30 de octubre de 2011

Lucian Blaga
























Autoretrato




Lucian Blaga está mudo como un cisne.
En su país
la nieve del cuerpo ocupa el sitio de la palabra.
Su alma está buscando,
en muda, secular búsqueda,
la de siempre,
hasta los últimos confines.

Está buscando el agua que se traga el arco iris.
Está buscando el agua
en la cual el arco iris se traga su hermosura
    y su inexistencia.


29 de octubre de 2011

Tadeusz Różewicz


 














 
La espina

 
no creo
no creo desde que abro los ojos
hasta cerrarlos

no creo desde una orilla
hasta la otra
de mi vida

no creo
con la misma profundidad
con que mi madre
creía

no creo
al comer pan
al beber agua
al amar un cuerpo

no creo
en sus templos
en sus curas en sus signos

no creo
al pasar por la calle de una ciudad
por el campo
bajo la lluvia en el aire
dentro del resplandor
de la anunciación

leo sus parábolas
rectas como la espiga del trigo
y evoco a un dios
que no sabía reír

pienso
en un dios
pequeño y sangrante
que yace
en los blancos lienzos de la infancia

pienso
en una espina que desgarra
nuestros ojos nuestras bocas
ahora
y en la hora de la muerte 






Miron Białoszewski














Testimonio del sueño


Detrás de las cabeceras de las camas
nosotros —barracas cinematográficas
del sueño

No podemos ni silbar
ni aplaudir

Lo único que ocurre
es que vociferamos en el lenguaje de los monos
—nuestro antiguo dialecto—
las cosas más actuales

Y de veras, entonces
estamos viviendo
nuestra propia era 

27 de octubre de 2011

Zbigniew Herbert

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Mensaje del señor Cogito

Ve sigue a los otros los que alcanzaron su oscura meta,
vellocino dorado de la nada —tu premio final

Levanta la cabeza entre los que andan
arrodillados o dan la espalda
entre los que yacen

No has sido salvado para vivir
poco tiempo te queda da tu testimonio

Se valiente si la razón te falla
al fin de cuentas sólo cuenta eso
Que tu inválida Ira sea como un mar
cada vez que oigas las voces abatidas de los torturados
que no te abandone tu hermano el Desprecio
frente a espías verdugos y cobardes

serán ellos los que ganarán
con un profundo alivio arrojando tierra
sobre tu ataúd
el gusano no faltará para corregir
tu biografía

y no perdones no tienes el poder
de perdonar en nombre de los traicionados en la luz del alba

pero líbrete dios del menor orgullo
en el espejo contempla tu cara
de payaso repitiéndote: he sido llamado
¿no había mejores que yo?

guárdate de ser árido ama los manantiales
de la primera luz las desconocidas aves
y robles del invierno

un brillo sobre el muro un esplendor del cielo
no necesitan calor de tu aliento
nada más dicen esto: no tienes remedio

y no te duermas si una luz en los montes
te llama: levántate sigue
hasta que en el pecho la sangre conmueva
tu oscuro astro

repite los antiguos conjuros humanos
las fábulas las leyendas
así conseguirás el bien que nunca será tuyo
repite las grandes palabras repite insiste
como los otros los que caminaban
por el desierto quedándose en la arena

por todo esto algo te darán
azotes de burla golpes de cuchillo

sigue —sólo así serás admitido
a la santa congregación de las calaveras
frías de tus ancestros —Gilgamés Héctor Rolando
defensores del reino sin fin
de los muros en cenizas

Se fiel Sigue



22 de octubre de 2011

Tomas Transtromer






















POSTLUDIO



Me arrastro como un garfio sobre el fondo del mundo.

Se engancha todo lo que no necesito.

Cansada indignación, resignación ardiente.

Los verdugos traen piedras, Dios escribe en la arena.



Silenciosas estancias.

los muebles, listos para volar en el claro de luna.

Avanzo silencioso hacia mis adentros

a través de un bosque de vacías armaduras.





EN LA EUROPA PROFUNDA



Yo, casco oscuro que flota  entre dos puertas de exclusas,

descanso en la cama del hotel, mientras alrededor despierta la ciudad.

La alarma silenciosa y la luz gris penetran

y me suben lentamente hasta el próximo nivel: la mañana.



Horizonte escuchado. Algo quieren decir los muertos.

Fuman, pero no comen. No respiran, pero les queda voz.

Voy a apurarme por las calles como uno de ellos.

La catedral ennegrecida, pesada como una luna, hace flujo y reflujo.





CAE NIEVE



Los entierros llegan

más y más apretados

como los carteles de autopista

cuando nos acercamos a una ciudad.



Miles de personas miran

hacia el país de las sombras largas.



Un puente es construido

lentamente,

derecho hacia  el espacio.



21 de octubre de 2011

Vladimir Maiakovski
















Conversación con un inspector de impuestos sobre poesía.

¡Ciudadano inspector de impuestos! Perdone que le moleste.
Gracias…, no se preocupe…, me quedaré de pie.
Mi asunto es de carácter delicado:
sobre el lugar del poeta en una sociedad de trabajadores.
Junto con los propietarios de tiendas y propiedades agrícolas,
estoy sujeto también a impuestos y penalizaciones.
Me reclama usted quinientos por el semestre
y veinticinco por no presentar mi declaración.
Mi trabajo es como cualquier otro trabajo.
Fíjese: mire qué pérdidas he tenido,
qué gastos tengo en mi producción,
y cuánto se gasta en materiales.
Usted sabe, por supuesto, lo del fenómeno llamado «rima».
Supongamos que un verso acaba con la palabra «giro»;
entonces, dos versos después, repitiendo las sílabas,
ponemos algo así como «tiroriro».
En el lenguaje, la rima es como un pagaré
que vence dos versos después —ésa es la regla—.
Y uno busca la calderilla de sufijos e inflexiones
en la saqueada caja de las declinaciones y conjugaciones.
Empieza uno incrustando una palabra en un verso,
pero no encaja —se la fuerza y se rompe—.
Ciudadano inspector de impuestos, le doy mi palabra:
las palabras le cuestan al poeta mucho dinero.
En nuestro lenguaje la rima es un barril: un barril de dinamita.
La rima es una espoleta.
El verso se deshace hacia el final y estalla:
y la ciudad salta al cielo volada en una estrofa.
¿Dónde va a encontrar, y con qué tarifa de valoración,
rimas que apunten y maten de un solo disparo?
Quizá queden cinco o seis rimas sin usar
solamente en algún sitio como Venezuela.
Y así tengo que visitar países cálidos y fríos.
Allá me precipito, enredado en pagos sobre anticipos y préstamos.
¡Ciudadano! Admítame mis gastos de viaje.
La poesía toda ella es un viaje a lo desconocido.
La poesía es como sacar radium de la tierra:
por cada gramo se trabaja un año.
Por una sola palabra se gastan
miles de toneladas de ganga verbal.
Pero ¡cuánto más calor sale de la combustión de esas palabras
que del derretimiento de un crudo material verbal!
Esas palabras ponen en movimiento
millones de corazones durante miles de años.
Claro, hay diferentes clases de poetas.
Muchos poetas tienen un toque delicado;
como hechiceros, sacan versos de la boca;
de la suya y de la de los demás.
¡Para no hablar de los eunucos líricos!
Ésos deslizan un verso prestado y se sienten felices.
Ésa es una forma normal de robo y fraude,
una de las formas de especulación dominantes en el país.
Esos versos y odas, aullados
y sollozados hoy entre aplausos,
quedarán en la historia como los gastos generales
para lo que hemos conseguido dos o tres de nosotros.
Hay que comer cuarenta libras de sal (como dice el proverbio)
y fumar cien cigarrillos
para extraer una sola palabra preciosa
de las profundidades artesianas del hombre.
Así en seguida queda reducida mi evaluación de impuestos…
¡Tache un cero, como una rueda, de mis impuestos!
Un rublo noventa, por cien cigarrillos;
un rublo sesenta, por la sal de mesa.
Su impreso tiene un montón de preguntas:
«¿Ha viajado por negocios? ¿O no?»
Pero ¿y qué, si he dejado exhaustos diez Pegasos,
a fuerza de cabalgarlos, en los últimos quince años?
Y aquí en esta sección —póngase en mi caso—
hay algo sobre servidores y fincas.
Pero ¿y si soy el conductor del pueblo
y al mismo tiempo el servidor del pueblo?
La clase obrera habla por nuestras bocas,
y nosotros, proletarios, somos los que empujamos la pluma.
Con el paso de los años uno desgasta la maquinaria del alma.
La gente dice: «Hay que retirarle: se ha gastado escribiendo; ¡ya es hora!»
Cada vez hay menos amor; cada ve, menos osadía,
y el tiempo se estrella contra mi frente.
Llega la hora de la más terrible de las amortizaciones:
la del corazón y el alma.
Y cuando el sol, como un cerdo cebado,
se levante sobre un futuro sin mendigos ni inválidos,
yo ya me habré podrido, después de morir junto a una tapia,
junto a una docena de colegas.
Extienda mi hoja póstuma de balance.
Declaro aquí —y sé que es cierto, no miento—:
comparado con los traficantes y los listos de hoy,
sólo yo estaré endeudado hasta el cuello.
Nuestra obligación es resonar como trompetas de broncínea garganta
en la niebla del filisteísmo y en las tormentas que se incuban.
El poeta siempre está endeudado con el universo,
pagando interés y penalizaciones sobre la tristeza.
Estoy en deuda con las luces de Broadway;
con vosotros, cielos de mi pueblo;
con el Ejército rojo; con los cerezos de Japón;
con tantas cosas sobre las cuales no he tenido tiempo de escribir.
Pero, después de todo, ¿para qué sirve todo esto,
apuntar con la rima y enfurecerse en ritmo?
La palabra del poeta es la resurrección de usted,
su inmortalidad, ciudadano burócrata.
Dentro de siglos, tome un verso
en su marco de papel y haga volver atrás el tiempo.
Y el día de hoy, con sus inspectores de impuestos,
su fulgor de milagros y su hedor de tinta, volverá a amanecer.
Inveterado residente en el día de hoy, consiga un billete
para la inmortalidad en el Comisariado Popular de Comunicaciones,
y, tras de calcular el efecto del verso,
¡distribuya mis ganancias a lo largo de trescientos años!
Pero el poeta es fuerte no sólo porque,
recordándole a usted, a la gente del porvenir le dará hipo.
¡No! Hoy también la rima del poeta es una caricia,
una consigna, una bayoneta y un látigo.
Ciudadano inspector de impuestos, tacharé
todos los ceros de sus cifras y pagaré cinco rublos.
Pido como un derecho una pulgada de sitio
en las filas de los más pobres trabajadores y campesinos.
Y si creéis que lo único que hago
es usar las palabras de los demás,
entonces, camaradas, aquí tenéis mi estilográfica:
¡podéis escribir con ella vosotros mismos!

Traducción de José María Valverde.

18 de octubre de 2011

Bartolomeo Vanzetti (1888-1927)













ÚLTIMO DISCURSO EN LA CORTE


He estado hablando mucho de mí mismo
y ni siquiera había mencionado a Sacco.
Sacco también es un trabajador,
un competente trabajador desde su niñez, amante del trabajo,
con un buen empleo y un sueldo,
una cuenta en el Banco, y una esposa encantadora y buena,
dos niñitos preciosos y una casita bien arreglada
en el lindero de un bosque,  junto a un arroyo.

Sacco es todo corazón, todo fe, todo carácter, todo un hombre;
un hombre, amante de la naturaleza y de la humanidad
un hombre que lo dio todo, sacrificó todo
por la causa de la libertad y su amor a los hombres:
dinero, tranquilidad, ambición mundana,
su esposa, sus hijos, su persona y su vida.

Sacco jamás ha pensado en robar, jamás en matar a nadie.
Él y yo jamás nos hemos llevado un bocado de pan a la boca,
desde que somos niños hasta ahora,
que no lo hayamos ganado con el sudor de la frente.
Jamás...
Ah, sí, yo puedo ser más listo, como alguien ha dicho;
yo tengo más labia que él, pero muchas, muchas veces,
oyendo su voz sincera en la que resuena una fe sublime,
considerando su sacrificio supremo, recordando su heroísmo,
yo me he sentido pequeño en presencia de su grandeza
y me he visto obligado a repeler las lágrimas de mis ojos,
y apretarme el corazón que se me atorozonaba,
para no llorar delante de él: este hombre
al que han llamado ladrón y asesino y condenado a muerte.

Pero el nombre de Sacco vivirá en los corazones del pueblo
y en su gratitud cuando los huesos de Katzmanny
los de todos vosotros hayan sido dispersados por el tiempo;
cuando vuestro nombre, el suyo, vuestras leyes,instituciones,
y vuestro falso dios no sean sino un borroso recuerdo
de un pasado maldito en el que el hombre era lobo para el hombre...

Si no hubiera sido por esto
yo hubiera podido vivir mi vida charlando
en las esquinas y burlándome de la gente.
Hubiera muerto olvidado, desconocido, fracasado.
Esta ha sido nuestra carrera y nuestro triunfo. Jamás
en toda nuestra vida hubiéramos podido hacer tanto
por la tolerancia, por la justicia, porque el hombre entienda
al hombre,  como ahora lo estamos haciendo por accidente.
Nuestras palabras, nuestras vidas, nuestros dolores
—¡nada!
La pérdida de nuestras vidas —la vida de un zapatero
y un pobre vendedor de pescado—¡todo!
Ese momento final es de nosotros,
esa agonía es nuestro triunfo.


14 de octubre de 2011

El libro de los sentidos, de Caridad Atencio



 
















Charo Guerra


 (Sábado del libro, 26 de junio de 2011) 


Comentaba Pablo Neruda, en una entrevista que le hiciera el equipo de escritores de Lunes de Revolución: “No es fácil matar el claro de luna. […] Parece muy sencillo pero la luna y el claro de luna son enteramente invencibles”. (1)

Leyendo El libro de los sentidos, he tenido la impresión de que Caridad Atencio sigue ese presupuesto, aún cuando la tendencia prevaleciente de su obra la sitúa al lado de la experimentación, de la novedad y aún cuando, en este libro en especial, ensaya una vez más otras rupturas. Pero la tradición (“el claro de luna”) late en estas prosas poéticas intentando conquistar un repertorio de palabras-sensaciones, de hechos prácticamente inapreciables para el ser común en la cotidianidad y casi imposibles de reconstruir a través de algo tan abstracto como el vocabulario de los sentidos. 

Me he preguntado al concluir: ¿En qué momento, en qué circunstancias Caridad ha pensando y ha escrito este libro? ¿Es su libro una pausa? ¿Tuvo este libro un proyecto inicial de escritura como indican el ordenamiento de los temas y los recursos que usa?, ¿Fue pensado mientras transcurría? ¿Las experiencias que narran esos textos fueron vividas o reinventadas como materia poética? En todos los casos las precisiones me inducen a pensar en un corte en el quehacer de Caridad. Algún suceso se ha desatado en la autora que ha decidido evitar la contención que habitualmente despliega un poeta en el ejercicio de su pensamiento; algo muy humano está vibrando en sus páginas; algo personal, íntimo. Hay aquí una intención de clarificar el tiempo (hacia atrás/hacia delante); una necesidad de expresar de sí misma y de su escenario inmediato lo que no puede darse el lujo de que otros (lectores, investigadores, críticos…), supongan, intuyan, reconstruyan. Más o menos eso nos confiesa en la página 18: “Me da miedo sentir el compás de mi vida”.

Pienso en Swann ante una taza de té, reconstruyendo el pasado afectivo mediante los olores. Es ese tipo de vivencias, creo, las que se explican en este conjunto, una propuesta de cierto modo de existir, de cierta manera de sentir. “Después que la gente ha muerto”, ha dicho Proust, “el perfume y el sabor de las cosas permanecen en equilibrio mucho tiempo [...] resistiendo tenazmente, en pequeñas y casi impalpables gotas de su esencia, el inmenso edificio de la memoria”. 

El libro de los sentidos ensaya una historia, una biografía poética. De tanto tratar con documentos, la poeta (investigadora y ensayista) ha comprendido que toda documentación debe ser elegida, en primer lugar, por el propio objeto de estudio, debe ser discriminada por él, procesada y puesta en las manos del lector para que la escritura emanante de esa vida (anterior/posterior al punto geográfico que supone un libro como éste) encuentre el sentido más exacto.

Así, Caridad, a estas alturas de su paso por la poesía cubana donde se le reconoce y respeta, ha decidido publicar textos que se subordinan, se auxilian, se comparten en imágenes; muchas de las imágenes que quizás (por qué no) mientras fueron escenas, pedazos de la realidad en su decurso, generaban, hacían brotar el deseo de ser captadas con palabras, y se empastaron luego a las sucesivas emociones que ha testimoniado continuamente en su necesidad de existir a plenitud en varios órdenes, dando prioridad siempre a un compromiso de vida con la poesía. Leamos, en consecuencia, la página 17: “Uno experimenta un desajuste, una inconformidad y un éxtasis con el mundo”. Y a seguidas pregunta: “¿De ese forcejeo nace la poesía?”

El libro de los sentidos retoma, valida construcciones, huellas de la corteza cerebral (léase también corazón, ¿por qué no?), manchas, sombras que el papel fotográfico trasmite en gamas insustituibles, colaborando oblicuamente con los temas, ideas, evocaciones... La poesía de Caridad existe en estos flashazos de las viejas camaritas: los rostros de la niña a contraluz, o “fuera de foco”, la madre, el padre, la zafra, un cumpleaños, la tía y su amante, el personaje llamado Orestes (“un extraño en la casa”)… Esta atmósfera es el germen quizás de algo mayor, una novela que espera ser contada más tarde. El álbum familiar que es este Libro de los sentidos está precediendo, dando señales, apuntando hacia una consecución de mayores complejidades a través de la poesía que reina en sus páginas en una combinación estremecedora de imagen y texto, como esos cuadros donde los artífices no contentos con el resultado de las líneas y los colores, acuden a la escritura, a las palabras que iluminan, a títulos que esclarecen y entonces, únicamente entonces, cierran, perfilan su pintura o su dibujo en la certeza de haber concluido la obra.

Creo que Caridad no quería reunir aquí sólo textos a la manera tradicional, ni siquiera elegir ilustraciones temáticas para cada segmento; que no deseaba completar lo que podía únicamente con palabras llenas de un peso filosófico como es habitual en su estilo; ella necesitaba colocar estos fragmentos de imágenes en el lugar de otras estrofas, quería las entrelíneas desafiantes de las citas, el entrecruzamiento de lo aprehendido con lo vivido, y que las visualizaciones propuestas provocaran no sólo lectura, sino posibilidad de tocar un rostro en el objeto-libro, hacer vivir cada historia con algo más, intelectualizar los tránsitos, hacer que se escucharan voces (por ejemplo, en mi caso: leo-veo/siento-huelo-saboreo/toco-escucho), según la experiencia que desatan en mí estos textos: olores a melaza, rocíos del enfriadero del central donde vivieron mis abuelos, calidez de una mano sobre la frente, fiebres que multiplican el tamaño de alguna salamandra, timbres de las voces que llaman insistentes.

Estamos, digo, ante un libro sin subterfugios y sí transido de estrategias escriturales, de esas estrategias que concede el oficio, a veces incluso de manera inconsciente (de ahí esa presencia siempre punzada por la autora –punzante en sí misma– del claro de luna de Neruda: “el forcejeo”, referido por ella…) para lograr el viaje que ansía todo creador de este género llamado de minorías: entrar por fin al espacio de las mayorías donde el mando poético lamentablemente continúa menospreciado.

El libro de los sentidos es audaz en su proyecto y en su consecución en tanto recorre y comparte fragmentos de la vida de la autora a partir de una feliz combinación de inteligencia y de sinceridad. Su constante autorreferencialidad rebasa también aquellos límites impuestos en la concepción moderna de lo femenino y el discurso de género, lo cual está presente por supuesto pero de modo amplio, desde lo personal-social. Caridad en este libro es un ser humano que añora lo ido, que se explica a sí misma, dice quién es según ella, de dónde proviene, hacia dónde irá, con una profunda y natural carga de matices fluyentes, en líneas que dejan la certeza de continuar reescribiéndose, de manera incesante.



“Lunes conversa con Pablo Neruda”, no. 88, dic. 26 de 1960, p. 41.