20 de mayo de 2011

W.H. Auden


















Dos ascensiones

Huyendo de los enajenados ejecutivos de pelo corto,
los rostros tristes e inútiles en torno a mi casa,
a las montañas de mi miedo asciendo:
arriba, una peña vertiginosa y abrasadora; nada de cuevas,
ni collado, ni agua. Con perfecto fraguado,
sobre un pico inferior caigo entre jadeos,
refrescando mi fatiga con faltas que alardean de
una vida que han robado y perfeccionado.


Ascender contigo fue sencillo cual promesa.
Alcanzamos la cima sin el menor apetito,
pero eran los ojos lo que contemplábamos, no el paisaje,
no veíamos nada salvo a nosotros mismos, zurdos, perdidos,
devueltos a la orilla, el fértil interior todavía
ignoto: el amor dio la energía, pero hurtó la voluntad.


***


El novelista

Revestido de talento como un uniforme,
el rango de todo poeta es bien conocido;
pueden asombrarnos como una tormenta,
o morir tan jóvenes, o vivir solos durante años.


Pueden lanzarse a la carga cual húsares: pero él
debe esforzarse por dejar atrás su don juvenil y aprender
a ser sencillo y poco elegante, a ser
alguien a quien nadie se plantearía prestar atención.


Pues, para alcanzar su más leve deseo, debe
convertirse en el aburrimiento pleno, sujeto a
dolencias vulgares como el amor, entre los Justos


ser justo, entre los Sucios sucio también,
y sobre la endeblez de su propia persona, si puede,
soportar discretamente todos los agravios del Hombre.

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