10 de octubre de 2011

Vachel Lindsay

























Los búfalos comedores de flores

Los búfalos comedores de flores de la primavera
en los días de antaño,
corrían donde cantan las locomotoras
y las flores de la pradera yacen dormidas;
la ondulante, floreciente hierba perfumada
es expulsada por el trigo,
ruedas y ruedas y ruedas van rodando
en la primavera que es dulce todavía.
Pero los búfalos comedores de flores de la primavera
se fueron desde antaño.
Ya no cornean más, ya no mugen más,
y las colinas no rondan más:—
con los Piesnegros yacen dormidos
con los Pawnees yacen dormidos.


 Washington D.C.

Aquí, por así decirlo, en el centro de la ruidosa Roma,
aquí, alejados hasta donde es posible del campo,
aquí donde los amos de la política
se ufanan del petróleo,
untados de óleo,
petróleo de sus pozos ladrones,
donde dinero y piedra y oraciones se combinan,
aquí en Washington, D. C.,
aquí donde los pecados se refinan y refinan,
aquí donde se imitan los mismos muros de Roma,
los templos y columnas del Imperio de Roma,
nos acordamos de los días en que los tigrillos mantenían
      despierto
el campamento, y nos daban miedo,
cuando el puercoespín y el osito tierno agitaban la maleza,
y el viento más amistoso nos parecía frío y malcriado.
Nos acordamos del terror de las noches con hoguera,
de cómo esperábamos besar bien a la tierra,
a pesar del temor, y no esperábamos del todo en vano,
de cómo esperábamos días salvajes, limpios en el poder,
de cómo buscábamos la hermosa hora de las cabañas,
de cómo pensábamos gobernar,
llevando a los hombres a la cabaña de una escuela solitaria.
Nos acordamos de nuestro orgullo pionero americano,
de nuestro altivo desafiar que no ha muerto todavía
aquí, por así decirlo, en el centro de la ruidosa Roma,
en Washington D. C.
donde se imitan los mismos muros de Roma.


Dos viejas cornejas

Dos viejas cornejas se sentaron en un cerco.
Dos viejas cornejas se sentaron en un cerco.
Pensando en causa y efecto,
y hierbas y flores,
y leyes naturales.
Una de ellas balbuceó, una de ellas tartamudeó,
una de ellas tartamudeó, una de ellas balbuceó.
Cada una de las dos pensó mucho más de lo que habló.
Una corneja puso a la otra corneja un acertijo.
Una corneja puso a la otra corneja un acertijo:
la corneja que balbuceaba
preguntó a la corneja que tartamudeaba:
¿Por qué la abeja tiene un dardo en su violín?”
“Porr-que”, dijo la otra corneja,
“Porr-que,
porrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr-que”.
Entonces una abeja voló junto al cerco:—
“Zummmmmmmmm mmmmm mmmmmmmmm
MMMMMMMMMMMMMMM”
Y estas dos negras cornejas
palidecieron,
y lejos, muy lejos se fueron.
¿Por qué?
Porrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr-que.
Porrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr-que.
“Zummmmmmmmmm mmmmmm mmmmmmmmm
MMMMMMMMMMMMMMM”


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