José Lezama Lima
(Fragmento de Paradiso)
- Tenía que hablarle, Alberto, de
algo familiar que a todos nos disgustará - comenzó el doctor Santurce -. Doña
Augusta está enferma de verdadero cuidado. El año pasado cuando estuvo en Santa
Clara, Leticia le notó en un seno un abultamiento. En realidad, lo que tiene es
un carcinoma del seno izquierdo, en fase comenzante.
(...)
Alberto sabía que su sostén en la
vida era doña Augusta, ella le daba esa alegría de sentirse seguro y aún joven,
pues en realidad la vejez de un hombre comienza el día de la muerte de su
madre. Ancianos ya, hay hombres que al llegar a la casa de la madre, esta les
regala un pedazo de chocolate, tal vez regalo de un nieto, pero entonces se establece
una especie de homóloga relación juvenil, entre aquella barrita de chocolate,
regalo de un nieto a su abuela y de una madre a su hijo. Pero llega el hijo a
visitar a su madre, hijo que es solterón, cincuentón y con el bigote cubierto
de escarcha otoñal, pero la madre le ha guardado esa barrita mágica, para el
solo día de la semana que su hijo la visita, y con el mismo acto juvenil con
que su nieto se lo había regalado, la madre se lo entrega a su hijo, que
comienza a evocar las galletas de María impregnadas de un chocolate con leche
que su madre, los días que no había colegio, le preparaba para diferenciarlo
del resto de los días semanales(...) Y a medida que ese anciano saboreaba ese
chocolate, regalo de su madre, ya en una ancianidad venerable, se sentía
transportado a la mañana del mundo, como un ciervo que sorprende el momento en
que un río secreto aflora a la superficie para dirigirse a su boca en la rumia
de unas grosellas.
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