Pedro Marqués de Armas
(Salvo el perro)
Y bien que nos fijamos en el cuadro: Lenin en Smolny, de Isaak Brodsky
(1930). Un perro tendido a sus pies, cuyos ojos parecen malograr la brevedad de
la pausa, revelando el interior en definitiva ferozmente doméstico de los
“asuntos de Estado”. Como si el rodillo de la industria fuera para el
pensamiento, en esa hora de reposo, no una ilusión sino una aplanadora; y el
cerebro -epítome de un músculo- hubiese sido exprimido hasta la extenuación. En
cierto momento imaginé un paisaje de fondo, despoblado; pero ahora puedo
corregirlo. Nada se oculta en esa superficie (salvo el perro). La única verdad
que se sostiene es la cabeza, cayendo por su peso, como si en efecto se fuera
quedando dormido.
Varias veces pintó Deineka el paisaje más feo. Hay
para escoger… Esas vacas que marchan sin nervio, incluso felices en su
resignación, y que hablan más del ojo del demiurgo, capaz de anteponer un
búcaro con flores, una oscuridad anodina al cielo matutino contra el que se
recortan.
Cuesta creerlo.
A este orden pertenece también El portero (1934),
ejemplo de que no todo está perdido. Si bien el vuelo hacia el balón no logra
ser liviano (¿y qué vuelo lo es en Deineka?) al menos promete un cumplimiento.
Siempre estará al alcance de la mano, como una meta, ese balón. Y entretanto,
habrá que vencer otros gravámenes: ese fondo amarillo que da miedo y ese monte
convertido en mogote.
Así debió ser el paisaje al día siguiente de la
creación…
Se trata, en este caso, de un “retoque decisivo”.
Al fin y al cabo, el sol se pone en la cuenca del Don.
Como el suyo se fue discretamente por encima del sueño
del Soviet, no llegó con su torre a ningún lado. Copitos de algodón cayeron
sobre las consignas y terminó Tatlin entre gallinas y pavos elaborando una
máquina de vuelo (para uso personal) ¡Qué ocurrencia! Cebar de ese modo el
orgullo y despertar con plumas en la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario