Leonard Cohen está
ahora en sus primeros treinta años. Ha publicado Let Us Compare Mythologies, The Spice Box of The Earth, The Favorite
Game, Flowers For Hitler, Beautiful Losers, Parasites of Heaven, Selected Poems
1956-1968 y un disco intitulado Songs
of Leonard Cohen y trabaja en un segundo álbum de canciones, en los estudios de
Columbia en Nashville. A diferencia de muchos artistas canadienses, los frutos
de Cohen han sido prolíficos en cantidad, calidad y recepción del público. Sus
libros, publicados por McClelland & Stewart, se venden bien, al igual que
su disco. Por lo que recuerda, Cohen dice que es la primera vez que no está
preocupado por la falta de dinero.
Durante un receso de cuatro días en la
grabación del disco, Cohen volvió a Montreal, escenario de sus dos novelas, The Favorite Game y Beautiful Losers,
para buscar apartamento. El encuentro tuvo lugar a finales de Octubre en el
apartamento de la calle Bishop del entrevistador, justo encima del café Prag.
El ruido de las motocicletas, gritos indefinibles, botellas rotas y coches
exhaustos se las arreglaron para inmiscuirse en la cinta con cierta claridad.
Contrapuesta a todos estos ruidos, la voz de Cohen suena tranquila y amable.
Habla tal como lee su poesía; espera la pregunta, la piensa y responde con
clara y concreta inteligencia. Parece comprometerse y hacerse cargo de un
problema a la vez, bastante despreocupado por el contexto, los desconocidos, el
ruido o el hecho de que al día siguiente estará volviendo a Nashville,
Tennessee sin haber encontrado el apartamento que había venido a buscar.
Se graduó en la
universidad McGill con un promedio mediocre y luego abandonó su máster en
Columbia. Ha vivido en y fuera de las calles de Montreal, New York, Londres y
en una isla griega llamada Hydra, con su poesía, sus novelas, sus canciones,
con su familia, con pequeños grupos de amigos como con tantas otras personas,
trabajando en diversas cosas. Pero ahora hace aquello que siempre ha querido
hacer. Canta, y alcanza algo que nunca le ha dado la poesía. Tal como lo
mencionaba, ahora puede vivir de ello. No tiene grandes planes: un impermeable
azul, un rostro oscuro y desolado, un cuerpo encorvado y endeble que consume
cigarrillos franceses y caramelos griegos, entre otras cosas.
Como es esencialmente un hombre reservado al
que le disgusta dar entrevistas que tengan que ver específicamente con su
trabajo, accedió a conceder ésta con cierto desgano, lo cual acabó siendo algo
bueno, ya que el entrevistador también estaba de mala gana y el inicio de la conversación
versó sobre el disgusto por las entrevistas, el
“artista-que-habla-sobre-su-obra,” y los
“rumores-que-se-escuchan-por-todos-lados.” Por tanto, se decidió no centrarse
en preguntas sobre literatura y simplemente hablar, llenar el silencio con una charla
que se dirigiría de manera natural a conclusiones insospechadas.
Cohen llegó con un
amigo una hora antes. Mientras los entrevistadores acababan de comer, se puso a
tocar la guitarra –trabajaba, dijo, en una de las canciones del nuevo álbum que
le estaba ocasionando problemas. Cuando todo estuvo listo, se quitó el
impermeable, se rascó su voluminosa melena, sonrió un poquito y todo empezó…
Lo importante ahora es
el disco. ¿Qué harás en este nuevo disco?
No tengo idea del
sonido que estoy buscando.
¿Del sonido y no de las palabras?
No. No pienso mucho en
las palabras porque sé que las palabras están completamente vacías y que no se
puede insuflar emoción alguna en ellas. De todas formas, todas mis canciones
pueden ser cantadas. Cantadas en tanto simples canciones o canciones amables o
contemplativas o cortesanas.
Siempre he pensado que
Suzanne era una canción que debía ser cantada sólo por ti. Me sorprendieron
muchos los arreglos musicales.
A mí también me
sorprendieron.
¿No tienes idea alguna
del sonido que va a tener este disco en que estás trabajando?
Es difícil decirlo
porque todo sucede en el estudio. Estoy trabajando con músicos muy buenos y a
veces les pido que se vayan a casa y que me dejen cantar solo; y a veces algo
bueno sucede y tocamos juntos. Tuve problemas en mi primer disco para llegar al
tipo de música que quería porque hacía mucho tiempo que no trabajaba con gente.
Lo había hecho todo yo solo y había olvidado lo necesario de trabajar con
gente. Había olvidado cómo hacerle entender tus ideas a otra gente. Era mi
culpa. No era consciente de las técnicas de una empresa colectiva, no las
conocía en verdad. Ahora me he vuelto un poco más consciente de todo eso.
¿Qué piensas de
quienes, como tú, son reservados, solitarios, pocos afectos a trabajar con más
gente?
No creo que nadie sea
así. Quizás su estilo lo demuestre pero el estilo es un método para
relacionarte con los demás. A menudo he sentido que para juntarme con gente,
tenía que estar alejado. Y lo que sea que esté proyectando cuando estoy
alejado, siempre me hace sentir en una especie de mercado.
¿Has forjado tu estilo
siguiendo a alguien?
No. Ojalá hubiese
alguien a quien seguir en cuanto a estilo. Pero cuando me llegó el momento,
había muy pocos modelos dando vueltas. De alguna manera, hay muchos modelos
dando vueltas ahora para que siga la gente que quiere asumir su masculinidad.
¿Tuviste un instante
mágico que te decía que te había llegado el momento?
Ahora me siento como al
filo de ese mismo momento.
¿Estuviste alguna vez
al filo de algo?
He estado algunas veces
y otras, lo he sobrepasado.
¿Cuándo fue que lo
pasaste?
Cuando hicimos el
primer disco tenía ideas muy poco claras sobre casi todo.
¿Llamarías a eso
desesperación?
Desesperación es una de
las cosas que lo llamaría.
¿Encontrabas que las
canciones de ese primer álbum sonaban mejor cuando las cantabas para ti que
cuando las llevaste al estudio?
No, no creo.
¿Cuál fue la razón
entonces?
Las canciones habían
perdido mucha energía en lo que a mí concierne. Pero esto siempre es muy
decepcionante: cuando pones a un artista a hablar sobre su producción siempre
es muy decepcionante aceptar lo que dice de él, ya que a menudo siempre existe
esa especie de tensión, ese cansancio, esa desesperación, o como quieras
llamarle. Es una magia muy especial la que hace que una canción vaya de boca en
boca. Sabes, nunca puedes referirte bien a la energía que le concedes a algo
así. Quizás sientas que no le estás dando lo suficiente, pero quizás le estés
dando lo exactamente necesario. Esas canciones se mueven a través de las
personas de una manera muy, muy lenta. El disco en tanto fenómeno comercial es
también muy, muy lento, pero a la vez muy, muy estable.
¿Es la energía y el
mismo fluir que se aplica a la poesía?
Creo que sí. Cuando
escribí mis primeros poemas no hubo mucha gente que estuviese interesada en
ellos. Sólo unos pocos. Siempre pensé en un tipo de poesía que llegara a mucha
gente, algo bastante alejado del tipo de educación que estaba recibiendo por
entonces, una educación elitista. Esa fue una de las razones por las que nunca
habría podido continuar con la universidad.
Pero sí continuaste en
McGill.
Bueno, estuve en los
exámenes suplementarios, obtuve un cincuenta por ciento y pasé. Pero fue para
quitarme de encima las deudas con mi familia y con mi sociedad. Creo que si
hubiese habido el apoyo que hay en día para abandonar los estudios, los habría
abandonado.
¿Cuándo y por qué
fuiste a Grecia por primera vez?
Fue en el 59’. Me
tropecé con ella, ¿sabes?
¿Hubo gente de McGill
que te ayudó? Gente como Irving Layton o Louis Dudek, que tuvieron una relación
directa contigo, ¿fue una relación del tipo mentor-discípulo o de
maestro-estudiante?
Bueno, me hice amigo de
Irving Layton, amigos muy cercanos, y aún lo somos. Si tuviese que referirme a
una relación del tipo maestro-estudiante, fue muy sutil de su parte, ya que una
persona como yo no acepta demasiados consejos. No se trata de que no me guste;
más bien me parece que de alguna forma no puedo asimilarlos cuando me los dan.
Cando recibo un consejo nunca sé si es bueno o malo. De modo que si Irving
sintió íntimamente que me daba instrucciones, lo hizo de una forma muy sutil y encantadora.
Lo hizo como amigo, nunca me hizo sentir que me tenía sentado a sus pies. Hubo
mucha gente que se sentó a sus pies, yo no fui uno de ellos. Muy rara vez
hablábamos sobre poesía o sobre arte. Hablábamos de otras cosas. De hecho, no
recuerdo que habláramos demasiado, tan solo lo pasábamos juntos. Pero Dudek fue
un buen maestro y también lo fue Frank Scott. Ellos sí me enseñaron cosas de
manera más directa. Yo estaba en sus clases.
¿Ellos aún cuidan de
ti?
¿Si ellos aún cuidan de
mí? Espero que sí.
¿Qué te hizo cambiar el
estilo de My Favorite Game en Beautiful
Losers, y qué te hizo pasar de una poesía más directa y simple a esta
suerte de sandwiches de tu última antología? ¿Por qué has cambiado?
Bueno, sabes, en algún
momento dejas las cosas atrás. Y cuanto más atrás las dejas, más profunda es la
aversión que sientes para con los ornamentos o las facilidades que hicieron que
las hayas querido dejar atrás. Así, si nada te hace dejar las cosas atrás, lo
natural es asumir que lo que haces está bien.
¿Esto se aplica a
varios niveles?
Sí, a varios niveles de
la vida. Dejas de hacer las cosas que te metieron en un pozo y yo sentí que
estaba en un pozo en que todos los instrumentos que usaba para mantenerme fuera
de él eran de alguna manera defectuosos.
¿Te consideras un
maestro?
Si lo fuera, no creo
que mis enseñanzas deban surtir efecto hasta que yo mismo haya alcanzado algún
tipo de calma donde poder nutrir mi experiencia. Si la gente las sigue, si la
gente por alguna razón se fija en mi trabajo y se fija en él como algo
educativo y piensa que allí acaba todo, estarían equivocados. Tal vez crea más
bien que aprendes con el paso del tiempo, que el proceso es importante. A veces
podría ser un maestro.
Me parece curioso y de
alguna manera, una suerte de profanación leve, que haya gente que quiera hacer
masters sobre ti, que escriban tesis sobre ti y que probablemente te dejen a un
lado. ¿Qué piensas de ello?
Entiendo el fenómeno de
las tesis de masters y en particular, el lugar que de alguna forma tengo ahora
en la vida cultural de mi país. Sabes, entiendo el fenómeno, pero no me apego a
ello, no pienso en ello muy a menudo. De hecho, probablemente esta sea la
primera vez que pienso en ello, ahora, que me has hecho la pregunta.
No sé muy bien lo que
quiero preguntar. Pero tiene que ver con una imagen que has formado de ti.
También con todo este asunto de ir haciéndose viejo. Quizás cambie, cambie
completamente, y acaso en el próximo disco sea el epítome de la simplicidad y
nada parezca provenir de un pozo muy negro y profundo.
Bueno, entiendo lo que
dices. Trataré de contarlo con un ejemplo: esta canción de la que estaba
hablándote, “Like a Bird On The Wire.” Intenté varias versiones de ella y
sentía, de alguna manera, que la historia en esa canción era mi propia
historia. Intenté cambiarla de forma varias veces. Y a eso de las cuatro de la
madrugada, le dije a todos los músicos que se fueran a casa, salvo a mi amigo
Zev que toca el arpa de boca, Charlie McCoy que estaba tocando el bajo, el bajo
eléctrico y Bob Johnston que es el caza-talentos; a él le pedí que tocara el
órgano de vez en cuando. Y repentinamente supe que algo iba a pasar. Nunca
había cantado la canción con honestidad; siempre usaba una suerte de
introducción falsa del estilo de Nashville [Nota: ciudad mítica del norte de
Estados Unidos por su gran tradición en la canción folk] y seguía tocándola
consciente de que estaba siguiendo un centenar de modelos. De pronto canté el
primer verso a capella y me escuché decir esa frase, “Like a Bird On The Wire,”
y me dí cuenta de que esa era la manera más honesta de cantarla. Así que la
canté entera, siempre escuchando tan solo mi propia voz; me sorprendió. Luego
la escuché y supe que era así como debía ser. Nunca la había cantado con
honestidad y no pensaba que pudiese volver a hacerlo ya que no soy un
intérprete. Pero de pronto ocurre algo así, algo que coincide con la enorme
maquinaria de facilidades de Columbia Records: eso es mágico. Y así fue como lo
hice, de esa manera. Eso es maestría, la maestría del azar y cualquiera que
entienda profundamente el fenómeno, podrá ver el método y la técnica. Aprendí
muchísimo de ello. Me gustaría aplicarlo ahora mismo. Tal vez volvamos a pasar
por un momento así. Pero bien, ¿qué piensas de mi trabajo?
¿Qué pienso de tu
trabajo? Bueno, mira, fui a una escuela privada, tuve una buena casa y todo
estaba pagado. En algún momento, pasó algo y me mudé cuatro años a la vida de
la calle Hutchinson. Luego tu describiste un paseo por la calle Sherbrooke, los
trozos de hierro en el suelo y las iglesias derrumbadas, y has escrito algunos
poemas que hice míos desde la primera lectura, poemas que decían algo que yo no
podía decir; ése fue el ardid y tenía aquella energía de la que hablabas. Y aún
en el disco, por ejemplo, hay partes que me atravesaron completamente.
Lo que dijiste es
verdaderamente hermoso: “dijiste algo que nadie más podía decir.”
Sí, pero la cuestión es
que me recuerdas a otros poetas. Uno recuerda quizás algunas líneas de los
grandes como de los jóvenes poetas; no importa en realidad, la grandeza no tiene
nada que ver con lo que recuerdas.
Quería con muchas ganas
ser poeta en Montreal ya que quería tener esta conversación que tenemos ahora.
Cuando tenía dieciocho años, quería con ganas tener una conversación así.
Sabes, poder desmontar mi trabajo de alguna manera y entenderlo dentro de una
cierta manera de ver la vida de Montreal.
Más allá de esta
conversación, ¿has corrido detrás de la publicidad o las reseñas críticas?
Creo que corres muchas
veces, siempre hay tiempo de correr. Cuando tuve que echar a correr, tenía en
mi cabeza una idea bastante clara del tiempo. Y cuando estuve en ello,
simplemente no le di importancia; quiero decir, podía no darle importancia cada
vez que oía a alguien decir algo sobre mi trabajo. Cada vez que oía el eco de
mi trabajo, nunca sé en verdad qué decir o cómo aceptarlo, y sé que ciertamente
no puedo vivir en ese mundo en que recibo todo el tiempo el eco de mi trabajo,
ya que si estás en ello, lo único que oyes es el eco de tu propio trabajo. Pero
sé que ahora mismo no es momento de echar a correr, así que podemos discutirlo
a fondo.
¿Qué es lo que sientes
por ese lugar, por Montreal? Leí en contratapa de un libro: “voy para renovar
mis neuronas,” o algo así.
“Para renovar mi
filiación neurótica.”
Eso es. ¿Qué sientes
hoy en día? ¿Ha cambiado alguna vez?
No me parece que cambie
demasiado.
¿Y qué hay de Estados
Unidos? ¿Significa algo para ti?
Sí, ciertamente. Lo que
significa es difícil es explicar porque es enorme. Pero amo Canadá, simplemente
porque no es Estados Unidos. Y tengo, supongo, sueños tontos sobre Canadá. Creo
que de alguna manera podría rehuir de los errores de Estados Unidos y así se
convertiría en un país noble, no en uno poderoso.
Hablemos de tus
películas. Una de las partes más fuertes, más humanas, es cuando en la película
apareces sentado en una especie de auditorio viendo tu propia película. ¿Sabías
que estabas siendo filmado? [Nota: la película a la que se refiere es “Ladies
and Gentlemen… Mr. Leonard Cohen”]
Sabía que estaban
filmándome. Fue una idea muy inteligente del director, Don Britain.
¿Qué piensas de esas
películas?
Bueno, en principio, me
sorprendí de que el grupo de filmación me agasajara. Todo sucedió de forma muy
inusual. Empezó originalmente como una película sobre la gira de un grupo de
poetas y yo era uno de ellos. Los otros eran Irving Layton, Earl Bumey y
Phyllis Gotlieb. Era una suerte de promoción llevada adelante por McClelland y
Stewart. Por alguna razón técnica sólo las partes que tenían que ver conmigo
parecían haber salido bien, así que se vieron con un problema en las manos.
Habían invertido muchísimo y tenían que hacer una película, así que decidieron
hacerla sobre mí. Yo tuve que soportar toda la presión de la producción porque
se trataba de un trabajo algo salvaje. Pero Don Britain es un buen hombre.
Yo estaba en el
auditorio principal de McGill y fue interesante.
¿Cuál fue la reacción?
Más que todo, el sitio
estaba casi lleno. Esa fue la primera reacción, ya que la gente no va a ver
películas así. Te filmaban leyendo tu trabajo en el auditorio. Se oían
muchísimas risas y aplausos. La gente se quedaba muy, muy en silencio cuando
leías. No se veía como un documental. Aparecía también la cuestión de tu
vergüenza por aparecer en ropa interior.
¿Has pensado alguna vez en la película
como una forma de expresarte?
Siempre he tenido la
fantasía de que algún director me encontrara sentado en la barra de un
drugstore, como Hedy Lamar o quien sea. ¿Quién era esa chica a la que
descubrieron en un drugstore de Sunset Boulevard? Una actriz muy famosa, Hedy
Lamar o alguien así. Siempre quise que algo así sucediese. Que algún director
me vea detenido en algo muy, muy particular. El trabajo podría hacerse a partir
de eso. No tendría que crear una imagen de mí mismo. Interpretaría a una
especie de detective de cuello alto. Mi sonido simplemente saldría de eso.
¿Es por eso que vistes
impermeables de cuello alto?
Bueno, se me hace
difícil comprar ropa. Cuando he usado un mismo impermeable por diez o doce
años, sé que es mío. Tengo un impermeable y un traje porque se me hace difícil
comprar ropa en un tiempo como éste. Por alguna razón no puedo reconciliarme
con mi visión de benefactor de la humanidad. Sabes, comprar ropa cuando ves a
la gente en tan baja forma en todos lados; así que sigo usando las cosas viejas
que tengo. Incluso, no puedo encontrar ninguna ropa que me represente. Y la
ropa es mágica, su intervención es mágica ya que puede cambiarte en verdad.
Cualquier mujer lo sabe y los hombres ahora lo han descubierto. Quiero decir,
la ropa es importante para todos y hasta el día en que tenga alguna idea de lo
que soy para mí mismo, seguiré usando mi vieja ropa.
¿Te sientes
representativo de algún grupo en particular?
No lo sé. De alguna
forma, sí, de un grupo pequeño. Sabes, tengo amigos íntimos de hecho, tal como
tengo ropa. Mis amigos íntimos son los que crecieron en la calle conmigo.
Alguien como Rosengarten, que fue un vago modelo de Krantz en mi libro. Él
vivía calle Belmont arriba y yo, calle Belmont abajo. Desde niños éramos
amigos.
¿Qué te hizo escoger el
nombre de Breavman para el héroe de The Favorite Game?
¿El nombre? No recuerdo
cómo fue. Creo que tuvo algo que ver con “bereaved man” (“desconsolado”) y
“brave man” (“valiente”).
¿Fue en el momento en
que escribiste Beautiful Losers que
te sentiste descender a un pozo, o estar bordeándolo?
Sentía que era el fin. Cuando
empecé el libro hice un pacto secreto conmigo mismo, pacto que no revelaré ya
que era en verdad un pacto secreto. Era lo único que podía hacer. No había nada
más. Me dije que si no podía escribir, si no podía emborronar aquellas páginas,
no podría hacer nada más.
¿Por qué Catherine
Tekakwitha?
Una amiga mía, Alanis
Obamsawin, que es una india Abenaquis, tenía en su apartamento fotos de
Catherine Tekakwith por todos lados. Le pregunté por las fotos y con los años,
empecé a saber algunas cosas sobre ella. Mi amiga me prestó un libro que perdí,
un libro muy raro sobre Catherine Tekakwitha. Lo tenía conmigo en Grecia e
incluso tenía una historieta de Blue Beetle, creo que era de 1943, y otros
libros más en mi escritorio. Me sentaba de muy mal ánimo y me decía, bueno, no
sabes nada acerca del mundo, nada acerca de ti mismo, nada acerca de Catherine
Tekakwitha. Y fue entonces cuando empecé, ahí empecé a escribir el libro.
¿Qué piensas de las
reseñas que han aparecido sobre él? ¿Te enfada cuando alguien dice algo en tu
contra?
No.
¿No te importa?
No. Y para ser honesto,
no creo que alguna reseña me haya herido alguna vez.
¿Por qué no?
En los últimos dos años
no he recibido una sola buena crítica.
¿En verdad? ¿Ni
siquiera por The Favorite Game?
Oh, bueno, de cierta
forma estaban bien. Pero nadie salió a decir que era genial.
Bueno, alguien te
comparó con James Joyce…
Eso fue en torno a Beautiful Losers, en un periódico de
Boston. Lo escribió un católico que había conocido a Catherine Tekakwitha, que
conocía el culto. Al margen de eso, era una buena reseña. Creo que lo decía con
cierta comicidad: “un James Joyce circuncidado que vive en Montreal.” Fue una
buena reseña. Digo, se había tomado en serio el libro. No me refiero a la
seriedad del texto, sino al esfuerzo de vida y muerte en él.
¿Cuándo escribiste ese
libro?
Creo que lo escribí en
1965. Durante todo el año, cada día. Y hacia el final, los dos o tres últimos
días, trabajaba unas veinte horas por día.
¿Te importa el dinero?
Sólo cuando no lo
tengo.
¿Cómo lo consigues?
Bueno, el dinero fue un
problema hasta hace muy poco tiempo. De hecho, hasta hace muy, muy poco tiempo.
Nunca tuve un céntimo. Hice todo lo que la gente normal hace para conseguirlo.
Trabajé aquí y allá. Luego empecé a vender mis trabajos, pero nunca escribí
nada que pudiera venderse. A veces alguien compraba algo que yo había escrito.
Nunca le envié poemas a las revistas o algo por el estilo. Nunca quise estar en
el mundo de las letras. Quería estar en el mercado en un nivel diferente.
Supongo que siempre quise ser cantante. Cuando digo cantante, me refiero a que
de alguna manera las cosas a las que pongo música, vayan a ser cantadas por
mucha gente. Recuerdo haber estado en la presentación de una antología de
poesía china hace muchos años en la que se discutían las biografías de varios
poetas. Uno de estos poetas, era muy intelectual, y los poemas de otro, al cual
amo, eran cantados por las mujeres mientras lavaban la ropa. Entonces pensé que
quería ser ese tipo de poeta. Pero ya sabes que todas estas descripciones de ti
mismo, las cosas de las que estamos hablando ahora, mi propia descripción de mí
mismo, siempre van más allá de los hechos.
Bueno, no quiero
preguntarte por cosas que estén más allá de los hechos ya que es como preguntarte
por el pacto secreto que dijiste haber hecho.
Bueno, hay algunas
cosas que son difíciles de contar y otras de las que sabes que no debes decir
nada.
¿Qué secretos permites
que la gente conozca? ¿Cuántos de ellos salen a la luz? ¿Qué parte de ti aún es
secreta? ¿Es necesario esconderla?
Creo que sé a qué te
refieres. Siempre estamos tratando de tener contacto con esas fuentes, con esos
brotes de vida de los que hablas. Es muy difícil preguntar o responder algo
sobre todo eso –los dos sentimos reverencia por estos fenómenos tan
misteriosos.
¿Puedes simbolizarlos?
O bien, ¿puedes darles algún nombre?
Darle nombre a las
cosas es una gran parte de mi oficio.
¿Sientes algún tipo de
religiosidad o misticismo?
Creo que tuve un etapa
santa cuando trataba de modelarme de manera consciente a partir de lo que creía
que un santo debería ser. Puedes hacer muy feliz a mucha gente y también muy
infeliz a otra.
¿Qué hay de la
religión?
Tal como la entiendo,
se trata de una técnica de concentración para hacer el universo más habitable.
Creo, en verdad, que es un poder para armonizarlo todo. Es fácil para mí llamar
Dios a ese poder. – A cierta gente le parece difícil. Les mencionas la palabra
Dios y reaccionan mal; no les gusta, simplemente.- Creo que no hay duda en que
nombre ha caído en desgracia. Pero ese tipo de asociaciones no cuentan para mí.
Es más fácil decir Dios que “un poder misterioso e innombrable, motivo de todas
las cosas vivas.” La palabra Dios me parece mucho más simple. Y puede usarse
sin más. Incluso el pronombre masculino, Él, no me ofende como ofende a los
demás; así que puedo decir “acercarse a Él es sentir su gracia” ya que
verdaderamente lo siento así. Pero ya sabes, en mi trabajo como escritor, en el
oficio mismo, a menos que encuentre una canción en que pueda usar ese tipo de
información, no voy a empecinarme tanto en algo así porque no tendría sentido;
no tiene sentido para mí escribir en una vena religiosa.
¿Relees tus propios
libros?
No.
Y tus poemas, ¿los
sabes de memoria?
No. Pero los sabía
antes. Hubo un tiempo en que los sabía de memoria.
¿Te han invitado a
leerlos en público con frecuencia?
Mucha gente me invitó a
lecturas; pero preferí no ir. Cuando terminé mi primer libro, Let Us Compare Mythologies, me alejé y
no publiqué nada por cinco años. Ahora siento que estoy en uno de esos momentos
otra vez, el momento en que sé que no voy a escribir nada nuevo por un tiempo.
¿Sientes que escribes
para un grupo de gente en particular?
Tendría que decirte
simplemente que no, que no para un grupo en particular. Pero conozco mucha
gente que va hacia donde estoy yendo, o que estuvo pasando por lo que yo
pasaba, y juntos armonizamos, nos vemos como buenos compañeros y me siento
cómodo entre ellos. Muy cómodo. Creo igualmente que sería peligroso pensarme
como una figura pública. Es una de las razones por las cuales me mantengo
bastante al margen de todo, ya que, tal como te decía antes, no me reconozco en
ese eco de mí mismo. No me gusta pensarme como perteneciente a una determinada
generación o como portavoz de alguien. Cuando el amor se convirtió en un
fenómeno cultural, mi trabajo se enfocó de alguna forma a dar cuenta de ello.
Pero por otro lado, pensaba que estábamos al borde de un período muy violento,
y aún lo pienso. Violencia psíquica en cualquier caso; cuando no violencia
física. Ese carácter “generacional” quizás esté bastante bien reflejado en mis
canciones ya que muy dentro de mí sé que soy igual a todos y que lo quiero
hacer, en realidad, es armonizar con lo que me emparenta, más que con lo que me
diferencia de los demás.
¿Eso puede entenderse
como un cambio, un cambio con respecto a tus días “santos”?
No. He sentido eso, lo
he pensado, sabes, cuando pasas por un determinado período en que aprendes
ajedrez y tal vez sientes que llegas a dominar los movimientos de un gran
maestro del juego. Quizás no vayas más allá de comprar un par de libros para
estudiar como jugaban los grandes. Y quizás haya un momento en que te va
bastante bien con el dibujo, y empiezas a pensar que eres un artista. De manera
bastante similar me fue bastante bien tratando de ser capaz de darle energía a
la gente. Sabes, es un logro menor, probablemente el tipo de logro que
cualquiera puede alcanzar. Todos nosotros somos desempleados, ese es nuestro
verdadero problema; o accedía al buen trabajo que me esperaba, o me convertía
en un santo. Así fue que traté de dirigir mi vida siguiendo modelos santos
sobre los que había leído. No sabía que había tanta gente santa, gente muy
buena, cercana a una idea de santidad muy verdadera. Hubo un momento en que
estuve tomando mucho ácido y luego absteniéndome totalmente de cualquier droga;
recuerdo ese aspecto de mi carrera de santo, cuando me abstenía de casi todo.
La vida ascética siempre me atrajo. Pero no por el ascetismo en sí, sino por la
estética. Me gusta vivir en habitaciones vacías.
¿A qué cantantes
admirabas?
Los primeros a los que
escuché con cierto placer fueron Pete Seeger, Josh White y a los cantantes de
Wheeling, West Virginia, la estación de radio de música country. Los escuchaba
con mucho placer. Y escribía para esa música todo el tiempo: era en su mayoría
música folk, flamenco y música española.
¿Te consideras un
cantante folk?
Cuando no estoy
cantando, cuando no tengo una guitarra en las manos, no pienso en absoluto en
mí como un cantante. Es como si tuviera amnesia; dejo la guitarra y empiezo a
hablar en prosa; y me asombra saber que alguna vez compuse una canción.
¿Qué sabes de William
Burroughs? ¿Has leído algo de lo que escribe?
Lo he leído bastante.
Creo que El Almuerzo Desnudo es hilarante. No está en mi naturaleza examinar
conscientemente el campo de implicaciones de un escrito. No veo estas cosas en
un contexto sociológico, ni siquiera literario. Sabes, cuando encuentro algo
que me hace reír, pienso que es bueno.
¿Qué hay de otros autores?
¿A quiénes admirabas?
Supongo que están en
toda antología de poesía. ¿Quién sabe lo que en verdad me inició? Supongo que
la antología de Oscar Williams, aquel libro de bolsillo, Golden Treasury, los
sonetos de Shakespeare, Yeats. Nunca me lo tomé muy en serio. Cuando tenía
trece o catorce años tenía una visión muy trágica de mi propia vida de alguna
manera y pensaba que había algún destino que debía cumplir.
¿Te ves como Martin, el
chico loco de The Favorite Game?
Siempre me gustó que la
gente usara la palabra loco. Siempre me gustaron los anormales, entre tanta
presunta normalidad. Siempre me gustó esa gente. Solía salir con Phillips
Square a dar vueltas por Northeastem Lunch, Clarck Street abajo, con los
yonquis. Nunca supe por qué estaba allí, salvo que con ellos me sentía como en
casa.
¿Sientes que progresas?
No siento que haya
mejorado en mi trabajo porque más gente sepa sobre mí. De hecho, diría -por
decir- la confianza que siento frente a
mi trabajo ha disminuido con el incremento de tanta atención. Ese es uno de los
motivos por los cuales no quiero subir al escenario. Ya no siento que me
enriquezca. Hay mucha gente que se lleva muy bien con ello, que la atención y
la publicidad les enriquece.
¿Qué hay de tu propia
escritura? ¿Cuándo comenzó?
Bueno, recuerdo estar
sentado en una mesa para jugar cartas, en verano, en el vestíbulo de casa; fue
cuando decidí renunciar a mi trabajo. Trabajaba para una fundidora de metales
por entonces y esa mañana pensé que ya no podía más; me puse a caminar por el
vestíbulo y empecé a escribir un poema. Tenía una maravillosa sensación de
poder y maestría, de libertad y coraje mientras lo escribía. Muy pocas veces he
vuelto a tener esa misma sensación. De hecho, lo que ahora escribo, que resulta
ser un poema o lo que la gente llama un poema, es producto de que no puedo
decir nada. Producto de tener que luchar con la coherencia en el estado más
elemental; de modo que los poemas que conforman mi última antología, están en
un grado superior, o lateral, a la coherencia. Si quitas ese grado, simplemente
dejarías… se desintegraría. En otras palabras, quiero que mis poemas sean; no
pienso en ellos como poemas; cuando los escribo son sólo técnicas para
acercarme a mí mismo. Y veo que como no sé usar ornamentos, uso trucos.
¿Te resulta difícil
aplicarte a una forma determinada?
Muy difícil. Pero no
hay dificultad cuando logro cifrarla. Aunque sí siento mucha aprensión cuando
sé que aquél que me lee, no va a entender en verdad lo que estoy diciendo.
¿Siempre has pensado
así con respecto a la poesía?
Creo que ocurre lo
mismo con toda escritura. Me cuesta muchísimo o nada escribir una carta, o un
poema, o la lista de la lavandería. Cuando me aplico a emborronar una página,
hay un cierto mecanismo que se hace cargo de la operación y lo enfrento de la
misma manera que hubiese enfrentado mi propia vida. Probablemente mal, torpe y
equivocadamente; pero esa es la manera en que me enfrento a mí mismo.
¿Rescribes? ¿Te
consideras un artesano de la palabra?
Me considero un
artesano en la forma en que un hombre que dibuja caricaturas con sus dedos de
los pies puede considerarse un artesano.
¿Odiabas la universidad
en la que ibas a graduarte?
No. Y nunca odié nada
que no me gustara. Si no me gusta, no me quedo por mucho tiempo. Nunca pensé que
hubiese algo malo en lo institucional. Veía que esas eran las instituciones y
que había mucha gente que sacaba partido de ellas. Yo no podía sacar nada de
allí, así que me fui.
¿Qué piensas de lo académico, o de los poetas
académicos?
Nunca me vi dentro de
la academia. De hecho, en cuanto pude, empecé a trabajar en el club nocturno
que estaba sobre el restaurante Dunn, en la calle Birdland. Leía poemas o los
improvisaba mientras Morrie Kay tocaba con su grupo de jazz. Llegué incluso a
pensar que de alguna manera hasta eso era muy insulso, muy académico.
¿Cómo te sientes
leyendo en público?
Ahora ha dejado de
gustarme. Supuse quizás que era mucho mejor, que mis poemas de alguna manera
podían encender a una multitud. He pasado por una experiencia así, pero es muy
raro basar tu carrera en las lecturas.
¿Qué poesía te
enciende?
No sé. Sabes, hay mucha
poesía en mi propia vida. No voy a las lecturas. Y es muy raro que vaya a algún
concierto, incluso a los de algún cantante que me guste. Cuando ves a alguien
ahí dejando toda su energía, tratando de que todo el mundo la pase bien, es
maravilloso. Yo mismo lo he sentido. Pero ya no ocurre.
¿Por qué fuiste a la
Universidad de Columbia?
Fui allí con la idea de
hacer algo porque tenía una continua sensación de estar desempleado. Por
entonces, quizás lo estaba en un veintiún o veintidós por ciento. Pensé que
sería mejor tomarse las cosas en serio, sabes: veintidós por ciento y no haces
nada, ¿qué vas a hacer en este mundo? Y en algún momento pensé, bueno, podría
graduarme en inglés. Pero no pude estar allí más que dos o tres semanas.
Digo, esta sensación de
estar desempleado: creo que esa es nuestra enfermedad. Que, de alguna forma,
una gran parte de la gente más imaginativa de la sociedad está desempleada. Eso
es malo. Me refiero a estar desempleado en el sentido estricto de la palabra, y
en el simbólico. Simplemente, no trabajamos usando toda la capacidad que
tenemos. Y mucha gente cree que tenemos que demolerlo todo y empezar otra vez,
lo cual viene a ser también una forma de emplearte en algo. Creo que esta idea
se la acoge muy bien entre los desempleados. Es un trabajo en serio. La
Revolución emplearía a mucha gente. Por desgracia, no me emplearía a mí. Me
encantaría que lo hiciera.
Creo que como una
alternativa abierta a los jóvenes hombres y mujeres en nuestros días, la
revolución es un excelente trabajo. Y una disciplina excelente, un gran
entrenamiento. Pero no lo es para mí. Estuve allí de varias maneras. Incluso
fui a pelear a Cuba. Pero creo que lo hice para satisfacerme a mí mismo. Sabía
que si no me empeñaba en ello, cualquier empresa perdería su significado. Mucha
gente llega a descubrir eso.
Recuerdo a un amigo mío
que quería ser escritor; un buen día se dio cuenta de que se había equivocado,
que no quería en realidad ser escritor. Ahora es jardinero y eso le hace feliz.
Creo que mucha gente que simplemente no encajaba en la sociedad, se volvía
hacia el arte. Y es algo que aún sucede en la actual generación. Mucha gente
que ve al mundo desde nuestra perspectiva se fija en los trabajos que les
ofrecen y simplemente no puede imaginarse en ellos. Al no haber demasiadas
alternativas, todos se vuelven hacia el arte. Ven en el arte la libertad y la
vida que les gustaría llevar, ésa que la sociedad organizada no les concede.
Pero hay muy poca gente que tiene aptitudes para el arte. Mucha gente sería más
feliz siendo jardineros, carpinteros o constructores de gabinetes; yo creo que
podría ser uno de ellos. Está en la lista de las cosas que aún quiero intentar
hacer. Me siento mucho más cerca de eso ahora, más cerca de lo que lo estuve
alguna vez. Apenas presto atención a lo que llamamos arte. No leo poesía y no
pienso en mí mismo como un artista. Sigo buscando un trabajo. Y a veces llegué
a pensar que el de cantante me sentaría bien.
¿Y te sienta bien?
A veces.
Bueno, pero has de
sentirte confiado si estás por sacar un segundo álbum. ¿O lo haces tan solo
porque no te gustó el primero?
Bueno, o porque tenía
algunas canciones escritas.
La idea de estar al
borde de una generación, ¿ha cambiado?
Bueno, a medida que vas
volviéndote viejo, empiezas a examinar esa parte de ti mismo que tomas como un
ejemplo. En otras palabras, mientras vas viendo cómo se forma la generación que
viene detrás de la tuya, te preguntas qué obligación tienes para con ella. Y de
esa perspectiva te ves como un maestro. Creo que el deber de cada generación es
educar a la generación que la precede. Y es sólo en ese sentido que me siento
ejemplar de alguna manera. Siento que sí, que sería un mal ejemplo, pero estoy
interesado en dejar que mi vida se desenvuelva lo más honestamente posible; y
que mi experiencia resulte beneficiosa para la gente que me lee. No para seguir
esos pasos; quizás para eludirlos.
¿Se puede aprender de
lo que uno escribe? ¿Puedes enseñarte algo?
En lo personal, creo
que mi trabajo ha sido profético. De modo que lo leo con un interés muy
particular después de haberlo escrito. Después de terminar un libro, lo leo y
me doy cuenta de que no he escrito lo que quería decir, que la sensibilidad
tiende a desdoblarse. Por ejemplo, cuando escribí Beautiful Losers, creía estar absolutamente destrozado, al borde de
la redención. Creía en verdad que no habría ya nada peor. Pero lo cierto es que
el estado de ánimo que tenía durante Beautiful
Losers llegó para irse. Uno o dos años después me vi en la misma situación.
Y vi mi propio trabajo como una profecía personal. Como si fuera un sueño.
Creo que todos mis
sueños han sido reveladores. Tuve uno muy curioso y muy hermoso hace un mes y
medio. Sucedía en aquel momento del que te hablaba, cuando pasaba por una
experiencia de libertad absoluta. Estaba sentado en un café, The Bitter End, en
New York. Había algunos cantantes y gente del mundo de la música, y de pronto,
aunque el sentimiento parecía avanzar a grados imperceptibles, me sentí
magnificente, triunfante, libre, abierto, cómodo, cercano a todos los que me
rodeaban. Nada había cambiado, pero veía claramente lo que todos estaban
haciendo, sin tener que juzgarlo, sin pesar en si me gustaba o no. Y casi me
felicito a mí mismo, sólo por estar ahí, respirando, estando con amigos. Y lo
más importante es que veía lo que estaban haciendo, sabes, no lo pensaba como
si fuera un juego; tan solo veía que cada uno era una revelación para sí mismo.
Y me encantaba. Me encantaba lo que veía. Me excusé y me eché a andar hasta el
lugar en que estaba alojándome. Caminé a lo largo del Village y me parecía muy
hermoso. Sabes, lo veía tal como un pueblo [Nota: Village, en inglés, significa
“pueblo”] sobre la superficie de la tierra, con niños por doquier y vendedores
de frutas y pequeñas tiendas. Todo parecía tan armonioso, como las piezas de un
reloj, muy perfecto. El mundo mismo parecía perfecto.
Luego fui al
apartamento de una chica, y allí también, ella también estaba muy hermosa.
Probablemente hicimos el amor, pero fue como si jugáramos a las cartas. La
visión lentamente se fusionó con el sueño. Caminaba por un pueblo con un grupo
de niños, probablemente refugiados judíos. Había una hilera de casas, cada una
parecía representar una alternativa de vida diferente. Pero cada lugar nos
rechazaba, no querían acoger a los niños. La última casa era una misión de Cruz
Roja Sueca. Allí había tres mujeres muy hermosas; me enamoré de ellas.
Representaban para mí a La Mujer. Pregunté si acogerían a los niños.
Respondieron que no. Incluso cuando se rehusaron, no me ofusqué. Nos fuimos y
caminamos hasta la playa, en donde estaba soleado, un gran cielo hermoso y
millas enteras de arena. Estaba allí, con los niños, y luego los bomberos
aparecieron en el horizonte. Les dije a los niños: arrodíllense, vamos a rezar
una plegaria. Las bombas empezaban a caer, pero nadie se preocupó.
N.
del T: la siguiente entrevista apareció en el periódico Duel en el invierno de
1969. Las palabras preliminares, como la conducción de la entrevista,
pertenecen a Michael Harris.
Traducción: Martín
Abadía