18 de mayo de 2011

Lydia Cabrera


























LA CARTA DE LIBERTAD
              (cuento)


Cuando los animales hablaban, eran buenos amigos entre sí y se entendían con el hombre, ya el perro era esclavo. Ya amaba al hombre sobre todas las cosas. En   aquella época —de horas largas y poca prisa—, el Gato, el Perro y el Ratón, eran inseparables. Los mejores compadres de Cuba solían reunirse en el traspatio de una gran casa de la Alameda, en cuyos  vidrios de colores, todavía no hace mucho, venían a morir los reflejos del mar. Allí, al pie de un laurel —que el tiempo Nuevo asesinó con todos sus pájaros— pasaban charlando la prima noche.
Una vez que el Gato y el Ratón, que tenía gran comercio con los libros, era un erudito, hacían el elogio de la libertad y discutían largamente los derechos de todos los hijos de la tierra, sin exceptuar los del Aire y los del Agua, el Perro se dio cuenta de que él era esclavo y se entristeció… Al día siguiente fue a ver a Olofi: ¡Badá didé odiddena! ¡Levántate, viejo, levántate! Y le pidió una cédula de libertad.
El Viejo más viejo del cielo se quedó un tanto perplejo, dudando mucho en complacer al perro, considerándolo con sus ojillos socarrones que todo lo ven de antemano y rascándose detrás de la oreja. Pero al fin, después de encogerse de hombros y escupir muy negro por el colmillo — según costumbre suya al tomar una decisión— trazó su nombre sobre una hoja de pergamino y le dio al perro, en toda regla, la ansiada carta de Libertad. Aquella misma noche, el Perro, muy orondo, se la mostraba a sus amigos.
—¡Guárdela bien, Compadre! ¡Como oro en paño! — le recomendó mucho el Gato al despedirse. Y el Perro, pensando que en ningún sitio podía estar más segura, no teniendo bolsillos se la guardó en el trasero. Pero el precioso documento, allí encerrado, le escocía atrozmente…Le produjo una angustiosa desazón que fue en aumento: se vio obligado a andar en una actitud grotesca, las patas de atrás desmesuradamente abiertas. No se atrevía a hacer el menor gesto, a expresar ningún sentimiento con la cola. De repente una picazón terrible le acometía, con ansias violentas de correr, de frotarse desesperadamente el trasero con la tierra, sin medir las consecuencias de este acto; accesos estos, que cuando para vergüenza suya, tenían lugar en la calle, provocaban la risa a todo el mundo. Y era una tortura. La preocupación constante de perder la cédula, le tenía ocupado todo el día. Temiendo algún descuido que emborronara el texto, Compadre Perro se abstuvo de tomar alimento y, por último, no sabiendo qué escoger, la libertad o el martirio, se extrajo el documento y lo dio a guardar a su Compadre el Gato.
El Gato pensó que era una responsabilidad exponer una cédula de libertad a la intemperie, a la vida azarosa del tejado y se la llevó a Compadre Ratón que tenía techada la casa… Y fue a casa de Compadre Ratón. Este había salido a la bodega a comprar queso… Lo recibió la Ratona, y a ella le confió la carta, con toda clase de recomendaciones. Comadre Ratona tenía dolores de parto. Cogió la carta, la ripió, hizo su nido…
En esto el Perro tuvo un vivo altercado con su dueño. El Perro había dicho:¡Dame un hueso más! El amo había replicado: No me da la gana. El Perro se le encaró al hombre. Este iba a levantar el látigo…
—¡Necesito comer mucho más, porque soy libre…!
El hombre decía: ¡Comerás lo que a mí me parezca! Esclavo naciste. ¡Eres mi esclavo!
—No, Señor mi Amo, no soy tu esclavo, —y su cola aprobaba delirante— tengo mi carta de libertad.
—Si es así… ¡muéstramela enseguida!
El Perro salió al traspatio y llamó a su amigo el Gato.
—¡Compadre Gato, pronto: mi carta de libertad!
El Gato llamó al Ratón. 
—Compadre Ratón, pronto: la carta de libertad de Compadre Perro, que está en poder de Comadre Ratona. El Ratón corrió a su casa. La Ratona dormía, con siete ratoncitos, entre los ripios del pergamino…
El Ratón volvió corriendo con el alma en grima y le habló al oído a Compadre Gato, que se llevó las manos a la cabeza. Y fue la primera vez que el Gato hizo ¡¡Fuf !! y saltó, uñas desnudas, sobre el Ratón; y esta fue la primera vez que el Perro saltó sobre el Gato y le clavó los colmillos en el cogote.
En los ojos fuego verde, el Gato se defendía boca arriba; se hizo un ruedo de aullidos, de zarpazos, de mordiscos y de sangre. El Ratón, como era chico, se escabulló y se metió en la cueva.
El Gato, erizado, maltrecho, trepó al laurel; de una rama ganó el tejado y, en el alero, tendido como un arco, seguía bufando y desafiando al Perro. Pero Compadre Perro fue a lamerle las manos a su dueño, y se echó a sus pies sin más explicaciones.






La Habana, 1899 - Miami, 1991. Antropóloga. Portavoz de la cultura afrocubana. Entre sus libros se encuentran; Cuentos negros de Cuba (prol. de Fernando Ortiz), 1940; 1961; 1996. Por que... cuentos negros de Cuba, 1948. El monte igbo finda, ewe erisba, vititinfinda (Notas sobre las religiones, la magia, las supersticiones y el folclore de los negros criollos y del pueblo de Cuba) , 1954. Anagó. Vocabulario lucumí (el yoruba que se habla en Cuba) (prol. de Roger Bastide), 1957. La sociedad secreta Abakuá narrada por viejos adeptos, 1959. La laguna sagrada de los Nanigos , 1988. Los Animales en el folklore y la Magia de Cuba , 1988.  La laguna sagrada de San Joaquin , 1993. Cuentos para adultos, niños y retrasados mentales , 1996.  Koeko Yyawo-Aprende Novicia: Pequeño Tratado de Regla Lucumi , 1996.  La medicina popular en Cuba: Médicos de Antaño, Curanderos , 1996.

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