9 de enero de 2013

Caridad Atencio


















Tres baldes de silencio
no caben en mi cuerpo
y penetran por la boca
cerrada de la mente.

Y es esclava de su sangre,
de su herida que sana lastimada.

Conteniendo un torrente con un dedo
se iguala al interior de un sentimiento fijo.

Jugando en desventaja para sobrevivir.

Como asimila golpes
un peleador,
he sacado mis raíces
de un sueño negro.









Por Basilia Papastamatíu


Siempre nos ha gustado encontrar en la poesía de Caridad Atencio un desarrollo y una transformación continua de su proceso creador. De libro en libro sus versos cambian constantemente, no se resigna esta autora a la repetición, al acomodamiento en un estilo, al aferrarse a alguna fórmula en el desencadenamiento de su lenguaje que le asegure atraer a seguros lectores, a aficionados a una manera de escribir suya en la que puedan fácilmente reconocerla y aprobarla.  Así, después de entregarnos una escritura que va de la experimentación de sus posibilidades como tal, a una pulcra poesía en prosa singularmente reflexiva, a la incorporación, en un lenguaje testimonial,  de la tenaz cripticidad  de la imagen, pasa ahora en su nuevo poemario todavía inédito, del que nos va a ofrecer un adelanto,  a una poesía que,  a la manera de la expresión plástica contemporánea, fusiona  notablemente elementos diversos pero que tienen en  común  la percepción del origen, el desgarramiento de la creación, del nacimiento de un cuerpo de otro cuerpo y la enigmática y dramática naturaleza que los sostiene y relaciona, los vasos comunicantes, la violencia esencial de una germinación eterna y efímera a la vez  y que constituye simultáneamente una celebración y una agonía de la existencia.


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