17 de febrero de 2012

Dolores Labarcena






A su regreso trajo consigo la risa burda de los amantes de paso. Y aunque traté de disimular mi disgusto abriendo las piernas en la medida en que se abre un libro, no habría otro hombre que me incitara al crimen. Hubiera bastado (tendido en su bañera con aguas del Leteo y esencias de mirra) un golpe de hacha y zas, pasto para los buitres. Pero me tembló la mano.

Aprendí a contemplar con recelo el cuello blanco de las sirvientas.




1 comentario:

rafael dijo...

Mama, vienes pisando fuerte.