14 de octubre de 2011

El libro de los sentidos, de Caridad Atencio



 
















Charo Guerra


 (Sábado del libro, 26 de junio de 2011) 


Comentaba Pablo Neruda, en una entrevista que le hiciera el equipo de escritores de Lunes de Revolución: “No es fácil matar el claro de luna. […] Parece muy sencillo pero la luna y el claro de luna son enteramente invencibles”. (1)

Leyendo El libro de los sentidos, he tenido la impresión de que Caridad Atencio sigue ese presupuesto, aún cuando la tendencia prevaleciente de su obra la sitúa al lado de la experimentación, de la novedad y aún cuando, en este libro en especial, ensaya una vez más otras rupturas. Pero la tradición (“el claro de luna”) late en estas prosas poéticas intentando conquistar un repertorio de palabras-sensaciones, de hechos prácticamente inapreciables para el ser común en la cotidianidad y casi imposibles de reconstruir a través de algo tan abstracto como el vocabulario de los sentidos. 

Me he preguntado al concluir: ¿En qué momento, en qué circunstancias Caridad ha pensando y ha escrito este libro? ¿Es su libro una pausa? ¿Tuvo este libro un proyecto inicial de escritura como indican el ordenamiento de los temas y los recursos que usa?, ¿Fue pensado mientras transcurría? ¿Las experiencias que narran esos textos fueron vividas o reinventadas como materia poética? En todos los casos las precisiones me inducen a pensar en un corte en el quehacer de Caridad. Algún suceso se ha desatado en la autora que ha decidido evitar la contención que habitualmente despliega un poeta en el ejercicio de su pensamiento; algo muy humano está vibrando en sus páginas; algo personal, íntimo. Hay aquí una intención de clarificar el tiempo (hacia atrás/hacia delante); una necesidad de expresar de sí misma y de su escenario inmediato lo que no puede darse el lujo de que otros (lectores, investigadores, críticos…), supongan, intuyan, reconstruyan. Más o menos eso nos confiesa en la página 18: “Me da miedo sentir el compás de mi vida”.

Pienso en Swann ante una taza de té, reconstruyendo el pasado afectivo mediante los olores. Es ese tipo de vivencias, creo, las que se explican en este conjunto, una propuesta de cierto modo de existir, de cierta manera de sentir. “Después que la gente ha muerto”, ha dicho Proust, “el perfume y el sabor de las cosas permanecen en equilibrio mucho tiempo [...] resistiendo tenazmente, en pequeñas y casi impalpables gotas de su esencia, el inmenso edificio de la memoria”. 

El libro de los sentidos ensaya una historia, una biografía poética. De tanto tratar con documentos, la poeta (investigadora y ensayista) ha comprendido que toda documentación debe ser elegida, en primer lugar, por el propio objeto de estudio, debe ser discriminada por él, procesada y puesta en las manos del lector para que la escritura emanante de esa vida (anterior/posterior al punto geográfico que supone un libro como éste) encuentre el sentido más exacto.

Así, Caridad, a estas alturas de su paso por la poesía cubana donde se le reconoce y respeta, ha decidido publicar textos que se subordinan, se auxilian, se comparten en imágenes; muchas de las imágenes que quizás (por qué no) mientras fueron escenas, pedazos de la realidad en su decurso, generaban, hacían brotar el deseo de ser captadas con palabras, y se empastaron luego a las sucesivas emociones que ha testimoniado continuamente en su necesidad de existir a plenitud en varios órdenes, dando prioridad siempre a un compromiso de vida con la poesía. Leamos, en consecuencia, la página 17: “Uno experimenta un desajuste, una inconformidad y un éxtasis con el mundo”. Y a seguidas pregunta: “¿De ese forcejeo nace la poesía?”

El libro de los sentidos retoma, valida construcciones, huellas de la corteza cerebral (léase también corazón, ¿por qué no?), manchas, sombras que el papel fotográfico trasmite en gamas insustituibles, colaborando oblicuamente con los temas, ideas, evocaciones... La poesía de Caridad existe en estos flashazos de las viejas camaritas: los rostros de la niña a contraluz, o “fuera de foco”, la madre, el padre, la zafra, un cumpleaños, la tía y su amante, el personaje llamado Orestes (“un extraño en la casa”)… Esta atmósfera es el germen quizás de algo mayor, una novela que espera ser contada más tarde. El álbum familiar que es este Libro de los sentidos está precediendo, dando señales, apuntando hacia una consecución de mayores complejidades a través de la poesía que reina en sus páginas en una combinación estremecedora de imagen y texto, como esos cuadros donde los artífices no contentos con el resultado de las líneas y los colores, acuden a la escritura, a las palabras que iluminan, a títulos que esclarecen y entonces, únicamente entonces, cierran, perfilan su pintura o su dibujo en la certeza de haber concluido la obra.

Creo que Caridad no quería reunir aquí sólo textos a la manera tradicional, ni siquiera elegir ilustraciones temáticas para cada segmento; que no deseaba completar lo que podía únicamente con palabras llenas de un peso filosófico como es habitual en su estilo; ella necesitaba colocar estos fragmentos de imágenes en el lugar de otras estrofas, quería las entrelíneas desafiantes de las citas, el entrecruzamiento de lo aprehendido con lo vivido, y que las visualizaciones propuestas provocaran no sólo lectura, sino posibilidad de tocar un rostro en el objeto-libro, hacer vivir cada historia con algo más, intelectualizar los tránsitos, hacer que se escucharan voces (por ejemplo, en mi caso: leo-veo/siento-huelo-saboreo/toco-escucho), según la experiencia que desatan en mí estos textos: olores a melaza, rocíos del enfriadero del central donde vivieron mis abuelos, calidez de una mano sobre la frente, fiebres que multiplican el tamaño de alguna salamandra, timbres de las voces que llaman insistentes.

Estamos, digo, ante un libro sin subterfugios y sí transido de estrategias escriturales, de esas estrategias que concede el oficio, a veces incluso de manera inconsciente (de ahí esa presencia siempre punzada por la autora –punzante en sí misma– del claro de luna de Neruda: “el forcejeo”, referido por ella…) para lograr el viaje que ansía todo creador de este género llamado de minorías: entrar por fin al espacio de las mayorías donde el mando poético lamentablemente continúa menospreciado.

El libro de los sentidos es audaz en su proyecto y en su consecución en tanto recorre y comparte fragmentos de la vida de la autora a partir de una feliz combinación de inteligencia y de sinceridad. Su constante autorreferencialidad rebasa también aquellos límites impuestos en la concepción moderna de lo femenino y el discurso de género, lo cual está presente por supuesto pero de modo amplio, desde lo personal-social. Caridad en este libro es un ser humano que añora lo ido, que se explica a sí misma, dice quién es según ella, de dónde proviene, hacia dónde irá, con una profunda y natural carga de matices fluyentes, en líneas que dejan la certeza de continuar reescribiéndose, de manera incesante.



“Lunes conversa con Pablo Neruda”, no. 88, dic. 26 de 1960, p. 41.


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