Robert Musil
El sastre
(1923)
I
No creo que haya sido un sastre.
Ante el juez, dijo: "quiero
ir a la cárcel, señor, en ninguna otra parte me siento mejor. Mi madre ha
muerto, perdí a mis amigos; ah, nunca fui tan agresivo con mi madre como
debería haber sido. ¿Qué valor tiene la vida? Téngame lástima. Téngame lástima,
señor Juez, enciérreme para siempre. Si lo hace, yo sería feliz; allí podría
trabajar como sastre, no necesitaré salir al mundo. El juez, sin embargo, no se
conmovió: lo sentenció a una semana de arresto.
El condenado protestó pidiendo la
revisión de su proceso, porque la sentencia le parecía demasiado breve.
El juez le informó que la
revisión de una sentencia demasiado breve era cosa del fiscal; pero el fiscal
no tenía ganas.
II
Creo que poco después rodaba una
bomba enorme, una bomba más grande que yo, por la avenida del 12 de septiembre.
Quería dinamitar a mi tiempo. Un policía me detuvo y revisó la bomba. Le dije:
"necesito dinamitar a mi tiempo, porque no me sigue, oficial, estas son
mis obras. La bomba me parecía en este momento tan grande como los rollos
enormes de papel que se descargan frente a las enormes imprentas de los
periódicos. "Ah. Usted trabaja en un periódico", dijo el policía,
"no, la prensa no necesita ningún permiso".
III
Mi bomba rodaba con una
envidiable precisión rumbo a la rampa puerta del Parlamento, después entró a la
gran sala donde; si se anuncia una revolución, se congregan una multitud de
guardianes del orden. Me permitieron encenderla, pero no explotó porque arriba
seguían hablando. Y cuando grité "¡veinte años después de mí muerte será
una verdadera bomba!", una nube de policías se lanzó sobre mí. Me defendí
con un instrumento que llevaba conmigo. Creo que se llama taladro torácico, una
suerte de perforador que se aplica contra el pecho. Tiene una manivela y puede
traspasar bloques de acero. Se lo puse a un policía entre el segundo y el
tercer botón de su uniforme. El oficial comenzó a ponerse pálido. En ese
momento los otros me cayeron encima, trataban de sujetarme los brazos y; aunque
no les resultó fácil, poco después ya no podía moverme. Así me aprehendieron.
IV
¡Señor Juez, dije!
Señor juez, yo he aprendido y
estudiado muchas cosas, porque a ser escritor y conocer mi tiempo, no
sólo... Sí, me defendí cínicamente; pero el juez que ya me conocía sonrió
preguntando:
-¿Ha ganado dinero?
-¡Nunca, dije, está prohibido!
En ese momento el juez miró al
secretario del juzgado, el abogado en derecho, al licenciado en izquierda, el
fiscal al amanuense, y todos soltaron una carcajada. "¡Deseo que se
presente el dictamen de un especialista!", grito triunfante el defensor.
"Usted está acusado, porque
no ha hecho dinero", dijo el juez.
Desde entonces estoy en la
cárcel.
Le falta la glándula monetaria,
dijeron los especialistas, por ese motivo no tiene una regulación moral, por
eso se convierte en un individuo irascible si se le trata mal. Además, sufre de
una aguda distracción, no puede retener lo que otros han repetido cien veces. Busca
siempre nuevas ideas. El dictamen de los especialistas en literatura fue peor.
En suma: soy un mediocre a quien no se le conmutó la sentencia.
Desde que estoy aquí vivo en un
sueño del orden. Nadie crítica mi conducta desmedida. Al contrario, entre los
presidiarios soy una persona encantadora, mi inteligencia es extraordinaria.
Soy una autoridad literaria, escribo las cartas de los vigilantes. Todo el
mundo me admira. Yo, que en el mundo de los justos era un mediocre, en el de
los injustos soy un verdadero genio moral, un intelectual de altos vuelos. No
hago nada por dinero, sino por alabanza y autoadmiración. Trabajo otra vez como
sastre. Ah, la vida espléndida del trabajo, mi alma es una aguja finísima,
vuela horas enteras, entra y sale por semanas, zumba como una abeja diligente.
Y en mi cabeza hay tan poco como adentro de una tumba, y las abejas zumban.
VI
Si alguien quiere demostrarme que
todo esto es una mentira, que nunca he sido un sastre mediocre y que no vivo en
la cárcel, entonces yo le rogaría al presidente de la República que me asignara
un lugar de honor en el manicomio.
Ahí, uno también se siente a
gusto.
Ahí, nadie se sorprendería de que
yo haga las cosas porque me gustan. Sí, al contrario, ahí, en el manicomio,
todos estarían dispuestos a quitarme los obstáculos del camino.
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