Larry J. González
No voy a dormir donde se fermentan los tubérculos.
—Epilepsia de
lóbulos temporales —concluye mi neurólogo.
—Epilepsia parcial
criptogénica de lóbulos temporales
—amplía mi neurólogo.
Si no hubiera escuchado el diagnóstico amplio:
—Desnuco los
tubérculos. Exhibo un placer muy grande en el “ay” de cada tubérculo hecho
cisco. Ser rusa. Morder los tubérculos agrios y compartir mis lecturas de Vogue
con algunos pacientes. Todo el mundo
habla de la paciente rusa. Ser la camaradería a flor de piel.
One Love
El audífono izquierdo para “One Love” (David Guetta featuring Estelle).
Camioneta de pasajeros: —Sí, duran aún los tubérculos en cada faja del viaje.
Manoseé la sangre
ciega enterrada en los bulbos.
En una camioneta de pasajeros, con toldos que el tipo
baja a la primera llovizna, juego con el esparadrapo alrededor del tubo de
pastillas —mitades de pastillas ordenadas milimétricamente.
Los toldos por donde se cuelan las primeras gotas.
Seis años, debajo de un perro aguacero, una socia de mis
padres me recoge de la primaria en un moskovich
y me afloja en el portal de la casa.
Sobre el lecho de mis padres oí pasar un ciclón.
Las sábanas cundidas de bayas y termitas.
Chorreando miel la cabeza de mi padre.
Oliendo la carne de foca.
El salmón rojo.
A las tantas de la noche se dilata mi orine en la sangre
que evacuó La Inútil Perra.
La mezcolanza parece un caldo tinto con espesas vetas de
margarina.
El bombillo encima del sano juicio. Un pedazo de sano
juicio se refleja en la losa del inodoro.
—Al marco dorado
del espejo le dibujé una guirnalda con
la cuchilla de afeitar —me apoyé en el inodoro.
Acerco la cara hasta el espejo. El tic de las arrugas
enquista la boca dentro de un paréntesis. Se extiende el tic más hacia un lado.
Por poco roza el mentón.
Justo ayer manoseaba la piel del mentón que aterra.
—Treinta y cinco
años.
Abro los ojos entre las 12:00 y la 1:00 de la tarde.
Hoy estoy escribiendo en la segunda planta. Se ven las
porquerizas, buena cantidad de azoteas funestas.
Recién miraba por encima de las azoteas.
(buganvilia)
Abro los ojos.
Subo a la segunda planta.
Escribo y veo el bosque.
(secuoyas)
Teléfono: —Recién
miraba los troncos gigantes de las secuoyas.
Le hablé a La Inútil Perra sobre el “ay” del atomizador
cuando riega las escaras.
—La cenefa de la
escara me quedó esplendente y seca.
Agregué pústulas
en vez de costras.
Estábamos habituados a la palabra costras. Aunque el
hervor de la palabra pústulas realza
el tufo.
Lagrimeo de los perniles:
Armando,
Bienvenido,
Luis.
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