17 de febrero de 2012

Patrick Kavanagh




















Por: Rito Ramón Aroche

“Nuestros estilos/ están ya recordados”. ¿Es esto lo que encontramos mientras repasábamos una vez más (y siempre) en páginas de José Lezama Lima? Posible que tal prueba nos los pueda corroborar un poeta como Eliseo Diego, quien dijo no haber escrito nunca una novela porque las que les hubiera gustado hacer ya se habían consumado. A diferencia de Jorge Luis (Borges, no faltaba más), quien siempre negó la posibilidad de asumir él la novela más que otra cosa debido a un orden, al que podríamos denominar de carácter técnico, esto es: la imposibilidad de poderla librar de ripios. He de recordar que en una oportunidad Emil Cioran hubo de ser algo más que conciso: “En la novela —eso creo que dijo— hay que dar detalles. Y yo voy directo a las conclusiones”. ¿Se quiere, entre muchísimas razones, definición aún mejor sobre lo que debe ser un aforismo a fin de constatar su eficacia? De nuestro José Martí ya sabemos: “Un grano de poesía sazona un siglo”. Lo cual podría avenirse al dictado de T. S. Eliot al responder que no tendría sentido una revolución en el campo de la poesía cada diez años. Pero fue criterio de Alejo Carpentier el hecho de que la novela había variado muy poco de Homero a la fecha. Y tal observación, según él, le vino de su amigo el cineasta soviético Sergei Eisenstein cuando hubo de poner en sus manos, solo para demostrárselo, un ejemplar del Ulises de James Joyce. ¿Y algo más…? Pienso en esto que también llegó a decir, no Eisenstein, sino el mismísimo señor Alejo: “Que Romeo y Julieta era un tema digno de Corín Tellado, sólo que en manos de alguien como William Shakespeare…”

Visto así, no sería vano pensar ante tantos y tantísimos desvaríos —¿desconsuelos?— que debería haber siempre, o casi, o por lo menos, un alivio… De modo que no estaría mal si buscáramos asegurarnos, en el momento de esto que va siendo ya una especie de irremediable caída libre. Hela aquí: presencia de lo que habíamos leído en una de las singulares páginas de esa voluminosa acumulación (“Poema mío”) de Eugenio Florit. Todo está dicho ya, sentenció Florit, pero aun así hay que volverlo a decir. Vaya observación: tramposa en verdad. Puesto que lo que no termina de aclarar Eugenio es cómo. Y ese cómo, si tenemos en cuenta que tampoco era su deber aclarárnoslo, es lo que dicta porqué unos sí y otros no. Nos referimos, es obvio, a ese tipo de literatura/autores que se encuentran relacionados inexorablemente y de una vez y por todas, con lo que trasciende. Ah, dirán algunos, literatura que trasciende…

Sobre todo si es que se trata de uno de los mayores de la poesía del XX no solo en Irlanda y para los irlandeses. Hasta donde sabemos, uno de los suyos, Seamus Heaney, no ha reparado en ofrecerle el lugar que merece. Ni en aceptar la influencia recibida de él.

Nos referimos, véase si ya va siendo hora que lo mencionemos, a Patrick Kavanagh, quien nacido en 1905 tuvo la suerte de ver la luz hasta 1967. Tiempo adecuado para llegar a trabajar la tierra y, más tarde, vivir de la poesía. Se dice que llegó a granjearse el epíteto de escritor polémico. Sus libros: The Ploughman and Other Poems (1936), The Great Hunger (1942), A soul for Sale (1947), Come with Kitty Stobling (1960), Collected Poems (1964). Una edición de su poesía completa (Complete Poems) terminaría por hacerle justicia a solo cinco años después de su muerte, esto es, en 1972.




EPOPEYA

He vivido en lugares importantes, en tiempos
en que se tomaron grandes decisiones: a quién
pertenecía esa legua de piedras, tierra de
nadie rodeada por nuestros bieldos y reclamos.
Oí a los Duffy gritar: “¡Maldita sea tu alma!”
Y el viejo McCabe descamisado fue visto
pisar el lote desafiando el acero azul:
“Aquí va la marca por esas piedras de hierro”.
Ocurrió cuando el lío de Munich. ¿Cuál
fue más importante? Me inclinaba
a dejar de creer en Ballyrush y Gortin
hasta que el fantasma de Homero me vino a la cabeza.
Y susurró: Yo inventé la Ilíada a partir de esos
pleitos locales. Los dioses crean su propia importancia.


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