Alejandra Pizarnik
Cementerio
Había un hombre que vivía junto a un cementerio y nadie
preguntaba por qué. ¿Y por qué alguien habría de preguntar algo? Yo no vivo
junto a un cementerio y nadie me pregunta por qué. Algo yace, corrompido o
enfermo, entre el sí y el no. Si un hombre vive junto a un cementerio no le
preguntan por qué, pero si vive lejos de un cementerio tampoco le preguntan por
qué. Pero no por azar vivía ese hombre junto a un cementerio. Se me dirá que
todo es azaroso, empezando por el lugar en que se vive. Nada me puede importar
lo que se me dice porque nunca nadie me dice nada cuando cree decirme algo.
Solamente escucho mis rumores desesperados, los cantos litúrgicos venidos de la
tumba sagrada de mi ilícita infancia. Es mentira. En este instante escucho a
Lotte Lenya que canta Die dreigroschenoper. Claro es que se trata de un disco,
pero no deja de asombrarme que en este lapso de tres años entre la última vez
que la escuché y hoy, nada ha cambiado para Lotte Lenya y mucho (acaso todo, si
todo fuera cierto) ha cambiado para mí. He sabido de la muerte y he sabido de
la lluvia.
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