16 de mayo de 2007

MEMORIAS SOBRE LA PERSECUCIÓN DEL CIERVO

Por José Antonio Michelena



El ejercicio de la literatura puede enseñarnos a eludir equivocaciones, no a merecer hallazgos, nos dejó dicho Borges; pero el análisis –o la crítica, o el estudio, u otras aproximaciones– de la literatura, no siempre elude las equivocaciones, no pocas veces son la equivocación misma. Mas seguimos intentándolo, aún sabiendo que la literatura siempre se escapa, se resiste al intento de apresarla.
Tomar como referencia 30 años de poesía cubana y repensar esas tres décadas en las que literatura, sociedad, ideología, no son exactamente una santísima trinidad, no son un trío siempre bien afinado y armónico, es recordar los eventos y acciones que modelaron, para bien y/o para mal, ese tiempo que pasó soplando –y tronando– como sucede aquí en el Caribe, en esta Isla que llevamos en peso.
La mitad de la década del setenta –si vamos a ser exactos en el cómputo que se pide– nos sorprende bregando por salir de ese período oscuro en que el arte, la literatura y los artistas se quieren cuadricular, encerrar en parámetros y realismos. Para colmo se nos muere Lezama. Virgilio Piñera envidia su muerte: "Por un plazo que no puedo señalar/ me llevas la ventaja de tu muerte:/ lo mismo que en la vida, fue tu suerte/ llegar primero. Yo, en segundo lugar." Su propia muerte llegaría tres años después. Pero, aunque vivos para la creación –sobre todo Piñera–, ambos eran inexistentes en otros dominios sociales mucho antes de morir. En la Escuela de Letras y de Arte (hoy Facultad de Artes y Letras), donde yo estudiaba, sus nombres eran impronunciables. Sin embargo, los setenta son también años ebullentes para la poesía. (Desafortunadamente, en la ebullición, no siempre sale a la superficie la mejor poesía.) Las consignas se llevan a las revistas. Se acalla la expresión de la intimidad. Mi memoria recuerda una poesía afirmativa, jubilosa, adjetivada, discursiva, donde no abunda el vuelo tropológico.
En la década siguiente (los ochenta) estoy inmerso –como asesor– en el movimiento de talleres literarios y debo lidiar, por una parte, con las "normativas" –ideológicas, retóricas…–, con el canon, con mis propios modelos y estudios académicos; y por otra, con el talento y la furia de los muy jóvenes poetas que desbordaban normativas, academias y prejuicios. Gracias a Dios tuve la suerte de compartir el trabajo con poetas y narradores que halaban duro para el bando de los más jóvenes porque eran, ellos mismos, actores de esa trama: Ramón Fernández-Larrea, Ernesto Santana, José Ramón Fajardo, Alberto Yáñez, Chely Lima, Alberto Serret, entre los más cercanos. Al mismo tiempo aprendíamos de los poetas y narradores que integraban los talleres literarios que nos tuvieron que sufrir: Damaris Calderón, Carlos Jesús Cabrera, Alexis Soto, Roberto Zurbano, María Elena Hernández, Juan Carlos Pérez –entre muchos–. Y aprendíamos, claro, de los escritores con los que compartíamos sesiones de trabajo en eventos diversos: Norberto Codina, Eduardo Heras León, Francisco López Sacha, José Pérez Olivares, Efraín Rodríguez, Rafael León de la Hoz, Bladimir Zamora, Leonardo Padura, Salvador Redonet… Ahora hay poses y actitudes que condenan en bloque aquellos talleres literarios, sin tener en cuenta que el rasguño sobre la piedra fue compartido y que muchísimos asesores se jugaron su empleo por defender un poema, un verso, un cuento, una oración. Los ochenta fueron años de forcejeo de más de una generación por dejar atrás la oscuridad, la penumbra. En ellos asciende una generación literaria y debemos aprender a leer, a descifrar sus propuestas, hallazgos, maneras de nombrar. No es fácil pasar del intento de instauración del realismo socialista hacia los ensanchamientos que propiciaron los ochenta. Nunca podremos olvidar que se nos hizo cotidiano –en los medios de difusión cubanos– John Lennon cuando ya estaba muerto. Tampoco olvido que el primer artículo –hasta donde recuerdo– que se publicó en Cuba a propósito de su muerte no era precisamente para enaltecerlo, para tomar conciencia de una pérdida tan grande para la cultura.
En los años noventa me vinculo como editor a Ediciones Extramuros, por tanto debo seguir atento al fragor de nuevas hornadas de poetas. La década no puede tener peor comienzo, el inicio del llamado período especial, de las crisis. Desaparecen casi todas las revistas y tiene lugar la breve era las plaquettes. De repente fue un estallido de plaquettes y podemos dar a conocer los avances de una muy pujante generación. A contrapelo de la crisis se escribía más que nunca. Y se expresaban esas crisis. A mediados de la década me encargan –apresuradamente– una selección de poesía joven para publicar en México. Nace así la compilación Algunos pelos del lobo, un libro que apenas circuló, que acaso fuera secuestrado –los censores me cuestionaron el nombre de la selección: ¿qué es eso de lobo, quién es el lobo?–, que nadie nombra, pero que cuando lo veo, ahora mismo, lo encuentro digno. En él aparecen quince poetas que habían publicado en las colecciones que yo editaba, o bien tenían textos en proceso en la editorial, o sencillamente habían enviado libros al concurso de poesía que convocábamos. Varios de ellos –y ellas– son voces reconocidas dentro de la literatura cubana –Alberto Acosta-Pérez, Ramón Fernández-Larrea, Caridad Atencio, Rito Ramón Aroche, Sigfredo Ariel, Jorge Luis Arcos–, pero en aquel momento, algunos aún no lo eran. En este último caso están Caridad Atencio y Rito Ramón Aroche, dos de los poetas más significativos de estos últimos años, dos autores por los que podemos identificar el crecimiento de la poesía cubana actual, no por gusto triunfadores en el concurso de poesía de La gaceta de Cuba en las ediciones de 2005 y 2006 respectivamente. Al leer sus textos, hace más de diez años, encontré un ritmo, una sintaxis, un tratamiento del lenguaje y los contenidos que los hacía singulares. Caridad con una poesía en prosa que filosofaba de modo dialéctico, jugando con antítesis, con bordes que se atraen, con marcas de género y de raza: "[...] Lo que no vi en el árbol está en el pozo. Reparas en el ancla, no en la quilla del barco. La mitad que se adueña del extremo. Hay como un goce en no predominar, hay un callado culto a las esencias. Pero el valor lo hincaban las razones. Recibo de las bocas el silencio y todo lo que ceden a las manos".[1] Rito dinamitando la sintaxis, despedazando la realidad y rearmándola en unos versos entrecortados y también entrechocando extremos: "Un pájaro se cuelga en una noche/ –se cuelga, dicen./ El reloj y estas calles es lo que ama./ [...] La ventana que tengo es la que salto. Que salva. ¿No es la que tengo?/ La ventana es de cal. Me gasta en humo."[2]
Más de diez años después de haber escrito esos textos, esos dos poetas reflejan la ganancia de un ejercicio continuado. Caridad ha sintetizado su expresión al tiempo que conserva sus marcas identitarias, eso que solía llamarse estilo: "Abierta para la experiencia amarga,/ no sabes si vendrás o si es preciso./ Respirando encerrada conseguirás la vida./ Venir del mismo punto te impulsará en nuevas direcciones./ Ya sin brazos o ansias se esparcirá el secreto:/ Ellos aún crecen en cantidades congeladas"[3]. Rito Ramón sigue exprimiendo el verso, poblándolo de elipsis, de silencios significativos, descomponiendo la realidad, diseccionándola con ironía desenfadada: "Del lado opuesto al de las tuberías./ ¿Claror se ha dicho?/ También arbustos./ Chatarra cubierta por enredaderas [...]".[4] Ambos ejercen esa libertad temática y expresiva que definitivamente se han ganado los poetas cubanos sin las antiguas preocupaciones de exigencias y compromisos. Una libertad que les viene también de escribir sin pensar en el mercado, al fin y al cabo la poesía, aunque es alimento, no da para comer.
Pero si me proporciona alegría ver que esos dos autores –y otros de los que estuve cerca cuando armaban sus primeros textos– integran ahora, algunos libros y años después, el cuerpo de la literatura cubana de esta hora, no dejo de sentir un sentimiento extraño al leer los poemas –presentes en la citada selección– de Alexis Soto Ramírez, un joven estudiante de Cibernética que ganó el Premio "Luis Rogelio Nogueras" en 1992 con un singular poemario y dos años más tarde desafió la corriente del golfo en una balsa; poco después me llamó desde Chicago, más adelante Víctor Fowler me dijo que lo había visto en esa ciudad; pero ya no supe más si escribía poesía. Y hasta ahora no he tenido nuevas noticias suyas. Como casi nadie lo conoce quiero terminar esta descarga con un texto de Alexis, porque también esos muchachos, que ahora acaso no estén escribiendo poesía porque vivir la vida es más importante que escribirla y ellos siguieron el ritmo de la vida, esos muchachos –digo– también son parte de la historia de la poesía cubana de los últimos treinta años, hecha de trino, rabia, prejuicios, ostracismos, resurrecciones, heridas, desencuentros, humus, silencios, verdugos, muros, máscaras, mordazas, pozos, oscuridades, claridades, jardines, fecundaciones, luz…

Probé los negros vinos entre los paños y los ojos burlones de las mozas que no hacían otra cosa que reír. Probé también los huracanes por la borda y nunca antes me sentí más protegido. El oro como un signo de todo lo que implica beldad y reposo. Las murallas se adormecían viviendo en la súplica más feliz. Los viejos amigos con sus miradas muertas de perro. Correr después del soto, apretujarse durante instantes mientras el templo culmina su ceremonia, nunca tanto desasosiego que dependiera de mi honor. El cuerpo desea el oscuro galopar del vino. Estoy perdido entre las voces y el llanto del demonio, inmovilizado por esta sensación de cúspide. Los peces se ahogan en torno a los grotescos dedos de los árboles. Sé que morir será como volver a mirarse entre los círculos infinitos de la imagen.
El frío nos hará regresar sigilosamente hasta donde están nuestros dioses.[5]

Alamar, La Habana, 15 de septiembre del 2006


--------------------------------------------------------------------------------

[1] "En dónde estaba el fondo" (fragmento), en Algunos pelos del lobo, Veracruz, Instituto Veracruzano de Cultura, Ediciones Extramuros, 1996, p. 52.
[2] "Un pájaro se cuelga", ob. cit, p. 56.
[3] "Abierta para la experiencia amarga", en Desplazamiento al margen, La Habana, La gaceta de Cuba, mayo-junio, 2005, p. 3.
[4] "Nacimiento" (fragmento), en Las fundaciones, La Habana, La gaceta de Cuba, mayo-junio, 2006.
[5] "Estados de calma", en Algunos pelos del lobo, ed. cit., p. 42.

No hay comentarios: