Antonio Armenteros
Toda aquella
noche en que nos agotamos discutiendo sobre la posibilidad
de la
existencia de la mujer-pájaro. Hibernia –dijiste— desde la prisión,
el sueño
reiterativo del olor de ciertos hombres: “Déjame recorrer axilas,
encontrar
ese sonido inflamable en la pelambre, déjame”.
De noche
la mano sin querer abandonar el sitio.
Hablamos
de la Hidra , de
Hibernia hasta el amanecer. La ciudad en su
ineptitud
predecible nos recordaba a cierta isla de Lípari. O sea, aprendimos
a ver en
otros archipiélagos la posible existencia de la mujer-pájaro. Hibernia
--dijiste-- desgajada de un remoto sueño correctivo:
“Déjame recorrer axilas,
hallar
ese sonido desacorde entre el pelaje, déjame”.
Toda la
noche la mano sin querer desobedecía algunas leyes.
Déjame
–dijiste-- uniendo sin saber las islas.
LEYENDA
A la
cuarta noche –mientras esperábamos el regreso—
alguien
decidió de mal humor que ya no era necesario.
Tratando
de no hacer ruido doy vueltas y vueltas
sobre mí mismo,
sin
importarme el dolor o el deseo que habían roto.
Ahora
intento recordar esos extraños éxtasis,
lo
insólito ofrecido en su incompleto cuerpo.
En algún
espacio del laberinto indago por el fracaso de aquella noche.
Alguien
decidió que no era vital aguardar más. Alguien…
En algún
sitio del laberinto de mi cerebro
--estoy convencido—
a la
cuarta noche, se acuna en los recuerdos:
“Puede
que ella, a su modo no ortodoxo,
también
me vea como un hombre normal”.
TOUR DE FORCE
EN ATOCHA
La escalera se abre a innumeras posibilidades,
por eso: somos otros ante cada espejo de la mansión,
flanqueada / blanqueada por esos mármoles,
por estas puertas, entre esas fuentes y los muros breves…
Las escaleras blancas nos miran sin Consuelo,
se empinan para situarnos en otra cosmología.
2 comentarios:
Me resultan de buen gusto, amigo.
Abrazo
Gracias. De eso se trata.
Saludos.
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