Anne Michaels
BUCEADORES DE LA PIEL
Bajo la carpa
de las estrellas, vacas
a la deriva, sus vientres
cepillando
la hierba alta, listos
para un copioso
festín. Tierras bajas que
centellean como mica
bajo la luna. La luz de
las estrellas
nos empapa los zapatos.
La pradera de algas
marinas se inclina suplicante, el mismo
campo de arpillera que en
invierno cruje con la helada
es salpicado por el pincel
negro
de los cuervos. Gélidos
diamantes de las cintas de la reina Ana.
Porque se siente amada, la
luna permite que nuestros ojos
la sigan por el sembrado,
pisando
su ropa, seda reluciente
esparcida por los
surcos.Sintiéndose amada, la luna desea
que la miren, nadando
toda la noche por el río.
Llama a través de los
estores,
extiende una tira blanca
por el pasillo a oscuras,
alcanza un vaso de la
mesa.
Vigila la fortaleza del
sueño.
Como la luna, quiero tocar
espacios
sólo con la mirada.
Contarte
cosas nuevas a las tres de
la mañana, cuando nos
despierta la lluvia o una
preocupación, o adelgazándonos por
los juncos del sueño,
emergemos en la piel. En esta habitación
donde tantas cosas han
ocurrido, donde el amor
es ese tintineo de los
botones al deslizarse tu camisa
al suelo, el sonido de la
calderilla;
un libro entreabierto,
ropa
entreabierta. Sentimos de
nuevo
cómo se transparenta la
superficie
del cuerpo empujado ante
la puerta
del mundo. Para leer lo
que hay dentro
nos alzamos el uno al otro
hacia la luz. Recogemos
a todos los que amamos o
deseamos
perder de vista, los
llevamos
a cada pradera nocturna y
nos sentamos con ellos
mientras las vacas se
demoran como barcos
que apenas se mueven en la
distancia.
La lluvia goteando desde
la lona de las estrellas.
Pulido por el agua, el
cuerpo recuerda
como una planicie
inundada, anegado de sensibilidad,
ganando terreno en la
bajamar.
Terrazas de la memoria,
lisas como deltas verdes.
O arrecifes y cordilleras
plegando el mundo hasta el
hueso.
La luna palpa el
significado
de las cosas con sus dedos
ciegos,
luego nos devuelve al
cerúleo
aluminio de los
amaneceres. La noche,
una carretera apuntando al
este.
Su hermana, la memoria,
revuelve en el armario empotrado
buscando ropa que conserve
la silueta de alguien.
Se frota las manos en el
delantal
manchado de infancia, un
olor familiar
en el pelo; traquetea con
ollas y cacerolas
en la cocina circadiana.
Mientras, en la habitación
de una pradera nocturna,
la luna se desviste; su
salto de cama
flora eternamente a ras de
suelo.
La memoria se demora por
el césped de las fincas,
se mueve lentamente por la
hierba húmeda, cargada
de instantes atrapados en
su red nocturna, en el éter
reluciente de su falta. El
aire se aviva,
la memoria alza la cabeza
y casi
desaparezco. Alzas la
vista, una mirada que siento
por todas partes, la
lengua de una mirada,
y el amor esta pradera
noctuna, la sombra de la mañana
de nuestras voces, el
papel carbón púrpura
de esta oscuridad plomiza.
Pesa la memoria con la joyería
de esta lluvia, pesa su
falda con los brotes de mercurio
congelados que adornan las
ramas,
mientras avanza oímos el
castañeteo
de esos huesos tan bellos.
Entonces, el amor,
tan alejado del cuerpo, se
alcanza sólo
por vía del cuerpo. El
tiempo es el alambique
que transforma lo conocido
en misterio. En aire,
en la mancha púrpura de la
dulzura.
El laburno, el iris
silvestre, los abedules tan espesos
que resplandecen por la
noche, olores que nos alcanzan
por todas partes; la
alquimia que nos mantiene
tan felices tumbados en el
suelo, incluso si no abarcamos
nada, nada: el evasivo
troque de los pájaros.
Nunca tomaremos velocidad
de crucero, más bien nos
hundiremos en el húmedo
firmamento, aprenderemos a
permanecer en el fondo,
respirando por la piel.
Con membranas de plata, en
ríos
color de lluvia. Bajo el
agua, bajo la piel;
con arcanas aletas
transparentes.
Esta noche la luna
deambula descalza,
deja atrás medias de seda
como jirones de río.
Las pisadas del verano en
nuestros brazos y piernas
palmeando húmedos
de lodo y algas.
Rodamos desde el borde al
fondo de la pradera,
nos levantamos bajo la
lluvia
de nuestra silueta en la
hierba húmeda.
Nadadores nocturnos,
buceadores de la piel.
De Buceadores de la piel
Traducción de Jaime Priede
Bartleby Editores.
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