2 de octubre de 2010

En los 75 años de Domingo Alfonso













Caridad Atencio
22 de septiembre de 2010



Lo conocí en el año noventa en una de las célebres Jornadas de la Poesía Cubana en Sancti Spíritus cuando yo era aún miembro de un taller literario. De él sabía que era uno de los pocos escritores profesionales que vivían en Marianao y que su casa quedaba cerca de la de Alberto Guerra, miembro del taller. Lo cierto es que asistió a una lectura que ofrecimos en la Casa del Escritor de nuestro municipio y allí fuimos presentados. No pasó mucho tiempo sin que este poeta de raza nos invitara a su casa, pulcra y modesta en un arbolado recodo de la barriada. Poco a poco nos dimos cuenta de que algunos compañeros de generación se sabían varios de sus poemas de memoria; que salvaban, por encima de su imagen de escritor, sus versos a un tiempo directos, sensuales y sugestivos. Que montañeses de la Sierra Maestra recitaban sus poemas y que seres muy humildes, en sus lecturas públicas, se le acercaban para contarle cómo un texto suyo les había hecho torcer del mal al buen camino y les había dado ganas de, nuevamente, vivir. Tal hecho nos dejaba sin palabras, y nos decíamos: eso vale más que los premios que no ha recibido y a lo mejor no recibirá. La leyenda de tu lírica viajando de un cuerpo a otro, despertando el milagro del renacimiento. Con el tiempo y la publicación de nuestros primeros libros ya veíamos a Domingo como un poeta más de nuestro grupo, que iba a nuestras lecturas y a nuestras presentaciones en los camellos, con el entusiasmo de los jóvenes de treinta años que fuimos. Era él quien nos daba ánimo por un hallazgo, por un paso invisible que dábamos en nuestra carrera literaria. Era para nosotros también un raro ejemplo para la época, que veneraba a un tiempo a Buesa y a Lezama, pues de los dos había recibido no sólo enseñanzas sino también bendiciones.

Nos percatamos de que, a pesar de ser un soldado de la poesía, nunca había vivido de ella: siempre se ganó la vida como arquitecto. Fue por allá por 1999, durante una memorable visita al golfo de Guacanayabo, cuando lo oímos referirse a sus poemas eróticos de un modo muy peculiar, pues en su lírica abundan textos de marcado tono erótico con elementos románticos y existenciales evidentes: “Ahora voy a leer los poemas que me han dado mala fama”. Contrastaba su manera de leer y comportarse y, como dice Enrique Saínz, la jerarquía inusual del sexo en su poética. Todo parece evocado desde un erotismo muy profundo, ya sea estrictamente sexual o expresado como una plenitud que el poeta había alcanzado en su diálogo con la realidad.1

Entre fervores, necesarias y frecuentes polémicas y la fe de la amistad, ha transcurrido la relación de un grupo de escritores con este poeta de la Generación de los años 50, a quien hemos pedido opinión a la hora de tomar una decisión con respecto a sucesos personales y profesionales de nuestras vidas y se le ha escuchado como a un padre. Son claves de la poética del autor la sencillez, la autenticidad, el goce de lo sensual. Si la existencia para el poeta es efímera y a todo lo acompaña un atisbo de muerte, es el amor y la unión de los sexos lo que permite la eclosión que abarca el universo todo en su complejidad, armonía, rapto, flujo y concatenación. Es muy atinado el juicio de Saínz donde se afirma que, para el poeta, la realidad tiene un valor simbólico que podríamos llamar de primer orden, distinto del que tuvo en la poética de los origenistas. El poeta construye sus textos a la manera de un relato que pasa de lo factual a lo fantástico, de lo visible a lo imaginado, del aquí y ahora a la nada y la desintegración.2

En la última lectura que ofreció en el espacio “Amor de Ciudad Grande”, de la librería Ateneo, durante el caluroso agosto, era curioso observar el revuelo de las dependientes y la atención cuando comenzó a leer sus poemas directos, sensuales, de impecable factura, y la admiración momentánea de los que, sin ser escritores ni eruditos de la poesía, habían llegado allí. Reflexionando sobre la sencillez de su poesía, Retamar afirmaba hace más de cuarenta años que mal camino puede ser la hipocresía y la desfachatez para llegar a la verdad. La sencillez no tiene nada que ver con la ignorancia, la inopia y la trapacería [como muchos nos hacen ver hoy en nuestro campo], creo por eso que no sólo debemos leer con alegría y provecho las palabras que escribe este poeta de verdad que es Domingo Alfonso, sino también agradecerle su lección, que es lección de hombría, su desatención a las epidemias o tics literarios, tribales, astrológicos o simplemente mordientes, y su lealtad a la poesía, a la vida.3

Esto lo hemos entrevisto y penetrado nosotros también, luego de muchos años y cambios probables e improbables dentro de nuestra compleja vida literaria. Por los momentos de gracia expresiva y efectividad poética, y la vibración humana de su persona, le decimos: Felicidades, gracias.


Notas:
1- Véase Enrique Saínz: “Domingo Alfonso: la palabra y la memoria”, en Domingo Alfonso: El libro principal y Un transeúnte cualquiera, Editorial Letras Cubanas, 2008, p. 7.
2- Enrique Saínz, Ob. cit, p. 10.
3- Roberto Fernández Retamar: “El hombre que es Domingo”, en Domingo Alfonso: Historia de una persona, Cuadernos de Poesía, La Habana, 1968, p. 12.