1 de diciembre de 2013

Dolores Labarcena



















Cavilaciones


¿Aprender a nadar? A estas alturas sería imposible ¿Saben lo que significa invadir el espacio de unos mocosos que se divierten a su antojo en la piscina municipal? Ya te verían con flotadores, tragando agua clorada… Qué va. A otro con esa cantinela. Pero no se amilanen, con algo de suerte hay quien sale triunfante y aprende. La cuestión es perder la vergüenza.

En La Seducción de Gombrowicz, hay un personaje que cruza muy bien esa línea: Fryderyk. Primeramente un hombre pulcro, silencioso, maquinal, un helo-allí-casi-sin-vida; y en un abrir y cerrar de ojos se convierte en un experto voyeur, en un sádico capaz de arrebatar para su goce la condición cándida y desinhibida de un par de adolescentes. Es, digamos, para la literatura, un personaje recurrente.

Quiérase o no, trajina en la mente madura, en ocasiones por desafío y en otras por pura curiosidad, la idea de tal desfloración. ¿Y cuál es el desencadenante? Sin duda lo amorfo, lo todavía capullo, aquello que al fin y al cabo se corromperá.

“¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!”, verso que le viene como anillo al dedo al “povero” Fryderyk. Más culpable que el pecado, al perder sus encantos perdió los estribos y optó por el juego solapado y mordaz. Pero ¿puede ganarle la fruta madura a la verde?

La juventud es pueril porque es prosaica; desvergonzada por inocente. No basta con un tun-tun y derribarle la puerta. De hecho, ahí está la verdadera seducción.

¿Acaso el pensamiento reflexivo es sano? La madurez de la consciencia está privada de candor, eso, en el mejor de los casos.  Aquello que llamamos “maneras” en un ser adulto son mascaradas de mal gusto. El propio Gombrowicz lo dice: “El hombre quiere ser joven”.

Novela paródica, La seducción practica ese don: cada cosa en su lugar. Más allá de la cosmética erótica, o de la deferencia a Polonia, el autor expone de forma impecable, o mejor, quisquillosa, los desperdicios del individuo. También de modo implacable, toca al joven eliminar al anciano; en sus manos, incluso el cadáver “brilla de sensualidad”.

Ahora bien, volviendo a mis cavilaciones iniciales, la vergüenza y el agua clorada, prefiero seguir de espectador, observando depravadamente a esos mocosos. Nadar para qué.

 

 

 

No hay comentarios: