Gary Snyder
Mujer de la canasta de palabras
Años después de haber
sobrevivido
la insurrección Varsovia,
ella escribió los poemas
de la gente común y corriente
que levanta barricadas
mientras es blanco de las balas,
pequeños poemas que eran
todo
lo que lograba contener
tanto
cerca de la muerte la
vida
sin volverla falsa.
Robinson Jeffers, su alto
y frío punto de vista
bastante cierto de alguna
manera, pero por qué lo dijo
como si sólo él
se irguiera por encima de
nuestras ilusiones, él también
le temía a la muerte, a la
insignificancia,
y no estaba precisamente a
la altura de la belleza inhumana
de las chirivías o los
pañales, la inmortal
nobleza en el núcleo de todo lo común y corriente
Yo vivo
en una casa en la larga
ladera occidental
de la Sierra Nevada,
promontorio de doscientas
millas de granito, huesos
del Antiguo Buda,
millas atrás de la costa
oceánica
sobre una extensión de
feroces chacras en la pronfunda red nerviosa de la tierra,
Europa caída ya en el
olvido, casi un sueño,
pero nuestra escritura
es lateral y romana, y el
lenguaje
una compota de viejas
guerras y tribus
de algún sitio allende el
mar. Aquí
en el borde del mundo
donde el panaka llama al chá, las palabras
del corazón son Pomo,
Miwok, Nisenan,
y las canastas de palabras
de pequeños poemas
se estiran hasta el
extremo de su carga.
Vine hasta aquí para
hablar
de la tumba de mi
bisabuela
Harriet Callicotte
sola en una loma en
Kansas.
La arenisca hecha polvo,
su nombre carcomido,
ahí la encontré entre el
pasto empapado de lluvia
de rodillas, cerré los
ojos
y me arrojé bajo tierra
hasta esa oscuridad de
arcilla, abrazado a su vacío
y deposité la frescura de
un beso
sobre el arco de su blanco
hueso púbico.
VI, 85, Carneiro Kanzas
XII, 87, Kitkitdizze
Traducción: Pura López Colomé
Traducción: Pura López Colomé
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