27 de mayo de 2014

Enrique Gómez-Correa




















LA LISTA NEGRA DE MANDRÁGORA


Después de la luz caerán derribados
Los perseguidores del placer.
Se había visto una ventana negra junto al mar
Con islas fosforescentes
Todas ellas apuntaban al hígado.
En el fondo del mar desde la edad del hielo
Con el ácido que transforma de golpe las medusas en corales
Una noche que será más pesada que nunca a los párpados
Un revólver que en otro tiempo pudo haber sido la libertad
Yo soy ese revólver como el mimetismo es a la hoja-volante
Y tú la más bella entre las bellas.
No se sabe nada de la relación del fuego con el pico del pelícano
Ni de la pirámide de sal que devora el árbol del cerebro
Una luz pasa petrificando los espectadores
Y en la oscuridad sólo sangran sus pies y sus manos.
Yo me río del hombre que cae y de la mujer que no abandona su sexo
Como el soldado su fusil
Esa mano que aprisiona es un fantasma
Y yo soy más negro que nunca.
No podría traicionar a los amigos del insulto
A los niños que crecen sólo para el uso de una antigua armadura
Por deleitarme yo me consumo
Duro como el olvido que la sombra ha hecho de la luz
Negro como la maldición del más negro.
Más adelante el aire solidifica sus hermosos senos al aire
Todo el mundo desaparece menos un pequeño oasis que arde en el cerebro
Y que tú pueblas con innumerables hipocampos.
Desaparece para siempre el sonido de la tierra
Los árboles vuelven al hielo
El oído y el ojo consiguen la libertad con tal decisión
Que yo termino por entregarme a la rapidez cambiante de los sueños
Con vértigo.


5 de mayo de 2014

Mario Montalbetti


 












Objeto y fin del poema

Es de noche y tiene que aterrizar
antes de que se acabe el combustible. 
Así terminan todos sus poemas,
tratando de expresar con un lenguaje
público un sentimiento privado.

Su ambición es el lenguaje del piloto
hablándole a los pasajeros
en medio de una situación desesperada:
parte engaño, parte esperanza, parte verdad.

Todos los poemas terminan igual.
Hechos pedazos contra un cerro oscuro
que no estaba en las cartas.

Luego hallan los restos: el fuselaje,
la cola como siempre, intacta,
el olor a cosa quemada consumida por el fuego.

Pero ninguna palabra sobrevive.




3 de mayo de 2014

Jaroslav Hasek






















Jaroslav Hasek, el más grande escritor checo



Por esta razón digo llanamente: En la historia de toda la humanidad ha habido solamente un individuo tan multifacéticamente perfecto, y ese soy yo. Tome, por ejemplo, alguno de mis cuentos extraordinariamente mejor logrados ¿Qué es lo que usted ve al dar vuelta a una y otra y otra página? Cada frase tiene un profundo sentido, cada palabra está en el lugar justo que le corresponde, todo está de acuerdo con la realidad. Si empiezo a describir un paisaje usted lo tiene ante sí como si estuviera fotografiado, y ve enfrente, como si estuvieran vivas las personas que le voy mostrando en el curso de una trama tejida de manera graciosísima. Al mismo tiempo, el checo en mis trabajos literarios es el más castizo, que sobrepuja en pureza al checo de la Biblia de Kralice. Es una delicia verdadera leer por lo menos una línea de mis trabajos, y cuando usted lo haga verá que encanto inunda su alma, como va a entrar en calor, como una sonrisa de felicidad ya jamás se apartará de ese libro y lo llevará siempre consigo. Cuantas veces he sido  testigo de que la gente pone a un lado una revista porque en ella no haya nada mío. Yo he hecho otro tanto, porque yo también me cuento entre mis admiradores y no hago de ello ningún secreto. Hago que mi esposa Jarmila, la mujer más graciosa y más inteligente del mundo, me lea cada trabajo impreso salido de mi pluma y a cada frase que oigo no puedo reprimir una exclamación de admiración bien merecida: "¡Qué brillante, qué hermoso! ¡Qué cabeza la de ese señor Hasek!". Sin embargo esto lo mencioné nada más de paso porque es precisamente un documento excelente que demuestra el entusiasmo que despiertan mis trabajos literarios a los lectores, y estoy seguro de que miles y miles de ellos lo manifiestan con igual arrebato. Esa admiración me es cara porque brota de los corazones de una muchedumbre sumamente inteligente, para la cual seré por siempre el escritor más famoso del mundo. Yo mismo soy una muestra viva de la mendacidad de las noticias que divulgan críticos poco escrupulosos cuando afirman que en nuestro país no contamos con ningún escritor de talla mundial.

Ahora pasaré brevemente a valorar mi carácter.

Un hombre que escribe cosas tan hermosas como yo tiene por fuerza que tener también un alma hermosa, ¡y en las próximas lecciones para el Consejo del Imperio habrá seguramente posibilidades de que, una vez que se me elija por unanimidad de votos como representante por uno o más distritos, lave al parlamento austríaco la vergüenza de que hasta ahora no haya sesionado en él el hombre más noble del imperio austro-húngaro! Tal vez no necesite explicar que al referirme a ese hombre nobilísimo estoy pensando en mí mismo. Para finalizar, proclamaré explícitamente que también esto que acabo de pergeñar es una de los más grandes y nobles hechos puesto que: ¿Qué puede haber más hermoso que el que un hombre eleve a la cumbre de la gloria a alguien con absoluto desinterés? Con este capítulo se les abrirán los ojos a muchos que tal vez buscaron en este libro, en esta gran historia, una serie de libelos y de crítica despectiva de numerosas personalidades de la vida pública. ¡Si estas líneas son un libelo, entonces no sé qué es de veras un libelo!







Relatos recogidos en Pequeños cuentos de un gran maestro, Agencia de Prensa Orbis, Praga, 1984, traducción de Enrique Roldán



Arthur Cravan




















Languidez de elefante


Yo era grande, ¡querido Mississipi!
Por desprecio de poetas, gasterópodo amargo,
me iba, pero ¡qué amor en las estaciones y qué deporte en el mar!
¡Récord! Tenía seis años (¡aurora de tripa y frescor de pipí!)
Y esta mañana a las diez y diez el rápido
que flotaba sobre los raíles se cruzaba con trenes límpidos
y me lanzaba al aire, zambullida en tobogán.
Era el cien por hora y a pesar del rumor,
el encanto de los periódicos embriagaba a los fumadores,
y aunque el convoy fuera así lanzado,
arrastrando, imantando albatros y palomas,
a esta marcha loca el expreso me había acunado.
Mis ideas se doraban, los trigos estaban magníficos,
Los herbívoros pacían en el verde golfo de los prados.
Estaba loco de ser boxeador y sonreír a la yerba.