27 de mayo de 2011

Stephen Spender





















PENSAMIENTOS DURANTE UN ATAQUE AÉREO 


Naturalmente, el esfuerzo entero estriba en situarme
fuera del alcance habitual
de lo que se denomina estadísticas. Un centenar muere
en los barrios de las afueras. Bueno, bueno, yo sigo adelante.
Siempre y cuando el gran "yo" esté recostado sobre
los travesaños de esta cama que más parece un coche fúnebre,
en la habitación de hotel con papel floreado
que asciende en volutas hacia el techo, puedo no hacer caso de
la presión de esos nombres bajo mis dedos
negros e intensos mientras hago crujir el papel,
el gemido de la radio en el margen del salón.
Sin embargo, ¿y si una bomba atravesara
con su morro esta misma cama, conmigo encima?
El pensamiento es obsceno. Aun así, hay muchos
para quienes mi muerte no sería más que un nombre,
una cifra en una columna. Lo esencial es
que todos los "yoes" siguieran siendo individuales
recostados bajo flores, y nadie sufriera
por su prójimo. Entonces el horror se pospone
para todos hasta que se decide por aquel
y lo arrastra a ese dolor incomunicable
que es todo misterio o nada.

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