appollaiate
tra le foglie.
Io
vidi allora le Muse
tra
le foglie larghe delle querce
mangiare
ghiande e coccole.
Vidi
le Muse su una quercia
secolare
che gracchiavano.
Meravigliato
il mio cuore
chiesi
al mio cuore meravigliato
io
dissi al mio cuore la meraviglia.
Visita agli
etruschi
Non
vollero rose sulle mense
ma
pasti sanguigni
e
intorno giuochi per adulti.
Ripararono
il loro inferno
dal
sole e dal vento salato,
vi
si taparonno come dentro un pollaio.
Nella
fossa di tufo,
stretta
camera d’amore,
scintillano
gli occhi furbi,
lo
scetro vermiglio,
e
i glutei del manfiorita.
Versiones: Pedro Marqués de Armas
25 de septiembre de 2014
Cristina Garcia Rodés
VEDASPACE
Irene te invita a café
A mi derecha la máquina de escribir, ladeada para que no
ocupe espacio y se haga notar. En ella la hoja en blanco que pide a gritos el
masaje continuo y excitante que, como mínimo dos horas diarias recibe el resto
de sus compañeras.
No dejo de mirarla. Me tienta su virginidad, la sutil
provocación: a pesar de ser mi presa, entre el rodillo y la barra sujeta papel,
se relaja, reclina y amolda entre ambos.
Insiste, me sigue tentando. Logro desviar la mirada en el
cenicero de mi izquierda –amarillo, áureo resplandor que entorpece la visión
del resto de mi cercano panorama-. Gustosamente redondo y cóncavo en
superficie. Tan sólo una estrofa de cuyos versos aún no he conseguido esta lúcida
mañana, desgranar significado alguno:
“Absurdo mi silencio,
te lo cuento:
las formas no son tales,
son pretextos.
Te veo:
Eres uno de ellos…”
Ciertamente absurdo, quizás por ello lo escribí, hace ya dos
noches, sumergida en no sé qué mundo, tal vez se haya inventado para mí, sin
ninguna explicación lógica. ¿Acaso alguien tiene hoy explicaciones lógicas
sobre algo? Y… ¿para quiénes?
De nuevo la Venus revestida en moldes de plástico. Sigue
ahí, desafiante, mientras me apunta la palanca de interlineación. Consigue
turbarme, cincuenta ojos acecha y uno de ellos vale por quince. Me rindo y
enciendo un cigarrillo, me dispongo sobre mi joven e ilusa virgen, como si de
una ofrenda de los Dioses mismos se tratara…
Clic, clac, clic, clac: bienvenidos al café de Solsona.
Situado estratégicamente a cinco minutos de la facultad de bellas artes, tal
vez a quince de la galería, patrimonio de no qué banco.
La verdad, últimamente sólo me fijo en el galerista y en la
cronología de las obras expuestas, mirando de asociar acontecimientos de una
época que pudieron motivar al autor a reflejar la locura, calma, muerte o
belleza. Intentaba conocer y comprender el cuadro, más allá de lo que los
libros me pudieran ilustrar.
Aparentemente humilde, con necesidad de alguna reforma, como
instalar un servicio de señoras ya que son diarios los farfulleos de los
clientes sobre la puntería de algunos de los que aquí concurren.
Una fría barra de mármol. Tazas de café esperan su turno,
dispuestas de azucarillo, cucharilla y plato desconchado. Otras tantas aguardan
amontonadas en el fregadero. En una de estas descubro el carmín reseco de unos
labios.
Son las seis y media, hora punta en la tarde. El espacio
reservado para camareros, se pierde entre la multitud de codo, carpetas,
paquetes de tabaco y servilletas estrujadas que no han sido más que la
diversión de un crío, que no paró hasta que mamá le llamó la atención o
simplemente se terminó la carga del servilletero.
Encajan de forma que casi resulta esotérica su presencia en
este lugar. Algún que otro intelecto, cazador de musas, bohemio sediento de
tertulias de viejo café… y así continuaría mentando tipos de hombres y mujeres
que frecuentas lugares como este –más de pompa, unos, otros de lo más austero
rozando lo ordinario- en busca de aquellos tipos decadentes, antihéroes,
bellezas soterradas, almas en pena… que complementan el suyo.
En un círculo de ambigüedades, frustraciones y demás dilemas
existenciales, no se conforman con el “yo soy de tal modo” sino que intentan
fundirse como un “tú eres de tal otro”, para compensar su inhibición en un
“observo y aprendo”.
La abuela de mirada gris, toda ella una pincelada decadente,
guarda, en unas manos agasajadas, unos paquetes de cigarrillos. El celofán que
los envuelve está húmedo y opaco por el transpirar de sus manos, desvaídas por
los años, el frío y la pobreza.
Escenas como éstas se producían a menudo, quizás demasiado a
menudo, pero tenían un matiz romántico y crudo a la vez. Era una perfecta
armonía de contrarios como todo lo que sucede, observa, comenta, discute, entra
y sale de este café.
Heráclito afirmó que tal armonía era engendrada por la
discordia, la diversidad de temas, educación, clase y carácter de cada uno de
los sujetos. Accidentales o clientes, bien podrían ser la causa de una tercera
guerra mundial. ¿No hubo ya una segunda… y quién sabe si por razones parecidas?
La armonía de todo lo que sucede, comenta, discute, entra y
sale de este café reside en que a la hora de observar, discutir, entrar o
salir, todos coinciden en el viejo Café de Solsona.
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24 de septiembre de 2014
Daniil Kharms
Sinfonía número 2
Anton Mikhilovich escupió y dijo:
"¡hugh!", otra vez escupió y dijo: "¡hugh!"; volvió a
escupir y otra vez dijo: "¡hugh!"; y luego desapareció. ¡Al diablo
con él! En lugar de él déjenme hablarles de Ilya Pavlovich.
Ilya Pavlovich nació en 1893 en Constantinopla. Cuando apenas era un niño su
familia se mudó a San Petersburgo, donde se graduó en la Escuela Alemana
ubicada en la calle Kirchnaya. Luego trabajó en una tienda y después en alguna
otra cosa. Cuando empezó la Revolución él emigró. Bueno, ¡al diablo con él! En
su lugar, permítanme hablarles de Anna Ignatievna.
Pero no es fácil hablar de Anna Ignatievna; en primer lugar, porque no sé casi
nada sobre ella; y en segundo, porque me acabo de caer de la silla y se me ha
olvidado qué les iba a decir. Así es de que mejor les hablaré de mí.
Soy alto, razonablemente inteligente. Me visto con mesura y buen gusto. No
bebo, no apuesto en las carreras de caballos pero me gustan las damas. Y a las
damas yo no les importo. A ellas les gusta salir conmigo. Sarafima Izmaylovna
me ha invitado a su casa varias veces, y Zinaida Yakovlevna ha dicho que le
encantaría verme. Pero yo tuve un gracioso incidente con Marina Petrovna, del
cual quiero platicar. Fue un asunto muy ordinario pero algo divertido. Por mi
culpa Marina Petrovna perdió todo su cabello, quedó calva como nalga de bebé.
Sucedió así: cuando llegué a visitar a Marina Petrovna, ¡zas!, perdió todo su
cabello. Así como así.
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Kim Ki-taek
El chicle
Un chicle que alguien ha masticado y tirado.
Conserva claramente las huellas de los dientes.
Masa pequeña y redonda
que lleva arrugada en los pliegues de su pequeño cuerpo
huellas de dientes, grabadas
unas sobre otras y otras sin fin,
sin tirar ni borrar ninguna.
Dentro de esas innumerables huellas,
ahora vive en silencio sus horas de fósil.
Aunque ha sido machacado una y otra vez
con la fuerza que desgarra la carne y destroza la fruta,
no ha terminado de machacarse
y menos todavía se ha desgarrado ni destrozado.
Su tacto suave como la piel,
su textura elástica como la carne,
y su blanda flexibilidad de brazos y piernas que resisten
(bajo los dientes
despiertan los lejanos recuerdos de carnicerías olvidadas.
El chicle ha jugado con esa sangre, esa carne y ese hedor,
Ha soportado en su cuerpo
todo el instinto asesino y la hostilidad inscriptos en los
(dientes desde el inicio del mundo.
Después de que trituraron, molieron y aplastaron todo
(lo que quisieron,
los dientes se agotaron primero
y dejaron irse al chicle a pesar suyo.
El crematorio
La chimenea tiene colgado un humo amarillento.
Para no desprenderse de la chimenea
para no convertirse en aire,
el humo se aferra fuertemente
con sus dedos gaseosos.
Se agita como una bufanda
en el cuello de la chimenea,
que tiene un gran vacío en lugar de cabeza.
Aunque ha estado todo el día absorbiendo en lo oscuro
(y largo agujero
con la cabeza metida en la bocaza de la chimenea,
el humo sigue en su lugar
sin que haya engordado ni engordado en lo más mínimo.
Cuando termina un llanto, empieza un nuevo plañido,
cuando parte un coche fúnebre, llega otro nuevo,
el humo sigue fuertemente aferrado como una chimenea
(clavada en el suelo.
Un chicle que alguien ha masticado y tirado.
Conserva claramente las huellas de los dientes.
Masa pequeña y redonda
que lleva arrugada en los pliegues de su pequeño cuerpo
huellas de dientes, grabadas
unas sobre otras y otras sin fin,
sin tirar ni borrar ninguna.
Dentro de esas innumerables huellas,
ahora vive en silencio sus horas de fósil.
Aunque ha sido machacado una y otra vez
con la fuerza que desgarra la carne y destroza la fruta,
no ha terminado de machacarse
y menos todavía se ha desgarrado ni destrozado.
Su tacto suave como la piel,
su textura elástica como la carne,
y su blanda flexibilidad de brazos y piernas que resisten
(bajo los dientes
despiertan los lejanos recuerdos de carnicerías olvidadas.
El chicle ha jugado con esa sangre, esa carne y ese hedor,
Ha soportado en su cuerpo
todo el instinto asesino y la hostilidad inscriptos en los
(dientes desde el inicio del mundo.
Después de que trituraron, molieron y aplastaron todo
(lo que quisieron,
los dientes se agotaron primero
y dejaron irse al chicle a pesar suyo.
El crematorio
La chimenea tiene colgado un humo amarillento.
Para no desprenderse de la chimenea
para no convertirse en aire,
el humo se aferra fuertemente
con sus dedos gaseosos.
Se agita como una bufanda
en el cuello de la chimenea,
que tiene un gran vacío en lugar de cabeza.
Aunque ha estado todo el día absorbiendo en lo oscuro
(y largo agujero
con la cabeza metida en la bocaza de la chimenea,
el humo sigue en su lugar
sin que haya engordado ni engordado en lo más mínimo.
Cuando termina un llanto, empieza un nuevo plañido,
cuando parte un coche fúnebre, llega otro nuevo,
el humo sigue fuertemente aferrado como una chimenea
(clavada en el suelo.
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19 de septiembre de 2014
Anne Carson
Entonces 3
Piensa en Jane Wells. El papel
que tiene en la mano es una carta de Rebecca West, la amante de su esposo. Su
esposo, H. G. Wells, socialista del sexo, quería que sus mujeres se
aceptaran/las unas a las otras. Había muchas de tales mujeres. Jane estaba al
tanto de/sus idas y venidas, a veces las invitaba a tomar té, les enviaba
telegramas de felicitación cuando daban a luz a los hijos bastardos de H. G., y
recibía sus notas de solidaridad al enfermarse. “Qué indispuesta ha estado
usted… Cómo lo siento… Me alegra que…”, le escribió Rebecca West. Me pregunto
por cuánto tiempo estuvo Jane Wells estudiando esta carta antes de tomar el
lápiz y añadirle algunos subrayados apenas visibles y signos de exclamación que
la volvieron un/documento distinto. Me pregunto también por qué lo hizo. Es muy
poco probable que esperara que otra persona alguna vez leyera aquella hoja.
Pero hubo consideraciones de privacidad y precisión que la movieron a pulirla
en cierta forma, a dejar registro de su estado de ánimo, a balbucir en el papel
la falsedad de las frases
de aquella otra mujer.
“La Franqueza—mi Guía—es el único
ardid”, escribió Emily Dickinson. (Carta a T. W. Higginson, febrero de 1876.)
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17 de septiembre de 2014
Wislawa Szymborska
Alabanza a los sueños
En mis sueños
pinto como Vermeer van Delft.
Hablo fluidamente griego
y no sólo con los vivos.
Conduzco un auto
que me obedece.
Tengo talento,
escribo poemas largos, grandiosos.
Escucho voces
no menos que los grandes santos.
Se sorprenderían
de mi virtuosismo en el piano.
Floto en el aire como se debe,
es decir, por mí misma.
Si caigo del techo
puedo aterrizar suavemente en el verde césped.
No me es difícil
respirar bajo el agua.
No me puedo quejar:
he logrado descubrir la Atlántida.
Me complace que justo antes de morir
siempre me las arreglo para despertar.
Inmediatamente tras el estallido de la guerra
me vuelvo a mi lado favorito.
Soy, mas no necesito ser,
hija de mi tiempo.
Hace unos pocos años
vi dos soles.
Y antes de ayer un pingüino,
con toda claridad.
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16 de septiembre de 2014
Nelson Simón (1965)
Ultimo poema de amor
"Ya nunca más podré escribir un poema de amor..." Hoy
12 de noviembre, casi en la madrugada, bajo el silencio
que dilata mi casa, escribo estas palabras con
asombrosa serenidad. Miro el paisaje, el trozo de ciudad
que descansa en la ventana. Me vacío de todo
mientras recoges pertenencias: camisas, un cepillo, sentimientos,
cosas pequeñas que, de repente, perdieron su valor. Los últimos días
de la juventud se han ido y solo los poetas jóvenes
pueden escribir un poema de amor. En la mesa quedan
migajas de pan que las hormigas devorarán
como a un cadáver. Hablo de la esterilidad, de la casa,
el transeúnte o los ácidos frutos. Las palabras
se vuelven esquivas y filosas cuando intento escribir
otro poema de amor. Quizás el último. Es 12 de noviembre,
casi de madrugada, y hay en todo una rara paz
que no comprendo.
"Ya nunca más podré escribir un poema de amor..." Hoy
12 de noviembre, casi en la madrugada, bajo el silencio
que dilata mi casa, escribo estas palabras con
asombrosa serenidad. Miro el paisaje, el trozo de ciudad
que descansa en la ventana. Me vacío de todo
mientras recoges pertenencias: camisas, un cepillo, sentimientos,
cosas pequeñas que, de repente, perdieron su valor. Los últimos días
de la juventud se han ido y solo los poetas jóvenes
pueden escribir un poema de amor. En la mesa quedan
migajas de pan que las hormigas devorarán
como a un cadáver. Hablo de la esterilidad, de la casa,
el transeúnte o los ácidos frutos. Las palabras
se vuelven esquivas y filosas cuando intento escribir
otro poema de amor. Quizás el último. Es 12 de noviembre,
casi de madrugada, y hay en todo una rara paz
que no comprendo.
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Robert Frost
Miedo a la casa
Siempre - te aseguro que ellos aprendieron esto -
siempre en la noche cuando regresaban
de lejos a la casa solitaria
con lámparas sin luz y fuego hecho cenizas,
aprendieron a traquetear la cerradura
para darle a cualquier cosa que pudiera haber
advertencia y tiempo para que se fuera al vuelo:
y al preferir la noche afuera y no encerrados,
aprendieron a dejar abierta la puerta
hasta haber encendido la lámpara allá dentro.
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14 de septiembre de 2014
Varlam Shalámov
El ataque
La pared se balanceó, y una
conocida y dulzona sensación de náusea inundó mi garganta. La cerilla quemada en
el suelo pasó flotando por milésima vez ante mis ojos. Alargué la mano para
agarrar aquella inoportuna cerilla, pero desapareció; dejé de ver. El mundo aún
no me había abandonado del todo: allí en el bulevar aún se oía una voz, la voz
lejana e insistente de la enfermera. Luego vi pasar velozmente unas batas, la
esquina de una casa, el cielo estrellado, surgió una enorme tortuga gris, sus
ojos brillaban indiferentes; alguien le había roto un costado del caparazón, y yo
me introduje en algo que parecía una cueva, sujetándome con los dedos e impulsándome
con los brazos, confiando solo en mis manos.
Recuerdo unos dedos ajenos
insistentes que me recostaban con habilidad la cabeza y los hombros sobre una
cama. Todo permaneció en silencio y yo me quedé a solas con alguien enorme,
parecido a un Gulliver. Yacía sobre una tabla, como un insecto, y alguien me
observaba atentamente, me miraba con una lupa. Yo me daba la vuelta y la
pavorosa lupa seguía mis movimientos. Me retorcía bajo el monstruoso cristal. Y
solo cuando los enfermeros me trasladaron a la cama del hospital y me alcanzó
la beatífica calma de la soledad, comprendí que la lupa de Gulliver no era
fruto de una pesadilla, sino que eran las gafas del médico. El hecho me alegró
indeciblemente.
Me dolía la cabeza, me daba
vueltas al menor movimiento y era imposible pensar, solo podía recordar, y
viejas y espantosas escenas empezaron a aparecérseme como imágenes de una
película de cine mudo con figuras en blanco y negro. La náusea dulzona, parecida
a la de la anestesia con éter, no se me pasaba. Me resultaba conocida y ahora
había descifrado esta primera sensación.
Recordé como, hace muchos
años, en el Norte, después de trabajar seis meses sin descanso, nos dieron por
primera vez un día de fiesta. Todos querían quedarse tumbados, sin hacer nada,
sin remendar la ropa, sin moverse... Pero nos sacaron a todos de los barracones
y nos mandaron a por leña. A ocho kilómetros del poblado se estaba talando un
bosque; había que elegir un tronco adecuado a tus fuerzas y llevarlo hasta el
campo. Decidí ir en otra dirección;
a unos dos kilómetros de allí
había viejas pilas de madera entre las que podría encontrar el tronco
apropiado. Ascender por la montaña era duro, y cuando alcancé la pila de leña
resultó que no quedaba ningún tronco liviano. Más arriba negreaban unas pilas
derruidas de leña, de modo que subí hasta ellas. Aquí los troncos eran finos,
pero sus puntas se hallaban enterradas bajo la leña y no tuve la fuerza suficiente
para arrancar ninguno. Lo intenté varias veces y finalmente quedé agotado. Sin
embargo, no podía regresar sin leña y, reuniendo mis últimas fuerzas, trepé aún
más arriba hacia otra pila cubierta por la nieve. Escarbé largo rato la
esponjosa y crujiente nieve con pies y manos, y finalmente arranqué uno de los
troncos. Pero el madero resultó demasiado pesado. Me quité del cuello la toalla
sucia que me servía de bufanda y, tras atarla a la parte superior del tronco, lo
arrastré hacia abajo. El tronco daba saltos y me golpeaba en las piernas. A
veces se me escapaba y corría pendiente abajo más rápido que yo. Se enganchaba
entre los arbustos de stlánik, o se clavaba en la nieve, y yo me
arrastraba hasta él y lo obligaba a ponerse de nuevo en movimiento. Aún estaba
en lo alto de la montaña cuando descubrí que ya oscurecía. Comprendí que habían
pasado muchas horas, y el camino hacia el poblado y el campo quedaba muy lejos.
Tiré de la bufanda y el tronco de nuevo se deslizó hacia abajo dando saltos.
Saqué el tronco al camino. El bosque se balanceó ante mis ojos y la garganta se
me llenó de una náusea dulzona; recobré el conocimiento en la garita del
gruista de la mina; este me frotaba las manos y la cabeza con la punzante
nieve.
Todo esto se me aparecía ahora
en la pared del hospital. Pero en lugar del gruista, quien me sujetaba la mano
era el médico. El aparato Riva-Rocci para medir la presión sanguínea estaba
allí al lado. Y yo, al comprender que no me encontraba en el Norte, me alegré.
— ¿Dónde estoy?
—En el Instituto de
Neurología.
El médico me hacía algunas
preguntas. Y yo le contestaba con dificultad. Quería estar solo. Los recuerdos
no me daban miedo.
1960
Traducción: Ricardo San
Vicente
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"La gracia me llegó en forma de gato"
Por Juan Gelman
“La gracia me llegó en forma de gato”, anotó William Burroughs en sus diarios finales; especialmente en forma de Riski, su preferido. El ídolo de los beatniks quería bastante menos a los seres humanos, pensaba que el amor “es mayormente un fraude, una mescolanza de sexo y sentimentalismo que ha sido sistemáticamente vulgarizada y degradada por el virus del poder”. Estos diarios no son el canto del cisne de un gran heterodoxo: más bien dan testimonio de las imposiciones de la vejez, como “Qué es el mundo”, el poema que Beckett escribiera un año antes de morir. El título de los diarios, publicados en el 2000, es sin duda adecuado: “Last words”. Hace además referencia a la fascinación del autor de El almuerzo desnudo por el delirio terminal del gangster Dutch Schultz –rigurosamente transcripto por un taquígrafo de la policía– que lo llevó a crear un guión cinematográfico sobre el tema. Felinos aparte, en estas páginas abundan otras entidades no humanas, demonios, extraterrestres que él no ve y espíritus de diversa especie que sí ve.
“Una vez pregunté en un sueño a un espíritu maligno italiano “¿quién eres?” Y él se reía y se reía, y siguió riéndose en una laguna oscura de mármol contra un decorado italiano y era deliciosamente maligno”, apunta quien compusiera Yonquis, ese cuasi tratado sobre la drogadicción. Burroughs había regresado a la ingesta de drogas a los 63 de edad, luego de 18 años de abstinencia. James Grauerhotlz, editor y prologuista de los diarios, describe la vida cotidiana de Burroughs entonces y hasta su muerte en 1997. Habitaba una cabaña de dos ambientes en Lawrence, Kansas, con rosales en el porche y una etiqueta en la puerta que informaba de la presencia de gatos en el interior que debían ser salvados en caso de emergencia. Comenzaba la mañana con una inyección de metadona y un desayuno suculento. Después de mediodía practicaba tiro al blanco con pistola y cuchillo. El tiempo de los tragos llegaba a las 15.30 en punto y solía trabajar en sus diarios hasta la cena con amigos. Se acostaba a las 9 de la noche, no sin antes hacer una ronda alrededor de la cabaña pistola al cinto.
Burroughs había cambiado. Atrás quedaban las larguísimas tenidas de droga y alcohol. En una de ellas –es notorio– mató a su mujer cuando trataba de partir con un tiro la manzana que ella tenía sobre la cabeza. Sucedió en México y en estos diarios afirma que equivocó el disparo porque estaba poseído por “El Espíritu Feo”. Consigna que se comunica con los muertos, fabrica conjuros, opera una “máquina deseante” que le permite el acceso a una suerte de soñar despierto, reconoce espíritus que lo protegen y demonios que lo asaltan. Estos raptos de ocultismo y magia negra alternan con las expresiones de odio que propina a humanistas negadores de otras dimensiones y a la irracionalidad de un mundo que usa el disfraz de la razón. Burroughs tenía conciencia plena de los campos de concentración, del racismo y la censura, de las seguridades que deshumanizan. Su obra, como la de Daumier o Goya, es una sátira violenta contra el autoritarismo y una parodia de los amantes y ocupantes del poder.
Burroughs precisó estas posiciones en una entrevista radiofónica que Eric Mottram le hiciera para la BBC de Londres en 1964 con motivo de la prohibición de sus libros. “El virus del poder –dijo el autor de Nova Express– se manifiesta a sí mismo de muchas maneras. En la construcción de armas nucleares, en prácticamente todos los sistemas existentes que procuran anular la libertad interior, es decir, controlarla. Se manifiesta en la extrema sordidez de la vida diaria en los países occidentales. Se manifiesta en la fealdad y la vulgaridad que vemos en las personas y se manifiesta, por supuesto, en las enfermedades causadas por el virus. Por otra parte, los que resisten están en todas partes, pertenecen a todas las razas y naciones. El que resiste puede ser definido simplemente como un individuo que tiene conciencia del enemigo, de sus métodos operativos, y que está empeñado activamente en combatir a ese enemigo.” Bush hijo incluiría a Burroughs en la lista de terroristas más buscados.
La escritura de estos diarios es similar a la de sus novelas, en las que se entrecruzan sueños, fragmentos de relatos en borrador, citas propias y de otros autores, frases de periódicos y revistas, versos de viejas canciones, ideas que aparecen al correr del pensamiento, párrafos de cartas a los amigos carentes de todo contexto personal. Es la técnica del “cut-up” –“cut and paste”, se diría en lenguaje cibernético– o del collage, tan empleada en la pintura. Burroughs grababa al azar ese material aparentemente inconexo, escuchaba luego la cinta y la detenía en un punto para pasar a máquina una frase o varias. El segundo paso consistía en componer un texto doblando una de las páginas mecanografiadas e instalando la mitad en otra página “con la intención de alterar y expandir estados de conciencia en uno mismo y también en los lectores”. Decía que las palabras “están vivas como animales, no les gusta que las enjaulen. Corten las páginas y dejen a las palabras en libertad”.
La obra de Burroughs fue muy criticada y aun atacada –censurada además– por su exposición sin tapujos del sexo, el alcoholismo y la drogadicción. Anthony Burgess fue uno de los pocos que descubrieron muy temprano su naturaleza innovadora: “Si algún escritor hay que puede reanimar una forma agotada y mostrarnos lo que todavía es posible hacer con una lengua que Joyce pareció exprimir hasta dejarla seca, ése es William Burroughs”. El que amaba a los gatos.
“La gracia me llegó en forma de gato”, anotó William Burroughs en sus diarios finales; especialmente en forma de Riski, su preferido. El ídolo de los beatniks quería bastante menos a los seres humanos, pensaba que el amor “es mayormente un fraude, una mescolanza de sexo y sentimentalismo que ha sido sistemáticamente vulgarizada y degradada por el virus del poder”. Estos diarios no son el canto del cisne de un gran heterodoxo: más bien dan testimonio de las imposiciones de la vejez, como “Qué es el mundo”, el poema que Beckett escribiera un año antes de morir. El título de los diarios, publicados en el 2000, es sin duda adecuado: “Last words”. Hace además referencia a la fascinación del autor de El almuerzo desnudo por el delirio terminal del gangster Dutch Schultz –rigurosamente transcripto por un taquígrafo de la policía– que lo llevó a crear un guión cinematográfico sobre el tema. Felinos aparte, en estas páginas abundan otras entidades no humanas, demonios, extraterrestres que él no ve y espíritus de diversa especie que sí ve.
“Una vez pregunté en un sueño a un espíritu maligno italiano “¿quién eres?” Y él se reía y se reía, y siguió riéndose en una laguna oscura de mármol contra un decorado italiano y era deliciosamente maligno”, apunta quien compusiera Yonquis, ese cuasi tratado sobre la drogadicción. Burroughs había regresado a la ingesta de drogas a los 63 de edad, luego de 18 años de abstinencia. James Grauerhotlz, editor y prologuista de los diarios, describe la vida cotidiana de Burroughs entonces y hasta su muerte en 1997. Habitaba una cabaña de dos ambientes en Lawrence, Kansas, con rosales en el porche y una etiqueta en la puerta que informaba de la presencia de gatos en el interior que debían ser salvados en caso de emergencia. Comenzaba la mañana con una inyección de metadona y un desayuno suculento. Después de mediodía practicaba tiro al blanco con pistola y cuchillo. El tiempo de los tragos llegaba a las 15.30 en punto y solía trabajar en sus diarios hasta la cena con amigos. Se acostaba a las 9 de la noche, no sin antes hacer una ronda alrededor de la cabaña pistola al cinto.
Burroughs había cambiado. Atrás quedaban las larguísimas tenidas de droga y alcohol. En una de ellas –es notorio– mató a su mujer cuando trataba de partir con un tiro la manzana que ella tenía sobre la cabeza. Sucedió en México y en estos diarios afirma que equivocó el disparo porque estaba poseído por “El Espíritu Feo”. Consigna que se comunica con los muertos, fabrica conjuros, opera una “máquina deseante” que le permite el acceso a una suerte de soñar despierto, reconoce espíritus que lo protegen y demonios que lo asaltan. Estos raptos de ocultismo y magia negra alternan con las expresiones de odio que propina a humanistas negadores de otras dimensiones y a la irracionalidad de un mundo que usa el disfraz de la razón. Burroughs tenía conciencia plena de los campos de concentración, del racismo y la censura, de las seguridades que deshumanizan. Su obra, como la de Daumier o Goya, es una sátira violenta contra el autoritarismo y una parodia de los amantes y ocupantes del poder.
Burroughs precisó estas posiciones en una entrevista radiofónica que Eric Mottram le hiciera para la BBC de Londres en 1964 con motivo de la prohibición de sus libros. “El virus del poder –dijo el autor de Nova Express– se manifiesta a sí mismo de muchas maneras. En la construcción de armas nucleares, en prácticamente todos los sistemas existentes que procuran anular la libertad interior, es decir, controlarla. Se manifiesta en la extrema sordidez de la vida diaria en los países occidentales. Se manifiesta en la fealdad y la vulgaridad que vemos en las personas y se manifiesta, por supuesto, en las enfermedades causadas por el virus. Por otra parte, los que resisten están en todas partes, pertenecen a todas las razas y naciones. El que resiste puede ser definido simplemente como un individuo que tiene conciencia del enemigo, de sus métodos operativos, y que está empeñado activamente en combatir a ese enemigo.” Bush hijo incluiría a Burroughs en la lista de terroristas más buscados.
La escritura de estos diarios es similar a la de sus novelas, en las que se entrecruzan sueños, fragmentos de relatos en borrador, citas propias y de otros autores, frases de periódicos y revistas, versos de viejas canciones, ideas que aparecen al correr del pensamiento, párrafos de cartas a los amigos carentes de todo contexto personal. Es la técnica del “cut-up” –“cut and paste”, se diría en lenguaje cibernético– o del collage, tan empleada en la pintura. Burroughs grababa al azar ese material aparentemente inconexo, escuchaba luego la cinta y la detenía en un punto para pasar a máquina una frase o varias. El segundo paso consistía en componer un texto doblando una de las páginas mecanografiadas e instalando la mitad en otra página “con la intención de alterar y expandir estados de conciencia en uno mismo y también en los lectores”. Decía que las palabras “están vivas como animales, no les gusta que las enjaulen. Corten las páginas y dejen a las palabras en libertad”.
La obra de Burroughs fue muy criticada y aun atacada –censurada además– por su exposición sin tapujos del sexo, el alcoholismo y la drogadicción. Anthony Burgess fue uno de los pocos que descubrieron muy temprano su naturaleza innovadora: “Si algún escritor hay que puede reanimar una forma agotada y mostrarnos lo que todavía es posible hacer con una lengua que Joyce pareció exprimir hasta dejarla seca, ése es William Burroughs”. El que amaba a los gatos.
Lo vi en un encuentro internacional de poesía que tuvo lugar en Roma a fines de los años ‘70. Menudo, delgado, con sombrero panamá, impecable traje gris, camisa blanca, corbata al tono y coca-cola en mano, pasaba entre los asistentes de manera inadvertida, casi sigilosa. Recordé las impresiones de Paul Bowles cuando en 1961 Burroughs lo visitó en su lecho de enfermo en Tánger: “Su figura era tan tenue que su presencia en la habitación era incierta”.
Fuente: El Ortiba
Publicado por D.L. en 13:29 0 comentarios
4 de septiembre de 2014
Adrienne Rich
Cartografías del Silencio
1
Una conversación empieza
con una mentira. Y cada
interlocutor de ese supuesto lenguaje común
siente la partición del témpano, el separarse
como con impotencia, como enfrentándose
a una fuerza de la naturaleza
Un poema puede empezar
con una mentira. Y romperse.
Una conversación tiene otras leyes
se recarga con su propia
falsa energía, no se puede romper.
Se infiltra en nuestra sangre. Se repite.
Talla con su estilete sin retorno
la soledad que niega.
2
La emisora de música clásica
suena en el departamento hora tras hora
levantar, levantar
y levantar el teléfono de nuevo
Las sílabas que pronuncian
una y otra vez el viejo guión
La soledad del mentiroso
que vive en la red formal de la mentira
girando el dial para ahogar el terror
debajo de la palabra no dicha.
3
La tecnología del silencio
los rituales, la etiqueta
la confusión de los términos
silencio y no ausencia
de palabras o música o hasta
sonidos en bruto
El silencio puede ser un plan
ejecutado con rigor
la copia heliográfica de una vida
Es una presencia
tiene una historia y una forma
No lo confundas
con cualquier clase de ausencia
4
Qué tranquilas, qué inofensivas empiezan
a parecerme estas palabras
aunque comenzaron con pena y enojo
Puedo atravesar esta película de lo abstracto
sin lastimarme, ni a vos
acá hay dolor suficiente
¿Por eso transmite la emisora de música clásica o de jazz?
¿Para darle una razón de ser a nuestro dolor?
5
El silencio se desnuda:
En la Pasión de Juana de Dreyer
la cara de Falconetti, el pelo rapado, una gran geografía
escrutada en silencio por la cámara
Si hubiese una poesía donde esto pudiese ocurrir
no como espacio en blanco ni como palabras
ajustadas igual que una piel sobre los significados
sino como el silencio que cae al final
de una noche que dos personas pasaron
hablando hasta el amanecer.
6
El grito
de una voz ilegítima
Ha dejado de escucharse, por ende
se pregunta a sí mismo
¿Cómo es que existo?
Éste era el silencio que quería romper en vos
Tenía preguntas pero no ibas a responder
Tenía respuestas pero no podías usarlas
Esto es inútil para vos y quizás para los otros.
7
Era un asunto viejo hasta para mí:
El lenguaje no lo puede todo -
Anótalo con tiza en las paredes de los mausoleos
donde yacen los poetas muertos
Si el poema pudiera transformarse
a voluntad del poeta en una cosa
Un ala de mármol al descubierto, una cabeza en alto
radiante de rocío
Si simplemente pudiera mirarte a la cara
con los ojos desnudos, sin dejarte dar vuelta
hasta que vos, y yo que deseo hacer esto,
fuéramos iluminados al fin por su mirada.
8
No. Déjame tener esta tierra,
estas nubes pálidas demorándose amargamente, estas palabras
moviéndose con precisión feroz
como los dedos de un niño ciego
o la boca del recién nacido
violenta de hambre
Nadie puede darme, hace mucho
adopté este método
Así como el grano se vuelca de la bolsa de red
o la llama de bunsen que se volvió baja y azul
Si cada tanto envidio
las anunciaciones puras a simple vista
La visión beatifica
Si cada tanto quiero volverme
como el hierofante eleusino
que sostiene una simple espiga de cereal
Para el regreso al mundo concreto e incesante
lo que sigo eligiendo, de hecho,
son estas palabras, estos susurros, conversaciones
de las que una y otra vez despunta verde y húmeda la verdad.
1
Una conversación empieza
con una mentira. Y cada
interlocutor de ese supuesto lenguaje común
siente la partición del témpano, el separarse
como con impotencia, como enfrentándose
a una fuerza de la naturaleza
Un poema puede empezar
con una mentira. Y romperse.
Una conversación tiene otras leyes
se recarga con su propia
falsa energía, no se puede romper.
Se infiltra en nuestra sangre. Se repite.
Talla con su estilete sin retorno
la soledad que niega.
2
La emisora de música clásica
suena en el departamento hora tras hora
levantar, levantar
y levantar el teléfono de nuevo
Las sílabas que pronuncian
una y otra vez el viejo guión
La soledad del mentiroso
que vive en la red formal de la mentira
girando el dial para ahogar el terror
debajo de la palabra no dicha.
3
La tecnología del silencio
los rituales, la etiqueta
la confusión de los términos
silencio y no ausencia
de palabras o música o hasta
sonidos en bruto
El silencio puede ser un plan
ejecutado con rigor
la copia heliográfica de una vida
Es una presencia
tiene una historia y una forma
No lo confundas
con cualquier clase de ausencia
4
Qué tranquilas, qué inofensivas empiezan
a parecerme estas palabras
aunque comenzaron con pena y enojo
Puedo atravesar esta película de lo abstracto
sin lastimarme, ni a vos
acá hay dolor suficiente
¿Por eso transmite la emisora de música clásica o de jazz?
¿Para darle una razón de ser a nuestro dolor?
5
El silencio se desnuda:
En la Pasión de Juana de Dreyer
la cara de Falconetti, el pelo rapado, una gran geografía
escrutada en silencio por la cámara
Si hubiese una poesía donde esto pudiese ocurrir
no como espacio en blanco ni como palabras
ajustadas igual que una piel sobre los significados
sino como el silencio que cae al final
de una noche que dos personas pasaron
hablando hasta el amanecer.
6
El grito
de una voz ilegítima
Ha dejado de escucharse, por ende
se pregunta a sí mismo
¿Cómo es que existo?
Éste era el silencio que quería romper en vos
Tenía preguntas pero no ibas a responder
Tenía respuestas pero no podías usarlas
Esto es inútil para vos y quizás para los otros.
7
Era un asunto viejo hasta para mí:
El lenguaje no lo puede todo -
Anótalo con tiza en las paredes de los mausoleos
donde yacen los poetas muertos
Si el poema pudiera transformarse
a voluntad del poeta en una cosa
Un ala de mármol al descubierto, una cabeza en alto
radiante de rocío
Si simplemente pudiera mirarte a la cara
con los ojos desnudos, sin dejarte dar vuelta
hasta que vos, y yo que deseo hacer esto,
fuéramos iluminados al fin por su mirada.
8
No. Déjame tener esta tierra,
estas nubes pálidas demorándose amargamente, estas palabras
moviéndose con precisión feroz
como los dedos de un niño ciego
o la boca del recién nacido
violenta de hambre
Nadie puede darme, hace mucho
adopté este método
Así como el grano se vuelca de la bolsa de red
o la llama de bunsen que se volvió baja y azul
Si cada tanto envidio
las anunciaciones puras a simple vista
La visión beatifica
Si cada tanto quiero volverme
como el hierofante eleusino
que sostiene una simple espiga de cereal
Para el regreso al mundo concreto e incesante
lo que sigo eligiendo, de hecho,
son estas palabras, estos susurros, conversaciones
de las que una y otra vez despunta verde y húmeda la verdad.
Publicado por D.L. en 21:27 0 comentarios
Caridad Atencio
En un destino
incierto
ser una
esencia
amarga
que renace
de sí.
"Siento
un cuchillo
junto
a una jaula,
y muy cerca,
una decisión”.
Cada día
la sandalia
es más
estrecha,
pero
el tacón
más alto.
Mis rodillas
se alejan
de sus cuerpos
de lija.
No queda
más
que atravesar
su sombra,
ornada
con la carga
irracional
del amor.
Publicado por D.L. en 20:47 0 comentarios
1 de septiembre de 2014
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