1 de mayo de 2012

Pie de amigo






















Por Dolores Labarcena


En la galería M, un artista X ha instalado de manera vertical, y a su vez, en el hueco de la escalera que da acceso a la segunda planta, una cama gigante. El bastidor y la cabecera apoyados únicamente por un pie de amigo. ¡Dios santo! Mientras los espectadores suben animados para empaparse de arte contemporáneo y observar otras curiosidades, quedan petrificados con ese armatoste que parece decir “cuidado” en todas las lenguas y dialectos posibles.

Sucede con frecuencia que, por falta de training cultural, por no estar al tanto de las últimas tendencias, seguimos arrastrando con las genialidades de siempre; que si Van Gogh, que si Dalí, y etcétera. Pese a todo, no hay que sentirse desplazado, en cuestiones de arte lo bueno no pasa de moda.

Eso sí, para darnos un baño de actualidad, el curador, los críticos, y hasta el encargado de velar por el orden de la galería, nos facilitan a modo de instrucción, panfletos con una caligrafía inmejorable donde se empeñan en explicarnos, cuál es la esencia, es decir, la originalidad de ese “asunto”.

Joseph Cornell, el de las cajas, se pasó la vida coleccionando objetos de trastero, los compraba en tiendas de baratijas, o encontraba en el primer basurero que se cruzaba a su paso. Sus obras, (pioneras del montaje y del collage) están compuestas por viejas fotografías, alambres, retazos de revistas, huesitos, fragmentos de cristal, cuerdas, partituras estropeadas, canicas, muñecas, y hasta pájaros.

Esta zarigüeya, de qué otra forma se puede nombrar a alguien que vivió toda la vida en un sótano, montó y desmontó obsesivamente y hasta su muerte, esos vacíos ocupados. Maestro de la ausencia y el minimalismo, el mundo le cabía en una mano y creaba maravillas con él. Imagino la cara de sus vecinos cuando lo veían deambular por Utopía Parkway, correteando con esas bolsas y no precisamente de la compra.   

Nostálgico por antonomasia, y esto lo demuestra su serie Medici Slot Machine, reproducciones de retratos de artistas del Renacimiento italiano, hace que sus cajas sean para el curioso espectador como los Pequeños Poemas en Prosa de Baudelaire: grandes.   

No obstante, para gusto los colores. Lo bueno se sostiene por su propio peso. A la cama de X, quítele el pie de amigo y compruebe. 





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