17 de junio de 2013

Marianne Moore





















LA ARGONAUTA


¿Para poderosos con esperanzas
definidas por mercenarios?
¿Para escritores atrapados por
la reputación a la hora del té
y las comodidades de la casa en las afueras?
No es para ellos para quien la argonauta
construye su fina cáscara de cristal.

Regalando su perecedero
souvenir de esperanza, por fuera
blanco opaco
y con la superficie interior
satinada como el mar, la vigilante
hacedora lo protege
noche y día; apenas

come hasta que los huevos maduran.
Enterrados ocho veces en sus ocho
brazos, pues ella es
en cierto modo un pulpo,
su carga protegida en el córneo buque de cristal,
está oculta pero no comprimida;
como Hércules, mordido

por un cangrejo fiel a la hidra,
obstaculizado en su empeño,
los huevos, intensamente vigilados,
al salir de la concha
la liberan al liberarse a sí mismos,
dejando sus cavidades como nido de avispa,
blanco sobre blanco, y pliegues

de chitón jónico dispuestos con precisión
como las líneas en la crin
de un caballo del Partenón,
en torno a las cuales los tentáculos
se han enroscado como si supieran
que el amor es la única fortaleza
lo bastante firme en la que confiar.





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