29 de enero de 2010

Jaroslav Seifert


El grito de los fantasmas


En vano nos agarramos a las telarañas flotantes
y al alambre de púas.
En vano apoyamos el talón en la tierra
para no dejarnos arrastrar con tanto ímpetu
hacia las tinieblas, que son más negras
que la más negra noche
y carece ya de corona de estrellas.

Y cada día encontramos a alguien
que involuntariamente nos pregunta
sin abrir siquiera la boca:
¿Cuándo? ¿cómo? ¿y qué viene después?

Bailan y danzan aún un poco más
y respiran el aire perfumado,
¡aunque sea con el dogal al cuello!



Ser poeta


La vida ya hace tiempo me enseñó
que la música y la poesía
son en este mundo lo más hermoso
que puede darnos,
excepto el amor.
En una antigua crestomatía,
publicada aún en tiempos del viejo Imperio austrohúngaro,
en el año en que murió Vrchlický
busqué el tratado que hablara
de poética y de los adornos poéticos.
Luego puse una rosa en un vasito,
encendí una vela
y empecé a escribir mis primeros poemas.
Inflámate, llama de las palabras, y arde,
aunque acaso me quemes los dedos.
Una metáfora sorprendente
es más que un anillo de oro en la mano.
Pero ni siquiera la metodología de Puchmajer
me sirvió de nada.
En vano recogía las ideas
y con fuerza cerré los ojos
para poder oír el misterioso primer verso.
En la oscuridad, lugar de las palabras,
entreví una sonrisa de mujer
y en el viento cabellos ondeantes.
Era mi propio destino
tras el que corrí, tropezando a veces,
sin respirar,
toda mi vida.


Versiones de Clara Janés.



El barco en llamas


Emprendí el camino al anochecer.
El que busca
suele ser esperado.
Al que espera, le encuentran.

Fui dejando detrás pequeñas ciudades dormidas,
rincones tejidos de hiedra,
donde quedaba aún algo de la música
de primavera,
hasta que me atrapó la noche.

En su oscuridad estalló una llama.
Alguien gritó:
¡Arde el barco!
La lengua apasionada de la llama
rozaba la desnudez del agua
y los hombros de la joven
temblaban de placer.

Bajo las nerviosas ramas del sauce
que daba sombra a la fuente,
en cuyo fondo se oculta la tiniebla
cuando hay luz,
vi a una joven.
Empezaba a amanecer.
Ella intentaba bajar del brocal
un cubo mojado.

Tímidamente le pregunté
si había visto la llama.
Me miró con sorpresa,
volvió hacia atrás la cabeza
y un momento después, dudando, asintió.




Poeta checo, premio Nobel en 1984. Su obra, plena de sencillez y sensualidad, fue repetidamente censurada en su país por la negativa de Seifert a abrazar la ortodoxia política. Nació en un barrio obrero de Praga. Sin llegar a terminar sus estudios, pero ya muy conocedor de la historia y cultura de su país, comenzó a escribir, de arte sobre todo, en distintos periódicos y revistas. En 1921 apareció su primer libro de poemas, La ciudad en llamas, en la línea vanguardista del grupo Devetsil, que él mismo contribuyó a fundar. Le seguirían El amor mismo (1923), su transición al poetismo (movimiento poético checo influido por el futurismo y el surrealismo europeos y el marxismo), y En las ondas (1926). En Paloma mensajera (1929) domina lo cotidiano y, estilísticamente, un clasicismo abundante en imágenes naturales y parco en metáforas, alejado del tono, más dramático y tenebroso, de compañeros de generación como Vladímir Holan o Frantisek Halas. Seifert, que fue miembro fundador del Partido Comunista Checoslovaco, rompió sus relaciones con él en 1929, después de un viaje que realizó a la antigua Unión Soviética y de haberse negado a rechazar el gobierno democráticamente elegido, para adoptar una actitud independiente, siempre en defensa de las libertades. Durante la II Guerra Mundial recuperó, por un tiempo, el favor del partido por su oposición encarnizada a los ocupantes nazis. Estas ideas están presentes en los poemas de tono patriótico de Casco de tierra (1945) y Mano y llama (1948). En 1950 se puso otra vez en una situación muy comprometida al defender a su amigo Frantisek Halas acusado, como él, de subjetivismo. En 1956, como consecuencia de un discurso en el que criticaba la política cultural del estalinismo y también de una larga enfermedad, dejó de publicar. Su obra se reanudó en 1965 con Concierto en la isla y en 1966, con un gesto típico de la esquizofrenia reinante en la época, fue nombrado artista nacional. Entre 1968 y 1970 asumió la dirección de la Unión de Escritores Checos, desde la que condenó duramente la invasión soviética de 1968 y firmó la Declaración de las 2.000 palabras, pidiendo a la dirección del partido la continuidad del proceso democratizador que se había iniciado. A partir de 1977, en gran parte por su postura en defensa de los Derechos Humanos en Checoslovaquia, volvió a tener dificultades para publicar y sus dos siguientes libros, La columna de la peste (1977) y El paraguas de Picadilly (1979), con duras advertencias sobre el neoestalinismo, se editaron en Alemania. Sus memorias, Toda la belleza del mundo, aparecieron simultáneamente en Checoslovaquia y Alemania, en 1983, año en el que también se editó su último libro de poemas, Ser poeta. Se le concedió el Premio Nobel en 1984. Seifert es, junto con Holan, Halas y Nezval, una de las voces esenciales de la poesía checa del siglo XX.

28 de enero de 2010

HERTA MÜLLER



LA RANA DE TIERRA

El molino ha enmudecido. Las paredes y el tejado han enmudecido. Y las ruedas también. Windisch ha pulsado el interruptor y apagado la luz. Ya es de noche entre las ruedas. El aire oscuro ha devorado el polvo de harina, las moscas, los sacos.

El guardián nocturno duerme sentado en el banco del molino. Tiene la boca abierta. Debajo del banco brillan los ojos de su perro. Windisch carga el saco con las manos y con las rodillas. Lo apoya contra la pared del molino. El perro lo mira y bosteza. Sus blancos colmillos son una dentellada.

La llave gira en la cerradura de la puerta del molino. La cerradura hace un clic entre los dedos de Windisch.

Windisch cuenta. Oye latir sus sienes y piensa: «Mi cabeza es un reloj». Se guarda la llave en el bolsillo. El perro ladra. «Le daré cuerda hasta que el resorte reviente», dice Windisch en voz alta. El guardián nocturno se cala el sombrero en la frente. Abre los ojos y bosteza. «Soldado en guardia», dice.

Windisch se dirige al estanque del molino. En la orilla hay un almiar. Es una mancha oscura sobre la superficie del estanque y se hunde en el agua como un embudo. Windisch saca su bicicleta de entre la paja.

«Hay una rata entre la paja», dice el guardián nocturno. Windisch quita las briznas de paja del sillín y las tira al agua. «La he visto», dice, «ha saltado al agua». Las briznas flotan como cabellos, formandopequeños remolinos. El embudo oscuro también flota. Windisch contempla su imagen ondulante.

El guardián nocturno da un puntapié al perro en la barriga. El perro lanza un aullido. Windisch mira el embudo y oye el aullido bajo el agua. «Las noches son largas», dice el guardián nocturno. Windisch se aleja un paso de la orilla. Contempla la imagen inmutable del almiar, apartada de la orilla. No se mueve. No tiene nada que ver con el embudo. Es clara. Más clara que la noche.

El periódico cruje. El guardián nocturno dice: «Tengo el estómago vacío». Saca un poco de pan y tocino. El cuchillo refulge en su mano. Empieza a masticar. Con el filo se rasca la muñeca.

Windisch empuja su bicicleta unos pasos. Mira la luna. El guardián nocturno dice en voz baja y mascando: «El hombre es un gran faisán en el mundo». Windisch levanta el saco y lo acomoda en la bicicleta. «El hombre es fuerte», dice, «más fuerte que las bestias».

Una punta del periódico se ha desgajado. El viento tironea de ella como una mano. El guardián nocturno pone el cuchillo en el banco. «He dormido un poquito», dice. Windisch está inclinado sobre su bicicleta. Levanta la cabeza. «y yo te he despertado», dice. «Tú no», dice el guardián nocturno, «mi mujer me ha despertado». Y se sacude las migajas del chaleco. «Sabía que no podría dormirme», dice. «La luna está enorme. Soñé con la rana seca. Estaba agotado. Y no podía irme a dormir. La rana de tierra estaba en mi cama. Me puse a hablar con mi mujer y la rana me miró con los ojos de mi mujer. Tenía la trenza de mimujer. Llevaba puesto su camisón, remangado hasta el vientre. Le dije: "Tápate, que tienes los muslos secos". Eso le dije a mi mujer. La rana de tierra se cubrió los muslos con el camisón. Yo me senté en la silla, junto a la cama. La rana de tierra sonrió con la boca de mi mujer. "Esa silla rechina", dijo. La silla no rechinaba. La rana de tierra se soltó la trenza de mi mujer sobre el hombro. Era tan larga como su camisón. Le dije: "Te ha crecido el pelo". Y la rana de tierra alzó la cabeza y gritó: "Estás borracho, te vas a caer de la silla".»

La luna tiene una mancha de nubes rojas. Windisch está apoyado contra la pared del molino. «El hombre es tonto», dice el guardián nocturno, «y siempre está dispuesto a perdonar».

El perro devora una corteza de tocino. «Le he perdonado todo», dice el guardián nocturno. «Le perdoné lo del panadero. Y el tratamiento que se hizo en la ciudad.» Desliza la punta de su dedo por la hoja del cuchillo. «Y me convertí en el hazmerreír de todo el pueblo.» Windisch suspira. «Ya no podía mirarla a los ojos», dice el guardián nocturno. «Lo único que no le he perdonado es que se muriera tan rápido, como si no hubiera tenido a nadie.»

«Sabe Dios para qué existirán las mujeres», dice Windisch. El guardián nocturno se encoge de hombros: «No para nosotros», dice. «Ni para mí, ni para ti. No sé para quién.» Y acaricia al perro. «Y nuestras hijas», dice Windisch, «sabe Dios, algún día también serán mujeres».

Sobre la bicicleta hay una sombra, y otra sobre la hierba. «Mi hija», dice Windisch, «mi Amalie ya tampoco es virgen». El guardián nocturno mira lamancha de nubes rojas. «Mi hija tiene las pantorrillas como sandías», dice Windisch. «Tú lo has dicho: ya no puedo mirada a los ojos. Tiene una sombra en los ojos.» El perro gira la cabeza. «Los ojos mienten», dice el guardián nocturno, «pero las pantorrillas no». Y separa los pies. «Mira cómo camina tu hija», dice, «si separa las puntas de los pies al caminar, es que ha pasado algo».

El guardián nocturno hace girar su sombrero en la mano. El perro lo mira, tumbado apaciblemente. Windisch calla. «Hay rocío, la harina se humedecerá», dice el guardián nocturno, «y al alcalde no le hará ninguna gracia».

Sobre el estanque vuela un pájaro. Lentamente y sin desviarse, como siguiendo un cordel. Casi rozando el agua, como si fuera tierra. Windisch lo sigue con la
mirada. «Como un gato», dice. «Una lechuza», dice el guardián nocturno. Y se lleva la mano a la boca. «Hace ya tres noches que veo luz en casa de la vieja Kroner.» Windisch empuja su bicicleta. «No puede morirse», dice, «la lechuza aún no se ha posado en ningún techo».

Windisch camina entre la hierba y contempla la luna. «Te lo digo yo, Windisch», exclama el guardián nocturno, «las mujeres engañan».


Fragmento de EL HOMBRE ES UN GRAN FAISÁN EN EL MUNDO

Traducción del alemán de Juan José del Solar

25 de enero de 2010

Zbigniew Herbert

El fin de una disnastía.

Toda la familia real vivía entonces en una habitación. Tras las ventanas había un muro, y junto al muro, un basurero. Allí las ratas se comían a los gatos a mordiscos. Pero eso no se podía ver. Las ventanas estaban pintadas con cal. Cuando entraron los verdugos, se encontraron con la escena cotidiana. Su Alteza perfeccionaba los reglamentos del regimiento de la Transfiguración del Señor¹, el ocultista Philippe intentaba mediante sugestión tranquilizar los nervios de la Reina, el Heredero dormía hecho un ovillo en un sillón, y las Grandes (y flacas) Duquesitas cantaban piadosos salmos y zurcían su guardarropía. El lacayo sin embargo permanecía inmóvil junto a la pared, intentando confundirse con el empapelado.

(1961)

¹El Regimiento de la Transfiguración del Señor era el nombre de un
cuerpo militar especial que constituía la guardia personal y fidelísima del zar.




Una fábula rusa.

Viejo se hizo el padrecito¹ zar, viejo se hizo. Ya ni a los palomos podía estrangular con sus propias manos. Áureo y frío se sentaba en el trono. Sólo la barba le crecía hasta el suelo. Y la iba arrastrando. Gobernaba entonces algún otro, no se sabe bien quién. Los curiosos escudriñaban el palacio a través de las ventanas, pero Krivonosov tapó las ventanas con horcas. Así, sólo los ahorcados podían ver alguna cosa. Al final se murió el padrecito zar de una vez. Las campanas repicaron, pero el cuerpo no fue retirado. El zar se había quedado pegadito a su trono. Las patas del trono se habían fundido con las piernas del zar. Su brazo se había quedado fundido con el brazo del trono. No había forma de arrancarlo de allí. Y enterrar al zar con su tronito de oro, ay, qué pena.


1957
¹El zar se hacía considerar «padre» de todos los rusos.



Versiones de Xaverio Ballester

22 de enero de 2010

Respirar, vibrar, entretejer…





















Por: Caridad Atencio



Si me preguntaran el rasgo esencial de la poesía de Georgina Herrera diría que es el sentimiento desgarrado en la inspiración clara y profunda. Su poesía nos recuerda que “la vida no es más que el cumplimiento de una pena”, como bien ha afirmado Thomas Bernhard, así, aunque en ella la expresión es diáfana pero punzante, se reconoce la solemne o soberana prestancia del dolor. Nos hallamos ante una poética tenazmente sacudida por la remembranza, que parece extraer su sabiduría raigal de la vida, tal como todas debieran ser, pero que da la impresión de nacer sin esfuerzo y sin pensados artificios literarios. Con tales fundamentos, conformados por los universos que recorren sus anteriores libros, y sin desconocer el poder de la intuición en su escritura, nos asomamos a este, titulado Gatos y liebres o Libro de las conciliaciones, donde también edificar con la emoción – convertida en infinita ternura si se trata de sus seres – opera como un modo de acercarse a lo poético, que no es otra cosa que “la persistencia de la naturaleza emocional unida a una suerte de control peculiar.”
Nos llama la atención el hecho de que el libro se nombre Gatos y liebres y no gatos por liebres, como ese inveterado refrán, pues se cuecen aquí juntos el engaño, y la verdad que alguien se autoimpone construir sobre aquel, léase la conciliación “de la poesía con la realidad y lo fantástico”, “de la humildad con su fuerza y su grandeza, y la opulencia con la humildad que lleva dentro y a la que teme”. Curiosamente casi todos sus libros atesoran en el título la inicial de su nombre, como testigo de su paso por las cosas, los sucesos, la vida, un signo de su nombre que cambia y se contamina de todo lo que signifique experiencia y necesario desgarramiento: GH (1962), Gentes y Cosas (1974), Granos de sol y luna (1977), Grande es el tiempo (1989), Gustadas sensaciones (1996), Gritos (2004) y ahora este que comentamos. En él las palabras avanzan hacia el cetro donde encuadran sencillez y emoción. En sus mejores poemas llega a vibrar la vida que se vuelve conceptos naturales, comunes, salidos de la boca de tu madre, sagrados, bendecidos de eternidad, la vida que la explica un gesto instintivo de la infancia, que hechiza, ya para siempre, el resto de nuestros pensamientos y nuestros actos. Hay un azar culpable en la existencia del poeta. Georgina lo reconoce y se entrega, se deja poseer con un intento tácito, un saberse elegida para el dolor supremo y la emoción desgarrada. El goce entra en el dolor y se desprende de él, así se verifican los eslabones de su existir. Es el dolor, que tiene como fruto al verso, y es como el alivio y explicación de aquel. Los claros opuestos de la materialidad y el sentimiento vuelven a ser descritos, recreados, pero con la autenticidad que otorga la experiencia, la desolación, la amargura vivida. Estos motivos se vuelven vibración en su escritura, no así los cantos a África y a los orishas, que en muchas ocasiones parecen impostados. La poeta desciende y asciende sobre el poema con una idea abierta, recta casi, no hay anhelos de novedad en la forma y se disculpa ciertos prosaísmos, más interesada en transmitir la agonía o el éxtasis de oscuras experiencias. Por eso nos preguntamos: ¿Puede el desborde emotivo, el raigal desborde emotivo ser el centro dimanador de sus poemas? Sospechamos que sí. El abrazo de la emoción y el giro espontáneo conducen a la efectividad poética. El sello de su poesía es la espontaneidad y una emoción intensa, contenida, que se desgarra cuando va a entregarse, y hace que palidezca lo elemental de un argumento o que busca inevitable motivo en las imágenes de la naturaleza. Pese a lo cual en sus libros muchas veces pueden encontrarse momentos culminantes en los que hace uso perceptible y literal de la metáfora. El poemario se conforma tomando como base para muchos poemas atributos alegóricos de la mujer, ya sea un personaje histórico o literario, o el emblema de dicha condición, y por qué no, atributos alegóricos del paso del tiempo. Son textos donde se nos habla de la fugacidad del tiempo y las estelas desgarradas de lo femenino, y debe ser la mujer, en sus viajes de fuga con el hombre, dueña de una estrategia donde muchas veces el sentimiento se destierra o tiene que ocultarse, pues tiende a ser un estorbo. Los asuntos se han complicado tanto, la posición, el sitio de la mujer es tan sutil, que ella misma teje y destruye su dolor, si, como bien dice la poeta, debe ser ”astuta más que afortunada”. Véanse en este sentido sus poemas “Carta inconclusa a Scheherazade” y “No va a acabarse nunca tu tejido”.
En un abanico de asuntos asoman en el libro el sello que se abre en la pasión; la obsesión como una alegoría; la curiosidad insaciable del poeta, la felicidad que es como la fiereza y se la contempla con miedo, como una posesión que solo admite un mudo estado contemplativo, una introspección; la conciencia de la naturaleza social distinta con que se asoma al mundo una familia negra; lo real que no puede explicarse , y se le construye dando rienda suelta a lo onírico, o el sueño que se vive despierto, y elucubraciones que enlazan y recrean los desengaños de la vida. Lo que la realidad no explica lo fundamenta el sueño. Algunas veces la razón y la imaginación fluyen juntas y penetran en inocentes o curiosos motivos. Dicha enumeración de temas no es gratuita pues nos demuestra que la poesía de nuestra reseñada “no es trivial: los temas que trata son vitales y permanentes para el hombre” En ellos ponemos de relieve la presencia de la angustia, que aquí es hermosa porque aparece acompañada por la energía que sabe dominarla, como supo ver Kierkegaard. Cuando la poeta abraza la emoción inevitablemente se desnuda, porque es ella y no acude a nadie, transmitiendo lo irrepetible de su respiración, vibrar o entretejer de su pensamiento. El motivo es ella, y como tal, se desdobla y multiplica muchas veces auténtico, sin necesitar de una deidad o un referente literario, a los que a veces se les canta desde afuera. Ese es el universo que se le entrega: el del “amor, mandando, recibiendo códigos para mi sola “, como le ocurre a la mayoría de los poetas, códigos enviados por la emoción que es una organizadora de la forma.





Georgina Herrera. Gatos y liebres o Libro de las conciliaciones, Ediciones Unión, La Habana, 2009.
Ezra Pound. El artista serio y otros ensayos literarios. UNAM, Selección, traducción y prólogo Federico Patán, 2001,México, p. 48
Georgina Herrera. Ob. Cit, “A manera de prólogo”, p. 5.
Véanse los poemas “”Los Gatos” (Gentes y cosas), “El flamboyán” (Grande es el tiempo), Cedro mío” (G H), “El tigre y yo durmiendo juntos, “Carta astral a una mariposa” y “El ciego” (Gatos y liebres…).
Reinaldo Felipe y Ana María Simo. “Notas para un prólogo” en Novísima Poesía Cubana, Ediciones El Puente, La Habana, 1962.
Verso del poema “Segunda vez ente el espejo”
Consúltese el ensayo de Pound “En cuanto al imaginismo” publicado en el libro que aquí se cita, p. 59.