26 de junio de 2009

Gerardo Deniz










AMOR Y OXIDENTE

(fragmento)

Caía la tarde sobre aquel París de antaño;
cruzaban, lentos, la pasarela y encima del poniente
lució la estrella del pastor. Jorge Spero giró con elegancia
estrechando el talle de la sólida demi-vierge. Señaló con el índice y aspiró a fondo:
-Venus, planeta segundo,
gravita a dieciocho millones de leguas del sol.
(La joven Yclea, dulcemente, aprobaba; sonriendo
entornaba pestañas pajizas.) Un tren expreso
lanzado a velocidad de sesenta y tres millas por hora
tardaría siete años y medio en alcanzar aquel astro. Venus, insisto
-Jorge se enardecía-,‘
con una densidad de cuatro punto cincuenta y uno,
desplaza cada dieciséis minutos un volumen de once trillones
de toesas cúbicas; a Marte
-rozaba Yclea con ocho dedos la barandilla del puentedicho
expreso tardaría diecinueve años. -¿A Júpiter? -bisbiseó la hermosa
desfalleciente mientras el sabio, volviéndola sin ceremonia, le buscaba en el pecho.
-Cincuenta y dos años siete meses. ¿Saturno?
-¡Ciento cuatro años! -y amasaba salvajemente la teta diestra.
Yclea, mordiéndose los labios: -¿Neptuno?
-¡Quinientos veintinueve y veintiséis semanas!
(Spero se abalanzó. La joven bramó como un reno
pero logró poner los codos en el pretil y apretar ambos puños.) -¿A la Polar, entonces?
-¡Tres mil setecientos lustros! -y él, aferrado a las caderas,
embestía frenético por detrás, ropa contra la ropa, falda y miriñaques. -¿Aldebarán?
-¡Trescientos nueve siglos.? -¿Antares? -¡Ciento cuarenta
y ocho mil años! (Ella oscilaba con el amado
subido a su opulenta espalda
y pataleando al aire.) .-¿...Sirio? -los dientes rechinan.
-¡Seiscientos treinta y cuatro mil bisiestos! -Jorge se restregaba con violencia,
resoplaba en aquella nuca rubia.
Unos deshollinadores hicieron alto para mirar a los novios.
-¿Betelgeuse? -¿Cuál dices? -Betelgeuse. Alfa
Orionis, pues. -¡Dos millones dos
cientos mil
trimestres! -un académico los contemplaba distante a pocos pasos,
cruzando hacia el Instituto, espadín y bicornio;
Jorge, con un largo gemido, comenzó a resbalar
hasta que las puntas de sus botines tocaron de nuevo el suelo.
-¿Las Pléyades? -suspiró la bella con alivio, mirando aún hacia el río, por si acaso.
-Millón y pico... -ya él
se corregía el gorro, peinaba con languidez los pliegues de su capa
y ofrecía galantemente el brazo a la blonda noruega.
Creció la noche y en ella se perdieron, despacio, discretos.

Vuelta 128 / Julio de 1987


FECAL

a Doña Margarita Michelena


Tanta cosa como estudian, y nadie se interroga
por la mierda de los seres mitológicos.
¿Era ancha plasta la del Minotauro?
¿boñigo ovoide la de la Quimera?
¿Eran mixtas, acuosas, blancuzcas, como de ave
las deyecciones de la Hidra? ¿especialmente pestalocis
las de la Esfinge? ¿Fue estreñida Escila?
¿Qué aclarar, al respecto, de Tifón?
-si Nonno nos lo pinta melómano, entre otras cosas,
informa muy poco acerca de sus aguas mayores.

Fuentes, las eternas; los vasos, las inscripciones, la colección Teubner
y hay otras. Que perforar tarjetas. Paralelamente
convendría establecer el corpus de los coprolitos
encontrados en la cuenca mediterránea,
Asia Menor, el Euxino y aun Panticapea, por si acaso.
Ir, cada mañana, del manoseo respetuoso
al banco de datos, y viceversa.
Llevar un cedazo de Boas en la canana
y, mientras no se vea claro, buscarle funciones inéditas
con entremeses, postres y otros materiales no procesados.

Diréos, congéneres, lo que a mi juicio ocurrió
(y si los resultados de las investigaciones computadorizadas discrepan,
peor para las investigaciones computadorizadas):
los excrementos de cada uno de aquellos
entes abonaron parcelas del escribir clásico,
géneros nuevos brotaron en suelos feraces
diferencialmente, y así tuvimos tragedia y comedia,
épica y lírica, historia, elocuencia,
más la filosofía, cosecha inexhaurible.
Olfateando las clámides a distintos estilistas
-como esos conocedores que huelen los corchos del coñacpodría
conjeturarse, apostar.
-Ego, inquit, poeta sum...

Vuelta 189 / Agosto de 1992


CAMPESTRE

Como ya no la riñen por bellaca,
puedechapalear en el riachuelo.
Luego pliega una pierna al sol. No me ha visto,
despierto, a ras del musgo, revolviendo los ojos
con el fácil motu de la forma esférica.

Contemplo pie, huesito, rodilla (aún brusca) arriba;
vellos castaño claro por la tibia
(detrás el cielo azul),
arista escarpada, es un fresco otro mundo de sencilla flora
con globos de agua que atrapan al ínfimo intruso si los toca
-tensión superficial se llama este fenómenoo
ponen arcoíris -refracción- en su frente cuando trepa
asiéndose de tallos flexibles y encerados
(pesa tan poco que ella nada siente),
de gota en gota. Son muchas.
Tantas,
que me incorporaré sobre el codo, y con süave estilo-


Rómulo Augústulo

And after some more talk we agreed that the
wisdom of rats had been grossly overrated,
being in fact no greater than that of men.


Borré tan bien mis huellas
que nunca sabrán nada. Ya corre el siglo sexto,
mirando a la Propóntide un necio casó con una puta;
cosas que pasan. Ahora que me acaben de zurcir la tarde
y regrese despacio entre sombras de la Campania
(roída, sí, como piel de Plotino, por lava subterránea, salpicada
de enconos a los que ya no atiendo),
si alguien se pone otra vez a ponderar enormidades de soberanos
y g e n e r a l e s
con un brillo de envidia en los ojos de chivo,
le diré, con mi infancia presente y sin nombrarla,
que hará falta toda la estupidez de todos
para abrir otra era, enorme y delicada,
y que los poderosos no van hacer distintos
de quienes los erigen, los cuelgan, los restauran.
Esta piedra no estaba anoche en el camino.
¿La Kovalevskaya? Era una lógica.


Bruja


Lleno de respeto hacia las probabilidades,
considero a María Gaetena Agnesi como fea;
no obstante,
procederé como si fuera hermosa.

Fanciulla pedante trilingüe
-a cada palabra te arranco otro trapo-,
sabihonda sabrosa, presiento
por ciertas instituciones analíticas
que en materia de senos puedes todo.

Abajo tu hermana toca y canta a gritos
-Oh¡ Sophonisba, Sophonisba, Oh!-
mientras nos perseguimos voraces
caterwauling
por los tejados sublimes de Bolonia.

Pero has puesto el coseno bajo el seno,
por la tangente escapas. ¡Qué transvección, versiera!
Ya en la escoba eres un punto que dibuja
una onda frente a la luna.


TCL

nec plus quam minimum

La seca lluvia vertical continuaba,
ningún nacido de mujer había entrado nunca en la oficina,
decirle de prisa frases ambiguas, vejarlo y multarlo,
sellos amoratados, reglamentos, tubos de luz sanvito,
letras grandes en las ventanas decían algo al revés.
Afuera gris arriba, gris abajo.
Entonces el del escritorio de reclamaciones,
el que fue ascendido al otro día,
sacó un dedo por ver si amainaban las gotas ganchudas:
tal fue el clinamen.
La lluvia
con un estruendo de dominó ateo
se derrumbó en sí misma. Al rato
notaron que ya había un sol redondo,
nació suelo verdiazul bajo las nubes nuevas,
pasaban saurios, hordas, bergantines.
Fue la primera vez
que apagaron, cerraron y salieron.
La cajera, la gorda, se despidió gritando:
- ¡Mañana habrá causantes!


Gerardo Deniz nació en la ciudad de México, en 1970, con la publicación de Adrede (o tal vez dos años antes, al publicar "Tres poemas" en Diálogos, la revista de Ramón Xirau). Libro abundante en sorpresas verbales y no pocas dificultades, "que al principio nos confunden pero que avanzada la lectura aceptamos de pronto", según escribió Ulalume González de León, lectora excepcional de ese primer texto. A diferencia de la mayoría de los críticos que se han ocupado de su obra, considerándolo excéntrico y "de vanguardia", esta autora mostró que la poesía de Deniz se inscribe en la tradición poética de Occidente: la multirreferencialidad tiene la edad de la poesía, los poemas multilingües son de raíz medieval, la incorporación del lenguaje científico es parte de la vieja tendencia a ensanchar el vocabulario poético, etc. (Vuelta, agosto 1978). En su siguiente libro —Gatuperio, 1978— radicalizó sus recursos: una soberbia libertad de sintaxis, un continuo cambio de registros en su habla, una adjetivación insólita. Su humor apareció entonces en plenitud: irónico, sarcástico, negro en ocasiones, cruel cuando la situación lo amerita, un humor ácido, paródico, sumamente escatológico, siempre al servicio de la inteligencia. Sus blancos predilectos los enumeró, a propósito de su tercer libro (Europa, 1986), Aurelio Asiain: "La presunción vana de los poetas, la estupidez erudita, los delirios del pensamiento doctrinario, la mala fe de las buenas conciencias, el desamor, la hiel negra de las ciudades, las vejaciones de la burocracia, la naturaleza 'Sucia del ser humano'". En Picos pardos (1987) ensayó una suerte de poema novelesco, con un escenario reconocible y un tramo lógico y delirante a un tiempo. "Todo el arte puesto —escribió Eduardo Lizalde— al servicio de la literatura más admirablemente resistente; lo poético más magistral y voluntariamente mal manufacturado." A Picos pardos le seguirán Mansalva (1987), Grosso modo (1988), Amor y oxidente (1991), Mundonuevos (1991), Op. cit. (1992), Ton y son (1996) y Letritus (1996). A decir del novelista argentino César Aira, autor de un notable Diccionario de autores latinoamericanos, "lo más atractivo de su obra son los poemas largos, o series de poemas, en los que actúan y dialogan algún personaje histórico o literario y un interlocutor menos ubicable (el Capitán Novo y un tal señor Aronnox en Gatuperio, Comille Flomarion y un señor Spero en Amor y oxidente) en lo que terminan siendo verdaderas novelitas filosóficas pobladas de aventuras, que pueden releerse indefinidamente (porque nunca se las termina de entender), siempre con placer". Más tarde publicó un formidable libro de extraños relatos, Alebrijes (1992), el volumen de heterodoxos ensayos Anticuerpos (1998), el autobiográfico Paños menores (1999), una antología poética bilingüe: Poemas (2000), una original colección de poemas acompañados de sus respectivas exégesis: Visitas guiadas (2000) y Fosa escéptica (2002).

por Fernando García Ramírez (Tomado de Letras Libres, septiembre de 2004).

24 de junio de 2009

Salvador Novo


VIAJE

Los nopales nos sacan la lengua
pero los maizales por estaturas
con su copetito mal rapado
y su cuaderno debajo del brazo
nos saludan con sus mangas rotas.

Los magueyes hacen gimnasia sueca
de quinientos en fondo
y el sol -policía secreto-
(tira la piedra y esconde la mano)
denuncia nuestra fuga ridícula
en la linterna mágica del prado.
A la noche nos vengaremos
encendiendo nuestros faroles
y echando por tierra los bosques.

Alguno que otro árbol
quiere dar clase de filología.
Las nubes inspectoras de monumentos
sacuden las maquetas de los montes.

¿Quién quiere jugar tenis con nopales y tunas
sobre la red de los telégrafos?

Tomaremos más tarde un baño ruso,
en el jacal perdido de la sierra
nos bastará un duchazo de arco iris
nos secaremos con algún stratus.

De "Veinte poemas" 1925


SONETO

Este fácil soneto cotidiano
que mis insomnios nutre y desvanece,
sin objeto ni dádiva se ofrece
al nocturno sopor del sueño vano.

¡Inanimado lápiz que en mi mano
mis odios graba o mis ensueños mece!
En tus concisas líneas aparece
la vida fácil, el camino llano.

Extinguiré la luz. Y amanecida,
el diamante de ayer será al leerte
una hoguera en cenizas consumida.

Y he de concluir, soneto, y contenerte
como destila el jugo de la vida
la perfección serena de la muerte.


EL AMIGO IDO

Me escribe Napoleón:
"El Colegio es muy grande,
nos levantamos muy temprano,
hablamos únicamente en inglés,
te mando un retrato del edificio..."

Ya no robaremos juntos dulces
de las alacenas, ni escaparemos
hacia el río para ahogarnos a medias
y pescar sandías sangrientas.

Ya voy a presentar sexto año;
después, según las probabilidades,
aprenderé todo lo que se deba,
seré médico,
tendré ambiciones, barba, pantalón largo...

Pero si tengo un hijo
haré que nadie nunca le enseñe nada.
Quiero que sea tan perezoso y feliz
como a mí no me dejaron mis padres
ni a mis padres mis abuelos
ni a mis abuelos Dios.


LA HISTORIA

¡Mueran los gachupines!
Mi padre es gachupín,
el profesor me mira con odio
y nos cuenta la Guerra de Independencia
y cómo los españoles eran malos y crueles
con los indios —él es indio—,
y todos los muchachos gritan que mueran los gachupines.
Pero yo me rebelo
y pienso que son muy estúpidos:
Eso dice la historia
pero ¿cómo lo vamos a saber nosotros?


RETRATO DE NIÑO

En este retrato
hay un niño mirándome con ojos grandes;
este niño soy yo
y hay una fecha: 1906.
Es la primera vez que me miré atentamente.
Por supuesto que yo hubiera querido
que ese niño hubiera sido más serio,
con esa mano más serena,
con esa sonrisa más fotográfica.
Esta retrospección no remedia, empero,
lo que el fotógrafo, el cumpleaños,
mi mamá, yo y hasta tal vez la fisiología
dimos por resultado en 1906.


UN MAROF

¿Qué puta entre sus podres chorrearía
por entre incordios, chancros y bubones
a este hijo de tan múltiples cabrones
que no supo qué nombre se pondría?

Prófugo de la cárcel, andaría
mendigando favores y tostones;
no pudieron crecerle en los cojones,
en la cara la barba le crecía.

Bandido universal, como la puta
que el ser le dio, ridícula pipilla
suple en su labio verga diminuta.

Treponema ultrapálido, ladilla
boliviana, el favor de que disfruta
es lamerle los huevos a Padilla.

*

Antes que el documento se nos pierda
en las indoctas sombras del mañana,
has de saber, Ermilo, que sor Juana,
cual todas las demás, cagaba mierda.

Esta opinión, como verás, concuerda
con la que dio Miss Schons cuando en la Habana,
halló que se pelaba la banana
y que a cada reloj le daban cuerda.

Otro dato importante de la vida
de esa monja que estudias con empeño,
es que tenía su entrada y su salida.

Y que a fin de engendrar Primero sueño,
a falta de una verga a su medida,
entre las piernas deslizóse un leño.


Salvador Novo (1904-1974)*. Fundador, junto con Xavier Villaurrutia, de las revistas Ulises (1927) y Contemporáneos (1928), fue activo participante en la renovación de nuestra literatura. Si Novo puede ser el prosista más diestro de los "Contemporáneos", su poesía cuenta entre las mejores de ese grupo. (Como autor de versos satíricos nadie se le compara.) Espíritu afín al de Tablada en algunos aspectos, Novo "nacionaliza" el humor de vanguardia: sus poemas manifiestan la burla del sentimiento modernista y la apertura hacia el paisaje de la primera posguerra: urbano, industrial, publicitario. En las letras inglesas descubre su auténtica voz. Las breves, casi epigramáticas, composiciones de Espejo rescatan, fijan con distancia crítica, imágenes de la infancia perdida. En Nuevo amor el encuentro, la separación, la memoria de sal o de ceniza se
expresan directa y libremente, con una tonalidad de íntima pesadumbre que no menguó nunca su novedad ni su frescura. Novo ganó el Premio Nacional de Literatura en 1967.
Su poesía está en XX poemas (1925), Nuevo amor (1933), Espejo (1933), Seamen Rhymes (1934), Décimas en el mar (1934), Romance de Angelillo y Adela (1934), Poemas proletarios (1934), Never ever (1934), Un poema (1937), Poesías escogidas (1938), Dueño mío. Cuatro sonetos inéditos (1944), Decimos: "Nuestra tierra" (1944), Florido laude (1945), Dieciocho sonetos (1955), Poesía 1915-1955 (incluye Poemas de infancia, 1955), Sátira (1955) y Poesía (l961).

* Tomado de Poesía en movimiento. México, 1915-1966 (editado por Octavio Paz, Alí Chumacero, José Emilio Pacheco y Homero Aridjis), Siglo XXI, México.

Octavio Paz



PIEDRA DE SOL


La treizième revient...c'est encor la première;
et c'est toujours la seule-ou c'est le seul moment;
car es-tu reine, ô toi, la première ou dernière?
es-tu roi, toi le seul ou le dernier amant?


Gérard de Nerval (Arthémis)


un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:
un caminar tranquilo
de estrella o primavera sin premura,
agua que con los párpados cerrados
mana toda la noche profecías,
unánime presencia en oleaje,
ola tras ola hasta cubrirlo todo,
verde soberanía sin ocaso
como el deslumbramiento de las alas
cuando se abren en mitad del cielo,

un caminar entre las espesuras
de los días futuros y el aciago
fulgor de la desdicha como un ave
petrificando el bosque con su canto
y las felicidades inminentes
entre las ramas que se desvanecen,
horas de luz que pican ya los pájaros,
presagios que se escapan de la mano,

una presencia como un canto súbito,
como el viento cantando en el incendio,
una mirada que sostiene en vilo
al mundo con sus mares y sus montes,
cuerpo de luz filtrado por un ágata,
piernas de luz, vientre de luz, bahías,
roca solar, cuerpo color de nube,
color de día rápido que salta,
la hora centellea y tiene cuerpo,
el mundo ya es visible por tu cuerpo,
es transparente por tu transparencia,

voy entre galerías de sonidos,
fluyo entre las presencias resonantes,
voy por las transparencias como un ciego,
un reflejo me borra, nazco en otro,
oh bosque de pilares encantados,
bajo los arcos de la luz penetro
los corredores de un otoño diáfano,

voy por tu cuerpo como por el mundo,
tu vientre es una plaza soleada,
tus pechos dos iglesias donde oficia
la sangre sus misterios paralelos,
mis miradas te cubren como yedra,
eres una ciudad que el mar asedia,
una muralla que la luz divide
en dos mitades de color durazno,
un paraje de sal, rocas y pájaros
bajo la ley del mediodía absorto,

vestida del color de mis deseos
como mi pensamiento vas desnuda,
voy por tus ojos como por el agua,
los tigres beben sueño de esos ojos,
el colibrí se quema en esas llamas,
voy por tu frente como por la luna,
como la nube por tu pensamiento,
voy por tu vientre como por tus sueños,

tu falda de maíz ondula y canta,
tu falda de cristal, tu falda de agua,
tus labios, tus cabellos, tus miradas,
toda la noche llueves, todo el día
abres mi pecho con tus dedos de agua,
cierras mis ojos con tu boca de agua,
sobre mis huesos llueves, en mi pecho
hunde raíces de agua un árbol líquido,

voy por tu talle como por un río,
voy por tu cuerpo como por un bosque,
como por un sendero en la montaña
que en un abismo brusco se termina
voy por tus pensamientos afilados
y a la salida de tu blanca frente
mi sombra despeñada se destroza,
recojo mis fragmentos uno a uno
y prosigo sin cuerpo, busco a tientas,

corredores sin fin de la memoria,
puertas abiertas a un salón vacío
donde se pudren todos lo veranos,
las joyas de la sed arden al fondo,
rostro desvanecido al recordarlo,
mano que se deshace si la toco,
cabelleras de arañas en tumulto
sobre sonrisas de hace muchos años,

a la salida de mi frente busco,
busco sin encontrar, busco un instante,
un rostro de relámpago y tormenta
corriendo entre los árboles nocturnos,
rostro de lluvia en un jardín a obscuras,
agua tenaz que fluye a mi costado,

busco sin encontrar, escribo a solas,
no hay nadie, cae el día, cae el año,
caigo en el instante, caigo al fondo,
invisible camino sobre espejos
que repiten mi imagen destrozada,
piso días, instantes caminados,
piso los pensamientos de mi sombra,
piso mi sombra en busca de un instante,

busco una fecha viva como un pájaro,
busco el sol de las cinco de la tarde
templado por los muros de tezontle:
la hora maduraba sus racimos
y al abrirse salían las muchachas
de su entraña rosada y se esparcían
por los patios de piedra del colegio,
alta como el otoño caminaba
envuelta por la luz bajo la arcada
y el espacio al ceñirla la vestía
de un piel más dorada y transparente,

tigre color de luz, pardo venado
por los alrededores de la noche,
entrevista muchacha reclinada
en los balcones verdes de la lluvia,
adolescente rostro innumerable,
he olvidado tu nombre, Melusina,
Laura, Isabel, Perséfona, María,
tienes todos los rostros y ninguno,
eres todas las horas y ninguna,
te pareces al árbol y a la nube,
eres todos los pájaros y un astro,
te pareces al filo de la espada
y a la copa de sangre del verdugo,
yedra que avanza, envuelve y desarraiga
al alma y la divide de sí misma,

escritura de fuego sobre el jade,
grieta en la roca, reina de serpientes,
columna de vapor, fuente en la peña,
circo lunar, peñasco de las águilas,
grano de anís, espina diminuta
y mortal que da penas inmortales,
pastora de los valles submarinos
y guardiana del valle de los muertos,
liana que cuelga del cantil del vértigo,
enredadera, planta venenosa,
flor de resurrección, uva de vida,
señora de la flauta y del relámpago,
terraza del jazmín, sal en la herida,
ramo de rosas para el fusilado,
nieve en agosto, luna del patíbulo,
escritura del mar sobre el basalto,
escritura del viento en el desierto,
testamento del sol, granada, espiga,

rostro de llamas, rostro devorado,
adolescente rostro perseguido
años fantasmas, días circulares
que dan al mismo patio, al mismo muro,
arde el instante y son un solo rostro
los sucesivos rostros de la llama,
todos los nombres son un solo nombre
todos los rostros son un solo rostro,
todos los siglos son un solo instante
y por todos los siglos de los siglos
cierra el paso al futuro un par de ojos,

no hay nada frente a mí, sólo un instante
rescatado esta noche, contra un sueño
de ayuntadas imágenes soñado,
duramente esculpido contra el sueño,
arrancado a la nada de esta noche,
a pulso levantado letra a letra,
mientras afuera el tiempo se desboca
y golpea las puertas de mi alma
el mundo con su horario carnicero,

sólo un instante mientras las ciudades,
los nombres, lo sabores, lo vivido,
se desmoronan en mi frente ciega,
mientras la pesadumbre de la noche
mi pensamiento humilla y mi esqueleto,
y mi sangre camina más despacio
y mis dientes se aflojan y mis ojos
se nublan y los días y los años
sus horrores vacíos acumulan,

mientras el tiempo cierra su abanico
y no hay nada detrás de sus imágenes
el instante se abisma y sobrenada
rodeado de muerte, amenazado
por la noche y su lúgubre bostezo,
amenazado por la algarabía
de la muerte vivaz y enmascarada
el instante se abisma y se penetra,
como un puño se cierra, como un fruto
que madura hacia dentro de sí mismo
y a sí mismo se bebe y se derrama
el instante translúcido se cierra
y madura hacia dentro, echa raíces,
crece dentro de mí, me ocupa todo,
me expulsa su follaje delirante,
mis pensamientos sólo son su pájaros,
su mercurio circula por mis venas,
árbol mental, frutos sabor de tiempo,

oh vida por vivir y ya vivida,
tiempo que vuelve en una marejada
y se retira sin volver el rostro,
lo que pasó no fue pero está siendo
y silenciosamente desemboca
en otro instante que se desvanece:

frente a la tarde de salitre y piedra
armada de navajas invisibles
una roja escritura indescifrable
escribes en mi piel y esas heridas
como un traje de llamas me recubren,
ardo sin consumirme, busco el agua
y en tus ojos no hay agua, son de piedra,
y tus pechos, tu vientre, tus caderas
son de piedra, tu boca sabe a polvo,
tu boca sabe a tiempo emponzoñado,
tu cuerpo sabe a pozo sin salida,
pasadizo de espejos que repiten
los ojos del sediento, pasadizo
que vuelve siempre al punto de partida,
y tú me llevas ciego de la mano
por esas galerías obstinadas
hacia el centro del círculo y te yergues
como un fulgor que se congela en hacha,
como luz que desuella, fascinante
como el cadalso para el condenado,
flexible como el látigo y esbelta
como un arma gemela de la luna,
y tus palabras afiladas cavan
mi pecho y me despueblan y vacían,
uno a uno me arrancas los recuerdos,
he olvidado mi nombre, mis amigos
gruñen entre los cerdos o se pudren
comidos por el sol en un barranco,

no hay nada en mí sino una larga herida,
una oquedad que ya nadie recorre,
presente sin ventanas, pensamiento
que vuelve, se repite, se refleja
y se pierde en su misma transparencia,
conciencia traspasada por un ojo
que se mira mirarse hasta anegarse
de claridad:
yo vi tu atroz escama,
Melusina, brillar verdosa al alba,
dormías enroscada entre las sábanas
y al despertar gritaste como un pájaro
y caíste sin fin, quebrada y blanca,
nada quedó de ti sino tu grito,
y al cabo de los siglos me descubro
con tos y mala vista, barajando
viejas fotos:
no hay nadie, no eres nadie,
un montón de ceniza y una escoba,
un cuchillo mellado y un plumero,
un pellejo colgado de unos huesos,
un racimo ya seco, un hoyo negro
y en el fondo del hoyo los dos ojos
de una niña ahogada hace mil años,

miradas enterradas en un pozo,
miradas que nos ven desde el principio,
mirada niña de la madre vieja
que ve en el hijo grande un padre joven,
mirada madre de la niña sola
que ve en el padre grande un hijo niño,
miradas que nos miran desde el fondo
de la vida y son trampas de la muerte
¿o es al revés: caer en esos ojos
es volver a la vida verdadera?,

¡caer, volver, soñarme y que me sueñen
otros ojos futuros, otra vida,
otras nubes, morirme de otra muerte!
esta noche me basta, y este instante
que no acaba de abrirse y revelarme
dónde estuve, quién fui, cómo te llamas,
cómo me llamo yo:
¿hacía planes
para el verano? -y todos los veranos-
en Christopher Street, hace diez años,
con Filis que tenía dos hoyuelos
donde bebían luz los gorriones?,
¿por la Reforma Carmen me decía
«no pesa el aire, aquí siempre es octubre»,
o se lo dijo a otro que he perdido
o yo lo invento y nadie me lo ha dicho?,
¿caminé por la noche de Oaxaca,
inmensa y verdinegra como un árbol,
hablando solo como el viento loco
y al llegar a mi cuarto ?siempre un cuarto?
no me reconocieron los espejos?,
¿desde el hotel Vernet vimos al alba
bailar con los castaños ? "ya es muy tarde"
decías al peinarte y yo veía
manchas en la pared, sin decir nada?,
¿subimos juntos a la torre, vimos
caer la tarde desde el arrecife?
¿comimos uvas en Bidart?, ¿compramos
gardenias en Perote?,
nombres, sitios,
calles y calles, rostros, plazas, calles,
estaciones, un parque, cuartos solos,
manchas en la pared, alguien se peina,
alguien canta a mi lado, alguien se viste,
cuartos, lugares, calles, nombres, cuartos,

Madrid, 1937,
en la Plaza del Ángel las mujeres
cosían y cantaban con sus hijos,
después sonó la alarma y hubo gritos,
casas arrodilladas en el polvo,
torres hendidas, frentes esculpidas
y el huracán de los motores, fijo:
los dos se desnudaron y se amaron
por defender nuestra porción eterna,
nuestra ración de tiempo y paraíso,
tocar nuestra raíz y recobrarnos,
recobrar nuestra herencia arrebatada
por ladrones de vida hace mil siglos,
los dos se desnudaron y besaron
porque las desnudeces enlazadas
saltan el tiempo y son invulnerables,
nada las toca, vuelven al principio,
no hay tú ni yo, mañana, ayer ni nombres,
verdad de dos en sólo un cuerpo y alma,
oh ser total...
cuartos a la deriva
entre ciudades que se van a pique,
cuartos y calles, nombres como heridas,
el cuarto con ventanas a otros cuartos
con el mismo papel descolorido
donde un hombre en camisa lee el periódico
o plancha una mujer; el cuarto claro
que visitan las ramas de un durazno;
el otro cuarto: afuera siempre llueve
y hay un patio y tres niños oxidados;
cuartos que son navíos que se mecen
en un golfo de luz; o submarinos:
el silencio se esparce en olas verdes,
todo lo que tocamos fosforece;
mausoleos de lujo, ya roídos
los retratos, raídos los tapetes;
trampas, celdas, cavernas encantadas,
pajareras y cuartos numerados,
todos se transfiguran, todos vuelan,
cada moldura es nube, cada puerta
da al mar, al campo, al aire, cada mesa
es un festín; cerrados como conchas
el tiempo inútilmente los asedia,
no hay tiempo ya, ni muro: ¡espacio, espacio,
abre la mano, coge esta riqueza,
corta los frutos, come de la vida,
tiéndete al pie del árbol, bebe el agua!,

todo se transfigura y es sagrado,
es el centro del mundo cada cuarto,
es la primera noche, el primer día,
el mundo nace cuando dos se besan,
gota de luz de entrañas transparentes
el cuarto como un fruto se entreabre
o estalla como un astro taciturno
y las leyes comidas de ratones,
las rejas de los bancos y las cárceles,
las rejas de papel, las alambradas,
los timbres y las púas y los pinchos,
el sermón monocorde de las armas,
el escorpión meloso y con bonete,
el tigre con chistera, presidente
del Club Vegetariano y la Cruz Roja,
el burro pedagogo, el cocodrilo
metido a redentor, padre de pueblos,
el Jefe, el tiburón, el arquitecto
del porvenir, el cerdo uniformado,
el hijo predilecto de la Iglesia
que se lava la negra dentadura
con el agua bendita y toma clases
de inglés y democracia, las paredes
invisibles, las máscaras podridas
que dividen al hombre de los hombres,
al hombre de sí mismo,
se derrumban
por un instante inmenso y vislumbramos
nuestra unidad perdida, el desamparo
que es ser hombres, la gloria que es ser hombres
y compartir el pan, el sol, la muerte,
el olvidado asombro de estar vivos;

amar es combatir, si dos se besan
el mundo cambia, encarnan los deseos,
el pensamiento encarna, brotan las alas
en las espaldas del esclavo, el mundo
es real y tangible, el vino es vino,
el pan vuelve a saber, el agua es agua,
amar es combatir, es abrir puertas,
dejar de ser fantasma con un número
a perpetua cadena condenado
por un amo sin rostro;
el mundo cambia
si dos se miran y se reconocen,
amar es desnudarse de los nombres:
"déjame ser tu puta", son palabras
de Eloísa, mas él cedió a las leyes,
la tomó por esposa y como premio
lo castraron después;
mejor el crimen,
los amantes suicidas, el incesto
de los hermanos como dos espejos
enamorados de su semejanza,
mejor comer el pan envenenado,
el adulterio en lechos de ceniza,
los amores feroces, el delirio,
su yedra ponzoñosa, el sodomita
que lleva por clavel en la solapa
un gargajo, mejor ser lapidado
en las plazas que dar vuelta a la noria
que exprime la substancia de la vida,
cambia la eternidad en horas huecas,
los minutos en cárceles, el tiempo
en monedas de cobre y mierda abstracta;

mejor la castidad, flor invisible
que se mece en los tallos del silencio,
el difícil diamante de los santos
que filtra los deseos, sacia al tiempo,
nupcias de la quietud y el movimiento,
canta la soledad en su corola,
pétalo de cristal en cada hora,
el mundo se despoja de sus máscaras
y en su centro, vibrante transparencia,
lo que llamamos Dios, el ser sin nombre,
se contempla en la nada, el ser sin rostro
emerge de sí mismo, sol de soles,
plenitud de presencias y de nombres;

sigo mi desvarío, cuartos, calles,
camino a tientas por los corredores
del tiempo y subo y bajo sus peldaños
y sus paredes palpo y no me muevo,
vuelvo donde empecé, busco tu rostro,
camino por las calles de mí mismo
bajo un sol sin edad, y tú a mi lado
caminas como un árbol, como un río
caminas y me hablas como un río,
creces como una espiga entre mis manos,
lates como una ardilla entre mis manos,
vuelas como mil pájaros, tu risa
me ha cubierto de espumas, tu cabeza
es un astro pequeño entre mis manos,
el mundo reverdece si sonríes
comiendo una naranja,
el mundo cambia
si dos, vertiginosos y enlazados,
caen sobre las yerba: el cielo baja,
los árboles ascienden, el espacio
sólo es luz y silencio, sólo espacio
abierto para el águila del ojo,
pasa la blanca tribu de las nubes,
rompe amarras el cuerpo, zarpa el alma,
perdemos nuestros nombres y flotamos
a la deriva entre el azul y el verde,
tiempo total donde no pasa nada
sino su propio transcurrir dichoso,

no pasa nada, callas, parpadeas
(silencio: cruzó un ángel este instante
grande como la vida de cien soles),
¿no pasa nada, sólo un parpadeo?
y el festín, el destierro, el primer crimen,
la quijada del asno, el ruido opaco
y la mirada incrédula del muerto
al caer en el llano ceniciento,
Agamenón y su mugido inmenso
y el repetido grito de Casandra
más fuerte que los gritos de las olas,
Sócrates en cadenas" (el sol nace,
morir es despertar: "Critón, un gallo
a Esculapio, ya sano de la vida"),
el chacal que diserta entre las ruinas
de Nínive, la sombra que vio Bruto
antes de la batalla, Moctezuma
en el lecho de espinas de su insomnio,
el viaje en la carretera hacia la muerte
?el viaje interminable mas contado
por Robespierre minuto tras minuto,
la mandíbula rota entre las manos?,
Churruca en su barrica como un trono
escarlata, los pasos ya contados
de Lincoln al salir hacia el teatro,
el estertor de Trotsky y sus quejidos
de jabalí, Madero y su mirada
que nadie contestó: ¿por qué me matan?,
los carajos, los ayes, los silencios
del criminal, el santo, el pobre diablo,
cementerio de frases y de anécdotas
que los perros retóricos escarban,
el delirio, el relincho, el ruido obscuro
que hacemos al morir y ese jadeo
que la vida que nace y el sonido
de huesos machacados en la riña
y la boca de espuma del profeta
y su grito y el grito del verdugo
y el grito de la víctima...
son llamas
los ojos y son llamas lo que miran,
llama la oreja y el sonido llama,
brasa los labios y tizón la lengua,
el tacto y lo que toca, el pensamiento
y lo pensado, llama el que lo piensa,
todo se quema, el universo es llama,
arde la misma nada que no es nada
sino un pensar en llamas, al fin humo:
no hay verdugo ni víctima...
¿y el grito
en la tarde del viernes?, y el silencio
que se cubre de signos, el silencio
que dice sin decir, ¿no dice nada?,
¿no son nada los gritos de los hombres?,
¿no pasa nada cuando pasa el tiempo?

no pasa nada, sólo un parpadeo
del sol, un movimiento apenas, nada,
no hay redención, no vuelve atrás el tiempo,
los muerto están fijos en su muerte
y no pueden morirse de otra muerte,
intocables, clavados en su gesto,
desde su soledad, desde su muerte
sin remedio nos miran sin mirarnos,
su muerte ya es la estatua de su vida,
un siempre estar ya nada para siempre,
cada minuto es nada para siempre,
un rey fantasma rige sus latidos
y tu gesto final, tu dura máscara
labra sobre tu rostro cambiante:
el monumento somos de una vida
ajena y no vivida, apenas nuestra,

-¿la vida, cuándo fue de veras nuestra?,
¿cuando somos de veras lo que somos?,
bien mirado no somos, nunca somos
a solas sino vértigo y vacío,
muecas en el espejo, horror y vómito,
nunca la vida es nuestra, es de los otros,
la vida no es de nadie, todos somos
la vida ?pan de sol para los otros,
los otros todos que nosotros somos?,
soy otro cuando soy, los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos,
fuera de ti, de mí, siempre horizonte,
vida que nos desvive y enajena,
que nos inventa un rostro y lo desgasta,
hambre de ser, oh muerte, pan de todos,

Eloísa, Perséfona, María,
muestra tu rostro al fin para que vea
mi cara verdadera, la del otro,
mi cara de nosotros siempre todos,
cara de árbol y de panadero,
de chofer y de nube y de marino,
cara de sol y arroyo y Pedro y Pablo,
cara de solitario colectivo,
despiértame, ya nazco:
vida y muerte
pactan en ti, señora de la noche,
torre de claridad, reina del alba,
virgen lunar, madre del agua madre,
cuerpo del mundo, casa de la muerte,
caigo sin fin desde mi nacimiento,
caigo en mí mismo sin tocar mi fondo,
recógeme en tus ojos, junta el polvo
disperso y reconcilia mis cenizas,
ata mis huesos divididos, sopla
sobre mi ser, entiérrame en tu tierra,
tu silencio dé paz al pensamiento
contra sí mismo airado;
abre la mano,
señora de semillas que son días,
el día es inmortal, asciende, crece,
acaba de nacer y nunca acaba,
cada día es nacer, un nacimiento
es cada amanecer y yo amanezco,
amanecemos todos, amanece
el sol cara de sol, Juan amanece
con su cara de Juan cara de todos,

puerta del ser, despiértame, amanece,
déjame ver el rostro de este día,
déjame ver el rostro de esta noche,
todo se comunica y transfigura,
arco de sangre, puente de latidos,
llévame al otro lado de esta noche,
adonde yo soy tú somos nosotros,
al reino de pronombres enlazados,

puerta del ser: abre tu ser, despierta,
aprende a ser también, labra tu cara,
trabaja tus facciones, ten un rostro
para mirar mi rostro y que te mire,
para mirar la vida hasta la muerte,
rostro de mar, de pan, de roca y fuente,
manantial que disuelve nuestros rostros
en el rostro sin nombre, el ser sin rostro,
indecible presencia de presencias...

quiero seguir, ir más allá, y no puedo:
se despeñó el instante en otro y otro,
dormí sueños de piedra que no sueña
y al cabo de los años como piedras
oí cantar mi sangre encarcelada,
con un rumor de luz el mar cantaba,
una a una cedían las murallas,
todas las puertas se desmoronaban
y el sol entraba a saco por mi frente,
despegaba mis párpados cerrados,
desprendía mi ser de su envoltura,
me arrancaba de mí, me separaba
de mi bruto dormir siglos de piedra
y su magia de espejos revivía
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre:

México, 1957

Jorge Cuesta


CANTO A UN DIOS MINERAL

Capto la seña de una mano, y veo
que hay una libertad en mi deseo;
ni dura ni reposa;
las nubes de su objeto el tiempo altera
como el agua la espuma prisionera
de la masa ondulosa.

Suspensa en el azul la seña, esclava
de la más leve onda, que socava
el orbe de su vuelo,
se suelta y abandona a que se ligue
su ocio al de la mirada que persigue
las corrientes del cielo.

Una mirada en abandono y viva,
si no una certidumbre pensativa,
atesora una duda;
su amor dilata en la pasión desierta
sueña en la soledad y está despierta
en la conciencia muda.

Sus ojos, errabundos y sumisos,
el hueco son, en que los fatuos rizos
de nubes y de frondas
se apoderan de un mármol de un instante
y esculpen la figura vacilante
que complace a las ondas.

La vista en el espacio difundida,
es el espacio mismo, y da cabida
vasto y nimio al suceso
que en las nubes se irisa y se desdora
e intacto, como cuando se evapora,
está en las ondas preso.

Es la vida allí estar, tan fijamente,
como la helada altura transparente
lo finge a cuanto sube
hasta el purpúreo límite que toca,
como si fuera un sueño de la roca,
la espuma de la nube.

Como si fuera un sueño, pues sujeta,
no escapa de la física que aprieta
en la roca la entraña,
la penetra con sangres minerales
y la entrega en la piel de los cristales
a la luz, que la daña.

No hay solidez que a tal prisión no ceda
aun la sombra más íntima que veda
un receloso seno
¡en vano!; pues al fuego no es inmune
que hace entrar en las carnes que desune
las lenguas del veneno.

A las nubes también el color tiñe,
túnicas tintas en el mal les ciñe,
las roe, las horada,
y a la crítica muestra, si las mira,
por qué al museo su ilusión retira
la escultura humillada.

Nada perdura, ¡oh, nubes!, ni descansa.
Cuando en un agua adormecida y mansa
un rostro se aventura,
igual retorna a sí del hondo viaje
y del lúcido abismo del paisaje
recobra su figura.

Íntegra la devuelve el limpio espejo,
ni otra, ni descompuesta en el reflejo
cuyas diáfanas redes
suspenden a la imagen submarina,
dentro del vidrio inmersa, que la ruina
detiene en sus paredes.

¡Qué eternidad parece que le fragua,
bajo esa tersa atmósfera de agua,
de un encanto el conjuro
en una isla a salvo de las horas,
áurea y serena al pie de las auroras
perennes del futuro!

Pero hiende también la imagen, leve,
del unido cristal en que se mueve
los átomos compactos:
se abren antes, se cierran detrás de ella
y absorben el origen y la huella
de sus nítidos actos.

Ay, que del agua el imantado centro
no fija al hielo que se cuaja adentro
las flores de su nado;
una onda se agita, y la estremece
en una onda más desaparece
su color congelado.

La transparencia a sí misma regresa
y expulsa a la ficción, aunque no cesa;
pues la memoria oprime
de la opaca materia que, a la orilla,
del agua en que la onda juega y brilla,
se entenebrece y gime.

La materia regresa a su costumbre.
Que del agua un relámpago deslumbre
o un sólido de humo
tenga en un cielo ilimitado y tenso
un instante a los ojos en suspenso,
no aplaza su consumo.

Obscuro perecer no la abandona
si sigue hacia una fulgurante zona
la imagen encantada.
Por dentro la ilusión no se rehace;
por dentro el ser sigue su ruina y yace
como si fuera nada.

Embriagarse en la magia y en el juego
de la áurea llama, y consumirse luego,
en la ficción conmueve
el alma de la arcilla sin contorno:
llora que pierde un venturero adorno
y que no se renueve.

Aun el llanto otras ondas arrebatan,
y atónitos los ojos se desatan
del plomo que acelera
el descenso sin voz a la agonía
y otra vez la mirada honda y vacía
flota errabunda fuera.

Con más encanto si más pronto muere,
el vivo engaño a la pasión se adhiere
y apresura a los ojos
náufragos en las ondas ellos mismos,
al borde a detener de los abismos
los flotantes despojos.

Signos extraños hurta la memoria,
para una muda y condenada historia,
y acaricia las huellas
como si oculta obcecación lograra,
a fuerza de tallar la sombra avara
recuperar estrellas.

La mirada a los aires se transporta,
pero es también vuelta hacia adentro, absorta,
el ser a quien rechaza
y en vano tras la onda tornadiza
confronta la visión que se desliza
con la visión que traza.

Y abatido se esconde, se concentra,
en sus recónditas cavernas entra
y ya libre en los muros
de la sombra interior de que es el dueño
suelta al nocturno paladar el sueño
sus sabores obscuros.

Cuevas innúmeras y endurecidas,
vastos depósitos de breves vidas,
guardan impenetrable
la materia sin luz y sin sonido
que aún no recoge el alma en su sentido
ni supone que hable.

¡Qué ruidos, qué rumores apagados
allí activan, sepultos y estrechados,
el hervor en el seno
convulso y sofocado por un mudo!
Y graba al rostro su rencor sañudo
y al lenguaje sereno.
Pero, ¡qué lejos de lo que es y vive
en el fondo aterrado y no recibe
las ondas todavía
que recogen, no más, la voz que aflora
de una agua móvil al rielar que dora
la vanidad del día!.

El sueño, en sombras desasido, amarra
la nerviosa raíz, como una garra
contráctil o bien floja;
se hinca en el murmullo que la envuelve,
o en el humor que sorbe y que disuelve
un fijo extremo aloja.

Cómo pasma a la lengua blanda y gruesa,
y asciende un burbujear a la sorpresa
del sensible oleaje:
su espuma frágil las burbujas prende,
y las prueba, las une, las suspende
la creación del lenguaje.

El lenguaje es sabor que entrega al labio
la entraña abierta a un gusto extraño y sabio:
despierta en la garganta;
su espíritu aun espeso al aire brota
y en la líquida masa donde flota
siente el espacio y canta.

Multiplicada en los propicios ecos
que afuera afrontan otros vivos huecos
de semejantes bocas,
en su entraña ya vibra, densa y plena,
cuando allí late aún, y honda resuena
en las eternas rocas.

Oh, eternidad, oh, hueco azul, vibrante
en que la forma oculta y delirante
su vibración no apaga,
porque brilla en los muros permanentes
que labra y edifica transparentes,
la onda tortuosa y vaga.

Oh, eternidad, la muerte es la medida,
compás y azar de cada frágil vida,
la numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas horas,
que distantes o próximas, sonoras
allí graban su marca.

Denso el silencio trague al negro, obscuro
rumor, como el sabor futuro
sólo la entraña guarde
y forme en sus recónditas moradas,
su sombra ceda formas alumbradas
a la palabra que arde.

No al oído que al antro se aproxima
que al banal espacio, por encima
del hondo laberinto
las voces intrincadas en sus vetas
originales vayan, más secretas
de otra boca al recinto.

A otra vida oye ser, y en un instante
la lejana se une al titubeante
latido de la entraña;
al instinto un amor llama a su objeto;
y afuera en vano un porvenir completo
la considera extraña.

El aire tenso y musical espera;
y eleva y fija la creciente esfera,
sonora, una mañana:
la forman ondas que juntó un sonido,
como en la flor y enjambre del oído
misteriosa campana.

Ése es el fruto que del tiempo es dueño;
en él la entraña su pavor, su sueño
y su labor termina.
El sabor que destila la tiniebla
es el propio sentido, que otros puebla
y el futuro domina.


Aunque sólo vivió 38 años, Jorge Cuesta dejó una obra valiosa y compleja que abarcó poesía y ensayo. Hijo de padre mexicano y madre francesa, nació en Córdoba, Veracruz.
En la ciudad de México estudió en la Escuela Nacional Preparatoria, donde conoció a Gilberto Owen y a los demás poetas del grupo Contemporáneos. Posteriormente, estudió en la Universidad de México la carrera de Ingeniería química, profesión que ejerció a lo largo de su vida, paralelamente a la literatura. No es de extrañar que su obra más destacada sea el poema de largo aliento Canto a un dios mineral, en el que puede apreciarse cierta conjunción entre la mística y la materia, tal como puede apreciarse en el siguiente fragmento.
Publicó sus primeros textos en la revista Ulises (1927-1928), que era dirigida por los poetas Xavier Villaurrutia y Salvador Novo. En 1928 editó una polémica Antología de la poesía mexicana moderna, criticada por lo que muchos consideraron el incluir a escritores muy jóvenes y dejar fuera a los consagrados de aquella época. En ese mismo año se casó con Lupe Marín, quien había estado casada anteriormente con Diego Rivera. El matrimonio sólo duró cuatro años.
De sus poemas se ha dicho que son “disposiciones de palabras hechas con el cuidado de una fórmula química”; él mismo afirmó que: “la poesía es un método de análisis, un instrumento de investigación”, por ello sus textos se han relacionado con un estilo culto y dificultoso. Entre sus ensayos destaca “El diablo en la poesía”.
Jorge Cuesta se quitó la vida el 13 de agosto de 1942.

22 de junio de 2009

El jinete del aire









por Octavio Paz

A Manuel Calvillo

Un telegrama de México me anunció la muerte de Alfonso Reyes. La noticia me pareció irreal, como si anunciase la muerte de otra persona. Sabía que desde hacía años estaba enfermo y que sólo se aliviaba para volver a recaer; no sabía, o lo había olvidado, que la muerte, siempre esperada, es siempre inesperada. La última vez que lo vi, hace seis meses, la víspera de mi salida de México, me dijo: "Quizá no volvamos a conversar, ya me queda poco tiempo aquí". Y me señaló, con la mirada sus libros. No podría ahora repetir mi respuesta; sin duda fue una de esas frases con las que, no sin hipocresía, a un tiempo tratamos de calmar la ansiedad de los enfermos y nuestro propio, secreto terror ante la muerte. Recuerdo que sentí una absurda vergüenza, como si mi salud fuese algo indiscreto y poco merecido. Reyes se dio cuenta de mi confusión, cambió el tema y alegremente me guió por las espesuras de la poesía hermética.
Admirable prueba de salud moral: en una época sorda a fuerza de gritar, un hombre enfermo, encerrado en su biblioteca, casi sin esperanzas de ser oído, se inclina sobre un texto olvidado y pesa imágenes y pausas, ritmos y silencios, en una delicada balanza verbal. Ante un mundo que ha perdido casi completamente el sentimiento de la forma, al grado de que la frase hecha, después de conquistar periódicos, parlamentos y universidades, se convierte en el medio de expresión favorito de poetas y novelistas, el amor de Reyes al lenguaje, a sus problemas y sus misterios, es algo más que un ejemplo: es un milagro. Pocas veces vi a Reyes tan lúcido, tan claro y relampagueante, tan osado y tan reticente y, en una palabra: tan vivo, como aquella noche en que me hablara, entre una y otra toma de oxígeno, de las delicias y los peligros de Licofrón y Gracián. ¿Falta de humanidad, insensibilidad social, ausencia de sentido histórico? Yo diría: amor a la vida en un tiempo que venera no tanto a la muerte como a la ausencia de vida. El culto a la muerte es una superstición arcaica; nosotros, los modernos, adoramos la abstracción desangrada y el número informe: ni vida ni muerte. El amor, los amores de Reyes, eran distintos: amor a la forma, amor a la vida. La forma es la encarnación de la vida, el instante en que la vida pacta consigo misma.
No, no estamos hechos para la muerte, y Alfonso Reyes, "caballero andante de Mayo", el mes solar, como dice en uno de sus poemas, era el hombre menos dispuesto, filosóficamente, amorir. No porque se rebelase estérilmente contra la idea de la muerte sino porque morir no le parecía una idea, esto es, una razón, algo dueño de sentido. Nunca hizo de la muerte una filosofía, como tantos escritores de nuestra lengua. Más bien la veía como la negación, la definitiva refutación de la idea misma de filosofía. La aceptaba, no sin ironía, como una prueba más de la locura cósmica. En cierto modo, no le faltaba razón: la muerte es el fruto, la consecuencia natural de la vida y, así no es un accidente; sin embargo, es el gran accidente, el único accidente. Y esto, ser contingente y necesaria, la hace aún más enigmática. La muerte es la contradicción universal.
Reyes, el enamorado de la mesura y la proporción, hombre para el que todo, inclusive la acción y la pasión, debería revolverse en equilibrio, sabía que estamos rodeados de caos y silencio. Lo informe, ya como vacío ya como presencia bruta, nos acecha. Pero nunca intentó aherrojar al instinto, suprimir la mitad oscura del hombre. Ni en la esfera de la ética ni en la de la estética ­­menos aún en la política­­ predicó las virtudes equívocas de la represión. A la vigilia y al sueño, a la sangre y al pensamiento, a la amistad y a la soledad, a la ciudad y a la mujer, a cada parte y a cada uno, hay que darle lo suyo. La porción del instinto no es menos sagrada que la del espíritu. ¿Y cuáles son los límites entre uno y otro? Todo se comunica. El hombre es una vasta y delicada alquimia. La operación humana por excelencia es la transmutación, que hace la luz de la sombra, palabra del grito, diálogo de la riña elemental.
Su amor por la cultura helénica, reverso de su indiferencia frente al cristianismo, fue algo más que una inclinación intelectual. Veía en Grecia un modelo porque lo que le descubrían sus poetas y filósofos era algo que estaba ya en su interior y que, gracias a ellos, recibió un nombre y respuesta: los poderes terribles de los hubris y el método para conjugarlos. La literatura griega no le reveló una filosofía, una moral, un "debe ser" sino al ser mismo en su marea, en su ritmo alternativamente creador y destructor. Las normas griegas, dice Jaeger, son una manifestación de la legalidad inmanente del cosmos: el movimiento del ser, su dialéctica. Reyes escribió una y otra vez que la tragedia es la forma más alta y perfecta de la poesía porque en ella la desmesura encuentra al fin su tensa medida y, así, se purifica y redime. La pasión es creadora cuando encuentra su forma. Para Reyes la forma no era una envoltura ni una medida abstracta sino el instante de reconciliación en el que la discordia se transforma en armonía. El verdadero nombre de esta armonía es libertad: la fatalidad deja de ser una imposición exterior para convertirse en aceptación íntima y voluntaria. Ética y estética se enlazan en el pensamiento de Reyes: la libertad es un acto estético, es decir, es el momento de concordia entre pasión y forma, energía vital y medida humana; al mismo tiempo, la forma, la medida, constituyen una dimensión ética, ya que nos salvan de la desmesura, que es caos y destrucción.
Estas ideas dispersas en muchas páginas y libros de Reyes, son la sangre invisible que anima su obra poética más perfecta: Ifigenia cruel. Quizá no sea innecesario recordar que este poema es, entre otras muchas cosas, el símbolo de un drama personal y la respuesta que el poeta intentó darle. Su familia pertenecía al ancien régime. Su padre había sido ministro de la guerra del gobierno de Porfirio Díaz y su hermano mayor, el jurista Bernardo Reyes, era un profesor universitario y un polemista político de renombre. Ambos fueron conservadores y enemigos del gobierno revolucionario de Madero. Su padre murió en el asalto al Palacio Nacional y su hermano, al triunfo de los revolucionarios, se refugió en España y desde allá no cesó de atacar al nuevo régimen. Así, la situación de Alfonso Reyes no era muy distinta a la de Ifigenia: el hermano le recuerda que la venganza es un deber filial; rehusarse a seguir la voz de la sangre es condenarse a servir a una diosa sanguinaria ­­ Artemisa en un caso, la Revolución Mexicana es el otro. Ifigenia decide quedarse en Táuride y Reyes se pone al servicio del régimen revolucionario. Por supuesto, el poema es algo más que la expresión de este conflicto íntimo; visión de la mujer y meditación sobre la libertad, Ifigenia cruel es de las obras más perfectas y complejas de la poesía moderna hispanoamericana.
Reyes escoge la segunda versión del mito. Como es sabido, en esta versión no se consuma el sacrificio de la virgen. En el momento en que Ifigenia debe morir en Áulide para aplacar la cólera del viento, Artemisa substituye su cuerpo por el de una cierva y la conduce a Táuride. Allá la consagrada sacerdotisa de su templo: Ifigenia debe inmolar a todos los extranjeros que llegan a la isla. Un día recoge entre los extraños que un naufrago arroja a la costa, a Orestes. Vence el destino, la ley de la casta: los dos hermanos se fugan, no sin robarse la estatua de la diosa, y regresan al Ática. Reyes introduce un cambio fundamental en la historia, algo que no aparece ni en la obra de Eurípides ni en la de Goethe: Ifigenia ha perdido la memoria. No sabe quién es ni de dónde viene, Sólo sabe que es "un montón de cólera desnuda". Virgen sin origen, que "brotó como un hongo en las rocas del templo", desde el principio del principio atada a la piedra sangrienta, virgen sin pasado y sin futuro, Ifigenia es un ciego movimiento sin conciencia de sí, condenado a repetirse sin cesar. La aparición de Orestes rompe el hechizo; sus palabras penetran la pétrea conciencia de Ifigenia, que pasa gradualmente del reconocimiento del "otro" ­­el hermano desconocido y delirante, el semejante remoto siempre al redescubrimiento de su identidad perdida. Para ser nosotros mismos, parece insinuar Reyes, es menester reconocer la existencia de los demás. Al recobrar la memoria, Ifigenia se recobra. Está en posesión de su ser porque sabe quién es: virtud mágica del nombre. La memoria le ha vuelto la conciencia; y la devolverle la conciencia, le otorga la libertad. No es ya la poseída por Artemisa, "al tronco de sí misma atada", ya puede elegir. Su elección ­­y aquí la diferencia con la versión tradicional es aún más significativa­­ es inesperada: Ifigenia decide quedarse en Táuride, Le bastan dos palabras ("dos conchas huecas de palabras: no quiero") para cambiar en un instante vertiginoso todo el curso de la fatalidad. Por ese acto reniega de la memoria que acaba de recobrar, dice no al destino, a la familia y al origen, a la ley del suelo y de la sangre. Y más: se niega a sí misma. Esa negación engendra una nueva afirmación de sí Al negarse, se elige. Y este acto, libre entre todos, afirmación de la soberanía del hombre, encarnación fulgurante de la libertad, es un segundo nacimiento. Ifigenia ya es hija de sí misma.
Escrito en 1923, el poema de Reyes no sólo se anticipa a muchas preocupaciones contemporáneas sino que encierra, en cifra, condensada en un lenguaje que participa de la dureza de la piedra y de la amargura del mar, artificioso y bárbaro a un tiempo, toda la evolución posterior de su espíritu. Todo Reyes ­­el mejor, el más libre y suelto­­ está en esta obra. Ni siquiera falta el guiño secreto, el aparte malicioso para el goce de los entendidos, el anacronismo y la señal de inteligencia hacia otras tierras y otros tiempos. Erudición, sí, pero también gracia, imaginación y dolorosa lucidez. Ifigenia, su cuchillo y su diosa, inmensa piedra labrada por la sangre, aluden simultáneamente a los cultos precortesianos y al "eterno femenino", el soneto del monólogo de Orestes es un doble homenaje a Góngora y al teatro español del siglo XVII; la sombra de Segismundo oscurece a veces el rostro de Ifigenia; otras, la virgen pronuncia enigmas como la Hérodiade de Mallarmé o se palpa con el pensamiento como La joven Parca; Eurípides y Goethe, el libre arbitrio católico y los experimentos rítmicos del modernismo y hasta los temas mexicanos (universalismo y nacionalismo) y la querella familiar, todo se funde con admirable naturalidad. Nada sobra porque nada falta. Cierto, nunca volvió a escribir un poema de arquitectura tan sólida y aérea, tan rico de significaciones, pero sus mejores páginas en prosa son una apasionada meditación sobre el misterio de Ifigenia, la virgen libertad.
El enigma de la libertad es también el de la mujer. Artemisa es una divinidad pura y carnicera: es la luna y el agua, la diosa del tercer milenio antes de Cristo, la domadora, la cazadora y la hechicera fatal. Ifigenia es apenas una manifestación humana de esa deidad pálida y terrible que atraviesa los bosques nocturnos seguida de una jauría sanguinaria. Artemisa es un pilar, el árbol primordial, arquetipo de la columna como el bosque es el modelo mítico del templo. Ese pilar es el centro del mundo:

En torno a ti danzan los astros
¡Ay del mundo si flaquearas, Diosa!

Artemisa es virgen e impenetrable; "¿Quién vislumbró la boca hermética de tus dos piernas verticales?" Ojos de piedra, boca de piedra ­­pero "las raíces de sus dedos sorben los cubos rojos del sacrificio, a cada luna". Peña, pilar, estatua, agua quieta, es también carrera loca del viento entre los árboles. Artemisa busca y rehúsa alternativamente, la encarnación, el encuentro con el otro, adversario y complemento de su ser. El abrazo carnal es lucha mortal.
En la obra de Reyes el erotismo ­­en el sentido moderno del término­­ aparece siempre velado. La ironía modera el alarido; la sensualidad dulcifica el gesto terrible de la boca; la ternura transforma la garra en caricia. El amor es batalla, no carnicería. Reyes no niega la omnipotencia del deseo, pero ­­sin cerrar los ojos ante la naturaleza contradictoria del placer ­­busca de nuevo un equilibrio. Si en Ifigenia cruel­­ y en otros textos, algunos publicados y otros inéditos, como la farsa de Landrú­­ el deseo aparece revestido con las armas de la muerte, en los más numerosos y personales su temperamento cordial ­­melancolía, ternura, saudade­­­ calma a la sangre y sus abejas. El epicureísmo de Reyes no es una estética ni una moral: es una defensa vital, un remedio viril. Pacto: no renuncia ni guerra sin cuartel. En un poema de juventud bastante más complejo de lo que revela una primera lectura, dice que en sus imaginaciones identifica a la flor (que es una flor mágica: la adormidera) con la mujer y confiesa su temor:

¡Tiemblo, no amanezca el día
en que te vuelvas mujer!

La flor esconde, como la mujer, una amenaza. Ambas provocan sueño, delirio y locura. Ambas hechizan, es decir, paralizan el ánimo. Para librarse del cuchillo de la virgen Ifigenia y de la amenaza de la flor, no hay exorcismo conocido, excepto el amor, el sacrificio ­­que es, siempre, una transfiguración. En la obra de Reyes no se consuma el sacrificio y el amor es una oscilación entre la soledad y la compañía. A la mujer ("trataba en la obra ­­libre aunque se da y ajena") la tenemos un instante en la realidad.
Y siempre en la memoria, como nostalgia:

Mercedes, Río, mercedes
soledad y compañía,
de toda angustia remanso,
de toda tormenta orilla.

Pacto, acuerdo, equilibrio: estas palabras son frecuentes en la obra de Reyes y definen una de las direcciones centrales de su pensamiento. Algunos, no contentos con acusarlo de "bizantinismo" (hay críticas que, en ciertos labios, resultan elogios), le han reprochado su moderación. ¿Espíritu moderado? No lo creo, al menos de la manera simple con que quieren verlo las inteligencias simplistas. Espíritu en busca de equilibrio, aspiración hacia la medida; y también, gran apetito universal, deseo de abarcarlo todo, lo mismo las disciplinas más alejadas que las épocas más distantes. No suprimir las contradicciones sino integrarlas en afirmaciones más anchas; ordenar el saber particular en esquemas generales­­ siempre provisionales. Curiosidad y prudencia: todos los días descubrimos que aún nos falta algo por saber y que, si es cierto que todo ha sido pensado, también lo es que nada se ha pensado. Nadie tiene la última palabra. Es fácil darse cuenta de las ventajas y riesgos de una actitud semejante. Por una parte, irrita a los espíritus categóricos, que tienen la verdad en el puño; por la otra, el exceso de saber a veces nos vuelve tímidos y nos quita confianza en nuestros impulsos espontáneos. A Reyes la erudición no lo paralizó porque se defendió con un arma invencible: el humor. Reírse de sí mismo, reírse de su propio saber, es una manera de aligerarse de peso.
Góngora decía: "No es sordo el mar: la erudición engaña". Reyes no siempre se libró de los engaños de esa erudición que nos hace ver en la novedad de hoy la locura de ayer. Además, su temperamento lo llevaba a huir de los extremos. Esto explica, quizá, su reserva ante esas civilizaciones y esos espíritus que expresan lo que llamaría la exageración sublime (Pienso en el Oriente y en la América precolombina pero asimismo en Novalis y Rimbaud.) Siempre lamenté su frialdad ante la gran aventura del arte y la poesía contemporáneos. El romanticismo alemán, Dostoievski, la poesía moderna (en lo que tiene de más ariesgado), Kafka, Lawrence, Joyce y tantos otros, fueron territorios que recorrió con valentía de explorador pero sin pasión amorosa. Y aun en esto temo ser injusto, pues ¿cómo olvidar su afición a Mallarmé, precisamente uno de los poetas que encarnan con mayor lucidez la sed de absoluto del arte moderno? Tachado de tibieza en la vida pública, algunos señalan que en ocasiones su carácter no estuvo a la altura de su talento y de las circunstancias. Es verdad. Pero si es cierto que a veces calló, también lo es que nunca gritó como muchos de sus contemporáneos. Si no sufrió persecución, tampoco persiguió a nadie. No fue hombre de partido; no lo fascinó el número ni la fuerza; no creyó en los jefes; no publicó adhesiones ruidosas; no renegó de su pasado, de su pensamiento y de su obra; no se confesó; no practicó la "autocrítica"; no se convirtió. Y así, sus indecisiones y hasta sus debilidades ­­porque las tuvo­­ se convirtieron en fortaleza y alimentaron su libertad. Este hombre tolerante y afable vivió y murió como un heterodoxo, fuera de todas las iglesias y partidos.
La obra de Reyes desconcierta no sólo por su extensión, sino por la variedad de los asuntos que trata. Nada más alejado, sin embargo, de la dispersión. Todo tiende a la síntesis, inclusive esa parte de su producción constituida por notas, apuntes y resúmenes de libros ajenos. En una época de discordia y uniformidad ­­ dos caras de la misma medalla­­ Reyes postula una voluntad de concierto, es decir, un orden que no excluya la singularidad de las partes. Su interés por las utopías políticas y sociales y su continua meditación sobre los deberes de la intelligentsia hispanoamericana tienden el mismo origen que su afición a los estudios helénicos, la filosofía de la historia y la literatura comparada. En todo busca el rasgo individual, la variación personal; y procura siempre insertar esa singularidad en una armonía más vasta. No obstante, concierto, acuerdo o equilibrio son palabras que no lo definen por entero: concordia le conviene mejor. La merece más. Concordia no es concesión, pacto o compromiso sino juego dinámico de los contrarios, concordancia del ser y lo "otro", reconciliación del movimiento y el reposo, coincidencia de la pasión y la forma. Oleada de vida, vaivén de la sangre, mano que se abre y se cierra: dar y recibir y volver a dar. Concordancia, palabra central y vital. Ni cerebro, ni vientre, ni sexo, ni mandíbula: corazón.
La muerte es la única proposición irrefutable, la única realidad innegable. Al mismo tiempo, tal vez por el exceso de realidad que manifiesta, por esa brutalidad con que nos dice que la presencia es ausencia, la muerte infunde un aire de irrealidad a todo lo que vemos, sin excluir al mismo muerto que velamos. Todo está y no está. Nuestra realidad última no es sino una definitiva irrealidad. Podría decirse, modificando levemente un verso de Borges: la muerte, minuciosa de irrealidad. Reyes está aquí y no está. Lo veo y no lo veo. Como en su poema:

Pasa el jinete del aire
montado en su yegua fresca,
y no pasa: está en la sombra
repicando las espuelas.

Reyes cabalga aún. En la sombra relucen sus armas: la mano y la inteligencia, el sol y el corazón.


París, 4 de enero de 1960


Cuadernos, París, No. 41 (marzo-abril 1960) pp. 4-8

Alfonso Reyes


La Habana

No es Cuba, donde el mar disuelve el alma.
No es Cuba —que nunca vio Gaugin,
Que nunca vio Picasso—,
Donde negros vestidos de amarillo y de guinda
Rondan el malecón, entre dos luces,
Y los ojos vencidos
No disimulan ya los pensamientos.

No es Cuba — la que oyó a Stravisnsky
Concertar sones de marimbas y güiros
En el entierro del Papá Montero,
Ñañigo de bastón y canalla rumbero.

No es Cuba — donde el yanqui colonial
Se cura del bochorno sorbiendo "granizados"
De brisa, en las terrazas del reparto;
Donde la policía desinfecta
El aguijón de los mosquitos últimos
Que zumban todavía en español.

No es Cuba — donde el mar se transparenta
Para que no se pierdan los despojos del Maine,
Y un contratista revolucionario
Tiñe de blanco el aire de la tarde,
Abanicando, con sonrisa veterana,
Desde su mecedora, la fragancia
De los cocos y mangos aduaneros.


A Eugenio Florit

Florit, la primavera se desborda
y vuelca Flora el azafate henchido,
y la naturaleza en cada nido
lanza un temblor y hace la vista gorda.

¿Qué pasa entonces, cuando el viento asorda
y el campo es todo asombro y todo ruido,
y aun el más recatado y retraído
toma el alma y la echa por la borda?

¿Qué arcaico rito o gresca dionisíaca,
que endiablada, o mejor, paradisíaca
celebración de las celebraciones?

Es que el poeta cumple el mandamiento:
hacer razones con el sentimiento
y dar en sentimiento las razones.


Yerbas del Tarahumara

Han bajado los indios tarahumaras,
que es señal de mal año
y de cosecha pobre en la montaña.
Desnudos y curtidos,
duros en la lustrosa piel manchada,
denegridos de viento y de sol, animan
las calles de Chihuahua,
lentos y recelosos,
con todos los resortes del miedo contraídos,
como panteras mansas.

Desnudos y curtidos,
bravos habitadores de la nieve
—como hablan de tú—,
contestan siempre así la pregunta obligada:
—"Y tú ¿no tienes frío en la cara?"

Mal año en la montaña,
cuando el grave deshielo de las cumbres
escurre hasta los pueblos la manada
de animales humanos con el hato e la espalda.

Los hicieron católicos
los misioneros de la Nueva España
—esos corderos de corazón de león.
Y, sin pan y sin vino,
ellos celebran la función cristiana
con su cerveza-chicha y su pinole,
que es un polvo de todos los sabores.

Beben tesgüiño de maíz y peyote,
yerba de los portentos,
sinfonía lograda
que convierte los ruidos en colores;
y larga borrachera metafísica
los compensa de andar sobre la tierra,
que es, al fin y a la postre,
la dolencia común de las razas de los hombres.
Campeones de la Maratón del mundo,
nutridos en la carne ácida del venado,
llegarán los primeros con el triunfo
el día que saltemos la muralla
de los cinco sentidos.

A veces, traen oro de sus ocultas minas,
y todo el día rompen los terrones,
sentados en la calle,
entre la envidia culta de los blancos.
Hoy solo traen yerbas en el hato,
las yerbas de salud que cambian por centavos:
yerbaniz, limoncillo, simonillo,
que alivian las difíciles entrañas,
junto con la orejela de ratón
para el mal que la gente llama "bilis";
y la yerba del venado, del chuchupaste
y la yerba del indio, que restauran la sangre;
el pasto de ocotillo de los golpes contusos,
contrayerba para las fiebres pantanosas,
la yerba de la víbora que cura los resfríos;
collares de semillas de ojos de venado,
tan eficaces para el sortilegio;
y la sangre de grado, que aprieta las encías
y agarra en la nariz los dientes flojos.

(Nuestro Francisco Hernández
—El Plinio Mexicano de los Mil y Quinientos—
logró hasta mil doscientas plantas mágicas
de la farmacopea de los indios.
Sin ser un gran botánico,
don Felipe Segundo
supo gastar setenta mil ducados,
¡para que luego aquel herbario único
se perdiera en la incuria y el polvo!
Porque el padre Moxó nos asegura
que no fue culpa del incendio
que en el siglo décimo séptimo
aconteció en El Escorial.)

Con la paciencia muda de la hormiga,
los indios van juntando sobre el suelo
la yerbecita en haces
—perfectos en su ciencia natural.


Visitación

—Soy la Muerte— me dijo. No sabía
que tan estrechamente me cercara,
al punto de volcarme por la cara
su turbadora vaharada fría.

Ya no intento eludir su compañía:
mis pasos sigue, transparente y clara
y desde entonces no me desampara
ni me deja de noche ni de día.

—¡Y pensar —confesé—, que de mil modos
quise disimularte con apodos,
entre miedos y errores confundida!

«Más tienes de caricia que de pena».
Eras alivio y te llamé cadena.
Eras la muerte y te llamé la vida.


Alfonso Reyes nació en la ciudad de Monterrey (Estado de Nuevo León)
el 17 de mayo de 1889; fue hijo del General Bernardo Reyes y de doña
Aurelia Ochoa de Reyes. Hizo sus primeros estudios en escuelas
particulares de Monterrey, en el Liceo Francés de México, en el
Colegio Civil de Nuevo León, en la Escuela Nacional Preparatoria
y en la Facultad de Derecho de México, en donde obtuvo el título
de abogado el 16 de julio de 1913. En 1909 fundó, con otros
escritores mexicanos, el "Ateneo de la Juventud". Allí, junto con
Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos se organizaron
para leer a los clásicos griegos. En 1910 publicó su primer libro
"Cuestiones Estéticas". En agosto de 1912 es nombrado secretario de
la Escuela Nacional de Altos Estudios, en la que profesó la cátedra
de "Historia de la Lengua y Literatura Españolas", de abril a junio
de 1913. El 17 de este mes fue designado segundo secretario de la
Legación de México en Francia, puesto que desempeñó hasta octubre de
1914. Exiliado en España (1914-1924), después de la muerte de su
padre, el general Bernardo Reyes. Se integró a la escuela de
Menéndez Pidal y posteriormente en la estética de Benedetto Croce,
más adelante publicó numerosos ensayos sobre la poesía del siglo de
oro español, entre los que destacan: "Barroco" y "Góngora"; además,
fue uno de los primeros escritores en estudiar a sor Juana Inés de
la Cruz. De esa época son "Cartones de Madrid" (1917), su breve pero
magistral obra, "Visión de Anáhuac" (1917), "El suicida" en 1917 y
"El cazador" en (1921).
En España se consagró a la Literatura y al periodismo; trabajó en
el Centro de Estudios Históricos de Madrid bajo la dirección de don
Ramón Menéndez Pidal.
En 1919 fue nombrado secretario de la comisión mexicana "Francisco
del Paso y Troncoso", también en este año efectuó la prosificación
del poema del Mío Cid, y en junio de 1920, fue nombrado segundo
secretario de la Legación de México en España. A partir de entonces
hasta febrero de 1939, en que regresó definitivamente a México,
ocupó diversos cargos en el servicio diplomático; Encargado de
Negocios en España (1922-1924), Ministro en Francia (1924-1927),
Embajador en Argentina (1927-1930 y 1936-1937) y en Brasil (1930-
1936). En abril de 1939 fue presidente de la Casa de España en
México, que después se convirtió en El Colegio de México, Fue
miembro de número de la Academia Mexicana correspondiente de la
Española, y catedrático fundador del Colegio Nacional. En 1945
obtuvo el Premio Nacional de Literatura en México. De 1924 a 1939
se convirtió en una figura esencial del continente hispánico,
como lo atestigua el propio Borges. Entre sus ensayos de esos años
se cuentan "Cuestiones gongorinas" (1927), "Simpatías y diferencias"
(ensayos, 1921-1926), "Homilía por la cultura" (1938), "Capítulos
de literatura española" (1939 y 1945) y "Letras de la Nueva España"
(1948). Maestro del lenguaje, de 1939 a 1950 llegó a la cumbre de
su madurez intelectual y escribió una larga serie de libros sobre
temas clásicos, como "La antigua retórica" y "Última Tule" en 1942,
"El deslinde" (1944), "La crítica en la Edad Ateniense" (1945),
"Junta de sombras" (1949). También escribió temas muy variados
tales como: "Tentativas y Orientaciones" (1944), "Norte y Sur"
(1945), "La X en la frente" y "Marginalia", en 1952. Entre sus
traducciones se encuentra parte de "La Iliada" de Homero, en
1951. Su trabajo con el mundo clásico no se limita al de la
erudición, es más bien una reinvención de metáforas poéticas y
hasta políticas que definen nuevas perspectivas para articular
la realidad de México, como su "Discurso por Virgilio" (1931).
En "Ifigenia cruel" (1924), poema dramático en el estilo del
teatro clásico, el mito contado por Eurípides se reinventa, y se
transforma en una reflexión sobre la identidad y el pasado, una
alegoría de su propia vida personal y también de la del México
surgido de su propia Revolución. Fallece este insigne poeta
mexicano en el año de 1959.

21 de junio de 2009

José Juan Tablada


EL GALLO HABANERO

En el matinal gallinero
con el rendimiento caballero,
en torno a su hembra enreda
el arabesco de su rueda
sin cesar el gallo habanero;

cual blanco albornoz el plumón
envuelve su fiero ademán;
¡por su cresta-fez bermellón
y el alfanje de su espolón,
el gallo es un breve sultán!

Junto a la gallina coqueta,
de pronto su blanca silueta
fija en soberbia rigidez,
como el gallo de la veleta
o el caballo del ajedrez...

Echando atrás el cuello empina;
¡y en enfático frenesí,
rasga la matinal neblina,
sobre el jardín que ilumina
con su agudo kikirikí!


NOCTURNO ALTERNO

Neoyorquina noche dorada
Fríos muros de cal moruna
Rector's champaña foxtrot
Casas mudas y fuertes rejas
Y volviendo la mirada
Sobre las silenciosas tejas
El alma petrificada
Los gatos blancos de la luna
Como la mujer de Loth

¡Y sin embargo
es una
misma
en New York
y en Bogotá

La Luna...!


HAIKUS


LA ARAÑA

Recorriendo su tela
esta luna clarísima
tiene a la araña en vela.

EL SAÚZ

Tierno saúz
casi oro, casi ámbar,
casi luz...

LOS GANSOS

Por nada los gansos
tocan alarma
en sus trompetas de barro.

EL PAVORREAL

Pavorreal, largo fulgor,
por el gallinero demócrata
pasas como procesión.

LA TORTUGA

Aunque jamás se muda,
a tumbos, como carro de mudanzas,
va por la senda la tortuga.

HOJAS SECAS

El jardín esta lleno de hojas secas;
nunca vi tantas hojas en sus árboles
verdes, en primavera.

LOS SAPOS

Trozos de barro,
por la senda en penumbra,
saltan los sapos.

EL MURCIÉLAGO

¿Los vuelos de la golondrina
ensaya en la sombra el murciélago
para luego volar de día...?

MARIPOSA NOCTURNA

Devuelve a la desnuda rama,
mariposa nocturna,
las hojas secas de tus alas.

EL RUISEÑOR

Bajo el celeste pavor
delira por la única estrella
el cántico del ruiseñor.

LA LUNA

La Luna es araña
de plata
que tiene su telaraña
en el río que la retrata

HONGO

Parece la sombrilla
este hongo policromo
de un sapo japonista

LA GUACHARACA

¿Asierran un bambú en el gradual?
¿Canta la guacharaca?
Rac... Rac... Rac...

EN LILIPUT

Hormigas sobre un
grillo, inerte. Recuerdo
de Guliver en Liliput...

VUELOS

Juntos, en la tarde tranquila
vuelan notas de Ángelus,
murciélagos y golondrinas.

EL BURRITO

Mientras lo cargan
sueña de burrito amosquilado
en paraísos de esmeralda...

UN MONO

El pequeño mono me mira...
¡Quisiera decirme
algo que se le olvida!

PANORAMA

Bajo de mi ventana, la luna en los tejados
y las sombras chinescas
y la música china de los gatos.

PECES VOLADORES

Al golpe del oro solar
estalla en astillas el vidrio del mar.

SANDÍA

¡Del verano, roja y fría
carcajada,
rebanada
de sandía!

José Juan Tablada: Nació en la Ciudad de México en 1871, murió en Nueva York en 1945. Modernista en su primera etapa —de aquí tal vez hereda el gusto por la palabra, la aventura y el viaje; la noción del arte como cambio perpetuo— José Juan Tablada defendió esta corriente en la Revista Moderna (1989-1911). En 1900 fue al Japón. Desde entonces se interesó en "el ejemplo naturalista de los japoneses" cuya estética permite no una copia sino una "interpretación plástica" de la naturaleza. En 1914, al caer Victoriano Huerta, se exilió en Nueva York. Primer mexicano que habló con discernimiento del arte prehispánico y del popular, compañero y guía de López Velarde, amigo y defensor de los pintores Orozco, Rivera y tantos otros, Tablada inicia nuestra poesía contemporánea e introduce el haikú en lengua española. Da libertad a la metáfora antes que los ultraístas, escribe poemas ideográficos casi al mismo tiempo que Apollinaire. Revela a los futuros "Contemporáneos" un nuevo sentido del paisaje, el valor de la imagen, el poder de concentración de la palabra. Su nombre está ligado además a una de las figuras centrales de la música moderna: Edgar Varèse. El compositor francoamericano escribió hacia 1922 una cantata, Offrandes, con un poema de Tablada y otro de Huidobro. Citamos este hecho —poco conocido entre nosotros— para subrayar el interés de Tablada por todas las manifestaciones de vanguardia, tanto en la poesía como en la música y la pintura. Este poeta que descubrió tantas cosas espera todavía ser descubierto por nosotros.*
Libros de poesía: El florilegio (1899, 1904 y 1918); Al sol y bajo la luna (1918); Un día (1919); Li-Po y otros poemas (1920); El jarro de flores (1922); La feria (1928); Los mejores poemas de José Juan Tablada (1943).
La versión al inglés que aquí se presenta fue publicada en Anthology of Mexican poetry, preparada por Octavio Paz y traducida por Samuel Becket (Bloomington, Indiana University Press, 1958). La versión francesa procede de la misma Anthologie de la poésie mexicaine, editada por Octavio Paz y traducida por Guy Lévis Mano(Les éditions Nagel, París, 1952).

17 de junio de 2009

In Memoriam


Víctima de una época cada vez más sombría, y de una soledad insuperable que le tocaba las raíces mismas del ser, el 14 de mayo del pasado año se suicidó en Roma el escritor cubano Calvert Casey. Me atrevo a afirmar, parafraseando lo que Artaud dijo al referirse a la muerte de Van Gogh, que Calvert fue un artista suicidado por la sociedad y el tiempo en los que le tocó vivir. El ingenuo y delirante juego que la fiebre de su imaginación construyera para ahuyentar a sus enemigos, lo fue poblando de fantasmas —no por absurdos, menos reales y exterminadores. Al final, la literatura resultó incapaz de realizar un exorcismo último que justificara su existencia quedando él mismo convertido en fantasma. Quizá no sería del todo ilícito añadir que Calvert estaba demasiado comprometido con la vida (bien es cierto que de una manera extraña y misteriosa) para aceptar por más tiempo otra imagen de ella que no fuera la que le dictaba constantemente su deseo. Cuando comenzó a sentirla como “una pasión inútil” decidió lanzarse del otro lado del espejo, no para encontrar su definitivo y verdadero rostro sino para borrar el testimonio cruel de su memoria. Perdido en el laberinto de absurdas y endemoniadas circunstancias que lo rodeaba, con la interrupción de su conciencia se cumplía el término al irrealizable y angustioso proyecto que constituyó su vida. Ahora sólo nos quedan sus libros, sus palabras, arañando el pálido cristal de los recuerdos..., y algunas cartas que él me escribiera desde Cuba cuando yo me encontraba viviendo en Alemania. Los fragmentos de las mismas que ofrezco a los ojos del lector creo que revelan el hondo perfil humano de aquel hombre que fue mi amigo, Calvert Casey, que nació en Baltimore, amó a Cuba y se suicidó en Roma.

Fernando Palenzuela


la habana, febrero 1962

“Estoy mirando la fotografía que nos tomaron en aquel bellísimo patio de Camagüey durante aquel deprimente encuentro de poetas, no sé si recordarás. Qué rápido ha pasado el tiempo y cuántas cosas han pasado desde entonces. Tengo versiones fugaces de tu viaje, te imagino al volante de un camión de la casa Mercedes-Benz, por la Plaza de la Magdalena, en París, o inspeccionando las ruinas de la catedral de Colonia, la flamante obra de la civilización, luego he dejado de saber de ti hasta que O. llegó a mi casa y me habló de ti y de que querías que te escribiera”.

“He vivido fuera y sé la importancia que tiene recibir cartas, el prestigio increíble que tiene un sobre sin abrir, y el misterio. Recuerdo haberlos conservado hasta dos días y mirarlos sin querer abrirlos para no develar el misterio, que muchas veces, casi todas las veces no era más que palabras banales como éstas que te escribo, pero qué extraño y sugerente valor tenían cuando aún estaban dentro del sobre sin abrir”.
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“Por correo ordinario en un barco que tardará en llegar te estoy mandando un libro de cuentos míos que salió este mes. Espero que si abandonas Stuttgart te hagas remitir la correspondencia y te llegue el libro. Creo que en Camagüey me dijiste que te interesaba lo que escribía. Siento mi vida ya muy concluída y siento que debía tener ya media docena de libros; el tiempo perdido es irrecuperable. Con gran escepticismo he empezado una novela. Conspira también contra nosotros la sensación de desastre inminente que pesa sobre la humanidad, y que algunos días es muy fuerte, sobre todo en nuestro pequeño pedazo de tierra, por todas las amenazas que pesan sobre él”.
“Pienso en Stendhal que, salvando las enormes distancias, tuvo la suerte de vivir en la Europa de la Santa Alianza donde se podía planear una novela que tardaría meses o años en escribirse, porque había la seguridad del tiempo, que creo es algo que nos ha abandonado. Me pregunto si la anatomía humana, que se adapta a todo, reflejará en alguna forma, quizás monstruosa, esta sensación de apocalipsis inminente con la que (algunos días) parece que hemos aprendido a vivir”.
“Del pequeño mundo que tú conociste y sus ramificaciones, antecedentes y futuro prefiero que hablemos cuando volvamos a vernos. Creo que es tan pequeño, con tan pequeñas repercusiones en nuestro pequeño y subdesarrollado país, a pesar de nuestras ilusiones de ser importantes, que si dejara de existir no pasaría nada. No quieras mal a los que no te escriben, el momento es tan complejo que lo que te digan hoy, mañana dejará de ser válido”.
“Si te decides a escribirme cuéntame algo de tus viajes, si has conocido Italia. Si no, trata de hacerlo. Hay allí una vitalidad asombrosa, la vitalidad española, pero muy depurada, algo muy viejo y muy joven al mismo tiempo. Quizás Grecia sea así también, pero quizás, como España, más cruda. Roma es como si La Habana tuviera 2,000 años de fundada, y viejos palacios de príncipes vestidos de negro a los que nadie ve, porque lo extraño es que se me pareció a La Habana, y Génova en cierto modo también. Lo más cerca que te quedaría en París, donde me dice O. que vivirás, es Génova. Es una extraña ciudad, como La Habana pero tenebrosa. Y Nápoles es como La Habana, pero con algo malévolo y abyecto. Ya todo eso forma parte de mis recuerdos; en tí es cosa viva. Lo único que deseo es que, pase lo que pase, no tenga que abandonar nunca a Cuba. Tengo esa cosa pueril que se llama el nacionalismo, el amor al lugar donde se ha crecido, que te hará reir a carcajadas allá en tu rincón de Stuttgart, pero que a mí, hoy por hoy, me mantiene aquí”.

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la habana, marzo 31, 1962

“Cuenta con que el Libro de Rolando ha salido ya por vía marítima y te llegará. Creo que es un hemoso libro y que la pérdida de Rolando fue tremenda. Me parece, sin embargo, que el cursi epíteto de malogrado no le conviene. El libro parece obra de quien resume constantemente su experiencia porque sabe que va a morir muy pronto. Su temor (o su deseo) tarde o temprano se cumple. Pero yo no soy poeta y leo mal la poesía, todo está ahí y tu juzgarás mejor que yo”.
“No sé si conocías “En San Isidro”, que publiqué en el último número de “Ciclón”, único que salió después del famoso 1ro. de enero. Creo que es también lo de más vitalidad que yo he hecho. En todo caso, únelo a “El Rregreso”, porque es parte inseparable de mi visión de La Habana y de Cuba. Como ves, no es poema, ni cuento, sólo una especie de oratorio desesperado”.
“Estoy dando tu dirección a X., pues me la pidió con interés. Pero tú sabes que está un poco como todos nosotros, sujetos a cambios de humor. —Tiene el mismo espíritu invencible de siempre, a pesar de los ataques, de los años y de la soledad”.

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“Paso en estos momentos por una crisis personal y me es difícil escribirte nada que tenga sentido. He comenzado y terminado un capítulo de la novela — y me he preguntado ¿es que yo no puedo escribir más que sobre cosas y gentes muy jodidas como yo? ¿Y el lado alegre de la vida? ¿Y la alegría de estar vivo? ¿Y el humor? ¿Y el amor?”
“Luego la crisis personal inevitable de quien ve concluir la juventud y se pregunta qué pasará —posiblemente no pasará nada. La decadencia es demasiado sutil como para que “pase” nada — o eso es, precisamente: que no pasa nada”.

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la habana, junio 17, 1962

“Algo de la pesantez de Munich conozco por libros y por gente que me ha hablado; la capital de Luis I, el loco apasionado de Wagner, recubierta de mármol en un esfuerzo pedante por igualarla a Atenas ¿no hay algo de eso? Algún escritor malo de fin de siglo (creo que Blasco Ibáñez) la llamó “la de los mármoles fríos”. Pero ¿no son los alemanes del Sur, de cabellos negros, más vivaces y simpáticos que los del Norte, y más libres de sus manías de trabajo y limpieza? A lo mejor todo esto te hace sonreir; bien sonríe ante mi ignorancia”.
“Al fin cayeron sobre tu pobre isla, torturada por una sequía bíblica, feroz, inmensos enormes aguaceros tropicales, que me hacen ver a la Naturaleza como una madre menos cruel. El agua del cielo sin descanso, en cantidad diluviana, me agarró en Isla de Pinos. Algún día hablaremos de ese viaje. Qué bello y qué amenazador es el mar en la madrugada bajo un diluvio, lleno de relámpagos. Y yo aterido de frío durmiendo en cubierta, sintiéndome perdido en aquella inmensidad. Constantemente huyo de la ciudad, sobre todo de los pequeños grupos asfixiantes de los que tú, con gran prudencia, te mantuviste a distancia; viajo mucho por la isla; a fines de abril llegué hasta Remedios; Las Villas son amables, en algunas de ellas hay aún viejos fiacres que te transportan de lugar y de siglo por una peseta; barato ¿verdad? Hay viejos caserones remedianos conmovedores por lo hermosos; Trinidad es infinitamente superior, allí estuve cuando salí de La Habana, pero es que uno siente que a Remedios no llega nadie. Ya los amigos se han acostumbrado a estas desapariciones constantes mías, que en los últimos tiempos se han hecho obsesivas, y que muchas veces, en un país estremecido por los cambios sociales, tienen extrañas consecuencias que algún día (?) asumirán forma literaria”.
“Tu última carta larga desde Stuttgart me conmovió, pero también me hizo sentir que no estamos tan lejos el uno del otro. Yo también defiendo el derecho a la locura. Si hay segunda edición de los cuentos, figurará San Isidro como parte de ese derecho. Eso no me aumentará el número de amigos, ni aquí ni en el exterior, pero me reconciliará conmigo mismo. ¿Y tu locura? ¿Asumirá forma literaria? No olvides que ese será el único rastro de nuestras vidas antes de perderse en el vacío”.
“¿Crees que soy feliz o estoy contento? Como tantos otros, vivo desgarrado, aunque las apariencias indiquen otra cosa; estoy aquí por un profundo amor a mi país, que siento que no puedo abandonar a su dramática suerte, y por un deseo ingenuo de compartir sus tristezas y una esperanza más ingenua aún (estas ingenuidades suelen pagarse muy caras) de influir en esa suerte. Para los de fuera, las apariencias me acusarán de buscar mi mejor conveniencia. Bien, que piensen lo que quieran. Ellos también están sometidos a un sufrimiento intenso. La huella que va dejando el desgarramiento diario en el espíritu sólo es visible para quien lo sufre. Soy tan mal artista que ni siquiera tengo el talento de dejar constancia de ella”.
“Fernando, escríbeme cuando sientas la necesidad de hacerlo; tus cartas rompen la sensación esta de aislamiento, tan penosa, háblame de París, trata de ver algo del Teatro de las Naciones, que durará hasta julio y cuéntame”.
“Ya yo sabía, antes que me lo dijera Víctor Manuel la otra mañana en un café de O’Reilly, completamente ebrio, que lo más hermoso, y lo más terrible, es lo que no se dice. Dime tú lo que puedas”.
“Me siento mucho más sereno; hoy es domingo, un domingo en La Habana, que tan bien conoces. Anduve hoy con Z. por Guanabacoa, él es medio guajiro; anduvimos buscando viejos manantiales, admirando los ríos crecidos, llegamos hasta el río Cojímar, y sus altos paredones impresionantes y llenos de una paz infinita, donde no hace muchos años, aún corrían venados. Cómo se extiende la ciudad hacia allá, qué amenazadora y qué grande”.
“Y tú, que has visto el Elba y el Oder y el Rin, soportas en silencio que yo llame ríos a nuestros pobres arroyos casi secos”.