24 de marzo de 2008

Virgilio Piñera













LA MUERTE DE LAS AVES



De la reciente hecatombe de las aves existen dos versiones: una, la del
suicidio en masa; la otra, la súbita rarificacion de la atmósfera.
La primera versión es insostenible. Que todas las aves-del cóndor al
colibrí-levantaran el vuelo-con las consiguientes diferencias de altu_
ra- a la misma hora- las doce meridiano-, deja ver dos cosas; o bien
obedecieron a una intimidación, o bien tomaron el acuerdo de cernirse en
los aires para precipitarse en tierra. La lógica mas elemental nos advierte
que no está en poder del hombre obrar tal intimidación; en cuanto a las aves,
dotarlas de razón es todo un desatino de la razón.
La segunda versión tendrá que ser desechada. De haber estado rarificada
la atmósfera, habrían muerto sólo las aves que volaban en ese momento.
Todavía hay una tercera versión, pero tan falaz que no resiste el análisis; una
epizootia, de origen desconocido, las habría hecho más pesadas que el aire.
Toda versión es inefable y todo hecho es tangible. En el escoliasta hay un
eterno aspirante a demiurgo. Su soberbia es castigada con la tautología. El
único modo de escapar al hecho ineluctable de la muerte en masa de las aves,
sería imaginar que hemos presenciado la hecatombe durante un sueño verdadero.
Sólo nos queda el hecho consumado. Con nuestros ojos las miramos
muertas sobre la tierra. Más que el terror que el terror que nos procura la hecatombe,
nos llena de pavor la imposibilidad de hallar una explicación a tan monstruoso
hecho. Nuestros pies se enredan entre el abatido plumaje de tantos millones
de aves. De pronto todas ellas, como en un crepitar de llamas, levantan el
vuelo. La ficción del escritor, al borrar el hecho, les devuelve la vida. Y sólo
con la muerte de la literatura volverían a caer abatidas en tierra.



1978

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