11 de mayo de 2012

Lavinia Greenlaw



















Sexo, política y religión

Sus rasgos se despliegan cuando reclina
la cabeza en el lavabo. Yo hago tiempo
templando el agua justo a punto.
Casi me he acostumbrado a tocar cabellos viejos
y aprendido a respetar el rostro de una cliente
al sujetar la frente con mi mano libre

y apretar el chorro contra el cuero cabelludo.
Debo poner atención a mis dedos
y no quedarme viendo sus afelpados cachetes
o los pliegues de la barbilla que al abrirse revelan
un arrugado cuello y el agujero impecable
por el que ahora ella respira.

Si yo entendiera las palabras que eructa
en su nueva esofágica voz, podría preguntar
sobre el cáncer y sobre lo que ocurriría
si mi mano resbalase y la áspera espuma
drenara fácilmente por una red de surcos
o si una mosca... Tengo que echar un ojo.

La abertura es nítida y oscura, enmarcada
por piel de una suavidad intolerable.
Ha cerrado los ojos y sonríe, mientras
la masajeo con esmero y me concentro
en tres cosas que mi madre me dijo
que una peinadora nunca debe mencionar.




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