26 de julio de 2011

Antonio Cisneros



















Los helicópteros del Reino del Perú




Estoy tendido en la cama.
Entre el cielo y el mar graznan dos helicópteros.
Parecen mil legiones de langostas
aunque son unos pocos en viaje inacabable.
Hace ya más de un año.
                            Graznan y graznan,
mensajes o silencios que yo ignoro.
Hace ya más de un año.

Como los pájaros heridos jamás tienen reposo.
Reman en nuestros techos,
                            aterran a los pollos,
                            confunden a los conejos,
                            silencian a los perros.
No hay hombre o bestia que entienda sus caminos,
su viaje inacabable.

Estoy tendido en la cama.
                            No sufro mal alguno.
Sólo que en esta sombra ya no sé cuándo levanta el sol
ni para qué.
                   (Graznan y graznan.)




Un perro negro



Un perro. Un prado.
Un perro negro sobre un gran prado verde.

¿Es posible que en un país como éste aún exista un perro
negro sobre un gran prado verde?

Un perro negro ni grande ni pequeño ni peludo ni pelado
ni manso ni feroz.

Un perro negro común y corriente sobre un prado ordinario.
Un perro. Un prado.

En este país un perro negro sobre un gran prado verde
Es cosa de maravilla y de rencor.




La araña cuelga demasiado lejos de la tierra



La araña cuelga demasiado lejos de la tierra,
tiene ocho patas peludas y rápidas como las mías
y tiene mal humor y puede ser grosera como yo
y tiene un sexo y una hembra -o macho, es difícil
saberlo en las arañas- y dos o tres amigos,
desde hace algunos años
almuerza todo lo que se enreda en su tela
y su apetito es casi como el mío, aunque yo pelo
los animales antes de morderlos y soy desordenado,
la araña cuelga demasiado lejos de la tierra
y ha de morir en su redonda casa de saliva,
y yo cuelgo demasiado lejos de la tierra
pero eso me preocupa: quisiera caminar alegremente
unos cuantos kilómetros sobre los gordos pastos
antes de que me entierren,
y ésa será mi habilidad.




Naturaleza muerta en Innsbrucker Strasse



Ellos son (por excelencia) treintones y con fe en el futuro.
Mucha fe.
Al menos se deduce por sus compras
(a crédito y costosas).
Casaca de gamuza (natural),
Mercedes deportivo color de oro.
Para colmo (de mis males) se les ha dado además por ser eternos.
Corren todas las mañanas (bajo los tilos)
por la pista del parque y toman cosas sanas.
Es decir, legumbres crudas y sin sal,
arroz con cascarilla, agua minerales.
Cuando han consumido todo el oxigeno del barrio
(el suyo y el mío)
pasan por mi puerta (bellos y bronceados).
Me miran (si me ven)
como a un muerto
con el último cigarro entre los labios.




Karl Marx died 1883 aged 65



Todavía estoy a tiempo de recordar la casa de mi tía
     abuela y ese par de grabados:
Un caballero en la casa del sastre, Gran desfile militar
     en Viena, 1902.
Días en que ya nada malo podía ocurrir. Todos llevaban
     su pata de conejo atada a la cintura.
También mi tía abuela —veinte anos y el sombrero de
     paja bajo el sol, preocupándose apenas
por mantener la boca, las piernas bien cerradas.
Eran los hombres de buena voluntad y las orejas limpias.
Sólo en el music-hall los anarquistas, locos barbados y
     envueltos en bufandas.
Qué otoños, qué veranos.
Eiffel hizo una torre que decía "hasta aquí llegó el
     hombre".
Otro grabado:
Virtud y amor y cela protegiendo a las buenas familias.
Y eso que el viejo Marx aún no cumplía los veinte años
     de edad bajo esta yerba
—gorda y erizada, conveniente a los campos de golf.
Las coronas de flores y el cajón tuvieron tres descansos al
     pie de la colina
y después fue enterrado
junto a la tumba de Molly Redgrove "bombardeada por
     el enemigo en 1940 y vuelta a construir".
Ah el viejo Karl moliendo y derritiendo en la marmita
     los diversos metales
mientras sus hijos saltaban de las torres de Spiegel a las
     islas de Times
y su mujer hervía las cebollas y la cosa no iba y después
     sí y entonces
vino lo de Plaza Vendome y eso de Lenin y el montón
     de revueltas y entonces
las damas temieron algo más que una mano en las naIgas
     y los caballeros pudieron sospechar
que la locomotora a vapor ya no era más el rostro
     de la felicidad universal.

"Así fue, y estoy en deuda contigo, viejo aguafiestas:”

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