6 de junio de 2011

Julia Pérez Montes de Oca
















Meditación

Cuando la luna entre celajes níveos
Muestra su disco de radiante luz,
Y brillan esparcidas las estrellas,
Como diamantes, en el Cielo azul,

Cuando altivos los árboles sacuden
Sus ramas que azotando el viento va,
Y del sueño a los dúlcidos halagos
Reposan los vivientes en su hogar;

Cuando contemplo la grandiosa esfera
Y el pensamiento vuela más allá,
En donde extiende sus parejas alas
El ángel celestial de la verdad

Abierta el alma a extrañas emociones,
Lleno de fe mi ardiente corazón,
Me pongo a meditar en la grandeza
Y la sublime majestad de Dios.




A Dios

Del volcán en las lavas ardorosas,
Del monte en la magnífica eminencia,
Del agua en la ondulante transparencia,
Del fuego en las serpientes luminosas;

En los doseles de purpúreas rosas,
Del fresco valle en la agradable esencia,
Del bosque en la lozana florescencia,
Del cielo en las llanuras majestuosas.

En cuanto brota de la tierra inculta,
En cuanto al aire tenue se levanta,
En cuanto el mar en su interior sepulta;

En todo lo que aterra o lo que encanta,
Nunca, Señor, al hombre se le oculta
La omnipotente huella de tu planta.



Se agita el hombre...

Se agita el hombre en la mundana vida
mezquino y ambicioso y altanero;
maligno el corazón, el labio artero,
donde no tiene la verdad cabida.

En él encuentra fácil acogida
la envidia y el desdén su compañero,
y aunque el semblante muestre lisonjero
su amor es falso y su virtud mentida.

Del campo en las sombrosas espesuras
¡qué distinto espectáculo se ofrece!
allí al impulso de las brisas puras

y a la sombra del árbol que florece,
sin odios, ni zozobras, ni amarguras,
el alma se transporta y engrandece.



A un árbol

Pasó el otoño y se llevó arrastrando
de tus ramajes el verdor divino;
siguió el helado invierno su camino
tus amarillas hojas arrancando.

El tallo altivo y el capullo blando
volaron como el loco torbellino,
y solo el dulce fruto purpurino
en la alta rama se quedó temblando.

Pero al fresco batir de la sonora
lluvia, tus hojas juveniles crecen,
y un ancho y verde manto te decora.

No así las ilusiones que fenecen
en el alma del hombre, aunque las llora,
con su frescura, oh árbol, reaparecen.




El Cobre, 1839- Pinar del Río, 1875. Fue eclipsada por Luisa Pérez de Zambrana: su hermana. En vida no llegó a publicar poemario alguno, pero sí colaboró con "El Redactor", "El Caleidoscopio", "El Siglo", "El Álbum", y "La Moda Ilustrada". Es referida por Cintio Vitier en Lo cubano en la poesía; Lezama, en cambio, le concede once páginas en su Antología de la Poesía Cubana.

Selección y nota introductoria: Rafael Álvarez Rosales



No hay comentarios: