Dolores Labarcena
Esperar
forma parte de la fiesta, pero partir es menos tedioso que habituarse al
paisaje. Y aunque el frío raspara, (en ese reducto llamado Polheim) cruzó la
frontera como quien corta un huevo duro. ¡Bravo por Amundsen!, no murió de
escorbuto, o por lo menos en esa ocasión. Se alimentó de mejunjes y trozos de
carne cruda; un verdadero estratega. Tarde o temprano caería precipitadamente y
no entre copitos de nieve. Sus restos siguieron de largo por el Mar de Barents:
He ahí la guinda del pastel.
***
Además de rostros que no te los regala una ciudad,
formaban el elenco cajones y bestias de atar. Desde los ventanales, podías entrever
la campiña (casi una postal), hasta que no se vio otra cosa que barracas y
ruedas de pasto. Dentro, un ruido cada vez más
atroz, semejante a zarigüeyas correteando en el sótano.
Y naturalmente, mil kilómetros por delante para llegar
a C.
Oh, mon amour, ya sin ánimos de comernos el mundo.
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