23 de septiembre de 2012

Hans Magnus Enzensberger



















Leyendo en un libro de lecturas del bachillerato superior



No leas odas, hijo mío, lee las guías de ferrocarriles:
son más exactas; desenrolla los mapas marítimos,
antes de que sea tarde, sé cauteloso, no cantes. 
Llegará el día en que vuelvan a clavar listas
a la puerta, a señalar con marcas en el pecho
a los que hayan dicho que no,
aprende a disfrazarte, aprende más que yo:
cambia de dirección, de pasaporte, de cara. 
Hazte hábil en pequeñas traiciones,
en esa pequeña estratagema salvadora de cada día,
las encíclicas son solo buenas para encender la estufa,
y lo mismo ocurre con los manifiestos: solo sirven
para envolver manteca y sal, pues los desvalidos, 
lo que necesitan es paciencia y furor,
para soplar en los pulmones del poder
metiendo en ellos ese fino y mortal polvo molido
por los que han aprendido mucho,
y sean exactos, y lo sepan todo por tí. 


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