21 de agosto de 2009

Poesía Cubana Hoy









Enrique Saínz

La poesía cubana del siglo XXI que se está escribiendo ahora en Cuba, de singular fuerza en la creatividad de sus más jóvenes representantes y en la obra plena y sustanciosa de los maestros, aquellos autores que comenzaron su vida literaria en la década de 1940, muestra nombres de relieve internacional, a la altura de lo mejor que se escribe hoy en cualquier parte del mundo. En estos primeros años del nuevo siglo muestran su quehacer dos miembros de la llamada generación de la revista Orígenes: Cintio Vitier y Fina García Marruz, consumados maestros de la palabra poética y de la reflexión en torno a la poesía, con libros que se han constituido,
con el decursar del tiempo, en verdaderos paradigmas por la riquezaverbal y la profundidad de la mirada, las preocupaciones y cuestionamientos que los nutren, renovados en tiempos recientes con poemas de similar intensidad y colmados de una sabiduría más alta, consecuente con la evolución que se aprecia en sus creaciones anteriores, como si el diálogo que ambos poetas realizaron durante décadas con la realidad en sus diversas manifestaciones hubiese hallado ahora nuevas iluminaciones y caminos para ahondar en el conocimiento de lo desconocido.
Ahí están, como ejemplo mayor, los más recientes textos de García Marruz no recogidos en libro y el cuaderno de Vitier titulado Epifanías (2003),conjuntos que se caracterizan por la frescura de su palabra y la naturalísima asimilación de los elementos de la vidacotidiana en la plenitud de su misterio y de su trascendencia, signos inequívocos de la dimensión espiritual que han alcanzado ambos creadores. Nacida también en la década de 1920, pero no parte del grupo que se reunió en torno a José Lezama Lima en la revista Orígenes, continúa escribiendo dentro de la línea neorromántica que la caracteriza, si bien con matices diferenciadores que enriquecen su voz poética, CarildaOliver Labra, una figura que ha experimentado evidentes ganancias en los últimos años.
Entre los miembros de la llamada generación del 50, integrada en estos años por un grupo de magníficos poetas de obra ya hecha en lo esencial,encontramos asimismo una poesía de magnífica factura, culminación de unatrayectoria que se inició por aquellos años con libros de incuestionable excelencia y madurez, virtudes enriquecidas más tarde con nuevas ganancias que provenían del conversacionalismo y de otras corrientes que habían tenido una significación importante en estos autores desde su primera juventud. Después de aquellos libros de los comienzos y de los que escribieron en las décadas sucesivas, con los que sus nombres de creadores se fueron difundiendo en Cuba y en otros países, han continuado estos poetas hasta nuestros días dándonos el más vivo testimonio de su visión de la vida y de la realidad en páginas en las que observamos un nuevo modo de sentir y de comprender el acontecer, pero con un estilo que se mantiene, con las variaciones de rigor, desde sus obras de los años 1960-1980.
Se trata, simplemente, de transformaciones dentro de una constante, en unos casos más evidente y en otros menos, pero siempre con calidades y hallazgos que nos hablan de una evolución enriquecedora. Cualquiera de los nombres de esa generación que hoy continúan su labor (Roberto Fernández Retamar, Pablo Armando Fernández, César López, Rafael Alcides, Francisco de Oraá, Pedro de Oraá, Luis Marré, Antón Arrufat, Mario Martínez Sobrino) deja ver aportes dentro su propia evolución personal y en la historia de la poesía de estos decenios, incorporando sucesivamente nuevas inquietudes, cambios sociales, angustias, hallazgos, estilos, memorias, siempre abiertos a nuevas maneras para asumirlas o reencontrar sus propios caminos, para adentrarse en problemáticas a las que no se habían acercado antes o volver a las mismas que en el pasado los movieron a escribir, pero ahora desde un ángulo nuevo o para ahondar en una dimensión que entonces no vieron.
Como los representantes de la generación de la revista Orígenes, de quienes recibieron, como todas las generaciones posteriores, lecciones imborrables, estos autores, representantes en Cuba del coloquialismo de la década de 1960, nos han entregado últimamente páginas verdaderamente renovadoras de su propio quehacer y aun dentro delpanorama actual de la lírica cubana, sin dejar por ello las maneras que les
son propias y que los individualiza y les de su personalidad propia. Así, por ejemplo, los poemas mas recientes de Francisco de Oraá o de Mario Martínez Sobrino vienen a iluminarnos zonas de la realidad y maneras de sentir y cuestionarse el ser de las cosas de un modo que no vemos en sus creaciones previas, pero que de algún modo estaba en aquellos textos precedentes. Podemos entonces hablar de transformaciones dentro de preocupaciones y búsquedas que siempre les fueron consustanciales, pero que no ocupaban en el pasado los primeros planos de su escritura. Han evolucionado, como siempre sucede, dentro de sus potencialidades comocreadores, hecho de suma importancia en la medida en que nos hace saber que
mantienen viva su obra.
Los poetas de la generación siguiente, nacidos entre 1940 y 1955 aproximadamente, traen una visión diferente de la poesía y de sus relaciones como creadores con la realidad, notoriamente influidos también por las dos grandes generaciones que los precedieron, aunque fuese una influencia que culminó, en muchos casos, en un rechazo y la propuesta de una escritura distinta. Algunos de los nombres más importantes de la poesía cubana actual son los de las figuras más conspicuas de esa generación, portadora en la década de 1980 de cambios sustanciales en la lírica del país. Entre esos cambios quizá el más notorio sea, por su trascendencia y lo que entrañaba en tanto expresiónde una concepción del mundo, la imperiosa necesidad de un adentramiento en los conflictos capitales del individuo y el gradual desentendimiento del suceder histórico y, consecuentemente, del canto a la realidad político-social de la nación, tema fundamental de los creadores de los años 1960-1980.
Esa vuelta hacia los problemas existenciales del individuo, sus angustias, su destino en tanto persona, sus conflictos consigo mismo y con la existencia como problema espiritual, no social, está en el centro de esos poetas, como puede verse en las obras más relevantes de Reina María Rodríguez, en cuyos textos más recientes hallamos un ahondamiento de ese diálogo hacia adentro que fue apareciendo a mediados de los80 en la obra de algunos autores, entre ellos Raúl Hernández Novás y Ángel Escobar, fallecidos antes de iniciarse el nuevo siglo.
Otros nombres de esa generación, como Miguel Barnet y Nancy Morejón, han experimentado cambios en relación con su poética inicial, pero sin romper totalmente con los temas que dieron cuerpo a sus primeros libros, en los que hallamos una relación armoniosa con el acontecer social y una visión jubilosa y optimista de la Historia, presente en sus más recientes creaciones, en las que vemos también cuestionamientos de naturaleza íntima, entremezclados con temas en los que el individuo y sus angustias ocupan el centro dinamizante del poema.
En los tres casos mencionados, a los que podríamos añadir los nombresde Guillermo Rodríguez Rivera, Víctor Casáus y Alex Fleites, entre otros de esa generación, se aprecia una calidad que viene de lo que podríamos llamar un rico proceso de maduración intelectual que se sustenta en lecturas y experiencias múltiples, abiertas a diversas líneas de expresión, asimiladas como paradigmas de una escritura auténtica.
En estos momentos, los años transcurridos desde 2000, esa generación de
los nacidos entre 1940 y 1955 continúa nintegrando una obra que, sin dejar de
incorporar nuevos elementos de una creciente diversidad de tópicos y líneas
que vienen de la tradición de la poesía social o del intimismo, cada uno a su modo, van reencontrándose con viejas problemáticas de su propio quehacer o abriéndose a posibilidades consustanciales con los tiempos que corren, en los que las crisis de naturaleza diversa engendran nuevos conflictos o agudizan los ya existentes.
Las dos generaciones subsiguientes, 1955-1985, han hecho un sustantivo aporte al devenir de la poesía cubana con la elaboración de una obra en la que confluyen numerosas corrientes ideoestéticas y siempre renovadores replanteos de la cuestión poética, asumida de manera especial por los más jóvenes como una necesaria ruptura
con ciertos paradigmas del canon que a lo largo de los años se fue imponiendo
desde posiciones oficiales de la cultura o desde las calidades intrínsecas de los
creadores.
Como sucede en cualquier movimiento espiritual de importancia, vemos coexistir en ambas generaciones estilos y tendencias disímiles, pero conun rasgo común, predominante ya desde mediados de los años ochenta: el desentendimiento de las conquistas sociales y las transformaciones políticas de la historia nacional en tanto temas y preocupaciones de primer orden, sin que ello signifique que sean emocionalmente ajenos a los problemas de la realidad inmediata, ahora vistos por estos poetas como un sustrato profundo del que emergen los dramas y las angustias
existenciales, pero no como objetos del canto, centrado entonces en preguntas
y cuestionamientos de vieja estirpe en la historia espiritual de la cultura de occidente en unos casos y en otros en una voluntad de ruptura que ha dado valioso frutos a la palabra poética más reciente entre nosotros.Para explicarnos mejor diremos que autores como Roberto Méndez, Jesús David Curbelo, Rito Ramón Aroche, Caridad Atencio, Antonio Armenteros, Ismael González Castañer, Ricardo Alberto Pérez, Juan Carlos Flores, Víctor Fowler, Omar Pérez, Liudmila Quincoses, Reinaldo García Blanco, Rigoberto Rodríguez Entenza, Ileana Álvarez, Francis Sánchez, Livio Conesa, Dolores Labarcena, han traído a la poesía cubana una diversidad nunca antes vista, si bien en ocasiones observamos, dentro de esa multiplicidad de maneras y voces, inocultables desigualdades en la trayectoria de más de uno de estos autores y del corpus de obra de algunos de ellos en relación con la riqueza lograda por otros miembros de esas dos generaciones. Así, cuando comparamos los libros de Méndez y Curbelo, por ejemplo, ambos de significativa calidad y diferentes entre sí, cada uno con su poética muy propia, con los de Aroche, Fowler, González Castañer, R.A. Pérez o Flores, pongamos por caso, expresión cada uno de ellos de estilos innegablemente suyos, inconfundibles, hallaremos mundos absolutamente diferentes, sin semejanzas de ningún tipo, y a su vez otros en relación con lo que han venido haciendo en estos años recientes los representantes de la generación de Orígenes y de las dos inmediatamente posteriores. Por su parte, un poeta como Omar Pérez, representante de una espiritualidad de raíces orientales y de otras culturas que no entran dentro del llamado canon occidental, sin ignorar aportes fundamentales de ese canon (Shakespeare, D. Thomas), nos entrega una obra en plenitud creadora que nada tiene que ver tampoco con los coetáneos suyos que hemos venido citando, ni tampoco con los maestros precedentes que hoy continúan escribiendo en Cuba. Conesa y Labarcena, en cambio, se mueven en una búsqueda que quiere adentrarse en un diálogo que desentrañe las oscuras e impenetrables relaciones de los distintos elementos de la realidad circundante, indagación semejante y a la vez diferente de la que hace décadas emprendieron los origenistas, pero asumido ahora con vivencias personales y colectivas que los origenistas no tuvieron, no al menos matizadas por las lecturas que estos jóvenes han tenido de autores que fueron apareciendo a lo largo de los últimos treinta años.
Algunos de estos creadores, integrantes en los noventa del grupo Diáspora(s), entre cuyos aportes a la poesía cubana estuvo el de proponer una ruptura radical con las poéticas nacionales precedentes para plantearse el fenómeno de la poesía y en general de la escritura desde otra dimensión, desde lo que podríamos llamar el lado oscuro de la Historia, una manera irreverente de ver las relaciones entre Poesía e Historia, entre palabra y realidad, entre política y literatura. En la obra de estos autores, en plena formación pero ya con frutos logrados, se evidencia en primer lugar un discurso desestructurador, ajeno a cualquier lirismo convencional, en el que la realidad se nos aparece de una manera muy diferente de como la hemos venido viendo y sintiendo en otros poetas jóvenes. Así sucede en los libros de Juan Carlos Flores, en especial en Distintos modos de cavar un túnel (2004, Premio de Poesía “Julián del Casal”, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba), del que dijimos lo siguiente en otro momento: “…no contempla el entorno ni reconstruye
el pasado desde la invención fabulada ni la exaltación mítica, sinodesde la búsqueda de un suceder oculto y despreciado por los discursos líricos precedentes. Este es un libro sin paisaje y sin historia, desentendido de la belleza clásica, hecho sólo de extraños y alucinantes fragmentos –realidades despedazadas–, raigalmente trágico, pero sin patetismos ni poses agónicas, sino como una crónica natural de ciertas zonas
de la realidad: la crónica de lo que su autor percibe en su estar en la vida día a día. Muy poco o nada tienen que ver estos poemas con la poesía cubana que los antecede, elaborados como están desde experiencias diferentes de las que aquella testimonia o privilegia.
Las imágenes del propio yo del poeta no se diferencian de su entorno porque
le pertenecen, pues el autor no es un sujeto que viene a observar desde otros
ámbitos el suceder oculto o penumbroso que sus palabras nos entregan. La sensación de intemperie vuelve una y otra vez en estas páginas, atentas a pequeños movimientos, a espacios despoblados y a ruinas y suciedades que nos parece que van a poseerlo todo, a deshacerlo con su voraz presencia. La lectura se torna sombría porque, paradójicamente, el léxico y la sintaxis nos iluminan el horror de una vivencia tan real y vigorosa como la de la luz o la alegría, y cobramos conciencia entonces de esa otra verdad: la esencial desolación ontológica en la que vivimos cotidianamente en los supuestos centros de realización personal o social, asediados por la periferia corrosiva que nos envuelve.”
No se trata en estos casos de poesía experimental, sino de una poética ya integrada, de un modo de estar en la vida y de adentrarse en el suceder. Así ha venido elaborando su poesía Rito Ramón Aroche desde sus inicios, ahora con un mayor dominio de su estilo y de sus propuestas, en especial en los poemarios Del río que durando se destruye (2005) y El libro de los colegios reales(2005). Del primero ha expresado Armenteros este acertado juicio: “Un libro que nos acerca a la sequedad expansiva, no hablo obviamente de abstracciones, o de metafísicas verificables o no, me refiero y quiero ser entendido sin dobleces de ningúngénero: a un poemario en que el diálogo
es contundente, cansados de utilizar la bien a(r)mada frase: económico. No,Rito Ramón Aroche quiere con sequedad exponer un híbrido, ¿no son acaso los pueblos jóvenes el mejor ejemplo de la mixtura y la futuridad de la especie? Pero los textos se deben soñar en su escritura misma o corregirse cuando se leen, también se deben mirar con los ojos ingenuos y a su vez profundos de los juegos de la infancia, que es padecer la inocencia; es regresar al estado puro, o como se explicaba Montale: «se debe confundir en la recepción, se debe saber decepcionar la confusión». Y de ahí el misterio hallado en estos textos.
Ciertamente, esta poesía nos conduce a otra manera de mirar y de sentir nuestro entorno, nuestras distancias, los objetos, su significado probable, verdadera apertura hacia espacios y relaciones que la poesía cubana tradicional no habían visto ni habían llegado a sentir con tanta nitidez. Las alusiones múltiples que hallamos en cualquiera de los poemas de Aroche, presencias que sólo aparecen mencionadas ocupando un sitio en nuestra vida cotidiana o en nuestro pensar, es decir, como objetos palpables o como entidades de la imaginación, o bien como distancias ajenas a todo paisajismo o a sentimientos y recuerdos de la memoria afectiva, puros y simples cuerpos de un estar ahí inexplicable por ninguna de las vías tradicionales de la intelección de lo real, esa diversidad de entidades queintegran estas páginas nos hacen contemplar el entorno y aun nuestra propia historia personal como nunca antes otros poetas cubanos.
Creo que el más ostensible rasgo de la poesía cubana del siglo XXI se halla en su inabarcable variedad, en las múltiples tendencias y maneras que la caracterizan, todas representadas por autores que han logrado calidades de primer orden entro de una novedad con importantes y apreciables aportes a la historia del género no sólo en Cuba, sino incluso en el ámbito general del idioma.
Los poetas cubanos de hoy ostentan una obra plena, de una admirable sobreabundancia conceptual y formal, con preocupaciones y propuestas que los sitúan entre los mejores exponentes del género en cualquier latitud. Sus libros más importantes y representativos han incorporado soluciones formales en consonancia con la época de cambios y apertura, de fecunda interrelación genérica que hoy vivimos,transformaciones ideostéticas muy bien asimiladas por estos creadores que en los años iniciales de este nuevo siglo han continuado una significativa y dilatada obra anterior o apenas han comenzado a escribir, con aún muy escasas entregas.
Desde Epifanías, de Vitier, hasta La sucesión (2004), de Atencio, o Las puertas dialogadas (2004), de Labarcena, representantes de los extremos del arco que se despliega desde la mayor hasta la más joven de las voces que en este comienzo de milenio se encuentran creando y publicando en Cuba, hay un verdadero torrente de autores de calidad que engrosan la herencia lírica nacional y la elevan a una altura que en nada desmerece de los más altos períodos de creación poética de nuestro país, con nombre que son ya clásicos de la lengua.