30 de enero de 2014

Amiri Baraka























El sexo, como el deseo


               (lejos de las calles. Linternas
en los bolsillos, el olor de los dedos, profundamente secreto.
Cada noche, otra violación. Los muchachitos se esconden en lo alto
de las colinas, cerca de estaciones de servicio y fábricas de cerveza,
esperando dar el golpe. Ni siquiera es amor. Sin embargo, ellos
esperan y fingen
                          ser hermosos.
Podría ser yo, aún ahora. (Tan lento, me veo a
mí mismo. Estar en un punto oxidado del pecho de mi hijo
muerto. Donde está la vida, toda la carne, para hacer
algo más que una silueta, una sombra sin aliento contando
nuevamente, sus chirolas.
¿Qué hay allí? ¿Dónde está? ¿Quién es ella? ¿Qué puede
darme a mí mismo, negociar conmigo mismo para hacer que yo me
entienda? Nada termina nunca. Nada pasa. Cada
acto de mi vida, conmigo ahora, hasta la muerte. Ellos mismos,
las razones para eso. Ellos son piedras, en mi boca
y oídos. Bosques enteros sobre mis hombros.







22 de enero de 2014

Daniel García Helder















 En el campo de los Arocena



 Y a la vuelta del granero, tres ratas de oscuro y húmedo pelambre, rudas, ojos de confite, que salen despedidas por la boca de un desagüe, una atrás de otra, como por un recto. Hace apenas un instante, sus patitas apuradas en la cañería rat ra rat, rat rat. Y al dar la cara chillan de codicia entre las tres un solo chillido, corto, agudo y ascendente, dirigido a nadie.


 Diógenes descalzo no hubiera pisado este potrero sin compadecerlas, chapuceras de cloaca entre caldos fecales robando el grano a las gallinas, qué más, cavando tímeles con sus pezuñas de sirvienta, y de noche silbando para medir el tiempo que las despabila, ennegrecido. Pero todavía hay luz y envueltas en su propio vaho de peste se las ve correr en dirección al molino, donde un cúmulo de malvas arbóreas recibe la descarga de una nube de polvo.


 Aspas quietas en el fin de semana esperando lluvia. En el tanque australiano, las hojas se pudren con el agua abombada. Una camioneta por el camino de los plátanos, el verde seco, el ocre y la monotonía de las plantaciones, más nubes de borra en lento desplazamiento comprimido. Y si se vuelve los ojos, una tras otra ensartadas en un hilo de mofa trepan al penacho de una palmera; el tronco está enredado de tallos de hiedra, los cabos truncos de las hojas caídas parecen estacas.



Juan Rodolfo Wilcock



















Los amantes



Harux y Harix han decidido no levantarse más de la cama: se aman locamente, y no pueden alejarse el uno del otro más de sesenta, setenta centímetros. Así que lo mejor es quedarse en la cama, lejos de los llamados del mundo. Está todavía el teléfono, en la mesa de luz, que a veces suena interrumpiendo sus abrazos: son los parientes que llaman para saber si todo anda bien. Pero también estas llamadas telefónicas familiares se hacen cada vez más raras y lacónicas. Los amantes se levantan solamente para ir al baño, y no siempre; la cama está toda desarreglada, las sábanas gastadas, pero ellos no se dan cuenta, cada uno inmerso en la ola azul de los ojos del otro, sus miembros místicamente entrelazados.


La primera semana se alimentaron de galletitas, de las que se habían provisto abundantemente. Como se terminaron las galletitas, ahora se comen entre ellos. Anestesiados por el deseo, se arrancan grandes pedazos de carne con los dientes, entre dos besos se devoran la nariz o el dedo meñique, se beben el uno al otro la sangre; después, saciados, hacen de nuevo el amor, como pueden, y se duermen para volver a comenzar cuando despiertan. Han perdido la cuenta de los días y de las horas. No son lindos de ver, eso es cierto, ensangrentados, descuartizados, pegajosos; pero su amor está más allá de las convenciones.






El asesinato del sirio Nicolás Damián


                         
















 Por Reynaldo García Blanco



¿Qué sucedía en Santiago de Cuba un día como hoy hace cien años? Hay que recurrir a los cronistas locales, un oficio que sospecho se ha perdido para siempre.
El irreverente, sustancial y amigo poeta Oscar Cruz tuvo a bien en regalarme hace unos días un ejemplar de Crónicas de Santiago de Cuba (II), del periodista e historiador Carlos E. Forment Rovira. Este volúmen estuvo inédito hasta que en el 2006 salió a la luz por Ediciones Alqueza, de la Oficina del Conservador de la Ciudad de Santiago de Cuba. Forment dividió sus crónicas en dos tomos. El primero de ellos abarcó desde 1902 hasta 1911 y se publicó hacia 1953. El segundo tomo, éste que tengo en mis manos, incluye lo acontecido entre 1912 y 1920.

Por pura curiosidad, este lunes levemente nublado, tomando té verde de Ceilán traido de Italia, por la historiadora de arte Carmen Lorenzetti y con música de José Aquiles de fondo, me asomo a lo que pasó por estos lares el martes 20 de enero de 1914, es decir, hace cien años.

Ese día comienza con una nota mortuoria. Fallece la Sra. Teófila Garcés, esposa del coronel Alfredo Lora, presidente del Consejo Provincial.

Otro suceso que marcó a los santiagueros un día como hoy hace un centenar de años fue el esclarecimiento del crimen cometido en la persona del Sr. Nicolás Damián, honrado comerciante, natural de Siria. Tema interesante para una novela de Leonardo Padura. El autor resultó ser el campesino Nicolás Revilla aunque había establecido acusación en contra de su enemigo Nicolás Silva, alias El Ñato. Forment nos hace saber que el descubrimiento de este crimen se debió al abogado, licenciado Gonzalez Manet y al capitán de la Guardia Rural Arsenio Ortíz quienes atendiendo a varias confidencias y acompañados ambos por un juez, un fiscal , dos médicos forenses y un grupo de comerciantes sirios, paisanos de la víctima, partieron a través del monte firme y por caminos accidentados y peligrosos, llegaron hasta la finca Santa Bárbara, propiedad del Sr. Revilla, donde en la falda de una montaña advirtieron un pie enterrado, cuyo zapato estaba a flor de tierra, por lo que excavaron el lugar y descubrieron el cadáver en estado de putrefacción.

Así lo ha contado Carlos E. Forment Rovira Agrega además que la sociedad santiaguera aplaudió el feliz éxito del empeño en que se distinguió el celo del entonces capitán Arsenio Ortíz quien años después fuera el tema de los cintillos de primera plana de todos los periódicos cubanos por su sangrienta actuación en el gobierno del presidente Gerardo Machado.

¿Fue un crimen pasional? ¿Un crimen político? Tal vez sea el tema para una novela de Leonardo Padura. Novela que bien pudiera titularse El asesinato del sirio Nicolás Damián.





12 de enero de 2014

W.H. Auden



















Musée des beaux-arts
 

Acerca del dolor jamás se equivocaron
Los Antiguos Maestros. Y qué bien entendieron
Su función en el mundo. Cómo llega
Mientras alguno cena o abre la ventana
O nada más camina sin objeto.
Cómo, mientras los viejos aguardan reverentes
El milagroso Nacimiento, habrá siempre
Niños sin mayor interés en lo que ocurre,
Patinando
En el estanque helado a la orilla del bosque.

No olvidaron jamás
Que el eterno martirio ha de seguir su curso,
Irremediablemente, en sórdidos rincones,
Donde viven los perros su perra vida
Y la yegua del verdugo se rasca
Las inocentes grupas contra un árbol.

Por ejemplo, en el Icaro de Brueghel:
Con qué serenidad
Todo parece lejos del desastre.
El labrador oyó seguramente
El rumor de las aguas y el grito inconsolable.
Pero el fracaso no lo conmovió:
Brillaba el sol como brilló en el cuerpo blanco
Al hundirse en las aguas verdes.

Y la elegante y delicada nave
Debió haber visto lo inaudito:
La caída de un niño que volaba.
Pero el barco tenía un destino
Y siguió navegando en calma.
   


                                                           1939


Versión de José Emilio Pacheco