17 de febrero de 2009

Malos Poetas

Randall Jarrell
Traducción de Armando Pinto



Algunas veces resulta difícil criticar, uno quisiera limitarse a describir. Semana tras semana llegan libros buenos y libros mediocres y yo los aparto, los leo, y pienso qué decir; pero los libros “sin valor alguno” llegan todos los días -como el ruido de los autos ylos pregones de calle-, y nadie seria capaz de pensar de ellos algo suficientemente bueno. En la mala impresión de los delgados panfletos, en las líneas compuestas a mano en papel importado, la vida dura y las ambiciones sin esperanza de la gente están expresadas más directa y desgarradoramente de lo que han sido expresadas alguna vez en cualquier obra de arte: es como silos escritores te enviaran sus brazos y piernas desmembrados con la leyenda “esto es un poema” garabateada en ellos con lápiz de labios. Después de un rato uno se siente avergonzado, no tanto por ellos como por la poesía, la cual es para estos pobres poetas una oportunidad más contra la cual al final acaban estrellando sus sesos; y para uno resulta intolerable que la poesla tenga que ser tan difícil de escribir: un juego de ponle la cola al burro en el que, para la mayoría de los jugadores, no hay cola, no hay burro, ni siquiera un premio de consolación. iSi tan sólo hubiera un mecanismo (como el sistema para pintar que Seurat propuso o el Álgebra Universal que Gódel pensaba que Leibniz había perfeccionado y extraviado) para, de un modo razonable y sistemático, convertir en poesía todo lo que vemos, sentimos y somos! Cuando leemos los versos de la gente que no puede escribir poemas —gente que algunas veces tiene más sensibilidad, inteligencia y discriminación moral que la mayoría de los poetas— es difícil no considerar a la Musa como una especie de hada madrina que le dice al poeta, después de que sus colegas lo han bañado con los dones más desconcertantes y ambiguos, “Bueno, no importa. Tú sigues siendo el único que puede escribir poesía”.
Parece un chiste detestable que el “poeta nacional de Ucrania” —quien estuvo en el ejército como soldado raso durante diez años y, por órdenes del zar, no podía leer, escribir o incluso recibir cartas— no tenga sobre sus penas un solo poema formal. Un pobre sargento del Air Corps pasa en Attu y Kiska dos años y medio, y al final de ese tiempo sus ver sos sobre la guerra no se distinguen de los de una cotorra. ¡Qué cruel que un cardenal —pues uno de estos libros es de un cardenal— escriba peores versos que el más pequeño de los niños del coro! Pero en este universo de mala poesía cualquiera se siente obligado por el decreto de una indiscutible necesidad a matar a su madre y desposar a su padre, a dar saltos de cabeza alrededor de su propio funeral, a hacer todo lo que su peor y más imaginativo enemigo hubiera deseado. Hay que tener un corazón de piedra y una mente entumecida para condenar, excepto con una especie de temor sagrado, a tales poetas por lo que han hecho —o más bien, por lo que les ha sido hecho: pues ellos nunca han hecho nada, han sufrido su poesía tan inútilmente como todo lo demás; de modo que no es imitación de la vida ni un trozo de vida, sino la vida misma— más allá del bien, más allá del mal y, ciertamente, más allá de las reseñas.

Anna Ajmátova

Tierra nativa


No la llevamos en amuletos sobre el pecho,
ni componemos versos quejumbrosos sobre ella.
No altera nuestro amargo sueño,
ni la consideramos el cielo prometido.
No es en nuestra mente
objeto de compra o venta.
Sufriendo, enfermos, errantes sobre ella,
ni siquiera la recordamos.
Sí, para nosotros, es el barro de los chanclos,
para nosotros, sí, es la arena que cruje entre los dientes.
Y pisamos, aplastamos, deshacemos
ese polvo que no tiene culpa.
Pero yacemos en ella y en ella nos convertimos
y por eso, con toda libertad, la llamamos nuestra.








Eco


Los caminos al pasado se cerraron hace tiempo,
¿y para qué querría el pasado ahora?
¿Qué hay en él? Lápidas manchadas
de sangre, puertas selladas,
y un eco que aún no se extingue,
por más que yo implore...
Lo mismo que ese eco
es el que llevo en el corazón.

9 de febrero de 2009

Edoardo Sanguineti: dos poemas












24

he enseñado a mis hijos que mi padre fue un hombre extraordinario: (podrán
contarlo, así, a cualquiera, si quieren, con el tiempo): y después, que todos
los hombres son extraordinarios:
                                              y que de un hombre sobreviven, acaso,
unas diez frases, tal vez (metiendo todo junto: los tics,
los dichos memorables, los lapsus):
                                                    y estos casos son los más afortunados:




36.

cuando te nado dentro, en mi estilo libre (profesional, casi: medio
mixto, en cualquier caso), buceo, retengo mi aliento, y (entrecerrando,
cerrando mis ojos) abro mis brazos, separo mis piernas,
pelo mi plátano (y lo encapucho):
                                               me hago el muerto, me encorvo, me balanceo:
todo aquí: (pentagonal y a estrella, si te parece, soy inscribible en mi propio cerco):




Traducción: Dolores Labarcena y Pedro Marqués de Armas

6 de febrero de 2009

Sobre la forma orgánica



















Denise Levertov




Pensando en cómo la poesía orgánica se diferencia del verso libre, escribí que “la mayor parte del verso libre es poesía orgánica fracasada, es decir, poesía orgánica en la cual la atención del escritor se ha apagado demasiado rápido, antes de que la forma intrínseca de la experiencia haya sido revelada”. Pero Robert Duncan me hizo notar que existe un “verso libre” en el que esto no es cierto, porque no está escrito con el deseo de buscar una forma, sino más bien con el deseo de evitar la forma (si esto fuera posible) y de expresar la emoción incipiente tan puramente como sea posible. Hay una contradicción aquí, sin embargo, porque si, como yo supongo, existe un iriscape de emoción, de sentimiento, es imposible no presentar algo de ello al darle una voz en el poema al ritmo o tono del sentimiento. Pero quizá la diferencia sea ésta: que el verso libre aísla o “correcto” de cada línea o cadencia —si parece expresivo, entonces no importa la relación que tiene con la próxima—, mientras que en la poesía orgánica los ritmos peculiares de las partes son, en la medida en que sea necesario, modificados para descubrir el ritmo del todo.
¿Pero el carácter del todo no depende, o surge, del carácter de las partes? SI; pero es como pintar del natural: supongamos que imitas fielmente, en la paleta, los colores separados de los varios objetos que vas a pintar; sin embargo, cuando están yuxtapuestas en el cuadro, puede que tengas que aclarar, oscurecer, obnubilar o intensificar cada colar para poder producir un efecto equivalente al que ves en la naturaleza. El aire, la luz, el polvo, la sombra y la distancia deben ser tomados en cuenta. Uno podría ponerlo así: en la poesía orgánica el sentido de la forma o “sentido del tráfico”, como dice Stefan Wolpe, se encuentra siempre presente junto con (sí, paradójicamente) la fidelidad a las revelaciones de la meditación. El sentido de la forma es una especie de Stanislavsky de la imaginación: poniendo una silla dos pies más abajo en el escenario, engrosando un nudo de espectadores arriba hacia la izquierda en el escenario, logrando que el actor levante su voz un poco y que la actriz entre un poco más lento; todo en favor de una forma que él intuye. También podría decirse que es una especie de helicóptero de reconocimiento volando por encima del campo del poema, tomando fotos aéreas y reportando acerca del estado del bosque y su criaturas —o sobre el mar para observar los cardúmenes de arenques y dirigir a las flotas pesqueras hacia ellos—.
Una manifestación del sentido de la forma es el sentido que tiene el oído del poeta de una norma rítmica peculiar a un poema en particular, de la cual parten los versos individuales, y a la cual retornan. Oía Henry Cowell decir que el sonido monótono en la música india se conoce como la nota del horizonte. Al Kresch, el pintor, me envió una cita de Emerson: “La salud del ojo exige un horizonte”. Este sentido del latido o pulso que subyace al todo es lo que yo pienso como la nota del horizonte del poema Interactúa con los matices o fuerzas de sentimiento que determinan el énfasis en una palabra u otra, y deciden hasta cierto punto qué pertenece a un verso determinado. Se relaciona con la necesidad de ese sentimiento-fuerza que condiciona la cadencia a las necesidades de las partes a su alrededor y así al todo.
Duchan también apuntó hacia lo que es quizá una variación de la poesía orgánica: la poesía del impulso lingüístico. Me parece que la absorción en el lenguaje mismo, la conciencia del mundo de significados múltiples revelados en el sonido, la palabra, la sintaxis, y la entrada en este mundo dentro del poema, es tanto una experiencia o constelación de percepciones como el instares de los eventos sensuales y psíquicos no verbales. Lo que puede hacer que el poeta de ímpetu lingüístico parezca estar en otra cosa enteramente es que las demandas de su realización pueden parecer en oposición a la verdad tal como la pensamos; es decir, en términos de lógica sensorial. Pero la aparente distorsión de la experiencia a favor de los efectos verbales en este tipo de poema es en realidad una adherencia precisa a la verdad, ya que la experiencia en sí fue verbal.
La forma nunca es más que la revelación del contenido. “La ley: una percepción debe llevar inmediatamente y directamente a otra percepción” (Edward Dahlberg, citado por Charles Olson en “El verso proyectivo”, Selected Writings). Yo siempre interpreté esto como “nada de llenar las grietas con mena”, porque no ha de haber grietas. Sin embargo, al lado de esta verdad existe otra verdad (que he aprendido de Duncan más que de cualquier otro): que también debe haber un lugar en el poema para grietas que no deben ser llenadas con mena importada, grandes brechas entre percepción y percepción por encima de las cuales hay que saltar si uno ha de cruzarlas.
El factor x, la magia, aparece cuando llegamos a esas grietas y hacemos esos saltos. Una devoción religiosa hacia la verdad, hacia el esplendor de lo auténtico, involucra al escritor en un proceso que es gratificante en si mismo; pero cuando esa devoción nos lleva a abismos no soñados y nos encontramos navegando lentamente sobre ellos y llegando al otro lado —eso es éxtasis—.



Nota de la autora

1. Ver, por ejemplo, algunos de los poetas olvidados de comienzos de los años
20; también, algo de Amy Lowell, Carl Sandburg, John Gould Fletcher. Algunos poemas imagistas fueron escritos en “verso libre’ en este sentido, pero
bajo ningún concepto todos.
Traducción de Jacqui Behrend. El presente ensayo que se traduce aquí fue tomado del volumen 201h Century Poetryand Poetics, compilado por Gary Geddes (Oxford University Press, Toronto, 1985).

Rito Ramón Aroche


















Si algo definiría hasta hora, y ante todo, la poesía de Rito Ramón Aroche es su inconformismo esencial. Porque Rito no concibe la creación como un tranquilo recorrido por caminos establecidos y aceptados, por los cánones poéticos ya reconocidos y santificados, sino que emprende el acto de escribir comenzando con la creación de sus propias reglas. No desconoce, por supuesto, ni pretende ignorar el Corpus literario ya existente, la inmensa y rica herencia de la historia literaria que nos antecede, sino que ésta precisamente le sirve para su recomposición, para su utilización en una nueva combinatoria que hace estallar sus significaciones tradicionales y explora inéditos efectos de sentido, enfrentando términos y conceptos, transgrediendo la sintaxis y la misma configuración del género poético. Es así un exponente de la nueva sensibilidad y las nuevas necesidades creativas de estos tiempos".

Basilia Papastamatiu






Poemas de su Cuaderno Dígitos en el óvalo escrito en 1989.


PLANES CON LA LLUVIA
a K


Punto

en la estación agua. Yo digo: aquí hace una curva. Digo:
aquí mojo. Una espira

fruta
En la estación vez y unos patines. Gusto erección en tu falda

digo.

Aquí ondula un aire.

Otra la humedad ( pulso) tuya.
En la estación agua en la pared muslos
digo ¿Y mis defensas? ¿Y mis defensas?





...







NANA


Tela bruja
si no duermes está el saco
tela bruja
como la Quinta como la Quinta
digo
-si no sueño?
Tragaluz son los bordes las paredes
como la cerca
-como la casa?
Tela bruja
cielo lleno de estriadas la casa
el agua? Tela bruja
Si no sueño si no sueño?

Carlos Martínez Rivas















No



Me presentan mujeres de buen gusto
Y hombres de buen gusto
Y últimos matrimonios de buen gusto
Decoradores bien avenidos viviendo en medio
de un miserable e irreprochable buen gusto
Yo sólo disgusto tengo.

Un excelente disgusto, creo.











La Insurrección Solitaria


I

La Juventud no tiene donde reclinar la cabeza.
Su pecho es como el mar.
Como el mar que no duerme de día ni de noche.

Lo que está en formación
y no agrupado como la madurez.

Como el mar que en la noche
cuando la tierra duerme como un tronco
da vueltas en su lecho.

Solo.
Retirado a mi tos.
Desde mi lecho que gruñe oigo correr el agua.
Toda el agua que se oye pasar de noche bajo los lechos.
Bajo los puentes.

Las aves del cielo tienen sus nidos. Nidos curiosísimos.
Los zorros y las raposas tienen alegres madrigueras donde hacen de todo.

La juventud no tiene donde apoyar la cabeza.

Y rompe a hablar. A hablar. Toda la tarde
se la pasó el joven hablando delante de la mujer enorme.
Dejándola para mañana se le pasa la vida.

Y en la Pinacoteca de Munich, bajo el gran hongo, a la afable
sombra de los Viejos Maestros, o en la olla del placer,
derramando en el suelo su futuro
dice a su juventud, a su divino
tesoro dícele: -Sólo espero
que pases para servirme de ti.
Y aprender a sentarse.
Empezar a tener una cara.

Lo que hizo Míster Carlyle, el dispéptico.
Lo que hicieron Don Pío Baroja y su boina.
O Emerson (”…una fisonomía bien acabada es
el verdadero y único fin de la Cultura”).
Y todos los otros Octogenarios,
los que no escamotearon su destino:
el propio, el que vuelve al hombre rocín
y acaba sólo gafas, hocico, terco bigote individual.

Los que llegaron hasta el final
y zanjaron el asunto y merecieron
un retrato en su viejo sillón rojo
calvo ya como ellos y hermoso.

Sentados para siempre. Fotogénicos.
Idénticos a su celebridad. Fijos los ojos
como si por encima del vano afanarse de la tribu
lo logrado miraran. ¡Lo logrado!

¿Lo logrado?

¿Y si fuera otra cara la verdadera y no ésta
sino la otra, la mal hecha, la que no se parece
y es distinta cada vez? La del Hombre
del Trapo en la Cabeza, el que se cortó
la oreja con una navaja de afeitar
para dársela a la menuda prostituta?

Pero él fue solamente un pintor. Uno
entre los otros espantapájaros, minúsculos
en medio del gran viento que choca contra el cielo,
empeñados en añadir un paso más a la larga cadena.
Ocupados en cambiar la Naturaleza, como las estaciones.
Rehaciendo y contrahaciendo el rostro del mundo. El rostro
del vasto mundo plástico, supermodelado y vacío.

II

Aludo a,
trato de denunciar
algo sin un significado cabal pero obcecado en su evidencia:
el árbol con piel de caimán.
La esponja con cara de queso de Gruyère,
y viceversa.
El viejo de la esquina, el que vende cordones para zapatos,
peludo de orejas, animal raro,
Nabucodonosor amansado.
Una lora en su estaca moviéndose
peculiarmente. Mostrándonos su ojo
viejo, redondo, lateral.
Los moluscos, temblorosa vida
en la canasta que contemplan
tan serios el niño y la niña.
El perro en la cantina, debajo de su mesa favorita,
temible a causa de su bozal.
Un par de hombres solitarios bañando un caballo
con un cepillo grande a la orilla del mar
en una perdida costa pequeña y abrupta.
Los grandes bueyes lentos de fuerza y peso,
cargados de su propio poder, y los caballos
pastando con sus cuellos inclinados igual que las colinas…

Todo incomprensible (en apariencia) o idílico, pero inasistido,
no azotado por el error, vivo dentro de un cero
en la impotencia de lo sólo evidente.

El mundo plástico, supermodelado y vacío.

Como un infierno ocioso,
abandonado por los demonios,
condenado a la paz.

III

Pues si esta noche el alma.
Si esta noche quisiera el alma hundirse
en la infamia o la ira
hasta el fondo, hasta que el pulgar del pie
brille contra la roca en la tiniebla
del agua; y desde allí
intentara una vez más
bracear, cerrar los ojos,
hundirse aun más hondo, no podría.

La ola de la Tontería, la ola
tumultuosa de los tontos, la ola
atestada y vacía de los tontos
rodeádola ha, hala atrapado.

Inclinada sobre el idioma, sobre
el pastel de ciruelas, lo consume
y consúmese ella disertando.
Y danza. Pero no al son del adufe,
sí del castañeteo de los dientes
que agitados por el rencor y el miedo
producen un curioso tintineo.

Al son del ¡sún-sún! de la calavera.

Y súbito el recuerdo del hogar.
De pronto, como una espiga ardiente.
Como el sonido de un clarín de niño
en la traición, en las traiciones de las
que sólo el olvido nos defiende:
sólo otra traición del corazón
nos defiende. Y el pecado futuro,
ya en acción, zumbando desde lejos,
desde antes sabido, realizado y ceniza.

Hoyo, humo y ceniza. Es el desierto.
El sol huero, la arena y la pequeña
mata de llamas. A lo lejos, la nube
abstracta sobre la colina ocre.

Un pájaro atraviesa la tarde de borde a borde.

Una hoja seca araña el techo de zinc.

Un grifo vierte el tedio.

-Pero conocí una dama.

IV

Sola en principio y decastada
como un águila. El águila
de Zeuz en el exilio, de
paso entre nosotros. El ruido
de sus garras sobre la mesa
y el ojo perspicaz. El ojo
que sólo ve, sin opiniones.

Así el suyo. Como el ojo
del ave: sin respuesta, puro
de voluntad óptica. Ojos
duros, pequeños y desiertos
delante de la ilimitada
extensión del yo varonil.

Rostro intemporal, zoológico.
Lleno de fanatismo, pero
frío, sutil, no sometido,
como escarabajo o bala

Civilizaciones la han hecho.
Muchas estirpes habrán sido
necesarias delante de ella
como delante de los frutos
soles y siglos. Una hilera
de siglos como grandes filtros
para que al fin cayera -gota
pura- entre las fuentes públicas
y los hábitos de su raza.

No la driada de los bosques
ni oréade, breve de seno,
oliendo el aire. No trirreme
a la luz de las olas. Ni algo
que el pueblo de Francia advertía.

Ni tocador lleno de dijes
fríos, colgantes como lluvia,
y revólveres relucientes
que enseñáronme tanto sobre
la naturales secreta
del níquel y el por qué las uñas
y lo dentado.

Pero sí
algo que entró en el cielo excluído
de lo suficiente. Si algo
con la lógica de lo simple,
la forzosidad de lo perfecto,
la inteligibilidad
de lo necesario.

Ileso
eso se mueve en la tercera
rueda, nosotros aquí abajo
enronquecemos discutiendo.

Sin vacilaciones ni sombras.
Todo respuesta que el enigma
vano de la blancura oculta
y suplanta, el pecho ofrece
un fondo al rayo de la mano.

Tras la aislada frente monótona
(donde ensordece el apagado
barullo del mundo invisible)
se abre el perla, absorto, cóncavo
día solo de una mujer.

Es el interior de la concha.
La Nada femenina. Allí,
aun sin aletas y sin ojos
un caos se defiende, más
cerca del huevo que del pez.

Mordiente sol, limón de oro,
virginidad aceda. Es
la mujer, golpeando, matando
con su pico al hombre cálido.
Su pico de vidrio. El de hielo.

Púdica, insípida y hostil
con la terquedad espantable
y pacífica de la luz.

La Nada femenina. Sola
ante lo último, lo límpido
donde lo resistente es nácar.

Piedra vestida por la sombra
y desnudada por el sol.

1949-50 -18, Rue Cassette, París