3 de marzo de 2009

Gwendolyn Brooks




















LA MADRE




Los abortos no dejan que tú olvides.
Recuerdas los niños que conseguías sin conseguirlo.
Las húmedas pulpillas de los de poco pelo,
Los cantantes y trabajadores que nunca tocaron el aire.
Nunca los dejaré ni les pegaré
O silencio o comprar con un dulce.
Nunca dejaran el dedo
Nunca dejaran de creer
En los fantasmas que venían.
Nunca dejaran que les controlen su grato suspiro,
Devuélvanle un bocado, con engullido ojo de madre.

He oído en las voces del viento las voces de mis débiles asesinados hijos.
Me alivié y me contraje
Mis borrosos amados en los senos que nunca succionaron.
He dicho, queridos, si pequé, si me apoderé de su suerte
Y sus vidas desde su inacabado alcance,
Si robé sus nacimientos y sus nombres,
Sus simples lágrimas de bebé y sus juegos,
Sus artificiales o hermosos amores, su desorden, sus bodas,
Sus dolores y sus muertes,
Si envenené el principio de su respiración,
Piensen que aún mi decisión no fue deliberada.
Pero por qué tengo que gemir,
Gemir, si el crimen fue de otro, no mío?—
Ya que de todos modos ustedes están muertos.
O más bien, nunca fueron hechos,
Por eso también tengo miedo,
Es defectuoso: oh, qué diré, cómo es la verdad cuando hay que decirla?
Nacieron, tuvieron un cuerpo, murieron.
Menos mal que nunca rieron, desearon ni lloraron.

Créanme, los amé a todos
Créanme, los conocí, aunque vagamente, y los amé,
Los amé a todos.




Traducción: Caridad Atencio