4 de abril de 2012

Maylén Domínguez





















Quisiera estar en un sitio hecho de cosas que no recuerden nada,
inaugurarte
sin este ruido en el pecho
ni los rencores que ahuyentan al amor.
Ingenuo diste la coordenada que pretendí ignorar,
mi horror a ver los motivos milenarios,
tu estela pasada y recurrente,
la consecuencia de tu debilidad
siempre abocándose.
Quisiera estar donde nada me ensombrezca.
Pero tendría que hablarte,
de cualquier modo,
para que asistas a ver lo que en mí crece
cuando soy cálida al fin.
Si fuera dulce y tenaz mi idolatría,
si fueran justos mi voz, mi ardor,   
mi acento,
y no un embozo de la desesperanza,   
un canto fatuo
que lanzo porque vengas a creer en mí,
como que soy la razón,
yo, y no las otras:
sagradas, milenarias,
que te conducen al sueño elemental,
la vida elemental.
Qué sería de mí, torpe y silente,
cómo se harían mis noches insulares
sin este canto que abriga a algún dolor,
aunque no salva,
sin este grito, que puede adoctrinarte
desde su fondo rabioso y aterido.



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