Nicanor Parra
“Yo me debilité con la
academia”
Guillermo Pellegrino
(Tomado de: Ñ, 13 de diciembre de 2011)
El encuentro había quedado
pactado para el mediodía. A las doce en punto, junto con el poeta chileno Raúl Zurita,
arribamos a Las Cruces, un pequeño pueblo sobre el Pacífico, a una hora y media
de Santiago. No bien entramos, preguntamos a un lugareño por la dirección que
teníamos apuntada. “¿Van a lo de Nicanor?”, recibimos inmediatamente como respuesta.
“Pues hubieran empezado por ahí”. En Las Cruces no hay quien no sepa dónde
vive. Su casa, ubicada debajo del nivel de la calle y como colgada de un
barranco, tiene en la puerta de entrada un sello inconfundible: un graffiti con
la leyenda “antipoesía”. El creador de los antipoemas nos invita a la terraza
con una espectacular vista al océano. La charla se ambienta. El grabador va a
entrar en escena. “No”, dice cortante. “No quiero que me graben ni tampoco
fotos; tome apuntes, apele a la memoria”. Así, a la vieja usanza, se desarrolló
esta entrevista realizada en 2006.
-Me gustaría saber cómo de una
familia semirrural de Chillán, con pocos recursos, surgieron integrantes tan
creativos, que lograron trascender las fronteras de su clase.
-Ya alguna vez mi abuelo
contestó esa pregunta: “Más discurre un hambriento que cien letrados”. ¿Qué quiso
decir con eso? Que debimos estudiar y trabajar harto. ¡Teníamos hambre! (estira
la última vocal, algo muy suyo; lo repite en varias ocasiones durante esta
charla).
-Cuénteme de su abuelo.
-Mi abuelo Parra era un hombre
muy inteligente. Un tinterillo. Así les llaman a quienes no han concluido sus
estudios de abogacía, pero que de todas formas trabajan como tales. En su tiempo
llegó a hacer una pequeña fortuna: tenía, además de su casa, varias propiedades
¡Era un archiduque! (vuelve a estirar la última vocal).
-¿Y qué pasó luego? Por lo que
sé usted y sus hermanos pasaron una infancia con algunas necesidades.
-Los hijos del abuelo (entre
ellos mi padre) se “farrearon” toda aquella pequeña fortuna. En este tipo de
historias, que a veces suelen darse, no debemos olvidar a Thomas Mann cuando decía
algo así: “Una generación trabaja; la segunda acumula fortuna; la tercera lleva
esa fortuna al máximo; y la cuarta la dilapida. Y así todo vuelve a cero”.
-O sea que Violeta y usted, a
posteriori los personajes centrales de la familia, no tenían más que perder – y
no me refiero sólo a lo económico –; toda actividad que emprendieran estaba
destinada al crecimiento.
-Un momento. El personaje
central de la familia es Roberto. Él ha sido el más… el más … auténtico … sí,
auténtico, esa es la palabra apropiada. La Violeta se debilitó con la academia,
de eso yo tuve la culpa. Yo mismo también me debilité con la academia: Perdí el
idioma patrio…
-¿El idioma patrio? ¿Qué
quiere decir con eso?
-El idioma patrio era el
idioma de los barrios bravos de Chillán. Perdí ese idioma cuando fui al liceo
del pueblo. Yo era el niño pobre de aquel liceo en el que había que hablar como
hablaban los “chilenos”, los descendientes de españoles. En cambio en la
periferia, donde nosotros vivíamos, se hablaba como hablan los mapuches,
¡estábamos como en un gueto! Y no fue ese el único idioma que dejé por el
camino. Más tarde, cuando fui al internado Barros Arana de Santiago, perdí el
idioma del liceo; cuando me vinculé a la Sociedad de Escritores, perdí el
idioma del internado; y finalmente perdí todos esos idiomas cuando fui a Oxford.
En cambio Roberto jamás perdió el idioma patrio, aquel del barrio Villa Alegre,
en los suburbios de Chillán.
-Seguramente que ese barrio
chillanejo, además de la manera de hablar,
tendría códigos muy propios,
¿verdad?
-En Villa Alegre, barrio que pocos
saben que es un verdadero gueto, hay una cuestión que es básica y que vine a
descubrir muchos años después. Para poder graficar lo que es el barrio, paso a
contarle la siguiente historia: Hace unos diez años, cuando ya era un viejo,
volví a Chillán, a aquel barrio que está prácticamente igual que cuando lo dejé
en la adolescencia. Fui a “olfatear”, quería ver qué pasaba ¿ah? Y mientras lo caminaba
me encontré con un minimercado, que no existía en mi época. Decidí entrar a
husmear y lo que enseguida me llamó la atención fueron unos sachets de leche,
que no había en ese momento en Santiago, y que estaban acomodados de manera tal
que formaban una especie de pirámide. A raíz de eso decidí dirigirle la palabra
a la dueña del lugar. ¡Error! ¡Ahí advertí que en esos barrios no pueden
hacerse determinado tipo de preguntas! A la señora la abordé con la siguiente
cuestión: “¿Podría decirme de dónde viene esa leche?”. Lo primero que me dijo
fue: “¡Qué pregunta!”. E inmediatamente me respondió: “De la vaca pues, porque
no vamos a decir que viene del toro ¿ah?”. La respuesta es típica de ese barrio,
te responden así porque tú has transgredido el código. Y el código dice que no
pueden hacerse determinadas preguntas. Al recibir esa respuesta me dije a mí
mismo lo siguiente: pobre señora, no sabe que yo también soy chillanejo,
entonces voy a contestarle como chillanejo, de ese barrio: “Señora, parece que usted
fuera chillaneja”, lo que significaba una agresión espantosa. “Y usted parece
que no fuera de aquí (de Villa Alegre)”, me refutó. Después de esa situación,
por primera vez supe de donde venían Violeta, Roberto y toda la familia Parra.
-¿Usted nunca había reparado
antes en ese tipo de conductas?
-La cuestión fundamental ahí
es el contacto humano: no hay manual de urbanidad, siempre es como un encuentro
de dos primeros hombres, se trata de ver quién es Caín y quién Abel. En cada
diálogo hay un Abel que vuelve a caer, que es el que queda marginado, y el otro
es el que queda de amo… En aquel barrio mapuche de Chillán eso se presenta de
una manera absoluta, descarnada. Ese comportamiento de la gente de Villa Alegre
es algo que no está estudiado por nadie.
Estas cosas que conté son para
ilustrar que toda pregunta es una agresión. Esa es una de las cuestiones
básicas en el barrio Villa Alegre. Lo que allí rige es la sintaxis mapuche, la
cultura mapuche.
-Llama la atención que usted,
observador agudo según cuentan quienes mejor lo conocen, viene a descubrir y a
interesarse por estas conductas después de tantos años.
-Es que uno cuando joven no
tiene mucha capacidad crítica, cree que todo el mundo es así, como uno lo ve,
pero la verdad que no es así. Fíjese que en Santiago yo a veces hago estas
preguntas y el interlocutor me las responde, a lo sumo puede decirme que no
sabe, pero siempre con el manual de urbanidad en la mano. Y ahí me vine a dar
cuenta de esos
códigos a los 80 años. Porque
antes a los 30, a los 40, no los advertía, sufría nomás. De ese sufrimiento
surgen los antipoemas.
-Yo creía haber leído que
nacieron por oposición a algo o a alguien, ¿no habló usted en alguna
oportunidad que eran como una oposición a la poesía de Neruda?
-Me gustaría decirle que la
antipoesía en último término es no a algo: primero es no al establecimiento
mapuche, y después es no al establecimiento total, porque en ese establecimiento
se reproducen las mismas situaciones que en Villa Alegre, en otros planos.
Siempre se está decidiendo quién es quién (aparece esa puja de Caín y Abel), de
una manera más disimulada o más elegantosa, pero de eso se trata … En cuanto a
lo que me dice usted de que eran versos para oponerse a la poesía de Neruda, le
contesto que eso es lo que hablan los críticos. Yo fui un gran admirador de
Neruda (N. del A.: Uno de los libros que se asoma desperdigado en el living es,
justamente, una Antología de Neruda). Me gustaba su poesía.
-¿Qué tipo de relación tenía
con él?
-Optima. Fíjese usted que el
primero en captar y entender los antipoemas fue Neruda. ¿Quiere saber cómo fue
esto? Una vez, mientras paseábamos por debajo de unos árboles en su casa de Los
Guindos, él me tomó de un brazo (El siempre “pescaba” del brazo al interlocutor
porque había encontrado esa manera para seducirlo, porque él era un gran
seductor, ¿ah?) y me susurró al oído: ‘Vamos a hacer una revista de poesía y
los directores van a ser los poetas chilenos, o sea tú y yo. ¡Yo que era un poco
el diablo, iba a ser uno de los directores!, pensaba para mis adentros. Y
enseguida me preguntó: “¿Qué nombre le pondrías tú? ¿’Autobombo’?”. Y antes de
que pudiera decirle algo me dijo: “No… ‘Bombo mutuo’.”
-¿Recuerda en qué
circunstancias Neruda se topó con los antipoemas?
-Fue en otra oportunidad que
en los mismos términos se acercó y me dijo: “Vamos a hacer un recital de poesía
en mi casa donde van a participar los tres poetas chilenos, o sea: Juvencio
Valle, tú y yo, nadie más. Y el recital se hizo nomás. Había un living en la
casa, con una docena de sillas, una mesa al frente y los tres poetas, el Pablo
al medio. Cada uno leyó sus cosas hasta que me tocó a mí: allí por primera vez
leí en público tres antipoemas (“La viuda”, “La trampa” y “Los vicios del mundo
moderno”) en presencia de “el poeta de Chile”, que es Pablo. Recuerdo que varios
de los concurrentes se reían; me sentí incomprendido y entonces me aparté. El
Pablo, en tanto, quedó ahí con su séquito de admiradores, pero al rato me doy
cuenta de lo siguiente: frente a mí hay alguien que se está paseando como un
oso enjaulado, era él, rascándose la nariz (un gesto muy suyo, significaba que
estaba preocupado) hasta que se detuvo. “Nicanor”, me dijo, en eso era muy
cariñoso, me trataba por el nombre, cuando en general en esa época todos nos
tratábamos por el apellido. “Tengo que hacerte una pregunta: ¿Cómo escribiste
esos poemas que acabas de leer? Porque tú no eras poeta”. Me sorprendí. “Esta es
la segunda vez que me pasa algo así”, él siguió hablando. “Yo no suelo
equivocarme en estas cosas, antes me equivoqué con Jorge Adoum, que yo pensé
que no era poeta, pero resulta que hoy es el mejor poeta de Ecuador. Nicanor,
luego tienes que decirme como los has hecho, si piensas hacer un libro entero
con estos poemas no va a quedar títere con cabeza”. Fue, como le dije, el
primero que captó la cosa, ¡y tuvo esa manera de reaccionar!
-En el primer libro suyo hay
una presencia importante de García Lorca, de Whitman. ¿Cómo se da la ruptura y pasa
de ese libro a los famosos antipoemas?
-Cuando en la década del 30
escribí mi primer libro con claro sello garcialorquiano, yo no sabía bien lo
que se esperaba de un poeta. En esa época todo el mundo hablaba maravillas de
García Lorca y de Rafael Alberti. Fue por eso que me decidí a escribir poesía.
Me dije: “¡Y por qué no puedo yo publicar si puedo hacer cosas parecidas a
éstas y tan buenas como éstas!”. Así escribí aquel primer libro creyendo que
era lícito hacer las cosas tal como las había hecho García Lorca, aunque con variaciones
menores. Pero cuando el libro salió vinieron las críticas: varios “entendidos”
me apuntaron diciendo, fundamentalmente, que tenía una fuerte influencia
garcialorquiana, y no sé cuántas cosas más. Fue en ese momento que me convencí
de que lo que había que hacer era algo que no existía antes, el mito de lo
nuevo, ¿ah? ¿Así que se trata de eso?, me dije. Bueno, aquí tienen. Ahí
surgieron los antipoemas.
-En gran parte de su
antipoesía se percibe un lenguaje de prosa, a punto tal que mientras preparaba
esta entrevista y cuando le leí a un crítico una parte del poema “Cambio de
nombre” me dijo: “Pero ese es un prólogo de un libro”. ¿Cuáles son los límites
de la poesía para no invadir otro género? Porque en su obra parece haber un
límite difuso.
-Hay una definición de Dylan
Thomas que me encantó y aún suscribo: “poesía es lo que está bien dicho, nada
más”. Pero para que esté bien dicho hay condiciones acústicas. No basta con
estar sólo bien escrito, tiene también que estar bien pronunciado, hay que
pensar que es algo que se va a leer. Entonces entra en órbita también el
sonido, y aquí viene el problema de la música. Aquí entra a jugar lo que se
llama pentámetro yámbico. Cualquier cosa que usted diga con ese metro va a
sonar bien… Ahí entonces tenemos que si un insulto en la calle está bien dicho
es poesía popular. Los grafitis también entran en el género de la poesía, pero
siempre y cuando estén bien hechos, porque hay grafitis muy malos también, ¿ah?
... Alguien dijo alguna vez: “Las grandes verdades del siglo XX no están en los
libros, están en las paredes de los baños públicos”. Vox populi, vox dei. Me surge
lo que alguna vez leí en un baño: “La caca se come. Un millón de moscas no
pueden estar equivocadas”. ¡Esa frase! ¡Yaaaa! Fíjese como del pentámetro
yámbico pasé a la frase hecha.
-¿A qué poetas admira?
-En estos momentos a quien más
admiro es a Lina Paia.
-Disculpe mi ignorancia, ¿a
quién?
-Lina Paia es mi nieta (la
hija de Juan de Dios, uno de sus hijos). Cuando tenía un año y medio, y aún era
poco lo que hablaba, estábamos en una reunión familiar y pidió la palabra: “Yo,
Lina Paia ...”. Su nombre es Josefa Cristalina Parra. Desde entonces presto
mucha atención a ella y en general a los niños cuando hablan, por cómo
enfrentan el problema del lenguaje. A pesar de que yo ya era Premio Nacional de
Literatura, Premio Juan Rulfo y varias veces candidato al Nobel, por primera
vez en aquella oportunidad entré a fondo en el estudio del lenguaje, escuchando
hablar a la Lina Paia, observando cómo compone sus frases. Eso es lo que pasa
con la Lina Paia. Ella dice lo que siente, y eso es la maravilla total. Porque
cuando se dice lo que se siente, se está en el Ser, con mayúsculas.
-Y en su poesía, ¿logra usted
expresar lo que siente?
-No siempre, no siempre. Le
diría que el uno por mil. Ella, en cambio, lo hace todo el tiempo. Lo que sí
intento y tengo claro es que hay que expresar lo que uno quiere decir con el
mínimo de palabras.
-Hay algún hecho específico
que lo lleva a introducir signos no poéticos en su poesía, porque no es simple
incluirlos y que suenen poéticos, es todo un riesgo.
-Esas son las huellas de la
Lina Paia, que habla por necesidad y no por vanidad. La antipoesía es una
asociación por necesidad; sin embargo, nunca he podido lograr el grado de necesidad
que tiene un niño. Es que uno, hasta hoy, sigue hablando por vanidad.
Ahmel Echevarría
Editor Web Centro Onelio
www.centronelio.cult.cu
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