16 de septiembre de 2013

Valery Larbaud



















El don de sí mismo

 

Me ofrezco a cada uno como su recompensa;
Se la doy incluso antes de que la hayan merecido.

Hay algo en mí,
En el fondo de mí, en el centro de mí,
Algo infinitamente árido
Como la cima de las altas montañas;
Algo comparable al punto muerto de la retina,
Y sin eco,
Y que sin embargo ve y oye;
Un ser con vida propia, el cual, sin embargo,
Vive toda mi vida y escucha, impasible,
todos los parloteos de mi conciencia.

Un ser hecho de nada, si fuese posible,
insensible a mis sufrimientos físicos,
que no llora cuando lloro,
Que no ríe cuando río,
Que no se avergüenza cuando cometo una acción vergonzosa,
Y que no gime cuando mi corazón está herido;
Que se queda inmóvil y no da consejos.
Pero parece decir eternamente:
"Estoy aquí, indiferente a todo."

Es quizás vacío como lo es el vacío,
Pero tan grande que el Bien y el Mal juntos
No lo llenan.
El odio muere ahí de asfixia,
Y ahí el amor más grande no penetra nunca.
Tomad por lo tanto todo de mí: el sentido de estos poemas,
No lo que se lee, sino lo que habla a través mío a mi pesar:
Tomad, tomad, no tenéis nada.
Y adonde vaya, en el universo entero,
Encuentro siempre,
Fuera de mí como en mí,
El irremplazable Vacío,
La inconquistable Nada.



Versión de Claire Deloupy



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