23 de enero de 2009

Marina Tsvetáieva



















Nostalgia del país natal, morboso ánimo
sobre el que hace tiempo lo sé todo.
Me es ya indiferente
dónde vivir sintiéndome sola,

por qué calles regresar a casa
con la compra del día,
a una casa tan poco mía
como un hospital o un barracón.

Poco me importa entre qué gente
he de sentirme prisionera,
quién me tendrá a su merced,
quien me ahuyentará, extranjera,

hacia mis afectos maltratados.
Como un oso sin guarida,
dónde sobrevivir, sin arraigo,
dónde humillarme, me da igual.

También de mi lengua materna
sé evitar la llamada de leche.
Qué me importa, pues, el idioma
en que no han de comprenderme los otros.

(El lector de toneladas de papel,
ese consumidor, ordeñador de bagatelas...)
Él es del siglo veinte; yo, en cambio,
soy de cualquier siglo.

Inerte como una viga abandonada
en la avenida al pie de un árbol,
todos y todo me dan igual
y tal vez menos que igual.

Lo que antes me era querido,
aquello que me marcaba - hechos,
fechas -se ha borrado:
alma sin brújula...

Mi país me ha arrojado tan lejos,
que un sabueso, creo, no percibiría,
ni pasando mi alma por un fino tamiz,
el menor rastro de mi nacimiento.

Todo me da igual, todo me es ajeno.
Templo o casa: extraño, vacío.
Pero si al borde del camino
viera alzarse un arbusto y fuera un serbal...



***


Amor


¿Alfange? ¿Fuego?

Más simple, sin tanto ruido.


Dolor familiar, con la palma a los ojos,

como a los labios el nombre

de un hijo.

No hay comentarios: