21 de diciembre de 2011

José Lezama Lima















(Fragmento de Paradiso)


- Tenía que hablarle, Alberto, de algo familiar que a todos nos disgustará - comenzó el doctor Santurce -. Doña Augusta está enferma de verdadero cuidado. El año pasado cuando estuvo en Santa Clara, Leticia le notó en un seno un abultamiento. En realidad, lo que tiene es un carcinoma del seno izquierdo, en fase comenzante.
(...)
Alberto sabía que su sostén en la vida era doña Augusta, ella le daba esa alegría de sentirse seguro y aún joven, pues en realidad la vejez de un hombre comienza el día de la muerte de su madre. Ancianos ya, hay hombres que al llegar a la casa de la madre, esta les regala un pedazo de chocolate, tal vez regalo de un nieto, pero entonces se establece una especie de homóloga relación juvenil, entre aquella barrita de chocolate, regalo de un nieto a su abuela y de una madre a su hijo. Pero llega el hijo a visitar a su madre, hijo que es solterón, cincuentón y con el bigote cubierto de escarcha otoñal, pero la madre le ha guardado esa barrita mágica, para el solo día de la semana que su hijo la visita, y con el mismo acto juvenil con que su nieto se lo había regalado, la madre se lo entrega a su hijo, que comienza a evocar las galletas de María impregnadas de un chocolate con leche que su madre, los días que no había colegio, le preparaba para diferenciarlo del resto de los días semanales(...) Y a medida que ese anciano saboreaba ese chocolate, regalo de su madre, ya en una ancianidad venerable, se sentía transportado a la mañana del mundo, como un ciervo que sorprende el momento en que un río secreto aflora a la superficie para dirigirse a su boca en la rumia de unas grosellas.



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