3 de febrero de 2013

El ciclista

















Dolores Labarcena

                                                   

Recientemente Armstrong, no el trompetista y cantante de jazz que reposa en su podio ad eternum, sino el ciclista, ha colgado los guantes. Y los ha colgado no de la forma en que los cuelga un excampeón de boxeo, ya que retirarse cuando se gana una retahíla de premios y condecoraciones a nivel mundial, no es nada fácil.

Pues bien, Lance, quien mantuvo en jaque al deporte, la prensa y la Agencia Antidopaje de los Estados Unidos, ha reconocido, luego de años haciendo el jueguito del gato y el ratón, que sus triunfos no dependían tanto de sus piernas como de algunas enjundias que lo mantenían con una carga in più, es decir, a lo Superman.

La analogía es un pie. Además de saber que ganó siete veces el Tour de Francia, y que en 2009 -a raíz de una rotura limpia de la clavícula derecha que sufrió en Palencia- la Asociación Juvenil El Torreón le erigió un monumento consistente en una bicicleta y una placa donde se puede leer: “Lance Armstrong, por su carrera deportiva y personal”, no tengo otra información.

Este castillo de naipes, uno de tantos que se derriba soplando, provoca, una vez más, que nos desternillemos de la risa con las pretensiones humanas.

¿Qué fue de la época de gloria y cuándo sucedió la agonía? De seguro alcanzó méritos por esfuerzo propio, pero entonces era un mozalbete conocido en su parroquia. El día que se empinó, y se puso la mano en el pecho, y sacó pecho mientras tocaban en otro lugar del planeta el himno de su nación, allí se acabó la marimba.

En efecto, el espectáculo deportivo entretiene (lo mismo que el circo), pero para sustentarse precisa de mecenas. ¿Quién se aprovecha de quién? Aquí lo justo es que cada palo aguante su vela. Mientras todo va viento en popa, el elegido de Hermes sube su cuesta hacia las nubes, y de cuando en cuando muestra la cara en pancartas o sale anunciando un jabón, o asegurándonos que tal ingrediente es el mejor para condimentar una sopa.

Cueste lo que cueste, (no el producto sino la fama) nuestro supuesto ideal, ya consumido (los años están demasiado lejos de la metáfora del tiovivo), se estrujará las neuronas para insuflarse, difícil tarea, la fibra menguada; seguir siendo campeón. ¿¡Campeón!? Lamentablemente cuando las cosas llegan a ese punto es para echarse a correr y no hay doctrina que valga.

Lance tenía muchísimos adeptos, a los cuales, después de hacerles creer que era el mejor de la clase, ha dejado con la boca en “O”. Convencido de sí mismo, o de sus mañas y triquiñuelas, el muy pillo pensaba que saldría ileso.

Lo último que sé de este ciclista es que el monumento que le erigieron en Palencia ya no será suyo, sino del Ciclismo. En su caso, ya se apeó, por fin, de la bicicleta.

Por lo pronto sigo escuchando a Armstrong, al inimitable Louis. Y me repito esta frase como si fuese una milonga: “En la escala de lo cósmico solo lo fantástico tiene posibilidades de ser verdadero”, o casi.




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