Pablo de la Torriente Brau
EL HEROE
Llegamos en silencio, como ante
los muertos tendidos. El maquinista tenía la enorme mano soldada en la palanca
del freno, y con los ojos muy grandes, miraba como por primera vez el mecanismo
inexplicable de la caldera o la insoportable angustia del paisaje. Y mientras,
de sus ojos caían lágrimas, como campanadas de reloj… Dimos la vuelta con
temor. Allí estaba el viejo con las manos apoyadas en la tierra, y el busto
erguido ¡y con cara tranquila!… "Que den para atrás" -nos dijo- y,
luego, al ver nuestro asombro, una risita nerviosa y espeluznante hirió
nuestros oídos y quedó en ellos para siempre… Pensé, ante aquella muestra de
valor espontáneo y tranquilo, cuan despreciables eran las hazañas famosas de
todos los héroes fanfarrones de la historia. Y como si empezara a aburrirse,
dijo luego, con una voz llena de urgencia: "Vamos, den marcha atrás, que
no voy a estar aquí toda la vida"… El maquinista por fin hizo retroceder a
la máquina, y los crujidos de los huesos rotos se oían en medio del fragor del
coloso, lastimeramente, como el llanto de un niño que despierta durante una
ovación en el teatro… ¡Qué profunda pena y qué profunda admiración sentí
entonces hacia aquel viejecito valeroso!… Cuando el monstruo negro dejó libre
el espacio entre el andén y las vías, ¿nos acercamos o fuimos atraídos? No lo
sé… Ya el telegrafista estaba en pie, pálido pero tranquilo, recostado al muro
de cemento, con su pierna rota en la vía, y nos dijo con calma: "Vaya,
vaya, ¡por Dios!, dejen esa cara. No ha sido nada. La pierna era de palo; la
original está enterrada en el campo de batalla de Ceja del Negro…
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