22 de junio de 2009

Alfonso Reyes


La Habana

No es Cuba, donde el mar disuelve el alma.
No es Cuba —que nunca vio Gaugin,
Que nunca vio Picasso—,
Donde negros vestidos de amarillo y de guinda
Rondan el malecón, entre dos luces,
Y los ojos vencidos
No disimulan ya los pensamientos.

No es Cuba — la que oyó a Stravisnsky
Concertar sones de marimbas y güiros
En el entierro del Papá Montero,
Ñañigo de bastón y canalla rumbero.

No es Cuba — donde el yanqui colonial
Se cura del bochorno sorbiendo "granizados"
De brisa, en las terrazas del reparto;
Donde la policía desinfecta
El aguijón de los mosquitos últimos
Que zumban todavía en español.

No es Cuba — donde el mar se transparenta
Para que no se pierdan los despojos del Maine,
Y un contratista revolucionario
Tiñe de blanco el aire de la tarde,
Abanicando, con sonrisa veterana,
Desde su mecedora, la fragancia
De los cocos y mangos aduaneros.


A Eugenio Florit

Florit, la primavera se desborda
y vuelca Flora el azafate henchido,
y la naturaleza en cada nido
lanza un temblor y hace la vista gorda.

¿Qué pasa entonces, cuando el viento asorda
y el campo es todo asombro y todo ruido,
y aun el más recatado y retraído
toma el alma y la echa por la borda?

¿Qué arcaico rito o gresca dionisíaca,
que endiablada, o mejor, paradisíaca
celebración de las celebraciones?

Es que el poeta cumple el mandamiento:
hacer razones con el sentimiento
y dar en sentimiento las razones.


Yerbas del Tarahumara

Han bajado los indios tarahumaras,
que es señal de mal año
y de cosecha pobre en la montaña.
Desnudos y curtidos,
duros en la lustrosa piel manchada,
denegridos de viento y de sol, animan
las calles de Chihuahua,
lentos y recelosos,
con todos los resortes del miedo contraídos,
como panteras mansas.

Desnudos y curtidos,
bravos habitadores de la nieve
—como hablan de tú—,
contestan siempre así la pregunta obligada:
—"Y tú ¿no tienes frío en la cara?"

Mal año en la montaña,
cuando el grave deshielo de las cumbres
escurre hasta los pueblos la manada
de animales humanos con el hato e la espalda.

Los hicieron católicos
los misioneros de la Nueva España
—esos corderos de corazón de león.
Y, sin pan y sin vino,
ellos celebran la función cristiana
con su cerveza-chicha y su pinole,
que es un polvo de todos los sabores.

Beben tesgüiño de maíz y peyote,
yerba de los portentos,
sinfonía lograda
que convierte los ruidos en colores;
y larga borrachera metafísica
los compensa de andar sobre la tierra,
que es, al fin y a la postre,
la dolencia común de las razas de los hombres.
Campeones de la Maratón del mundo,
nutridos en la carne ácida del venado,
llegarán los primeros con el triunfo
el día que saltemos la muralla
de los cinco sentidos.

A veces, traen oro de sus ocultas minas,
y todo el día rompen los terrones,
sentados en la calle,
entre la envidia culta de los blancos.
Hoy solo traen yerbas en el hato,
las yerbas de salud que cambian por centavos:
yerbaniz, limoncillo, simonillo,
que alivian las difíciles entrañas,
junto con la orejela de ratón
para el mal que la gente llama "bilis";
y la yerba del venado, del chuchupaste
y la yerba del indio, que restauran la sangre;
el pasto de ocotillo de los golpes contusos,
contrayerba para las fiebres pantanosas,
la yerba de la víbora que cura los resfríos;
collares de semillas de ojos de venado,
tan eficaces para el sortilegio;
y la sangre de grado, que aprieta las encías
y agarra en la nariz los dientes flojos.

(Nuestro Francisco Hernández
—El Plinio Mexicano de los Mil y Quinientos—
logró hasta mil doscientas plantas mágicas
de la farmacopea de los indios.
Sin ser un gran botánico,
don Felipe Segundo
supo gastar setenta mil ducados,
¡para que luego aquel herbario único
se perdiera en la incuria y el polvo!
Porque el padre Moxó nos asegura
que no fue culpa del incendio
que en el siglo décimo séptimo
aconteció en El Escorial.)

Con la paciencia muda de la hormiga,
los indios van juntando sobre el suelo
la yerbecita en haces
—perfectos en su ciencia natural.


Visitación

—Soy la Muerte— me dijo. No sabía
que tan estrechamente me cercara,
al punto de volcarme por la cara
su turbadora vaharada fría.

Ya no intento eludir su compañía:
mis pasos sigue, transparente y clara
y desde entonces no me desampara
ni me deja de noche ni de día.

—¡Y pensar —confesé—, que de mil modos
quise disimularte con apodos,
entre miedos y errores confundida!

«Más tienes de caricia que de pena».
Eras alivio y te llamé cadena.
Eras la muerte y te llamé la vida.


Alfonso Reyes nació en la ciudad de Monterrey (Estado de Nuevo León)
el 17 de mayo de 1889; fue hijo del General Bernardo Reyes y de doña
Aurelia Ochoa de Reyes. Hizo sus primeros estudios en escuelas
particulares de Monterrey, en el Liceo Francés de México, en el
Colegio Civil de Nuevo León, en la Escuela Nacional Preparatoria
y en la Facultad de Derecho de México, en donde obtuvo el título
de abogado el 16 de julio de 1913. En 1909 fundó, con otros
escritores mexicanos, el "Ateneo de la Juventud". Allí, junto con
Pedro Henríquez Ureña, Antonio Caso y José Vasconcelos se organizaron
para leer a los clásicos griegos. En 1910 publicó su primer libro
"Cuestiones Estéticas". En agosto de 1912 es nombrado secretario de
la Escuela Nacional de Altos Estudios, en la que profesó la cátedra
de "Historia de la Lengua y Literatura Españolas", de abril a junio
de 1913. El 17 de este mes fue designado segundo secretario de la
Legación de México en Francia, puesto que desempeñó hasta octubre de
1914. Exiliado en España (1914-1924), después de la muerte de su
padre, el general Bernardo Reyes. Se integró a la escuela de
Menéndez Pidal y posteriormente en la estética de Benedetto Croce,
más adelante publicó numerosos ensayos sobre la poesía del siglo de
oro español, entre los que destacan: "Barroco" y "Góngora"; además,
fue uno de los primeros escritores en estudiar a sor Juana Inés de
la Cruz. De esa época son "Cartones de Madrid" (1917), su breve pero
magistral obra, "Visión de Anáhuac" (1917), "El suicida" en 1917 y
"El cazador" en (1921).
En España se consagró a la Literatura y al periodismo; trabajó en
el Centro de Estudios Históricos de Madrid bajo la dirección de don
Ramón Menéndez Pidal.
En 1919 fue nombrado secretario de la comisión mexicana "Francisco
del Paso y Troncoso", también en este año efectuó la prosificación
del poema del Mío Cid, y en junio de 1920, fue nombrado segundo
secretario de la Legación de México en España. A partir de entonces
hasta febrero de 1939, en que regresó definitivamente a México,
ocupó diversos cargos en el servicio diplomático; Encargado de
Negocios en España (1922-1924), Ministro en Francia (1924-1927),
Embajador en Argentina (1927-1930 y 1936-1937) y en Brasil (1930-
1936). En abril de 1939 fue presidente de la Casa de España en
México, que después se convirtió en El Colegio de México, Fue
miembro de número de la Academia Mexicana correspondiente de la
Española, y catedrático fundador del Colegio Nacional. En 1945
obtuvo el Premio Nacional de Literatura en México. De 1924 a 1939
se convirtió en una figura esencial del continente hispánico,
como lo atestigua el propio Borges. Entre sus ensayos de esos años
se cuentan "Cuestiones gongorinas" (1927), "Simpatías y diferencias"
(ensayos, 1921-1926), "Homilía por la cultura" (1938), "Capítulos
de literatura española" (1939 y 1945) y "Letras de la Nueva España"
(1948). Maestro del lenguaje, de 1939 a 1950 llegó a la cumbre de
su madurez intelectual y escribió una larga serie de libros sobre
temas clásicos, como "La antigua retórica" y "Última Tule" en 1942,
"El deslinde" (1944), "La crítica en la Edad Ateniense" (1945),
"Junta de sombras" (1949). También escribió temas muy variados
tales como: "Tentativas y Orientaciones" (1944), "Norte y Sur"
(1945), "La X en la frente" y "Marginalia", en 1952. Entre sus
traducciones se encuentra parte de "La Iliada" de Homero, en
1951. Su trabajo con el mundo clásico no se limita al de la
erudición, es más bien una reinvención de metáforas poéticas y
hasta políticas que definen nuevas perspectivas para articular
la realidad de México, como su "Discurso por Virgilio" (1931).
En "Ifigenia cruel" (1924), poema dramático en el estilo del
teatro clásico, el mito contado por Eurípides se reinventa, y se
transforma en una reflexión sobre la identidad y el pasado, una
alegoría de su propia vida personal y también de la del México
surgido de su propia Revolución. Fallece este insigne poeta
mexicano en el año de 1959.

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