22 de julio de 2013

León de Greiff
















Sonetetes

I

Seor Satán estaba sitibundo
—Noé a su vera y en las mismas—; nada
para beber, si no de avena helada
cuatro pintas: ¡brebaje tremebundo!

Metafísicos, Hamlet, Segismundo
—el tercero era Kant— parlaban; cada
cláusula suya ingente carcajada
suscitábale a Falstaff rubicundo.

Seor Satán trinaba, y a su vera
Noé en las mismas; ni una humilde copa
de montañero anís, ni un mero azumbre

del de Caná, que tan sabroso era...
En esas pasa, con ninguna ropa
Cleopatra y con ojos que echan lumbre.

II

En esas pasa Cleopatra, nuda,
rumbo al Nilo...; ¡Qué César ni qué Antonio!
¿Cleopatras a mí? —chilla el Demonio
—Seor Satán— Noé no se demuda.

Noé más que un Noé parece un Buda.
Noé más que un Noé parece un gonio
o el busto aquel del “vestíbulo ansonio”:
Cleopatra pasó, remacanuda;

Seor Satán se olvidó de su sicio,
dejó a Noé mesándose las longas
y amalayando dos o tres arreos.

Cleopatra pasó. ¡Lo que es el vicio!
Adiós Noé! muy buena te la pongas!
Me voy tras esta chata y sus meneos!

III

Seor Satán —hecho áspid— a la caza
de Cleopatra desnuda rumbo al Nilo,
—rumbo al delta, mejor—. Si pierdo el hilo
con volver a empezar tras trazo o traza.

Cleopatra, cetrina morenaza
de no breve nariz, de ardiente asilo
para el amor (en íntimo sigilo
o a toda luz en medio de la plaza)

Seor Satán siguió tras la cetrina
morenaza de órdago, venusta
sí: como Helena la de aquí fue Troya.

Cleopatra pasó, sonrió, ladina;
iba sin galas lista a entrar en justa:
Seor Satán tomo sus delta y joya...

IV

            Estrambote

Y, hecho un áspid, la fresa purpurina
de sus pezones saborea y gusta,
goloso asaz, y retornó a la hoya
de Cleopatra acezante, serpentina
muy más que el áspid. Él allí se incrusta
y Ella a su vencedor, cómplice, apoya.

           Moraleja

Seor Satán estaba sitibundo.
Sació su sed Cleopatra, le donando
su viña y su lagar —en dando y dando
y en recibiendo— (lo mejor del mundo
en concepto de Lelo Beremundo). 



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