24 de octubre de 2013

Anne Sexton




















Remando


¡Un historia, una historia!
(Suéltala. Déjala salir.)
Fui troquelada
como una defensa de Plymouth
en este mundo.
Primero vino la cuna
con sus barrotes glaciales.
Después las muñecas
y el fervor por su bocas plásticas.
Luego vino la escuela,
las filitas derechas de sillas,
garabateando mi nombre una y otra vez,
pero submarina todo el tiempo,
la extraña cuyos codos no funcionaban.
Después fue la vida
con sus hogares crueles
y gentes que tocaban apenas
-aunque el tacto sea todo -
pero crecí,
igual que un cerdo en un impermeable crecí
y entonces hubo muchas raras apariciones,
la fastidiosa lluvia, el sol volviéndose veneno
y todo eso, serruchos labrando en mi corazón,
pero crecí, crecí,
y Dios estaba allí como una isla adonde no había remado,
aún ignorante de Él, mis brazos y piernas se esforzaban,
y crecí, crecí,
llevé rubíes y compré tomates
y ahora, en mi edad madura,
como unos diecinueve en la mente diría,
estoy remando, estoy remando
aunque se atascan los escálamos y están oxidados
y el mar parpadea y rueda
como un ojo preocupado
pero estoy remando, estoy remando,
aunque me empuje hacia atrás el viento
y sé que la isla no será perfecta,
tendrá las fallas de la vida,
los desatinos de la mesa,
pero habrá una puerta
y la abriré
y me liberaré de la rata dentro de mí,
la pestilente rata roedora.
Dios la agarrará en sus manos
y la abrazará.

Como dice el africano:
es mi historia la que he contado,
así sea dulce, así no sea dulce,
llévate alguna parte y deja que algo regrese a mí.
Esta historia termina conmigo aún remando.


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