Alberto Hernández
Ciudad de La Habana; 1967. Poeta, narrador, artista de la plástica y promotor cultural. Libros publicados: Y escribo en el agua, 1993. La joven de la mano verde ,1995. Soplos de aire, 2002. Sed de ternura, 2004. Raras criaturas, 2005 .Ha obtenido los premios, Luis Rogelio Nogueras 1990, Pinos nuevos 2003, y Abril 2003.
La brújula
La casa de Reinier es muy bonita: las flores, la mesa, las sillas.
– Siéntense, muchachos.
¡Tremendo calor! La mamá de Reinier nos has invitado. Taconeando viene con la jarra y, al servirnos, descubrimos, ¡coñó!, que tiene un tatuaje. Le hacemos una señal al escote de la blusa y, este, nos lo deja ver. Un poquito más abajo -en silencio le insistimos-.Un poquito más. Y vemos la brújula donde comienza el seno derecho. Azul y roja, la brújula, gira. Dos vueltas más y nuestro vasos, ¡oh!, ya están llenos de refresco.
– Es de fruta bomba -la mamá de Reinier nos sonríe-. ¿No les gusta?
Azul y roja la brújula girando en nuestros ojos. Pestañamos y regresa al pecho de Lucy, debajo de la blusa porque el escote ya nos hizo el grandísimo favor. Muchas gracias.
Lucy, está parada junto a nosotros que, muy despacio bebemos el refresco, mientras esperamos a Reinier que se está bañando por segunda vez.
Este cuento empezó la semana pasada. ¿Cuándo Lucy se compró el perfume en la boutique? ¿La noche cuando Reinier salió corriendo del solar, detrás del taxi, pidiéndole a su mamá un beso? De la boutique al solar hay doce kilómetros y doce son los años de Reinier que nunca ha visto a su papá que es marinero, que vive en Europa, que hace doce años no viene a Cuba.
– ¡¿Qué?!
– El fue quien les mandó dinero para hacer el baño.
Y Reinier que se está bañando por segunda vez.
– Salgo enseguida -lo escuchamos decir.
– Enseguida –Lucy, nos mira entre la complicidad y la burla, pero al final suspira en el mayor de los alivios-. Pícaros que son.
¿Nos habrá descubierto? Así mismo fue el suspiro que soltó en la boutique cuando descubrió el perfume que la invitó a acercársele, leer la etiqueta, oler…
– Lo compro -la aliviada, le sonrió al vendedor-. ¿Cuánto es?
Pagarle al vendedor y dejarle propina no es lo mismo, pero las películas que hablan de Europa dicen y repiten que si. Y un toquecito oloroso detrás de las orejas. Y otro toquecito entre los senos. Las revistas europeas tienen las fotos a color y Lucy ya no era la mamá de Reinier sino, ¡flash!, la sonriente modelo de la foto taconeando entre la mirada de los deseosos. Los piropos vienen del Norte. Los piropos vienen del Sur. Desde la boutique al solar hay doce kilómetros, pero en un taxi esa distancia se recorre en doce minutos.
– Estoy apurada -Lucy, al llegar a su casa, olvidó besar a Reinier-. Esta noche, te quedarás con tu madrina. Tengo que salir y vengo tarde. ¿Dónde están mis zapatos rojos?
Al anochecer, el taconeo resonó en el solar. Los que no sabían a dónde iba ella, se lo imaginaban. Los piropos vienen del Este. Los piropos vienen del Oeste. El taxi arrancó y detrás salió corriendo Reinier, pidiéndole un beso a su mamá. Los que no sabían a dónde iba ella, se lo imaginaban. Corrió rápido Reinier, pero su madrina lo alcanzó en la esquina. Aquella noche, me atreví a preguntar:
– ¿Por qué, a la mamá de Reinier, le dicen la marinera?
Mima, tragó en seco y cerró la ventana. Mas el perfume de Lucy no se detenía. Me ericé completico porque, según mi padrastro, dentro de poco salgo de la edad de la compota.
¡Tremendo calor! Ahora, ya se por qué le dicen la marinera. La brújula que tiene en el pecho, se mueve hacia el Este, mientras ella camina rumbo a la cocina. Nosotros estamos en el extremo Oeste y Reinier continúa en el baño que está hacia el Norte. Si Reinier en este momento saliera del baño, nos miraría y en nuestros ojos encontraría lo que descubrimos en el pecho de su mamá. Reinier, feroz nos clavaría la mirada, voraz como destruye a los hombres que piropean a Lucy en el malecón. Porque la mamá de Lázaro la vio el sábado y el papá de Yoel, el domingo. Lucy, los saludó, volvió a sentarse en el muro y cruzó las piernas. Mi mamá, es la que la ha visto llegar en taxi, hablando diferentes idiomas. Yo, he aprendido a unir los detalles y averiguar sólo cuando en mi casa se toma el café; es decir, se relajan. Pero aquella noche, cuando le pregunté a mima lo de Lucy, mi padrastro se relamió los labios y mima comenzó a hablarle con la voz más fea.
¡Tremendo calor! Si ahora la mamá de Reinier no estuviera en casa, nos meteríamos en el baño para ver como los barcos flotan en la bañadera. Entonces, como en la primera ocasión, a Reinier le sale un lagrimón y le entra ganas de decirnos que un día su papá vendrá en un galeón. Ya le hemos dicho que esos barcos están en los museos y él nos dijo que su papá tiene dinero para comprar museos.
– Vendrá y bien -nos dijo-. En el galeón más grande.
Nos apartó, nos miró de la misma manera en que su mamá, cuando regresa de las tiendas, mira a la mía.
– ¡¿Superiores de qué?! -mima, siempre se inquieta.
“¿Superiores de qué?” -pensé al sacar mis manos de la bañadera y si no es porque siempre hay merienda, me iba corriendo para mi casa.
A la semana, fue el propio Reinier quien volvió a invitarnos a su casa. No hay problema. Al entrar en el baño, quiso aprovechar el tiempo:
– Les presento -nos sonrió-, a mi papá.
Encantado. Una brisa entró por la ventana y ya estábamos en el puerto. Mucho gusto. Estábamos juntos a los estibadores que cantaban en la orilla. Reinier, sujetaba la mano de su papá. Hablaba con voz de mar, el señor. Y el oleaje pasaba: Las olas azules, la espuma de jabón, del champú las burbujas. Espuma de olas y gaviotas reflejándose en los azulejos. Siempre en un puerto hay aventuras con deseos de tocarte el rostro. Y el papá de Reinier con su traje de marinero. Reinier resplandecía. Lo deje abrazarme y seguidamente, montarse con su corpulento papá en el galeón que levantó sus velas, que le dio la vuelta al mundo, que volvió a anclar en el puerto.
– ¡¿Qué?!
– Un día de estos -Reinier nos comentó-, me iré con mi papá para siempre.
La casa de Reinier es muy bonita: las flores, la mesa, las sillas, los vasos ¿Y ahora que el refresco se nos terminó, que nos ofrecerá Lucy? Lucy, sentada. Con los pies cruzados, Lucy. Ruedan sus gotas de sudor, ruedan. Las imagino humedecer la brújula que gira azul y roja debajo de la blusa.
– ¡Hace un calor insoportable! -la sudorosa, tiene que abanicarse de prisa-.Hoy, Reinier se ha demorado demasiado en el baño.
“Reinier, se fue en su barco.” -pienso y me preocupo- “¿Lucy, descubrirá que nos pusimos de acuerdo?”
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